Las plagas del Éxodo: Juicio sobre los dioses de Egipto

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Las plagas del Éxodo: Juicio sobre los dioses de Egipto

Muchos de nosotros probablemente estamos familiarizados con los hechos básicos del éxodo del pueblo de Israel y su escape de la esclavitud en Egipto. Para resumir brevemente, los israelitas emigraron a Egipto en tiempos de José diecisiete años antes de la muerte del patriarca Jacob, a quien Dios había dado un nuevo nombre, Israel. Al principio disfrutaron el favor de los egipcios gracias a todo lo que José había hecho como visir (o primer ministro) del faraón. Sin embargo, a medida que pasaron los años, esa relación cambió y los egipcios acabaron por considerar a los israelitas como una amenaza. 

Con el correr del tiempo subió al poder un nuevo faraón, quien esclavizó al pueblo de Israel. Las condiciones empeoraron tanto, que los egipcios comenzaron a matar a los bebés israelitas de sexo masculino para evitar que los hebreos no los superaran numéricamente.  

Durante este tiempo, Dios levantó a un libertador llamado Moisés. Él había sido salvado de la muerte cuando todavía era un bebé y había crecido como miembro de la familia real de Egipto. Pero después de matar a un egipcio huyó a la tierra de Madián, donde cuarenta años más tarde Dios le habló desde una zarza ardiente y lo envió de vuelta a Egipto para librar a los israelitas de la esclavitud. En Éxodo 7:1-5, Dios le dice a Moisés que va a hacer tres cosas:

1. Sacará a los israelitas de Egipto.

2. Lo hará “con grandes juicios”.

3. Lo hará de tal manera que “sabrán los egipcios que yo soy el Eterno”. 

En Éxodo 12:2 Dios añade que además haría otra cosa muy importante: “Pues yo . . . ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto”. Por tanto, los juicios que Dios llevaría a cabo serían, en cierto modo, contra los dioses egipcios. Él les enseñaría una lección no solo a los egipcios, sino también a los israelitas, que para aquel entonces ya habían estado en Egipto por varias generaciones y se habían apartado de la religión de sus antepasados, Abraham, Isaac y Jacob, y se habían empapado completamente de la cultura y la religión egipcias.

La cultura egipcia era muy idólatra, y adoraba a una multitud de dioses y diosas. Se creía que muchos de ellos supuestamente tomaban la forma de animales, así que los egipcios consideraban que las vacas, carneros, gatos, cocodrilos, cobras, ranas, y varios insectos y aves, eran sagrados. En las representaciones de deidades egipcias que acompañan este artículo pueden apreciarse algunas de estas criaturas. 

Cada una de las plagas que Dios envió fue un desafío directo a uno o más de los dioses y diosas de Egipto. Y si bien los egipcios estaban familiarizados con cosas como langostas e insectos picadores, lo que distinguió a estas plagas y las hizo únicas fue que Dios las intensificó mediante su poder divino y las envió a los egipcios en el momento que él escogió. Así, las plagas fueron mucho peores de lo que normalmente hubieran sido, y se llevaron a cabo exactamente cuando Dios dijo que sucederían por medio de Moisés para mostrar que él, Dios mismo, era quien estaba detrás de ellas.

Examinemos entonces cada una de estas plagas y veamos quiénes eran los dioses o diosas contra los cuales el Dios verdadero estaba ejecutando juicio. Veremos qué hizo el Dios verdadero para enseñarles una lección tanto a egipcios como a israelitas.

Primera plaga: las aguas  se vuelven sangre 

La primera plaga fue dirigida contra el río Nilo, vida y corazón de Egipto. Esta nación era un desierto, y su economía y sustento dependían de este río. Sus aguas irrigaban las cosechas, y sus campos dependían del fértil lodo que depositaban en el suelo sus crecidas. El Nilo era también la principal “carretera” del país, ya que gran parte de sus negocios e intercambio comercial estaban supeditados a él.  

¿Qué le sucedió entonces a este río, alma misma de la nación? Leámoslo en Éxodo 7:19-20: “Y el Eterno dijo a Moisés: Di a Aarón: Toma tu vara, y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos y sobre sus estanques, y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se conviertan en sangre, y haya sangre por toda la región de Egipto, así en los vasos de madera como en los de piedra.

“Y Moisés y Aarón hicieron como el Eterno lo mandó; y alzando la vara golpeó las aguas que había en el río, en presencia de Faraón y de sus siervos; y todas las aguas que había en el río se convirtieron en sangre” (énfasis nuestro en todo este artículo).

