Naturaleza humana
Lo que usted debe saber
Albert Einstein dijo una vez respecto a la amenaza de la guerra moderna: “Es más fácil desnaturalizar el plutonio que desnaturalizar el espíritu maligno del hombre” (“The Real Problem Is in the Hearts of Men” [“El verdadero problema está en el corazón de los hombres”], New York Times Magazine, 23 de junio de 1946). Es decir, sería más fácil modificar el elemento clave del armamento nuclear, haciéndolo inofensivo, que cambiar lo que las personas son en su fuero interno y hacer inofensiva la destructiva naturaleza humana.
Pero ¿es realmente mala la naturaleza interna del hombre? Este es un tema largamente debatido. En el mundo occidental, durante muchos siglos el dogma católico enseñó que el hombre es intrínsecamente malo, incluso que nace con la mancha del “pecado original” transmitida por Adán y Eva, y muchas iglesias protestantes continuaron sosteniendo este punto de vista.
Ciertos filósofos de la era de la Ilustración aportaron nuevas ideas, algunas que defendían la bondad intrínseca del hombre, como el concepto de Jean-Jacques Roussseau del “buen salvaje” que desarrolla deseos antinaturales al ser corrompido por la civilización. Pero las llamadas culturas “primitivas” estaban saturadas de guerra y atrocidades. John Locke abogó por un empirismo, o naturaleza desarrollada mediante las experiencias, argumentando que, en términos de carácter, el hombre no nace pecador sino como una pizarra limpia, y más tarde se corrompe con el mal.
Otros psicólogos posteriores argumentaron que el carácter humano es producto de impulsos biológicos, problemas de salud mental y dinámicas sociales, descartando la moralidad como algo que produce estrés y culpabilidad perjudiciales. Sin embargo, para entender la naturaleza humana es vital entender primero qué es la moralidad y el tema bíblico del pecado.
De hecho, para comprender a los seres humanos es de fundamental importancia que recurramos al Creador de la humanidad. A través de su Palabra, la Biblia, él nos ayuda a entender nuestra naturaleza humana básica y nos proporciona una sabiduría esencial para lidiar con el mundo que nos rodea y con nuestros propios problemas.
¿Cómo es la naturaleza humana según la Biblia? ¿Buena o mala?
En Jeremías 17:9 Dios declara: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (énfasis nuestro en todo este artículo). La palabra “corazón” se refiere a los pensamientos y a la naturaleza espiritual del hombre. La gente trata de ocultar esta naturaleza, incluso de sí misma, pero sin embargo ella da lugar a pensamientos y acciones erróneos. Como afirmó Jesucristo: “Pues de adentro, del corazón de la persona, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, el robo, el asesinato, el adulterio, la avaricia, la perversidad, el engaño, los deseos sensuales, la envidia, la calumnia, el orgullo y la necedad” (Marcos 7:21-22, Nueva Traducción Viviente).
El apóstol Pablo explicó que todos los seres humanos de carne y hueso tienen esta naturaleza: “Pues la naturaleza pecaminosa es enemiga de Dios siempre. Nunca obedeció las leyes de Dios y jamás lo hará” (Romanos 8:7, NTV). La ley de Dios es la expresión de su carácter perfecto, justo y bueno, lleno de amor y abundante preocupación hacia los demás que se manifiesta por su forma de dar, ayudar y cuidar. Lo opuesto a esto es el camino malvado, egoísta y autocomplaciente de la vanidad y el tomar para uno mismo. La naturaleza del hombre está motivada por este último camino: el de ser hostil a Dios.
Pero ¿acaso los seres humanos no dan y comparten? Hasta cierto punto sí, pero ¿están plenamente de acuerdo con Dios en todo lo que piensan y hacen? Jesús se refirió así a la gente común y corriente: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11). “Ser malo” es un problema que aqueja a todos, en diversos grados. Pero fíjese en que aquellos a los que se dirigió Jesús también sabían dar a sus hijos.
La Biblia deja claro que todos los seres humanos tienen una tendencia espiritual hacia el mal que los aleja de la virtud pura. Y ninguno de ellos ha vivido sin pecado (la violación de la ley o camino de vida de Dios), excepto Jesucristo (Romanos 3:23; 1 Juan 3:4; Hebreos 4:15).
Entonces, ¿cómo es posible que tantas personas tengan un carácter amable y decente? Cada ser humano tiene un temperamento, una personalidad y un conjunto de experiencias pasadas y objetivos futuros únicos, que han contribuido a moldear su vida. Los seres humanos son moldeados por muchas influencias, tanto buenas como malas. El desarrollo del pensamiento y de la conducta está influido por los padres, la familia, los profesores, los amigos, la religión, etc.
La Biblia hace gran hincapié en que los padres deben enseñar continuamente a sus hijos las leyes y los valores de Dios (véase Deuteronomio 6:6-9). Las personas también aprenden sobre el principio de causa y efecto: las consecuencias de nuestras acciones que conducen a algunas reformas necesarias.
