Martín Lutero, una reforma incompleta

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Martín Lutero, una reforma incompleta

Según dice la tradición popular, e1 31 de octubre de 1517 un monje relativamente desconocido llamado Martín Lutero clavó una carta, Las 95 tesis, en las puertas de la iglesia del palacio de Wittenberg, en Alemania.

Lutero deseaba que su obra, escrita en latín, fuese leída por sacerdotes y monjes. Las 95 tesis abordaban los cambios que él creía eran necesarios en la Iglesia católica. Al poco tiempo, las tesis de Lutero fueron traducidas al alemán y algunos clérigos y feligreses comenzaron a estar de acuerdo con él.

Lutero nunca se imaginó que este simple acto desencadenaría una revolución que acabaría con el poder que la Iglesia católica tenía sobre la vida espiritual de Europa. Dentro de unos pocos años, el cristianismo occidental se dividiría en ramas que estarían en competencia entre sí, y el mundo nunca volvería a ser el mismo.

El temor medieval al infierno y el purgatorio

En el meollo del pensamiento teológico de la Edad Media se hallaba el espeluznante temor a acabar en el infierno. La salvación fue ofrecida a la humanidad a través de Jesucristo, pero a los fieles devotos les mortificaba la incertidumbre de no saber qué ocurriría con ellos si no lograban ser limpiados completamente del pecado antes de morir.

La perspectiva de morir teniendo aún el “pecado mortal” era aterradora. Si un sacerdote no estaba presente para llevar a cabo los últimos ritos, la persona podía terminar siendo atormentada eternamente por los demonios.

Además, existía el problema del pecado venial, es decir, el tipo de pecado que si bien no merecía la maldición eterna, sí requería un castigo. Para tratar con este problema, la iglesia medieval llegó a obsesionarse con el concepto del purgatorio.

La iglesia enseñaba que el purgatorio era el lugar al cual iban los cristianos después de la muerte. No era el infierno, de donde quienes eran maldecidos por toda la eternidad no tenían esperanza de escapar, sino un lugar de una angustia inimaginable, donde las almas de los cristianos eran castigadas y purificadas.

Es fácil imaginarse la preocupación experimentada por los católicos devotos medievales, obsesionados con las imágenes de sus seres amados destinados a una existencia espantosa, en espera de ser liberados para unirse a Jesús y los santos en el cielo.

La Iglesia católica enseñaba que, no obstante, había algo que los seres vivos podían hacer al respecto. En los días de Lutero, la iglesia de Wittenberg tenía numerosos altares laterales donde los sacerdotes llevaban a cabo misas privadas. La gente pagaba estos sacramentos como una forma de reducir el tiempo que sus seres queridos tenían que pasar en el purgatorio.

Otra práctica similar era la venta de “indulgencias”. Una indulgencia era la promesa de la iglesia de que, a cambio de cierta suma de dinero, la gente podía igualmente minimizar el tiempo que sus seres queridos pasarían en el purgatorio. Una persona podía incluso pagar una indulgencia para sí mismo un tipo de tarjeta de débito espiritual.

El pago por misas y la venta de indulgencias había enriquecido a la Iglesia católica en gran manera. Uno de los temas que Lutero atacó en su Tesis era la venta de indulgencias. El resultado fue que toda la economía de la Iglesia católica, la manera en la que el Vaticano financiaba la construcción de proyectos y mantenía su poder militar, ahora se hallaba bajo ataque.

Un monje desconocido se enfrenta al papa

En su juventud Lutero no tenía intención de unirse al clero, pero un acontecimiento dramático cambió el curso de su vida. Cuando era joven, casi le cayó un rayo. En ese tiempo, la mayoría de la gente creía que los rayos eran causados por el diablo o demonios. La idea de una muerte repentina antes de recibir el sacramento de los últimos ritos era para él simplemente aterradora. En su mente, Lutero se imaginaba que su alma podía perderse para siempre.

Lutero ingresó al monasterio, donde tomó un voto de castidad y pobreza, recibió un doctorado en teología y fue ordenado sacerdote. Sus días estaban repletos de oración, ceremonias, sacrificio personal y estudios religiosos. Pero luchaba con el concepto del pecado y cómo una persona podía ser aceptada por Dios. Estaba agobiado de culpa, depresión y un sentido de aversión hacia sí mismo. Concluyó que Dios perdonaría solo a un pecador que estaba consumido de odio hacia sí mismo.