Y aunque esta plaga tuvo como objetivo principal el río Nilo, fue mucho más allá. Todas las otras fuentes de agua también fueron afectadas, incluyendo los estanques y arroyos de irrigación y hasta el agua almacenada en jarrones y cubetas en las casas de la gente.

Este fue un desastre terrible para los egipcios: toda el agua, vital para la supervivencia de la población, estaba envenenada y no se podía beber. Y como si eso no hubiere sido suficientemente malo, “los peces que había en el río murieron; y el río se corrompió, tanto que los egipcios no podían beber de él. Y hubo sangre por toda la tierra de Egipto” (v. 21).

La catástrofe era total. Las reservas de agua que los egipcios tenían para beber, lavar y bañarse ahora no eran más que un desastre tóxico. Los peces, una de sus fuentes principales de alimentación, habían desaparecido. Esto era absolutamente devastador para el país.

Entonces, ¿podía ser esto un juicio contra los dioses egipcios? Debido a que el Nilo era tan importante para los egipcios, estos adoraban a varios dioses que tenían la responsabilidad de cuidarlo. El gran dios Jnum, que generalmente era representado como un varón con cabeza de carnero, era considerado el dador y guardián del río Nilo.

Otro dios, Hapi, o espíritu del Nilo, era responsable de las crecidas del río que traían consigo miles de toneladas de limo fértil para abonar el suelo año tras año. También era venerado como el dios de los peces, las aves y los pantanos, razón por la cual a menudo se le representaba con juncos sobre su cabeza. Otros dioses vinculados a las inundaciones eran Sopdet y Satet. 

Uno de los grandes dioses de la trinidad egipcia era Osiris, Dios del mundo subterráneo. Los egipcios consideraban el río Nilo como su torrente sanguíneo, ¡y ahora literalmente estaba como sangre! Uno puede imaginarse el horror y la sensación de abandono de los egipcios al contemplar el río que anteriormente era hermoso, poderoso y sostenedor de vida, y que ahora era una gigantesca cloaca maloliente cuya ribera estaba cubierta de toneladas de peces muertos y en proceso de descomposición. Esto afectaba también a Hatmehit, diosa guardiana de los peces y los pescadores. 

Estos grandes dioses de Egipto resultaron ser inútiles para prevenir la plaga que afectó al río. ¡Demostraron no ser nada comparados con el Dios de Israel!

Un Dios de juicio

¿Por qué comenzó Dios con una plaga sobre el Nilo? ¿Y por qué escogió una plaga de sangre? Porque él es un Dios de juicio y justicia. Los egipcios tomaron a miles de pequeños e indefensos bebés israelitas y los arrojaron al río para que se ahogaran o sirvieran de alimento a los cocodrilos y peces (Éxodo 1:22). Los egipcios habían derramado la sangre de los hebreos, y Dios esencialmente les respondió: “Si quieren sangre, les daré sangre para que beban”.

Por ello fue que Dios escogió el Nilo y por ello también fue que lo convirtió en sangre — porque él es un Dios de juicio y justicia. Esto nos enseña una gran lección: puede que Dios demore su juicio, pero llega el momento en que actúa, y cuando decide que es tiempo de ejercer justicia, la venganza es suya.

Debido a que los egipcios no habían mostrado ninguna misericordia al esclavizar y oprimir brutalmente a los israelitas, procurando incluso eliminarlos mediante un genocidio, Dios llevó a cabo un juicio muy severo contra Egipto y sus dioses falsos. 

Segunda plaga: ranas 

La segunda plaga consistió en ranas, como se describe en la primera parte de Éxodo 8. No era nada raro que hubiera gran cantidad de ranas, ya que los abundantes pantanos a lo largo del Nilo eran terreno propicio y natural para la crianza de estos batracios. Sin embargo, esta plaga fue diferente.

“Entonces el Eterno dijo a Moisés: Entra a la presencia de Faraón y dile: el Eterno ha dicho así: Deja ir a mi pueblo, para que me sirva. Y si no lo quisieres dejar ir, he aquí yo castigaré con ranas todos tus territorios. Y el río criará ranas, las cuales subirán y entrarán en tu casa, en la cámara donde duermes, y sobre tu cama, y en las casas de tus siervos, en tu pueblo, en tus hornos y en tus artesas” (vv. 1-3).

