Las fiestas santas bíblicas
El plan de Dios para traer paz a la Tierra
Cuando un poderoso ángel anunció el nacimiento de Jesucristo a algunos pastores que cuidaban sus rebaños, una multitud de ángeles unió sus voces para alabar a Dios y expresar su deseo de paz entre los seres humanos: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14).
Esta trascendental proclamación angelical nos entrega una increíble promesa de paz duradera en el planeta Tierra. Pero ¿cómo podrá ser posible algo así?
La triste realidad de este mundo es que la historia de la humanidad ha sido una crónica continua de guerras. Algunos investigadores han concluido que en toda la historia registrada de la humanidad el mundo ha tenido solamente unos 30 años de “paz” en los que no ha habido ninguna guerra. Pero como perspicazmente observó Baruch Spinoza, el famoso filósofo holandés del siglo xvii, la paz no es solo la ausencia de guerra: incluso durante los tiempos de supuesta paz, la insatisfacción y el odio continúan afligiendo a las personas y provocando más conflictos.
En Santiago 4:1-2, la Biblia nos revela dónde comienzan los conflictos humanos: “¿Qué es lo que causa las disputas y las peleas entre ustedes? ¿Acaso no surgen de los malos deseos que combaten en su interior? Desean lo que no tienen, entonces traman y hasta matan para conseguirlo. Envidian lo que otros tienen, pero no pueden obtenerlo, por eso luchan y les hacen la guerra para quitárselo” (Nueva Traducción Viviente). Pero esto es solo una pequeña parte de la historia, porque además de la codicia, la envidia y el egoísmo que inevitablemente provocan conflictos entre los seres humanos, un intruso invisible está constantemente incitándolos a la guerra. Jesucristo describió a este ser malvado, Satanás el diablo, como un “homicida desde el principio” (Juan 8:44).
Su influencia, aunada a los corazones egoístas y carnales de los seres humanos, son las razones por las cuales Jesucristo profetizó que la humanidad continuaría presenciando el aumento de guerras y de rumores de guerras (Mateo 24:6-7).
Y las cosas empeorarán muchísimo más, hasta el punto en que la humanidad llegará al borde de la autoaniquilación. Según palabras de Jesucristo, “De hecho, a menos que se acorte ese tiempo de calamidad, ni una sola persona sobrevivirá” (Mateo 24:22, Nueva Traducción Viviente).
Pero, felizmente, ¡hay buenas noticias en el horizonte! Aquel tiempo será acortado, y Dios ha prometido que finalmente habrá paz eterna para toda la humanidad mediante Jesucristo.
La forma en que su eterna paz vendrá a la Tierra todavía es un secreto para la mayor parte del mundo, a pesar de que es revelada a lo largo de las Escrituras y en cuatro fiestas bíblicas que pocos comprenden: la Fiesta de las Trompetas, el Día de Expiación, la Fiesta de los Tabernáculos y el Octavo Día, a veces llamado el Último Gran Día.
Estas cuatro fiestas a veces reciben el nombre colectivo de “temporada de la Fiesta de los Tabernáculos”, es decir, la última de las tres temporadas de cosecha [primavera, verano y otoño], que cae en otoño en el hemisferio norte (y también en Tierra Santa). La paz eterna de Dios está garantizada a través de Cristo en el significado simbólico de estas fiestas, que personifican la paz venidera de Dios sobre la Tierra, como también su bondad hacia el hombre.
Las trompetas anuncian la paz
Esta temporada de festivales comienza con la Fiesta de las Trompetas, que proclama el regreso de Cristo para establecer por fin su gobierno sobre toda la Tierra.
Dios usó el sonido de una trompeta para ilustrar su Fiesta de las Trompetas: “Habla a los hijos de Israel y diles: En el mes séptimo, al primero del mes tendréis día de reposo, una conmemoración al son de trompetas, y una santa convocación” (Levítico 23:24).
Este fuerte sonido era utilizado para anunciar la inminente llegada de una guerra (Amós 3:6). Las antiguas películas alusivas al Lejano Oeste frecuentemente mostraban a los soldados de la caballería de Estados Unidos del siglo xix lanzándose en persecución de sus enemigos al son de un clarín. Su penetrante sonido era un vigoroso llamado a tomar las armas.
