Pentecostés: El poder de Dios en nuestras vidas

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Pentecostés

El poder de Dios en nuestras vidas

Imagine esto: usted está en el salón de la Iglesia. La temperatura de repente se enfría, y una súbita ráfaga de viento entra por las ventanas haciendo volar papeles por todas partes. Usted ve lo que parecen ser lenguas de fuego que flamean sobre las cabezas de los demás congregados. ¡Todos miran a su alrededor estupefactos, pues nunca han visto algo así!

¿Le suena extraño? Sin embargo, ¡esto realmente sucedió! En el libro bíblico de los Hechos, capítulo 2, encontramos la descripción de una escena como ésta ocurrida en el Día de Pentecostés, uno de los festivales anuales de Dios.

¿Qué nos enseña este evento ocurrido en un día santo acerca del propósito de Dios en nuestras vidas? El cambio es algo que Dios quiere y espera de nosotros (Romanos 12:2). No obstante, él no pretende que seamos capaces de lograrlo por nuestros propios medios ni tampoco apoyándonos en ideas y técnicas de autoayuda. En cambio, nuestro Padre nos proporciona una herramienta y la guía para hacer posible un cambio genuino, pues quiere que vivamos vidas productivas y exitosas.

Si realmente queremos cambiar, Dios nos promete la ayuda necesaria (Juan 14:26) para transformar nuestra existencia en la vida vibrante y feliz que deseamos, y que a menudo resulta tan difícil de alcanzar.

Los dramáticos acontecimientos de Pentecostés registrados en Hechos, cuando descendieron lenguas de fuego sobre los discípulos de Cristo, fue un milagro que allanó el camino para que pudiéramos hacer los cambios más importantes y duraderos de nuestra vida: el tipo de cambio que lleva a la vida eterna en el Reino de Dios.

Jesús habló de algo que causaría este cambio dramático. ¿Qué fue aquello, y cómo se manifestaría en la vida de uno de sus seguidores?

Transformado por el Consolador prometido

Jesucristo prometió a sus discípulos la ayuda que necesitarían para vivir vidas transformadas. Él dijo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Aquí, en la víspera de su muerte, Cristo reveló la promesa del Espíritu Santo a sus discípulos, que quedó registrada en la Biblia para todos los futuros cristianos.

Uno de los discípulos que estuvo presente en la trascendental víspera de la muerte de Cristo se convertiría en un ejemplo de la obra transformadora del “Consolador”. Ese apóstol fue Pedro, quien se sumiría en la desesperación pero que más tarde se recuperaría y llegaría a ser uno de los principales líderes e iniciadores de la obra más grandiosa de la historia — la Iglesia que Cristo prometió edificar. Pedro fue el que frente a una gran multitud predicó un poderosísimo y elocuente sermón que eventualmente cambiaría miles de vidas humanas.

Sin embargo, cuando Cristo fue arrestado durante la noche previa a su muerte, Pedro actuó de forma muy cobarde y a raíz de ello se vio acosado de un profundo remordimiento (Lucas 22:56-62).

La cobarde actitud de Pedro en el momento más crítico de la existencia terrenal de Cristo dejó en evidencia que la vida del apóstol dejaba mucho que desear; sin embargo, Dios lo ayudó aquella noche para permitirle recuperarse más tarde. Esta es una gran lección que todos debemos aprender: a Dios le interesa tanto que tengamos éxito, que nos sostiene en esta vida mucho más de lo que nos damos cuenta.

Jesús predijo que Pedro lo traicionaría cuando fuera confrontado, diciendo: “Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces” (Lucas 22:34).

Estas palabras son bastante fuertes para decírselas a un amigo cercano, pero, tristemente, se cumplieron tal como Cristo predijo. Después de que el Salvador fuera arrestado y llevado de un lado a otro entre los judíos y las autoridades romanas, Pedro, que seguía de cerca la situación, hizo exactamente lo que Jesús predijo que haría.