Las ranas eran consideradas una manifestación de Heqet, diosa de los nacimientos y esposa del creador del mundo. Era representada con cabeza de rana y cuerpo de mujer. Además, la corte de Hapi, mencionado más arriba, incluía dioses cocodrilos y diosas ranas. Y los tres dioses principales, Nun, Kek y Heh, eran representados como hombres con cabezas de ranas. 

Las ranas se consideraban sagradas en Egipto porque vivían en dos mundos, en el agua y en la tierra. Tan sagradas eran para los egipcios, que incluso el pisar accidentalmente una de ellas podía ser castigado con la muerte.

Note la gran ironía aquí. Se suponía que Heqet era la diosa que controlaba los nacimientos, ¡pero durante esta plaga millones y millones de ranas desbordaban el territorio y su reproducción obviamente estaba fuera de control! Matar a una rana al pisarla por accidente acarreaba una condena de muerte, pero ¿cómo podían evitar algo así cuando el suelo estaba completamente cubierto de una masa de ranas viscosas y chillonas? Había ranas en el suelo, en sus casas, camas, hornos y platos.

Los egipcios prácticamente no podían caminar sin pisar las ranas y aplastarlas, ¡y al hacerlo estaban violando sus propias leyes y autosentenciándose a muerte por ofender a la diosa Heqet y a las otras deidades de las ranas! Finalmente la gente tuvo que salir y recogerlas en grandes pilas de cadáveres malolientes y en descomposición. ¡Hasta ahí llegó su animal sagrado! ¡Dios mostró en esta ocasión que era mucho más poderoso que estos así llamados dioses!

La tercera plaga: piojos 

La tercera plaga, de piojos, se encuentra en Éxodo 8:16-17: “Entonces el Eterno dijo a Moisés: Di a Aarón: Extiende tu vara y golpea el polvo de la tierra, para que se vuelva piojos por todo el país de Egipto. Y ellos lo hicieron así; y Aarón extendió su mano con su vara, y golpeó el polvo de la tierra, el cual se volvió piojos, así en los hombres como en las bestias; todo el polvo de la tierra se volvió piojos en todo el país de Egipto”.

¿Cuál de los dioses egipcios estaba siendo juzgado ahora? Tal vez esta plaga fue dirigida en cierta medida a Geb por la abundancia de la tierra, pero en este caso, en vez de que la tierra produjera cosechas, frutas y verduras, solo produjo piojos y sus irritantes picaduras. ¡Y su dios Geb estaba dejando claro que no tenía ningún poder para evitarlo!

Esta infestación también puede considerarse una bofetada a los dioses egipcios en general, ya que ninguno de ellos pudo contrarrestarla. Los egipcios invocaron a Harpócrates (Horus en su forma de niño) para mantener alejadas las criaturas peligrosas y a Imhotep, dios de la sanidad medicinal (y también a otros dioses sanadores), pero no hubo alivio. El faraón también era considerado dios, como veremos más tarde; sin embargo, tampoco se escapó del contagio de piojos.

No deja de ser interesante la forma en que esto afectó a los sacerdotes de los dioses de Egipto. El historiador griego Herodoto, que viajó al antiguo Egipto, nos dice que los sacerdotes egipcios debían realizar muchos rituales de purificación para llevar a cabo su rol de sacerdotes. Algunos de estos rituales se enfocaban específicamente en la forma de evitar los piojos ya que, en caso de contagio, los sacerdotes no podían desempeñar sus funciones religiosas en servicio a sus dioses. 

Una vez más vemos la ironía en esta plaga: el territorio estaba infectado de piojos, que atormentaban a toda la gente y los animales, ¡pero los sacerdotes de Egipto no podían ni siquiera entrar a sus templos para orarles a sus dioses, ya que los piojos los habían inhabilitado para servir!

La cuarta plaga: enjambres

En apariencia, la siguiente plaga se asemeja mucho a la de piojos; pero probablemente fue muy diferente, como vamos a ver.

Éxodo 8:20-23 nos dice: “Luego el Señor le dijo a Moisés: Mañana, levántate temprano y párate delante del faraón cuando baje al río y dile: Esto dice el Señor: Deja ir a mi pueblo para que me adore. Si te niegas, enviaré enjambres de moscas sobre ti, tus funcionarios, tu gente y todas las casas. Los hogares egipcios se llenarán de moscas, y el suelo quedará cubierto de ellas. Pero esta vez haré una excepción con la región de Gosén, donde vive mi pueblo. Allí no habrá moscas. Entonces sabrás que yo soy el Señor, y que estoy presente incluso en el corazón de tu tierra. Haré una clara distinción entre mi pueblo y tu pueblo. Esta señal milagrosa ocurrirá mañana” (Nueva Traducción Viviente).