Debemos darnos cuenta además de que Dios hizo a las personas como seres sociales que hasta cierto punto necesitan ser capaces de llevarse bien, en beneficio de la supervivencia humana. Pablo también menciona que incluso las naciones gentiles apartadas de la ley de Dios tenían un sentido de conciencia sobre el bien y el mal (Romanos 2:14-15), aunque este sentido no siempre las dirigía correctamente y podía ser sofocado (compare Proverbios 14:12; 1 Timoteo 4:2).
El origen de la naturaleza humana
Dios no creó al hombre con una naturaleza malvada. En Eclesiastés 7:29, donde Salomón se lamenta de la pecaminosidad de la gente, hace este comentario: “Sin embargo, sí encontré lo siguiente: Dios creó al ser humano para que sea virtuoso, pero cada uno decidió seguir su propio camino descendente” (NTV).
Esto no significa que Adán y Eva tuvieran un carácter piadoso y justo cuando fueron formados en el huerto de Edén. En realidad se encontraban en un estado de inocencia, sin haber hecho todavía ninguna elección moral entre dos caminos. Dios declaró que su creación era “muy buena” (Génesis 1:31), pero el carácter recto del hombre iba a producirse mediante elecciones correctas que aún debía hacer. Dios los había creado para que inicialmente respondieran a él y se llevaran bien entre ellos, así que empezaron de la manera correcta. Tenían ciertas necesidades y deseos físicos que estaban siendo satisfechos, así que todavía no había tentación hacia el egoísmo.
Pero entonces llegó la tentación directa de Satanás el diablo en la forma de la serpiente en el huerto. Eva sucumbió al engaño y la tentación de desobedecer el mandato de Dios. Adán no fue engañado, pero también comió del fruto prohibido (1 Timoteo 2:14). Al comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, el hombre escogió determinar por sí mismo qué era bueno y qué era malo, sometiéndose así a la influencia y el dominio de Satanás. En aquel momento comenzó a corromperse la naturaleza del hombre; pero la corrupción no se detuvo con ellos.
Como se señaló anteriormente, muchos han enseñado la idea de que todos los seres humanos están manchados con “el pecado original” a través de la descendencia de Adán y Eva, y que por tanto nacieron condenados por el pecado. Se cita como prueba Romanos 5:12: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. ¿Por qué la muerte “pasó a todos”? No por el pecado de Adán, sino “por cuanto todos pecaron” (mismo versículo) y de diversas maneras a partir de Adán (versículo 14). No fue porque estaban manchados con el pecado de Adán.
Dios dice que las personas solo son condenadas por sus propios pecados, no por los de sus antepasados (Ezequiel 18:20). Es cierto que las consecuencias de los pecados se transmiten de generación en generación (Éxodo 20:5; Números 14:18), pero esto se debe a que los patrones de vida, las enseñanzas y las diferentes circunstancias se transmiten y tienen efectos a largo plazo.
El pecado de Adán y Eva tuvo devastadoras consecuencias para sus descendientes. Estas incluyeron estar mayormente aislados de Dios y vivir en un mundo maldito, sujeto a la influencia maligna de Satanás y sus demonios.
Crecemos en el mundo de Satanás
Hasta que Jesucristo regrese a la Tierra, Dios permitirá que Satanás continúe como “el dios de este mundo” y “el príncipe de este mundo” (2 Corintios 4:4; Juan 12:31). Satanás es un vicioso y mentiroso que “engaña al mundo entero” para que crea y “que a lo malo [diga] bueno, y a lo bueno malo” (Juan 8:44; Apocalipsis 12:9; Isaías 5:20).
A veces él engaña a la gente personalmente, pero difunde aún más su engaño permitiendo que se extienda y que muchos actúen como sus agentes involuntarios. Satanás y sus demonios trabajan detrás de los Gobiernos y otras instituciones de este mundo. Controlan los medios de comunicación, la educación y las religiones, y operan entre las masas y en los individuos.
Efesios 2:2 explica que el rumbo de este mundo lo establece Satanás como “[el] príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora obra en los hijos de obediencia”. Evidentemente, Satanás lleva a cabo lo que podríamos llamar una “emisión” espiritual de estados de ánimo y actitudes erróneas que salen al mundo y a la que están sintonizadas las mentes humanas. Así que detrás de los males morales del mundo hay mucho más que una pugna entre intereses egoístas. Más bien, la gente es incitada a vivir pecaminosamente, y esto comienza en la infancia.
Los seres humanos no nacen con pecado, como muchos suponen. Los bebés empiezan con una pizarra limpia, como sostenía Locke. Jesús utilizó la inocencia y la capacidad de aprendizaje de los niños pequeños como ejemplo de la actitud adecuada para recibir el Reino de Dios (Mateo 19:14). Sin embargo, en algún momento del desarrollo moral temprano se establece la corrupción. No sabemos cuándo ocurre esto, salvo que Génesis 8:21 dice que “todo hombre y mujer solo están pensando en hacer lo malo desde su niñez” (Traducción en Lenguaje Actual).