En 1511 Lutero viajó a Roma. No tomó mucho tiempo para que el monje idealista comenzara a decepcionarse seriamente. Se sorprendió de cómo los sacerdotes se apresuraban a llevar a cabo una misa para poder ser remunerados por la siguiente. Se desilusionó con la opulencia e inmoralidad que vio entre el sacerdocio.

Había unos escalones en Roma que, según se decía, eran los mismos que Jesús había subido antes de aparecer frente a Poncio Pilato. Lutero quería ayudar a su abuelo a pasar menos tiempo en el purgatorio, por lo que compró una indulgencia y subió los escalones de rodillas, deteniéndose en cada uno para besarlo y decir una oración. Más tarde dijo que al llegar a la cima de los escalones, se preguntó si alguna parte de ese ritual era siquiera cierta.

El monje, quién pensaba que el camino a Dios se basaba en el desprecio a sí mismo y en rituales, estaba ahora abrumado con dudas acerca de las enseñanzas de su iglesia. Y esto llevó al cambio en sus creencias.

Después de su Tesis, Lutero, un escritor prodigioso, escribió libros que se hicieron muy populares, y Roma comenzó a darse cuenta. Un libro en particular, que llamó la atención de ésta, fue titulado La cautividad babilónica de la iglesia y fue publicado en 1520. En dicha obra, Lutero declaró que el papado era el anticristo.

El papa condenó los escritos de Lutero y ordenó que sus libros fuesen quemados. Lutero respondió quemando públicamente el decreto del papa. Al año siguiente, Lutero fue llamado a aparecer frente al emperador alemán y en la Dieta de Worms y fue declarado un hereje. El monje desconocido era ahora una celebridad.

Más actos revolucionarios

El monje condenado huyó al castillo de Wartburg. Fue aquí, entre 1521 y 1522, que Lutero tradujo el Nuevo Testamento del griego al alemán.

En nuestro mundo de libros y acceso instantáneo a información a través del Internet, es difícil comprender cuán monumental fue para Lutero completar esta traducción. Por más de mil años, la Iglesia católica había mantenido el poder eclesiástico asegurándose de que la Biblia no fuese traducida a lenguajes comunes. El estudio de la Biblia estaba reservado principalmente para los monjes y sacerdotes, ya fuera en latín o los idiomas originales, el hebreo y griego. Incluso la misa regular, el servicio de adoración diario que se centraba en la eucaristía o rito de la comunión, se hacía en latín. Esto significaba que la mayoría de la gente perteneciente al cristianismo no comprendía las palabras de la misa.

Mediante la tecnología relativamente nueva de la imprenta, los partidarios de Lutero publicaron varias copias del Nuevo Testamento. Ahora era posible que la gente que sabía leer en Alemania obtuviese una copia de las Escrituras en su propio idioma.

Al año siguiente, Lutero hizo otra cosa que sorprendió al mundo católico. A pesar de su voto sacerdotal de castidad, se casó. Y no solo se casó con una mujer local común — ¡se casó con una que solía ser monja!

El desacuerdo de Lutero con el libro de Santiago

El legado más duradero de Lutero fue su enseñanza de que la justificación solo puede obtenerse mediante la fe, es decir, que solo a través de la fe nos hacemos justos frente a un Dios de justicia.

Un pasaje que fue fundamental para su enseñanza es Romanos 3:23-26, donde el apóstol Pablo escribe “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”.

Aquí Pablo presenta las buenas noticias de que nuestros pecados son perdonados debido al sacrificio de Jesucristo, quien murió por nuestros pecados como nuestro sustituto. Como ninguna obra humana puede ganar el perdón de Dios, entonces somos justificados cuando tenemos fe en la promesa de Dios y aceptamos el sacrificio que Cristo hizo por nosotros.