La frase “de moscas” fue agregada por los traductores y no existe en el hebreo original, que simplemente usa la palabra “enjambre” para referirse a insectos voladores y que zumban. Un escenario más probable, de acuerdo a la forma en que vemos que Dios opera hasta aquí en esta historia, es que los “enjambres” en este pasaje estaban compuestos de otro tipo de insecto que los egipcios consideraban sagrado: el escarabajo. Estos eran en realidad escarabajos peloteros o estercoleros, ¡insectos que se alimentan de excremento de animales! Los escarabajos peloteros pueden ser además muy destructivos, ya que tienen mandíbulas capaces de aserrar madera.

Si este fue el caso, ¿estaba esta plaga dirigida a algún dios egipcio en particular? Así es. El dios egipcio Khepri era representado como un hombre cuya cabeza era un escarabajo. Khepri era considerado como el dios que empujaba al Sol a través del cielo y se le asociaba con el escarabajo pelotero porque estos insectos hacen rodar el estiércol hasta formar bolas que empujan por el suelo, tal como Khepri empujaba al Sol por el espacio, según creían los egipcios. 

Los escarabajos surgían de animales muertos o de estiércol, por lo cual los egipcios creían que eran creados de la materia muerta. Debido a esto, fueron asociados al renacimiento y la resurrección. Los egipcios aparentemente no se daban cuenta de que los escarabajos simplemente ponían sus huevos en cadáveres de animales o en estiércol, y que de esos huevos salían sus crías. ¡Esto ciertamente no tenía nada que ver con divinidad!

Así, cuando el enjambre de criaturas invadió el territorio y estas se introdujeron en todo, tal como las ranas y piojos de las plagas anteriores, esto fue una afrenta directa al dios Khepri. Este dios probó ser incapaz de controlar los insectos terriblemente perjudiciales que ahora se abrían camino destruyendo las casas y edificios de Egipto. También debemos hacer notar que el dios supremo Amón, dios del viento, debió haber sido capaz de repeler y alejar a los enjambres. Una vez más, el Dios verdadero demostró que los dioses de los egipcios eran absolutamente inútiles.

Cabe destacar también que esta fue la primera plaga en la que Dios hizo una distinción entre su pueblo y los egipcios. Los israelitas debieron soportar las primeras plagas junto con los egipcios, pero ahora Dios mantuvo esta plaga y las subsiguientes lejos de Gosén, donde vivía su pueblo.

Quinta plaga: enfermedades del ganado

La quinta plaga, comenzando en Éxodo 9:1, tuvo como objetivo los animales domésticos: “Entonces el Eterno dijo a Moisés: Entra a la presencia de Faraón, y dile: el Eterno, el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a mi pueblo, para que me sirva. Porque si no lo quieres dejar ir, y lo detienes aún, he aquí la mano del Eterno estará sobre tus ganados que están en el campo, caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas, con plaga gravísima. Y el Eterno hará separación entre los ganados de Israel y los de Egipto, de modo que nada muera de todo lo de los hijos de Israel” (vv. 1-4).

Esta plaga significó un descomunal desastre económico para los egipcios. Afectó sus fuentes de alimento, transporte, capacidad militar, capacidad agrícola y los bienes económicos que producían estos animales. Pero, aun así, el corazón del faraón permaneció inamovible.

En Egipto no solo se valoraba enormemente el ganado, sino que también se le consideraba sagrado. Los egipcios adoraban muchos animales, entre los cuales se contaban toros y vaquillas. El dios de la creación, Ptah, era representado por un toro vivo conocido como “toro Apis”. El toro Apis era muy sagrado, y cuando morían los egipcios lo endechaban como si hubiera muerto un faraón. Después de muerto, el toro Apis era embalsamado y colocado en una tumba, tal como un faraón.

Los dioses Atum y Ra, dioses creadores y también del Sol, fusionados como una sola deidad, eran representados por el toro negro Mer-Wer o Nem-Wer (llamado Mnevis por los griegos). El cielo y las diosas Nut y Neith eran representadas como una vaca celestial que daba a luz al universo y a otros dioses.