La intervención de Cristo en los asuntos mundiales no comenzará pacíficamente, sino con calamidades y guerras terribles. En Apocalipsis 8, 9 y 11 se nos habla de siete trompetas que son tocadas durante el Día del Señor, cuando vendrán desastres y guerras de proporciones nunca antes vistas.
Junto con la última trompeta se dará un maravilloso anuncio: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
También, en alabanza a Dios, se proclamará lo siguiente: “Las naciones se han enfurecido; pero ha llegado tu castigo, el momento de juzgar a los muertos, y de recompensar a tus siervos los profetas, a tus santos y a los que temen tu nombre, sean grandes o pequeños, y de destruir a los que destruyen la tierra” (v. 18). De hecho, al sonido de esta última trompeta los siervos de Dios de esta era serán resucitados y transformados en seres inmortales, siendo coronados para reinar bajo Cristo sobre el mundo entero (1 Tesalonicenses 4:16-17; Apocalipsis 5:10; 20:4, 6).
La paz solo podrá ser establecida en la Tierra gracias al gobierno de Jesucristo y sus santos. Además, la última trompeta anuncia también la venida de Cristo, que vendrá a librar una guerra justa en contra de aquellos que se le opongan. Y a diferencia de otras guerras, esta acabará con las contiendas y la amenaza de la aniquilación humana.
Así, la Fiesta de las Trompetas da inicio a una rápida y ordenada cuenta regresiva para establecer la paz permanente de Dios.
El ayuno garantiza que habrá paz
Se necesitará una demostración de gran poder y autoridad por parte de Jesucristo para que los seres humanos abandonen el destructivo camino por el que van. Y esto ocurrirá cuando Cristo declare su guerra justa en contra de los masivos ejércitos que rodearán a Jerusalén, aplastándolos como uvas en un lagar (Zacarías 14:1-3; Apocalipsis 14:14-20; 19:11-21).
Sin embargo, no bastará con impedirle a la humanidad que vaya a la guerra. Dios tendrá que detener además a la fuente invisible de las guerras humanas, quien trabaja tras bambalinas: Satanás el diablo, el adversario y enemigo de la humanidad (1 Pedro 5:8). El Día de Expiación representa el encarcelamiento de Satanás y los demonios por mil años, periodo que se conoce como el Milenio (Apocalipsis 20:1-3).
Satanás, el gran engañador de la humanidad y de quien proceden los pensamientos perversos que llevan al conflicto y a la violencia, el intruso que se disfraza de ángel de luz (2 Corintios 11:14), es quien está detrás de todas las guerras humanas.
Satanás sabe cuál es la recompensa final que Dios tiene reservada para los seres humanos, y por ello nos odia. Él sabe que Dios nos promete el don de la vida eterna y convertirnos en seres divinos como hijos suyos (2 Corintios 6:18; Hebreos 2:10), con la facultad de juzgar tanto a los seres humanos como a los ángeles (1 Corintios 6:2-3). Satanás también sabe que los ángeles fueron creados para ser espíritus ministradores de los herederos de la salvación (Hebreos 1:13-14).
Envidioso y lleno de odio hacia Dios, Satanás es el destructor que se le opone e intenta frustrar su plan de convertir a los seres humanos en seres divinos (compare con Isaías 14:12-14; 1 Corintios 15:49; Hebreos 2:10; 1 Juan 3:2; Judas 6).
Dios dio instrucciones detalladas para el Día de Expiación en Levítico 16 y 23:27-32. Según el sistema de adoración del templo, se traían dos machos cabríos al tabernáculo físico de Israel, que simbólicamente llevaban sobre sí los pecados de la humanidad: uno representaba el sacrificio de Jesucristo y el otro era enviado al desierto, lo que simbolizaba la expulsión final y definitiva del diablo.
En su última oración al Padre, Cristo le pidió que los seres humanos fueran uno con Dios el Padre y Jesucristo (Juan 17:21-23), tanto en esta vida como en la que viene. Esto se aplicará al mundo entero después del regreso de Cristo, cuando las personas finalmente lo acepten como su Salvador y reciban su sacrificio expiatorio, y cuando Satanás y sus demonios sean encarcelados.
Como se nos ordena en Levítico, la observancia de este día santo requiere de un ayuno completo, evitando comidas y bebidas durante 24 horas.