Leemos que Pedro salió y lloró amargamente luego de negar a Cristo por tercera vez, después que cantara el gallo y que Jesús lo mirara (vv. 60-62). Hechos posteriores demostrarían que este sería (y efectivamente lo fue) un momento decisivo en la vida de Pedro, quien comenzaría a cambiar hasta convertirse en una persona diferente. El poder del Espíritu Santo daría un vuelco a su vida.

Vidas transformadas

Hechos 2 muestra el cambio de Pedro. El impetuoso (pero cobarde) amigo de Cristo fue poderosamente transformado. Se levantó de entre los discípulos y pronunció un inspirador mensaje ante miles de personas, que se llenaron de asombro al ver a los apóstoles hablando en muchos otros idiomas (vv. 4-5).

El mismo poder que transformó a Pedro y a los otros discípulos está disponible para usted hoy. ¡Cristo prometió este poder para que usted también lo pueda tener en su vida!

Pedro, junto con los demás apóstoles, exhortó a la audiencia a escuchar con atención sus palabras, hablando por el poder del Espíritu Santo que Dios le había concedido a él y a los demás discípulos en Pentecostés. Aquel suceso acontecido en Jerusalén, según se registra en Hechos 2, fue el inicio de la profecía del profeta Joel, quien había escrito que Dios derramaría su Espíritu sobre la humanidad (Joel 2:28).

El resultado de la presencia del Espíritu Santo en el ser humano sería la transformación de las vidas de quienes oyeran y respondieran al llamado. Hombres y mujeres de todos los tiempos tendrían la posibilidad de acercarse a Dios, y su Espíritu de poder, amor y dominio propio (2 Timoteo 1:7) les permitiría pensar con lucidez para poder vivir la vida que Dios quiere, una vida transformada y moldeada según la imagen de Cristo.

La multitud que esa mañana escuchaba se sorprendió al oír que Jesús de Nazaret, a quien habían visto y oído, era el enviado de Dios que había venido a revelar no solo al Padre, sino también la manera de vivir como hijos suyos. Los que habían visto a Cristo enseñando al pueblo, sanando a los enfermos y discapacitados y reprendiendo a los espíritus inmundos para que salieran de las personas mentalmente atormentadas, ahora entendían que Dios había estado entre ellos.

La esperanza que trajo el Consolador

El mensaje de Pedro esa mañana rebosaba de esperanza. El apóstol les dijo a sus oyentes que Dios puede perdonar el pasado, y fue inspirado a citar a un profeta del antiguo Israel. La promesa del Espíritu Santo es la garantía que Dios nos da de que él proveerá la ayuda para recuperarnos de los estragos del pecado y sus efectos nocivos en nuestras vidas.

Las enseñanzas y el ejemplo de Cristo revelan un camino de vida lleno de alegría. Nos enseñan cómo vivir ante Dios y entre los hombres, y demuestran que es la única manera de desarrollar una relación sólida con Dios.

¿Qué hay de usted? ¿Está dispuesto a renunciar a la vida que ha estado viviendo? ¿Está listo para un cambio? ¿Ha llegado al punto de querer aprender un camino nuevo y diferente? ¿Quisiera entablar una relación con Dios?

El mensaje de Pedro tuvo un profundo impacto en sus oyentes. Estaban acongojados y pensativos, porque ahora se daban cuenta de la seriedad de sus pecados. Tal como nosotros, comprendieron que había un gran vacío en sus vidas que requería atención, y que podría ser llenado con alegría, esperanza y propósito. Estaban escuchando un nuevo mensaje, y por primera vez veían cómo escapar de los engaños de la vida que hasta entonces habían llevado.

Por primera vez escuchaban palabras con verdadero sentido, un mensaje positivo que podría determinar el resto de sus vidas. Sin embargo, había llegado el momento en que tenían que decidir y actuar, tal como le ocurrió a Pedro cuando negó a Jesús y éste se volvió y fijó en él su mirada penetrante.

Pedro llegó al punto culminante de su mensaje cuando dijo: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Cuando escucharon esas palabras, “se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (v. 37).