Una de las diosas madres más importantes de Egipto era Hathor, representada como una divinidad con cabeza de vaca o como una mujer con rasgos de vaca. Normalmente era representada con un par de cuernos y con el disco solar entre ellos. Se la consideraba la madre simbólica del faraón. 

Durante esta plaga, estos numerosos dioses egipcios no lograron proteger el ganado ni el sustento de la población. Tenga en cuenta que cada vez que los azotaba una nueva plaga, los egipcios probablemente oraban desesperadamente a sus dioses para que la detuvieran. No obstante, en todas las instancias, sus dioses se quedaron callados y fueron incapaces de hacer algo.

Sexta plaga: úlceras

Ahora llegamos a la plaga de úlceras. “Y el Eterno dijo a Moisés y a Aarón: Tomad puñados de ceniza de un horno, y la esparcirá Moisés hacia el cielo delante de Faraón;  y vendrá a ser polvo sobre toda la tierra de Egipto, y producirá sarpullido con úlceras en los hombres y en las bestias, por todo el país de Egipto. 

“Y tomaron ceniza del horno, y se pusieron delante de Faraón, y la esparció Moisés hacia el cielo; y hubo sarpullido que produjo úlceras tanto en los hombres como en las bestias. Y los hechiceros no podían estar delante de Moisés a causa del sarpullido, porque hubo sarpullido en los hechiceros y en todos los egipcios” (Éxodo 9:8-11).

Los egipcios adoraban a varias deidades sanadoras, y en ocasiones incluso sacrificaban seres humanos en su honor. Las víctimas eran quemadas en un altar y sus cenizas arrojadas al aire, para que el viento las esparciera sobre el pueblo. Esto se consideraba una bendición. Moisés tomó cenizas del horno y las arrojó al aire, fueron esparcidas por el viento y cayeron sobre los sacerdotes, la gente y los animales que quedaban. Pero esto, en lugar de ser una bendición, se convirtió en dolorosas úlceras — grandes pústulas que aquejaban a la gente.

Esta plaga debe haber sido una afrenta a varios de los dioses egipcios. Uno de ellos, mencionado anteriormente, era Imhotep, dios de la medicina. Otro era Toth, dios de la inteligencia y el aprendizaje médico, quien tenía cabeza de ibis. Una de las diosas era Isis, miembro de la trinidad egipcia y esposa de Osiris. Se suponía que ella tenía la capacidad para resucitar a Osiris después de su muerte, pero mostró ser impotente para ayudar a los egipcios o protegerlos de las dolorosas úlceras que les habían aparecido por todas partes.

El versículo 11 menciona específicamente que los hechiceros [magos] sufrían también de úlceras. Los sacerdotes con poderes mágicos, especialmente los del culto de Sekhmet (diosa de la sanidad, además de su importante rol como diosa de la guerra), eran los médicos del antiguo Egipto. Sin embargo, los magos sufrían tan horriblemente a raíz de los furúnculos que apenas podían estar de pie, y obviamente no podían usar el poder de sus dioses aparentemente inútiles para sanar a otros.

Séptima plaga: granizo

Luego sobrevino la plaga de granizo. Esto debe haber sido algo muy inusual, ya que la región donde ocurrió solo recibe unos 50 mm de lluvia al año. 

“Y el Eterno dijo a Moisés: Extiende tu mano hacia el cielo, para que venga granizo en toda la tierra de Egipto sobre los hombres, y sobre las bestias, y sobre toda la hierba del campo en el país de Egipto. Y Moisés extendió su vara hacia el cielo, y el Eterno hizo tronar y granizar . . . Asimismo destrozó el granizo toda la hierba del campo, y desgajó todos los árboles del país” (Éxodo 9:22-25).

¿Cuáles dioses de Egipto y su falta de poder expuso esta plaga? Debido a que se originó en el cielo, la deidad más prominente desacreditada por esta plaga fue Nut, el dios del cielo mencionado anteriormente. A menudo se le representa en el arte egipcio arqueado sobre la Tierra, con su cuerpo pintado de estrellas.

Pero Nut no fue el único dios egipcio desprestigiado por esta plaga. ¿Dónde estaba Shu, el dios del aire y sostenedor del cielo? ¿Por qué no detuvo esta devastadora tormenta? ¿Y dónde estaba Horus, la deidad con cabeza de halcón, tercer miembro de la trinidad egipcia y dios del Alto Egipto? ¿Y Seth, dios de las tormentas y protector de las cosechas? ¿O Neper, dios de las cosechas de grano? ¿U Osiris, el gobernador de la vida y la vegetación?