Obviamente, los bebés necesitan ser egocéntricos para que avisen a sus padres cuando tienen hambre, les duele algo, necesitan que los cambien, etc. (Incluso cuando somos mayores, cierto grado de autopreocupación y cuidado personal es apropiado). No obstante, en algún momento los niños pequeños empiezan a manifestar algunas señales de egoísmo y avaricia.
A medida que los niños crecen, necesitan muchas buenas influencias para contrarrestar la abundante mala influencia de Satanás y de la sociedad y los impulsos de gratificarse a sí mismos sin la debida consideración por los demás, y más que nada por Dios. Hay que enseñarles la Biblia y los valores bíblicos, y todos necesitamos continuar esta tarea a lo largo de la vida.
Los que creen que la naturaleza humana es básicamente buena inventan muchas excusas para el comportamiento destructivo de la gente. A menudo les echan la culpa a circunstancias como la pobreza o la raza en lugar de responsabilizar personalmente a cada malhechor, lo que fomenta una mentalidad de víctima entre los perpetradores. Los elitistas que ambicionan ejercer un poder tiránico sobre los demás razonan que las masas ignorantes inferiores necesitan su sabia guía.
Debido a la engañosa naturaleza humana, evite depositar demasiada confianza en los líderes, en otras personas y en usted mismo (Proverbios 14:6; Jeremías 17:5; Proverbios 3:5). El mundo de Satanás está armado contra nosotros, y el principal agente en ello es nuestra propia naturaleza humana. ¡Somos nuestro peor enemigo!
Cómo hacer frente a esta naturaleza corrupta y arraigada
Como hemos visto, desde que Adán y Eva pecaron la humanidad ha estado sometida al dominio de Satanás. Su transmisión espiritual y su influencia social impregnan el pensamiento de las personas desde temprana edad, de modo que la naturaleza innata del hombre se ve dominada gradualmente por lo que denominamos naturaleza humana, que en realidad es una naturaleza humana corrompida que adopta la naturaleza de Satanás.
Sin embargo, podríamos preguntarnos por qué Dios permite que la continua influencia de Satanás sobre la Tierra y su permanente obra en la naturaleza humana arrastren a la gente al fracaso. Se nos dice que Dios permite las tentaciones y las dificultades como medio para probarnos y fortalecernos (Santiago 1:2-3). Podemos comparar esto con el ejercicio físico: necesitamos resistencia, como pesas que podamos tirar y empujar para fortalecer mejor nuestros músculos. Y lo mismo ocurre con el desarrollo del carácter espiritual.
¿Cuál es el remedio para la naturaleza humana? Es “transformarse” espiritualmente (Romanos 12:1-2). El apóstol Pedro lo explicó así: “Cada uno de ustedes debe arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y ser bautizado en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados. Entonces recibirán el regalo del Espíritu Santo” (Hechos 2:38, NTV).
El Espíritu Santo de Dios cura nuestra ceguera espiritual y nos permite comprender la verdad espiritual. (Mateo 13:16; 1 Corintios 2:9-12). Y Gálatas 5, antes de describir “los deseos de la naturaleza pecaminosa” (versículos 19-21, NTV), nos habla del maravilloso “fruto” (las virtudes puras y alegres) del Espíritu Santo (versículos 22-23). (Véase “¿Tiene usted realmente el Espíritu Santo?” a partir de la página 15).
Sin embargo, tener el Espíritu Santo de Dios no elimina por completo la arraigada naturaleza humana de uno. En Romanos 7, Pablo, aun siendo apóstol, describe su continua “guerra” con su naturaleza humana “carnal”. Al respecto escribió: “Realmente no me entiendo a mí mismo, porque quiero hacer lo que es correcto, pero no lo hago. En cambio, hago lo que odio” (v. 15, NTV). Felizmente en el siguiente capítulo, Romanos 8, Pablo explica muy bien cómo el Espíritu Santo transforma y capacita a una persona.
La naturaleza humana es como un imán: cuanto más se acerca uno a una tentación, más fuerte es la atracción que esta ejerce. Así que no confíe solo en “resistir” las tentaciones. Varias escrituras nos instan a evitarlas y a “huir” de ellas (por ejemplo, Proverbios 4:14-15; 1 Timoteo 6:9-11; 2 Timoteo 2:22).
Necesitamos acercarnos a Dios (Santiago 4:8) y deberíamos hacerlo cada día mediante la oración y la lectura de la Biblia, esforzándonos por vivir según cada palabra de Dios (Lucas 4:4). Si lo hacemos, ¡podremos disfrutar plenamente del poder y el placer de la naturaleza de Dios que actúa en nosotros! (2 Pedro 1:2-4). Y entonces, después de que seamos finalmente transformados en el Reino de Dios, ya no tendremos la carga de la naturaleza humana, ¡pues estaremos totalmente imbuidos de la naturaleza pura y maravillosa de Dios! BN