P: Usted se refiere a los mandamientos como el camino hacia la vida y la bendición. Pero ¿no es Jesús el camino? ¿No somos salvados por gracia mediante la fe en él y no mediante la ley?
Preguntas y respuestas
R: Este asunto ha confundido a mucha gente a lo largo de los siglos. La respuesta bíblica es que no se trata de una opción entre dos. De hecho, la gracia y la ley no se excluyen mutuamente. Más bien, ambas cosas marcan un solo rumbo, un solo camino, el único camino.
Al proclamar sus leyes, Dios le explicó a Israel: “¿Qué pide el Eterno tu Dios de ti, sino que temas al Eterno tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas al Eterno tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos del Eterno y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?” (Deuteronomio 10:12-13; compárese con Eclesiastés 12:13).
Jesús no abolió esta instrucción, como muchos suponen (véase Mateo 5:17-19). Cuando un joven le preguntó cómo tener vida eterna (Mateo 19:16), Jesús respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (v. 17, énfasis nuestro en todo el texto). El joven preguntó cuáles, y Jesús procedió a describir varios de los Diez Mandamientos, como también el mandamiento resumido de amar al prójimo como a uno mismo (versículos 18-19).
Jesús condenó la idea de que la obediencia no es necesaria, preguntando: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, [que significa Maestro o Gobernante], y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Y afirmó además: “No todo el que me dice: Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). Como dijimos, la obediencia es un requisito.
Jesús enseñó a sus discípulos a guardar sus mandamientos como él guardaba los mandamientos de su Padre (Juan 15:10). Y él ya había ordenado que la gente obedeciera los mandamientos de Dios. Algunos suponen que Jesús simplemente dio un nuevo mandamiento para amar, pero lo nuevo era que ahora lo tenían a él como el modelo al cual imitar, para saber cómo amar (Juan 13:34). Sin embargo, como acabamos de ver, eso incluía la obediencia a los mandamientos de su Padre.
De hecho, el apóstol Juan escribiría más tarde: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3). Incluso dijo: “En esto sabemos que le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:3-4).
¿Dónde está, entonces, la necesidad de tener fe en Cristo? Aparte de él, nadie puede salvarse. Él lo afirmó personalmente: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). La salvación solo es posible por medio de él (Hechos 4:12).
Alejados de él, las personas se enfrentan a una terrible situación: Romanos 3:23 dice que "todos pecaron", es decir, han transgredido la ley de Dios (1 Juan 3:4), y Romanos 6:23, que “la paga del pecado es muerte”. Por tanto, todos hemos sido condenados. Pero podemos recibir el perdón de Dios mediante el sacrificio de Cristo: “La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Sin embargo, esto no es una licencia para seguir pecando. El mandato de Jesús a la mujer adúltera fue “vete y no peques más” (Juan 8:11). Pero eso es pedir demasiado, porque como explica el apóstol Pablo, “la naturaleza pecaminosa es enemiga de Dios siempre. Nunca obedeció las leyes de Dios y jamás lo hará” (Romanos 8:7, Nueva Traducción Viviente). Entonces, ¿cómo es posible obedecer?
No podemos obedecer de forma continua sin la ayuda divina. Debemos recibir de Dios una nueva naturaleza y aceptar la guía de su Espíritu Santo (Hechos 2:38; 2 Pedro 1:4). Así, Jesús vive en nosotros para ayudarnos a obedecer, con las leyes de Dios escritas en nuestros corazones y mentes (Gálatas 2:20; Hebreos 8:10). Por nuestra parte, debemos cooperar, mantener una actitud de arrepentimiento por las cosas en que fallamos, y no desistir jamás.
La salvación en realidad es un don gratuito a través del arrepentimiento y la fe (Efesios 2:8-9), pero con la condición de continuar en una actitud de arrepentimiento. Esto significa arrepentirnos de desobedecer y comprometernos a obedecer en el futuro, y ser consecuentes.
Algunos afirman que cumplir con ciertas condiciones equivaldría a ganarse la salvación. Pero nuestra obediencia no obliga a Dios a salvarnos: la salvación sigue siendo un don. Y en cualquier caso, no podríamos cumplirlas por nuestra cuenta. Sin embargo, bien podríamos negarnos a cumplirlas, hecho que nos descalificaría y debemos evitar (véase 1 Corintios 9:27; Hebreos 12:4). Como dijimos, la fortaleza que necesitamos nos es dada por medio de la ayuda de Cristo.
Hay que señalar además que aunque Jesús es, como él dijo, el camino, la verdad y la vida, estas descripciones también se ajustan a la ley de Dios. “¡Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley del Eterno!” (Salmo 119:1). “Todos tus mandamientos son verdad” (v. 151). “Aplicad vuestro corazón a . . . todas las palabras de esta ley. Porque no os es cosa vana, es vuestra vida, y por medio de esta ley haréis prolongar vuestros días” (Deuteronomio 32:46-47).
Esto tiene sentido cuando reconocemos que Jesús es la Palabra de Dios (Juan 1:1-3, 14) y que entregó estas leyes a Israel en nombre del Padre. Él ejemplificó estas leyes a la perfección, y ellas describen su naturaleza. Murió para perdonarnos por caminar en contra de esas leyes para que pudiéramos, con su ayuda y poder, vivir en obediencia a ellas. Ocasionalmente seguiremos cayendo, pero debemos seguir arrepintiéndonos y creciendo a través de Cristo (1 Juan 1:8-2; 2 Pedro 3:18).
Lo que todo esto significa es que no es una cuestión de ley o de gracia; de los mandamientos, o de la salvación mediante la fe en Cristo. En cambio, es por gracia que Dios concede el perdón de los pecados mediante el sacrificio de Cristo, y su gracia hace posible la obediencia por medio del Espíritu Santo, con Cristo viviendo en nosotros para ayudarnos a crecer y vencer, lo que finalmente nos lleva a la salvación. Todo esto constituye el único camino hacia la vida eterna y las bendiciones. bn