Lecciones de las parábolas
El trigo y la cizaña
El apóstol Pablo escribió lo siguiente a la congregación de Corinto: “. . . ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios” (1 Corintios 3:9, Nueva Versión Internacional). En este pasaje Pablo afirma claramente que aun cuando él u otro ministro pudieron haber sembrado y regado las semillas, Dios era el que daba el crecimiento. Dios controla su campo y lo que éste produce para la cosecha.
Quisiera explicarles por qué esto es reconfortante y alentador al mismo tiempo.
Como ministro del evangelio por más de 40 años, he pastoreado y enseñado al pueblo de Dios acerca del Reino y entregado miles de sermones; he viajado miles de kilómetros para atender las necesidades de los miembros; he bautizado a creyentes arrepentidos para que formen parte del Cuerpo de Cristo; he bendecido a incontables niños; he ungido enfermos y he sepultado a los fieles, entre otras cosas. Actualmente sirvo a un público mucho más amplio mediante un ministerio basado en distintos medios de comunicación, incluyendo esta publicación.
Este llamado me ha permitido conocer toda clase de personas y tipos de personalidades, cada una de ellas con su propia historia, motivos y problemas personales. Sin embargo, todos tenemos una característica en común: nuestras vidas se cruzan en el campo que se llama Iglesia de Dios. En este lugar nos encontramos para conversar, caminar y vivir bajo la gracia de Dios y su guía.
Han transcurrido 42 años y aún creo y enseño lo que hice desde el primer día en este campo, aunque bastante más refinado debido al aprendizaje y conocimiento que he ido adquiriendo. Lamentablemente, algunos de los que he conocido en este campo han dejado el camino de la fe.
Como vimos en la parábola del sembrador y la semilla, algunos permiten que la semilla del Evangelio se ahogue por los afanes de esta vida y la persecución del mundo. Algunos que trabajaron conmigo pertenecían a esta categoría, pero nunca imaginé –ni tampoco ellos– que la gran mayoría caería a la orilla del camino. Todos nos parecíamos y teníamos las mismas creencias y objetivos.
En mi trabajo como ministro de Cristo he aprendido otra lección: que a pesar de ser parte de la misma comunidad de creyentes, las razones que nos llevan a formar parte de ella pueden ser diferentes. La parábola del trigo y la cizaña agrega otra dimensión a nuestro entendimiento de lo que significa sembrar semilla en un campo.
La cizaña en medio del trigo
Después de la parábola del sembrador, Cristo relató la de la cizaña. Veamos lo que les dijo:
“ Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña.
“ Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos?
“ Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero” (Mateo 13:24-30).
Esta parábola se parece a la otra en que a nosotros nos corresponde sembrar la semilla, pero ahí termina toda similitud. Cada uno de los otros elementos tiene un significado distinto y nos permiten llegar a una aleccionadora conclusión acerca del campo de Dios y de aquellos que están en él.
La cizaña es una planta que crece generalmente entre los sembrados de trigo, y aunque se parece mucho a éste, no es adecuada para el consumo. De hecho, muchos piensan que la cizaña que se menciona en esta parábola es una maleza tóxica de apariencia muy semejante al trigo.
Mientras crece en medio de las espigas de trigo, la cizaña no se puede distinguir del trigo verdadero. Únicamente cuando se acerca la época de la cosecha y el trigo brota y produce su fruto, es posible diferenciarlo de la maleza.
La explicación de la parábola
Veamos cómo explicó Jesús esta parábola: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo.
“ Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 13:37-43).
Dios tiene un campo que aquí se define como el mundo entero, y en el cual se lleva a cabo un propósito divino. Dios guía tanto a la historia como a la humanidad hacia un fin que cumplirá su propósito.
Esta parábola nos muestra los dos tipos de obra que se están realizando en el mundo y nos permite entender por qué existe la maldad. Dios siembra buenas semillas que se convierten en hijos de su Reino; Satanás, el maligno, también siembra su descendencia.
Como la cizaña y el trigo se ven iguales, es prácticamente imposible poder diferenciarlos a simple vista. Por esta razón Dios les dice a sus siervos que dejen crecer a ambos hasta que llegue el tiempo de la siega, único momento en el que es posible distinguirlos. En 2 Timoteo 2:19 leemos que “conoce el Señor a los que son suyos”.
¿Son acaso “los hijos del malo” que se encuentran en medio de una comunidad cristiana, personas malas? No. La parábola nos dice que se ven y actúan igual a “los hijos del reino”, es decir, no se les puede diferenciar. Mientras no nos arrepintamos y volvamos a Dios, estamos “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Satanás influye a través del ánimo y la actitud, y a menos que entendamos esto y resistamos activamente su espíritu malvado, podemos convertirnos involuntariamente en sus agentes.