Esta plaga fue otro demoledor golpe para la nación. Los egipcios ya no contaban con pescado para su alimentación, debido a que el Nilo se había convertido en sangre; la plaga del ganado había matado a la mayoría de los animales, y los que aún quedaban en los campos después de la tormenta de granizo sucumbieron a esta, así que los egipcios ya habían perdido gran parte de sus fuentes de carne y leche. Y, sin embargo, las numerosas deidades vacunas mencionadas previamente no habían podido hacer nada.

El lino mencionado en el versículo 31 era la principal fuente de fibra para la ropa de dicho material, así que no solo perdieron gran parte de su capacidad para alimentarse sino también la materia prima para confeccionar su ropa.

Octava plaga: langostas

La plaga de granizo fue seguida de una plaga de langostas. El granizo había aniquilado las cosechas y la mayoría de las plantas, y lo poco que había sobrevivido ahora iba a ser devorado por langostas.

“Entonces el Eterno dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto para traer la langosta, a fin de que suba sobre el país de Egipto, y consuma todo lo que el granizo dejó. Y extendió Moisés su vara sobre la tierra de Egipto . . . Y subió la langosta sobre toda la tierra de Egipto . . . y oscureció la tierra; y consumió toda la hierba de la tierra, y todo el fruto de los árboles que había dejado el granizo” (Éxodo 10:12-15).

La historia ha documentado la destrucción causada por enjambres de langostas, en cuestión de minutos, a las reservas de alimento de algunos pueblos. Estos insectos simplemente devoran todo lo verde — cada hoja y brizna de pasto.

Nuevamente, tal como ocurrió con las plagas anteriores, los dioses de Egipto se mantuvieron en silencio. Uno no puede menos que preguntarse qué pensaron sus adoradores al ver semejante destrucción. ¿Dónde estaba Anubis, el dios con cabeza de chacal y guardián de los campos? ¿Y Osiris, el dios supremo de la agricultura? Una vez más él, Isis, Seth y Neper, y también Shu, dios del aire, y Amón, dios del viento, fueron humillados.

Los campos devastados, arruinados por el granizo, quemados por el fuego y arrasados por las langostas, fueron un testimonio de la impotencia de los dioses egipcios.

Novena plaga: oscuridad

En Éxodo 10:21 leemos acerca de la aterradora plaga de oscuridad. “El Eterno dijo a Moisés: Extiende tu mano hacia el cielo, para que haya tinieblas sobre la tierra de Egipto, tanto que cualquiera las palpe. Y extendió Moisés su mano hacia el cielo, y hubo densas tinieblas sobre toda la tierra de Egipto, por tres días. Ninguno vio a su prójimo, ni nadie se levantó de su lugar en tres días; mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”.

Imagine cómo sería que el mundo como usted lo conoce súbitamente se oscureciera tanto que no puede ver nada. No puede ver a otros miembros de su familia ni nada en su casa: mesas, sillas,  camas, puertas, ventanas, sus campos, nada. El mundo entero está en tinieblas, y esta oscuridad es palpable — en cierto modo se puede sentir su presencia agobiadora en todo el entorno, y esto se prolonga por un día y una noche. Y otro día y su noche. Y luego un tercer día y una tercera noche. Para quienes están acostumbrados a 365 días de luz al año, ¡esto debe ser aterrador!

Esta plaga de oscuridad fue un juicio sobre la religión de Egipto y toda su cultura. De todos los dioses de Egipto, ninguno era más venerado que el Sol. El dios Sol, conocido también como Re, Ra, Atum o Aten (y algunas veces Horus) había llegado a ser identificado con el dios supremo Amun, Amón o Amen. Amón-Ra era considerado el más grande de los dioses de Egipto. Se le veneraba como el creador, el dador de vida, que inundaba el territorio con sus rayos energizantes. Muchos de los faraones incorporaron su nombre dentro de los suyos propios — nombres como RAmsés (“atraído de Ra”), AMENhotep (“Amen o Amón se complace”) y TutankAMÓN (“imagen viviente de Amón”). 