Lutero concluyó que para ser justificado, todo lo que uno tiene que hacer es creer en Cristo sin ninguna obra correspondiente. Se refirió a los escritos de Pablo en Romanos, donde Dios le prometió a Abraham que el número de sus descendientes sería como las estrellas en el cielo, a pesar de que él y su esposa Sara no tenían hijos y que sus años fértiles ya habían pasado. Lutero notó que Pablo citó de un pasaje en Génesis que dice “Y [Abraham] creyó al Eterno, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6; citado en Romanos 4:3).

Para Lutero, este era un asunto muy sencillo: crea y será justificado. Una vez justificado, usted ya es salvo. Una vez salvo, sigue siendo salvo sin importar sus obras, sean estas buenas o malas.

Pero Lutero tenía un problema. El libro de Santiago, que se encuentra en el Nuevo Testamento, enseña que se necesita más que la simple fe para ser justificado. Santiago, el medio hermano de Jesucristo, escribió: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” (Santiago 2:17-20).

En sus Prefacios de la epístola de Santiago y la carta de Judas, Lutero declaraba que el escrito de la carta de Santiago “está en directa oposición a Pablo y al resto de la Biblia, y atribuye la justificación a las obras . . .” (Martin Luther: Selections from His Writings [Martin Lutero: Selecciones de sus escritos], John Dillenberg, ed., 1962, p. 35).

Y no solo esos escritos de Santiago eran problemáticos para Lutero. Santiago escribió: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:21-24).

Para Lutero, Pablo y Santiago eran incompatibles. Uno de sus principios a seguir era “únicamente las Escrituras”, pero ahora luchaba con las Escrituras cuando no encajaban en su punto de vista. Finalmente tildó la epístola de Santiago de “epístola de paja” y dijo que deseaba “arrojarla . . . al fuego”, manifestando dudas de que realmente perteneciera a la Biblia (Luther’s Works [Obras de Lutero], E.T. Bachmann, ed., 1960, vol. 35, p. 362, y vol. 34, p. 317).

¿Son Pablo y Santiago incompatibles?

Lutero creía que Pablo y Santiago estaban promoviendo dos maneras diferentes e incompatibles para ser justificados. Pero, ¿es esto así realmente?

La respuesta se encuentra en la manera que ambos autores utilizan el ejemplo de Abraham. Pablo estaba escribiéndole a la iglesia en Roma para explicar que tanto judíos como gentiles pueden llegar a tener una relación con Dios y que ambos son justificados por la gracia de Dios y la fe en la obra de Cristo. Pablo enseña claramente que nadie puede ganarse el favor de Dios por medio de obras. Abraham fue justificado porque creía en las promesas de Dios.

Santiago, sin embargo, estaba lidiando con un problema un poco distinto. Se estaba refiriendo a la idea errónea de que simplemente creer constituye tener fe viva. Recuerde, él escribió que Satanás y los demonios creen en Dios y temen su increíble poder y gloria. ¡Dejó en claro que nuestra fe debe ser mucho más que la simple creencia! La fe comprende confiar completamente en Dios, y esta confianza es la motivación para la obediencia.

Piense en el argumento de Santiago. Abraham creía en la promesa que Dios le hizo de que su hijo Isaac le daría descendientes. Luego Dios le ordenó que sacrificase a su hijo. La promesa de Dios y el mandamiento de la obediencia a él parecían ser inconsecuentes, por decir lo menos.

¿Qué habría pasado si Abraham le hubiese dicho a Dios: “Creo en tu promesa de darme descendientes a través de Isaac, y como eso no puede ocurrir si lo sacrifico, he decidido desobedecerte. ¡Pero aún creo en tu promesa!”?

Santiago sostenía que si Abraham se hubiese rehusado a obedecerle a Dios, su creencia no habría sido una fe verdadera. Si una persona confía realmente en Dios, entonces sus acciones estarán basadas en esa confianza.

No podemos borrar nuestros propios pecados o impresionar a Dios lo suficiente para merecer la salvación. Además, no debemos caer en la trampa de pensar que Dios solamente requiere que creamos. La fe también significa dejar que Dios opere en nosotros. En esta sumisión, la verdadera fe viviente produce obras. Pablo está en lo correcto al enseñar que los seres humanos no pueden ganar la justificación, sino que deben tener fe en Cristo. Y Santiago también está en lo correcto al enseñar que la fe sin obras es muerta — es inútil y vacía, porque no cambia verdaderamente a la persona.