Arrepiéntanse y bautícense

Básicamente, cada uno de los presentes sintió la mirada de Cristo, la misma que él dirigió a Pedro la noche que lo arrestaron. Hoy, Cristo nos mira de manera tal, que no podemos ignorarlo. Entonces, ¿qué debemos hacer?

Pedro, habiendo captado su atención, les dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38).

La Iglesia se inició en esta fiesta santa, llamada Pentecostés, con la dádiva del Espíritu Santo a la humanidad. Dios empezó a conceder el poder de su Espíritu Santo a quienes estuviesen dispuestos a cambiar y mirar a Cristo a los ojos y admitir: “Soy un pecador que necesita perdón y ayuda”. Pentecostés, que señala la dádiva del Espíritu Santo a la humanidad, es el punto de partida de una transformación que puede producir la calidad de vida que representa al Reino de Dios.

Dios le ofrece una promesa a cada persona, la de un poder transformador, el poder de su Espíritu Santo. podemos recibir el don del poder del Espíritu Santo, que nos permite hacer frente a todos los retos de la vida cotidiana con paz y confianza.

Esa promesa comienza con el deseo de cambiar nuestra forma de vivir. ¿Siente usted ese deseo? ¿Quiere cambiar sus hábitos? ¿Sabe que su vida, sin importar cuán honesto, sincero y bueno usted se considere, aún es imperfecta? La verdad es que ningún ser humano alcanza la meta de la justicia, la verdadera vida santa que Dios, por medio de Pedro, exhorta a la gente a vivir (ver también Romanos 3:23; 12:2).

Para recibir el Espíritu Santo de Dios debemos arrepentirnos, lo que significa cambiar y vivir una vida basada en la ley de Dios según el ejemplo de Jesús. Este cambio empieza en el interior de la persona, superando los deseos propios e intereses personales que se oponen a una vida piadosa.

El desafío para usted y para mí

Este es el reto. Cristo nos está mirando, como hizo con Pedro, y con sus ojos nos llama a seguirlo, a convertirnos en un discípulo suyo que de todo corazón desee seguir sus pasos y hacer lo que él enseñó y practicó.

Esta es la oportunidad de cambiar su vida, de salir de la rutina que lo ata a un mundo que no conoce el llamado que Cristo hace para vivir una nueva forma de vida, una que indudablemente funciona. Esa forma de vida se basa en la ley eterna de Dios, que se encuentra en las páginas de su Biblia.

La mirada de Cristo exige una respuesta. Pedro fue presa de la desesperación la noche del arresto de Cristo y huyó, pero la historia no terminó ahí; él regresó, aprendió de la experiencia, y llegó a lograr grandes cosas gracias al poder de Cristo resucitado que moraba en él — el poder del Espíritu Santo.

Pedro exhortó a otros a hacer lo mismo, y ese mensaje está ahora frente a usted. El reto consiste en volverse a Cristo y encontrar su mirada. Vuélvase a Dios y deje que su mirada se encuentre con la suya, y voluntariamente sométase a él y obedézcale.

Sean transformados

Usted puede cambiar, y su vida puede ser transformada por este poder. Es el poder del Espíritu Santo otorgado en ese Día de Pentecostés. Cristo dijo que no iba a desamparar a sus discípulos ni dejarlos sin un Consolador enviado del Padre, y el Día de Pentecostés cumplió aquella promesa de forma espectacular. El Espíritu Santo descendió sobre los discípulos, dando inicio a la Iglesia de Dios. Para ser parte de esa Iglesia es importante entender y guardar este día santo.

Una vez que uno admite “Necesito el Espíritu Santo de Dios”, se inicia el proceso. Si se encuentra en ese momento, ¡entonces Dios está trabajando con usted! Juan 6:44 nos dice que el Padre lo lleva a Cristo. Cuando reconocemos esa necesidad y comienza el proceso, Dios nos atrae o nos llama, y ​​luego nos corresponde a nosotros hacer algo con ese llamado.

Él nos llama a una vida de transformación.Eso significa que tenemos que arrepentirnos y ser bautizados, al igual que las personas de Hechos 2. Ciertamente, este tipo de lección fue exactamente lo que Pedro describió el Día de Pentecostés.