Sin embargo, en esta oscuridad Amon-Ra estuvo en silencio. Literalmente, no se veía por ninguna parte. Nada era visible en la agobiante oscuridad que se cernió sobre el territorio. Todos los otros dioses y diosas de Egipto no solo demostraron ser inútiles, sino que además su dios más importante, Amón-Ra, fue tan impotente e inútil como ellos e incapaz de ayudar al pueblo. Los dioses egipcios nuevamente les habían fallado.

Décima plaga: muerte de los primogénitos

La décima plaga fue muy selectiva. Destruyó a los primogénitos de los egipcios, tanto humanos como animales. “A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni jamás habrá” (Éxodo 11:4-6).

¿Por qué los primogénitos? Dios consideraba a Israel como su primogénito entre las naciones y le había advertido al faraón lo que sucedería (Éxodo 4:22-23). Además, en aquel tiempo y cultura, el primogénito recibía la mayor porción de la herencia paterna. Los primogénitos generalmente llegaban a convertirse en la elite gobernante del país: generales y funcionarios militares, administradores principales y, con frecuencia, en los mismos faraones. Este faraón en particular parece no haber sido el primogénito en su familia, ya que no murió a consecuencia de la plaga. Tal vez su hermano mayor había muerto siendo todavía joven y él era el siguiente en orden de sucesión. Sin embargo, su hijo era quien lo sucedería como el próximo faraón, y pereció en esta plaga.  

Una vez más, los dioses de Egipto se mantuvieron mudos.
Serket, la diosa de la protección, probó ser inútil. Mesjenet, la diosa que protegía el nacimiento de los niños, no pudo salvar a los primogénitos. Sobek, el dios de la protección y la fertilidad que era el epítome del poderío de los faraones, no pudo proteger a nadie. Renenutet, el dios que parecía un buitre y era el protector especial del faraón, no pudo librar al hijo de este, el mismo que sucedería a su padre en el cargo. Y, nuevamente, ¿dónde estaba Osiris, el dador y gobernador de la vida? Todos estos dioses falsos fueron juzgados y se comprobó que carecían de poder y validez.

Juicio contra faraón

La muerte de los primogénitos fue la última plaga, pero no el juicio final a los dioses de Egipto. Uno de los dioses principales se mantuvo y posteriormente fue juzgado y se comprobó que no era ningún dios.

Continuando con la historia, después que los israelitas por fin salieron de Egipto, el faraón nuevamente cambió de parecer y emprendió una cacería con 600 de sus mejores carros, más todos los otros carros de Egipto (posiblemente varios miles en total), para hacerlos volver a la esclavitud. Los israelitas fueron acorralados en el mar por los egipcios, pero Dios demoró a estos últimos valiéndose de un pilar de fuego y nube mientras el pueblo de Israel cruzaba sobre tierra seca hasta el otro lado. 

Una vez que los israelitas cruzaron, Dios levantó el pilar de nube y fuego y llevó a cabo juicio contra el último de los grandes dioses egipcios. Ese dios era nada menos que Faraón mismo.

Los faraones eran considerados hijos literales de Ra o la encarnación divina de Horus, lo cual significaba que ellos también eran considerados dioses en la Tierra. En cierto modo se creía que ellos personificaban a todos los dioses de Egipto y que eran sus representantes ante el pueblo egipcio. Por ello era que ejercían tanto poder sobre el pueblo: el poder de la vida, la muerte y la esclavitud. Y por ello fue también que hicieron construir tan magníficos monumentos para sí mismos y fabulosas tumbas llenas de riquezas y tesoros. Se creía que estos edificios debían honrar a dioses, no a simples seres humanos.

La responsabilidad mayor de un faraón era mantener todo en orden para asegurarse de que las decenas de diosas y dioses egipcios cumplieran bien sus responsabilidades, de manera que el reino de Egipto se mantuviera próspero y fuerte. Pero este faraón fracasó espectacularmente; no pudo evitar las plagas que asolaron su reino y lo sumieron en el caos. No pudo prevenir la muerte de su propio hijo, ni que sus ejércitos se ahogaran en el mar. Él y su poderoso reino acabaron absolutamente derrotados y avergonzados. ¡El último de los grandes dioses de Egipto fue pesado en balanza, juzgado y hallado falto! 

Cuando analizamos todo esto, vemos que las plagas de Egipto no fueron fortuitas. Dios es un Dios de lógica y orden; él envió cada una de las plagas para mostrar específicamente a los egipcios y a los israelitas que él era más grandioso que todos los dioses de Egipto.