Aún más, Pablo mismo dijo que “los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2:13), es decir, se hacen justos ante Dios. Debemos entender que recibimos la justificación inicial de Dios cada vez que nos arrepentimos, aparte de cualquier obra de obediencia (Romanos 3:28). Pero el permanecer justificados ante Dios es condicional y depende de si continuamos activamente obedeciéndole. No hay contradicción.

Los resultados imprevistos de la revolución

Pareciera ser que después de casarse, Lutero pensó que podía finalmente establecerse, pastoreando y disfrutando de la vida familiar. Pero romper con Roma tuvo otras serias consecuencias.

Más protestantes comenzaron a confrontar a la Iglesia católica. Mientras que la mayoría compartía muchas de las interpretaciones bíblicas de Lutero, al mismo tiempo estaban en desacuerdo con varios temas importantes. Temas como el bautismo de infantes, la predestinación, el estado de los muertos y el libre albedrío conllevarían a un intenso debate entre los reformistas a medida que el movimiento se propagaba a lo largo de Europa y se fracturaba en diferentes grupos.

El líder reformista pasaría sus últimos años no solo defendiéndose de Roma, sino además atacando a otros protestantes con el mismo vigor que demostró en contra de los católicos.

El movimiento que él comenzó llevó a más de un siglo de inquietud y conflictos entre católicos y protestantes, y a la muerte de millones por la guerra, las masacres y el genocidio perpetrados en el nombre de Dios y por sus consecuentes enfermedades y hambrunas.

La revolución inacabada

Martín Lutero expuso la avaricia, la esclavitud ritualista de la persona común y algunos de los dogmas no bíblicos del catolicismo. Él se resistió a un sistema religioso que había malinterpretado y hecho mal uso de las Escrituras. Fue un despertar que desató la Reforma Protestante.

Pero ¿fue acaso mucho mejor el movimiento que él involuntariamente engendró? Cinco siglos después de que Lutero presentara Las 95 Tesis, es hora de que los protestantes examinen si sus enseñanzas se han degenerado hasta convertirse en una versión diluida y corrupta de lo que la Biblia realmente enseña. ¿Qué tanto ha contribuido la idea de que lo único que se necesita para la salvación es creer, a que muchos utilicen la gracia de Dios como  licencia para pecar?

¿Cuántas veces los cristianos dan excusas para vivir con su novio o novia fuera del matrimonio, ignorando uno de los Diez Mandamientos, o viviendo una vida como aquellos que no creen en Dios, con el simple argumento de “soy justificado sin obras; he sido salvado por la gracia; Dios me ama tal como soy”?

Esta manera de pensar no es otra cosa que utilizar la gracia de Dios como una licencia para pecar, y tiene graves consecuencias. Jesús nos da esta advertencia en el sermón del monte:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).

Pablo y Santiago no se contradicen mutuamente en sus declaraciones acerca de la fe y las obras. Cuando combinamos las enseñanzas de estos autores inspirados, vemos que la fe viva es mucho más que la simple creencia. Es la sumisión completa y total de la voluntad y el cuerpo, corazón y mente, pensamientos y obras, a la soberanía de Dios y su poder en nosotros.

Cuando una persona somete su voluntad a Dios y con fe acepta a Jesucristo como su Salvador y Maestro, Dios le da el poder para hacer buenas obras. Y la persona debe hacerlas, “combatiendo contra el pecado” (Hebreos 12:4), para continuar en justificación con Dios. Si peca, debe arrepentirse nuevamente con una fe honesta y un compromiso genuino.

La salvación es más que el perdón de Dios. La salvación es la obra que Dios lleva a cabo en los seres humanos para crear hijos eternos. Como Pablo escribió en 2 Corintios 6:18: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. Participamos en su obra cuando nos sometemos fielmente a la obra que él lleva a cabo en nosotros.

El mundo necesita desesperadamente un despertar espiritual. Debemos retomar la Biblia y atesorarla como la Palabra de Dios que nos guía. Tome el libro y pídale a Dios en oración que lo guíe. ¡Permita que la revolución espiritual comience con usted!  BN