Satanás es el dios de esta época y mantiene a todos engañados (2 Corintios 4:4; Apocalipsis 12:9). Él puede infiltrarse hasta en los círculos más íntimos del pueblo de Dios; por lo tanto, las palabras de Jesús en este sentido deben ser consideradas como una verdadera advertencia.
Debemos dejar que Dios siegue su campo
Mis años como pastor me enseñaron a ser paciente con quienes trabajan con uno y a tratar a las personas con compasión, equidad y gentileza. Dios, quien discierne el corazón –algo que yo no siempre pude hacer– espera que hagamos esto. Una de las lecciones claves en esta parábola es que el dueño del campo les ordena a sus siervos no salir a segar las varillas que parecen cizaña, porque es muy peligroso.
Trabajé con muchas personas que mostraban interés en Dios y deseos de vivir correctamente, y aprendí a darles el beneficio de la duda. Cuando las personas cometen algún pecado, se presenta la oportunidad de ayudarlos para que se levanten espiritualmente. Muchos pueden actuar ocasionalmente como cizaña siendo hijos del Reino, y muchos pueden actuar como hijos del Reino siendo cizaña. No siempre me era posible distinguirlos.
Una de las lecciones que aprendí de esta parábola fue dejar que Dios hiciera el trabajo de discernir quienes son o no sus hijos. No solo no era mi tarea, sino que tampoco poseía todas las herramientas para llevarla a cabo. Un trabajador en el campo de Dios tiene que ser un observador atento que cuida como pastor las ovejas de Dios y les enseña la sana doctrina de la Biblia, al mismo tiempo que las supervisa con amor.
Tratar a las personas con justicia y amabilidad siempre rinde buenos resultados. Como ministro puede que haya permitido que algunos problemas duraran más de lo debido, pero creo que es mejor mantener una posición vigilante y actuar únicamente cuando las personas claramente manifiesten motivaciones equivocadas y necesiten ser separadas de los otros miembros.
Al apóstol Pablo aconsejó ser pacientes. Si los siervos del dueño del campo hubieran arrasado los campos destrozando las espigas de trigo junto con las de cizaña, ¿qué tipo de desastre se hubiera creado? El fruto bueno no hubiera podido madurar y germinar. Esto mismo sucede al trabajar el campo espiritual de Dios y atender su Iglesia. En el afán de eliminar la cizaña es posible que se dañe e incluso se destruya el fruto bueno.
Dios tiene su tiempo
Dios dice que se les deje crecer juntos hasta la época de la cosecha, en el fin de los tiempos y al regreso de Jesucristo. En ese momento él distinguirá uno del otro como solo él puede hacerlo.
Cristo dice que cualquiera que ofenda y practique la injusticia será arrojado en el horno de fuego. El juicio va a ser un momento difícil, pero esa es una de las lecciones. Habrá un juicio al mundo, y aquellos que son agentes de Satanás y que han realizado actos deliberados de maldad tendrán que someterse a él.
Al mundo moderno no le gusta escuchar la palabra juicio. Juicio implica que existen normas, leyes y absolutos, tanto morales como éticos. Dios dice que vendrá un tiempo para juzgar la injusticia y la maldad, pero la clave es que este juicio será el juicio de Dios, no del hombre. Esta es una verdad reconfortante y maravillosa, porque Dios juzga con justicia perfecta y lo hará de acuerdo a su plan.
Debemos tomar a Dios y a su obra muy seriamente. En lo personal no quiero ser cizaña — alguien que imita algo verdadero. ¿Usted quiere ser cizaña? El mundo está lleno de buenas intenciones, pero son pocos los que muestran lo que realmente son. En este caso, lo verdadero significa ser un cristiano genuino plantado por Dios en su campo.
No es mi rol ni el suyo determinar quienes son cizaña y quienes son trigo; dejémosle a Dios esa labor. Tal vez el propósito principal de esta parábola sea advertirnos a todos quienes profesamos el cristianismo que debemos examinarnos personalmente para asegurarnos de estar en la fe verdadera, siguiendo las enseñanzas de Cristo y edificando sobre una base sólida.
Jesús comparó a quienes escuchan sus enseñanzas y realmente las ponen en práctica con quienes construyen su casa sobre roca sólida, para poder hacer frente a los vientos y tormentas de la vida que destruyen y hacen naufragar la fe (Mateo 7:24-27). Cristo concluye esta parábola diciendo “El que tiene oídos para oír, oiga”. Es prudente escuchar la enseñanza y dejar que nos guíe con temor cristiano, para adquirir buenos hábitos y vivir una vida sana y llena de fe.