En su conjunto, las diez plagas provocaron la completa derrota del faraón y de todo el panteón egipcio, tal como Dios había prometido. Esta fue verdaderamente una guerra épica entre el único Dios verdadero y las fuerzas demoniacas de la oscuridad. El verdadero Dios ganó; los dioses de Egipto perdieron. ¿Pero por qué? Dioses falsos como estos en realidad no existen, ¡y los falsos dioses que engañan a la gente para que crea que sí existen no se comparan en absoluto con el Dios de la Biblia! 

Lecciones importantes para nosotros

Entonces, ¿cuáles son algunas de las lecciones que debemos aprender de estos acontecimientos y que se aplican a nuestras vidas actuales?

1. Debemos darnos cuenta de que Dios toma muy en serio el pecado. La gravedad de las plagas de Egipto revela cuán en serio tomó Dios sus pecados. Sin embargo, él no solo aborrece el pecado de los egipcios: él odia todo tipo de pecado. Nunca debemos minimizar el pecado en nuestras vidas. Cualquier pecado es grave, y si no nos arrepentimos de él nos acarrearemos muerte eterna. 

2. Dios es paciente y nos da tiempo para arrepentirnos, pero su paciencia tiene límites. Y él entrega advertencias, como reiteradamente lo hizo con los egipcios; pero su paciencia finalmente se le agota, y el resultado es su temible juicio. ¡Ojalá nos arrepintamos antes de que esto suceda!

3. Muchas personas “se vuelven a Dios” en momentos de calamidad, pero cuando las cosas mejoran, casi de inmediato le dan la espalda nuevamente. Sus corazones vuelven a endurecerse. Tal vez nos preguntemos cómo Faraón pudo haber sido tan ciego y necio tantas veces, pero el hecho es que él no era tan distinto a los demás. Cuando se vio bajo presión, se ablandó y dijo que dejaría ir a los israelitas, pero tan pronto esa presión cedió, su corazón se endureció una vez más. 

4. Dios está tratando de llamar nuestra atención. ¿Estamos escuchándole? Recuerde que los israelitas fueron víctimas de las tres primeras plagas al igual que los egipcios. Dios tenía que remecerlos y llamar su atención para poder empezar a separarlos del mundo y convertirlos en su nación escogida. Las noticias de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor actualmente debieran servir para despertarnos. Los principales sucesos y tendencias que esta revista y sus predecesoras han vaticinado por años de acuerdo a lo revelado en la profecía bíblica, están comenzando a tomar forma ante nuestros propios ojos.

5. Dios exige obediencia, no solo creer. ¿Por qué se libraron los israelitas de la muerte de los primogénitos? Tuvieron que confiar. Y después tuvieron que actuar. Tuvieron que hacer algo. Tuvieron que poner la sangre del cordero pascual en sus dinteles. Tuvieron que actuar y obedecer por fe o hubieran perdido a sus primogénitos, como los egipcios. De igual manera, nosotros en la actualidad tenemos que actuar y obedecer fielmente y huir del Egipto espiritual representado por este mundo, para que podamos ser salvos.

6. ¿Cuáles son sus dioses? Los egipcios tenían decenas de dioses a los cuales adoraban y dedicaban sus vidas. ¿Y qué hay de usted? ¿A qué dedica su vida? Un dios falso es cualquier cosa que se interpone entre usted y el único Dios verdadero. ¿Cuáles son los ídolos que se interponen entre usted y Dios? ¿Qué consume su tiempo y energía? ¿Su trabajo o carrera? ¿Pasatiempos? ¿Deportes? ¿Entretenimiento? Únicamente usted puede responder estas preguntas. Eso sí, recuerde que en algún momento estas cosas se desvanecerán y no significarán nada, como les sucedió a los egipcios, y quedará usted solo ante su Creador para darle cuenta de las cosas a las que dedicó su vida. 

7. Nuestro Dios todopoderoso está en absoluto control.

Esto es algo que vimos al repasar las plagas. Dios controlaba cada aspecto de ellas para cumplir su propósito de librar a su pueblo de la esclavitud y el pecado y hacer de él una nueva nación. Esto debe darnos mucho consuelo y esperanza. Nada escapa a su control; él ha comenzado una buena obra en nosotros y la continuará mientras seamos receptivos y abiertos a él para que continúe esa obra (vea Filipenses 1:6). No permita que nada interfiera entre usted y el verdadero Dios y su voluntad para su vida.  BN