Una lucha que nunca termina

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Una lucha que nunca termina

Algunos de nuestros lectores, a quienes les gusta la agricultura o cultivan un huerto en casa, han tenido la experiencia de encontrar en su jardín o en su huerto unas plantas indeseables conocidas como malezas. ¿Cómo llegaron estas plantas allí?

Las semillas de las malezas se diseminan de forma tan diversa como inverosímil. Algunas vienen equipadas con diminutas alas que son arrastradas por el viento; otras se aferran al pelaje de los animales o la ropa de los transeúntes; en ocasiones las aves las ingieren y las excretan muy lejos. De esta forma, las malezas colonizan nuevos territorios, desafiando a los jardineros y a los agricultores.

La lucha contra las malezas ha sido sin tregua entre el hombre y la naturaleza. Esta batalla se inició desde hace muchos años, cuando el hombre empezó a practicar la agricultura.

El huerto del Edén

El hombre fue puesto en medio de una gran belleza y abundancia, con árboles frutales de toda clase (Génesis 2:9). Tenía acceso a una amplia variedad de frutas y vegetales sin necesidad de una labor agrícola intensiva; su responsabilidad era asegurar su sostenibilidad.

En el Edén había una relación armoniosa y equilibrada entre el hombre y la creación. No existían las plagas ni las malezas y todo estaba disponible para ser cosechado.

En el sistema de producción actual, las “malas hierbas” compiten con los cultivos por luz, agua, espacio y nutrientes, reduciendo en forma significativa la producción. Quizá, la mejor definición de maleza sea, “plantas que crecen fuera de lugar”. Esta batalla combina: métodos de control manual, mecánico, químico y, recientemente, la manipulación genética.

Los cultivos transgénicos han sido modificados en su estructura genética para resistir los herbicidas, de modo que cuando se aplican estos químicos, no afectan los cultivos sino únicamente las malezas. Los transgénicos más conocidos son la soya, el maíz y el algodón. En Argentina, más de la mitad de los campos de cultivo se siembran con soya transgénica.

Algunas parábolas de Jesucristo tenían una estrecha relación con la actividad agrícola en Israel. Por esta razón, eran comprensibles desde el punto de vista físico. Sin embargo, las verdades espirituales que enseñaba no eran comprendidas por todos los que las escuchaban.

 “Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: porque a vosotros os es dado saber los misterios del Reino de los Cielos; más a ellos no les es dado”. Mateo 13:10.

El trigo y la cizaña

La parábola de Mateo 13:24-48 nos muestra la coexistencia entre el bien y el mal. En el relato, un hombre siembra buena semilla en su campo, pero mientras todos duermen, el enemigo siembra cizaña entre el trigo y huye. Cuando el trigo nace, aparece también la cizaña. En nuestro lenguaje actual, “sembrar cizaña” significa provocar discordia, a menudo por medio de chismes, conflictos o desacuerdos.

La cizaña es una gramínea muy parecida al trigo en sus etapas tempranas, por lo que al principio es difícil reconocerla. Por esta razón, una buena práctica consiste en limpiar el grano antes de la siembra.

Los siervos le preguntan al dueño del campo si quiere que arranquen la cizaña, pero él responde que no, porque si lo hacen, el trigo se arranca junto con ella. Les instruye que dejen crecer ambos cultivos hasta la madurez y en ese momento arranquen la cizaña, la aten en manojos para incinerarla y recojan el grano de trigo para almacenarlo en el granero.

Desde un punto de vista espiritual, algunos teólogos sostienen que esta lucha es inherente a la naturaleza humana, motivándole a la búsqueda de soluciones por medio de la conciliación y la madurez personal.

La semilla en tierra fértil

La parábola del sembrador es otra enseñanza de Jesucristo, registrada en los evangelios del Nuevo Testamento en Marcos 4:1-20.  Las espinas o malezas ahogan e impiden que la verdad eche raíces y crezca en el corazón humano. La lección espiritual va más allá de la simple lucha contra las malezas; nos enseña la importancia de preparar nuestra mente -como un terreno fértil- para que la verdad germine, crezca y produzca fruto.

Jesucristo explicó que el campo es el mundo, el buen grano son los hijos del reino y la cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que siembra la cizaña es el adversario; la cosecha es el fin del mundo y los segadores son los ángeles. Al final de los tiempos, así como la cizaña es incinerada, así será erradicado el pecado para siempre.

El Juicio del Trono Blanco ocurrirá justo en el momento designado. (Apocalipsis 20:11-15).  Esta es la promesa de que, en el Reino de Dios, habrá una separación definitiva y justa entre el bien y el mal, donde cada uno recibirá lo que merece, según sus obras.