Arrepentimiento es una palabra que hoy por hoy la gente no siempre entiende. Para la mente moderna es difícil comprender este concepto. ¿Arrepentirse de qué? ¿Por qué? ¿Qué significa tal cosa? Romanos 8 explica que el arrepentimiento significa dejar de lado una perspectiva física para tratar de adoptar una mente espiritual. Pablo dijo que debemos tener la mente de Cristo, pero ¿cómo se adquiere la mente de Cristo? Solo a través del Espíritu de Dios, el cual nos permite cambiar nuestra perspectiva para pensar como Cristo lo hace.

Por lo tanto, tenemos que cambiar nuestros pensamientos. En eso consiste el arrepentimiento: en cambiar nuestra manera de pensar egocéntrica por la manera de pensar de Dios. Gálatas 2:20 describe este cambio como estar “crucificado con Cristo” mientras que aún vivimos, ¡con la diferencia de que Cristo está viviendo su vida dentro de nosotros!

Cuando hacemos este compromiso de cambio, nos arrepentimos y somos bautizados, simbólicamente damos muerte al viejo ser y nos levantamos de las aguas del bautismo a una vida nueva. Nos comprometemos así a abandonar lo físico y nuestra mente es transformada para pensar y vivir según el camino de vida de Dios. Pero para eso necesitamos el Espíritu Santo que Dios nos otorga, porque no es algo que podamos adquirir por cuenta propia. Para obtener el Espíritu Santo tenemos que arrepentirnos, ser bautizados por un verdadero ministro de Dios y luego recibir la imposición de manos (ver Hechos 8:17; 2 Timoteo 1:6-7).

El Espíritu Santo, el poder para transformar su vida

El Espíritu Santo es un poder, el poder que Dios envió como un regalo, un ayudador que viene del Padre. Es algo que Dios nos da como un obsequio al arrepentirnos y obedecerle (véase también Hechos 5:32). El Espíritu Santo en realidad es el poder de Dios que obra dentro y a través de nosotros, aun cuando la mayoría de las personas religiosas lo percibe de manera muy distinta. ¿Cuál es el papel del Espíritu de Dios en nuestra vida hoy?

Una vez que hemos recibido el Espíritu de Dios, que es el poder que cambia nuestra vida, tenemos la posibilidad de acercarnos a Dios y desarrollar una relación espiritual con él, para entender mejor cuál es su voluntad y su propósito para nosotros.

El Espíritu de Dios nos ayuda a entender su Palabra, para que podamos leer la Biblia y comprenderla con mayor profundidad. Cuando empezamos a hacer eso, vemos la necesidad de cambiar aún más, y lo que tenemos que cambiar en nuestra vida. Podemos ver las deficiencias en nuestro carácter, que podemos superar por medio del Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es el poder que nos ayuda a cambiar de verdad; nos convence, trabaja con nosotros y nos ayuda a ver cómo corregir nuestras vidas para caminar según la voluntad de Dios.

Una de las explicaciones más alentadoras que la Biblia ofrece sobre el Espíritu Santo es la que Pablo escribió en 2 Timoteo 1:7, citado anteriormente: “Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio”. Obviamente el Espíritu de Dios es un regalo trascendental, inspirador y transformador. Es muy importante, está disponible, y es algo que usted debe considerar seriamente incorporar en su vida si está listo para un verdadero cambio, un cambio que involucre a Dios en su vida.

El Día de Pentecostés representa la única manera legítima de cambiar nuestras vidas. Necesitamos el poder del Espíritu de Dios obrando dentro de nosotros para ser la clase de personas transformadas que Dios quiere que seamos.

Recuerde a Pedro: con la ayuda del Espíritu de Dios, pasó de ser un discípulo con limitaciones a convertirse en un audaz apóstol de Jesucristo y representante del Reino de Dios. ¡Usted también puede experimentar este cambio en su vida con el poder del Espíritu Santo de Dios, gracias al milagro ocurrido en el Día de Pentecostés!