El ayuno es verdaderamente un regalo de Dios, un método que permite que los seres humanos nos acerquemos a él humildemente, con buen estado de ánimo, buscando su intervención para detener la influencia de Satanás sobre nosotros. Los discípulos de Jesús le preguntaron por qué no habían podido eliminar la influencia demoniaca de alguien en cierta ocasión. Él les respondió, “este género no sale sino con oración y ayuno” (Mateo 17:21).
En este sentido, tanto el ayuno mismo como el Día de Expiación simbolizan nuestra ansiosa espera del juicio a Satanás y sus demonios, es decir su encarcelamiento por mil años y su juicio final después de este periodo, inmediatamente antes del juicio del gran trono blanco (Apocalipsis 20:10).
El profeta Isaías muestra cómo la paz permanente que traerá Cristo vendrá inmediatamente después del encarcelamiento de Satanás en la Tierra: “Cómo paró el opresor . . . el que hería a los pueblos con furor, con llaga permanente, el que se enseñoreaba de las naciones con ira, y las perseguía con crueldad. Toda la tierra está [ahora] en reposo y en paz; se cantaron alabanzas” (Isaías 14:4-7).
Proféticamente, el Día de Expiación marca el momento en que Jesucristo comienza a establecer su gloriosa y permanente paz por toda la Tierra, sin oposición alguna de los espíritus malvados.
Los tabernáculos simbolizan la paz
La Fiesta de los Tabernáculos, que se celebra pocos días más tarde, representa y refleja la paz y prosperidad sin precedentes que la humanidad un día conocerá.
Dios reglamentó esta gran fiesta de paz, tal como lo hizo con todas sus fiestas anuales, en Levítico 23 (vea los versículos 33-34). La Fiesta de los Tabernáculos dura siete días, número que en la Biblia representa algo completo y perfecto. Cristo enseñará y transformará a los seres humanos durante mil años, juzgándolos amorosamente y guiándolos para alcanzar perfección y madurez a fin de que puedan recibir el don de la vida eterna, el cual proviene de Dios (Hebreos 8:10-12).
La presencia global de la paz de Dios rápidamente producirá una prosperidad sin paralelo, tal como se indica en las siguientes escrituras:
“No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9).
“No alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca del Eterno los ejércitos lo ha hablado” (Miqueas 4:3-4).
“Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa” (Isaías 35:1).
“He aquí vienen días, dice el Eterno, en que el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente; y los montes destilarán mosto, y todos los collados se derretirán” (Amós 9:13).
“Y dirán: Esta tierra que era asolada ha venido a ser como huerto del Edén; y estas ciudades que eran desiertas y asoladas y arruinadas, están fortificadas y habitadas” (Ezequiel 36:35).
“Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, al Eterno de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos” (Zacarías 14:16).
En este último versículo, la Fiesta de los Tabernáculos se compara a una fiesta de paz; toda la humanidad acudirá a guardar esta gran fiesta, que específicamente representa la venida de Dios a establecer la paz en la Tierra.
El cumplimiento de la Fiesta de los Tabernáculos será la consumación de la promesa que Dios le hizo a la humanidad y que fue anunciada por los ángeles cuando nació Jesús: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
Al final de este tiempo glorioso, Satanás será soltado por un breve período para engañar nuevamente a las naciones y lamentablemente logrará que una gran multitud concierte un ataque final en contra de Jesucristo y sus santos. Pero este intento final de librar dicha guerra durará poco, ya que Dios rápidamente enviará un fuego que consumirá a todos aquellos que estén involucrados en el ataque. Satanás y sus demonios serán borrados para siempre del panorama (Apocalipsis 20:7-10), y la paz será restaurada.
El Octavo Día, continuación de la paz
El glorioso escenario de paz durante el Milenio no terminará con esta rebelión satánica. Hay además otra fiesta anual, la cual representa incluso mejores noticias y trasciende el simbolismo de la Fiesta de los Tabernáculos.
Dios ha planificado una cosecha aún más grande de seres humanos después del Milenio, a la cual la Biblia llama “los otros muertos” y también “el juicio del gran trono blanco” (vea Apocalipsis 20:4-6; 11-13). Se trata de una segunda resurrección, separada por mil años de la primera resurrección de los santos que ocurrirá al regreso de Jesucristo. Esta cosecha es representada por una fiesta que viene después de los siete días de la Fiesta de los Tabernáculos, llamada simplemente “el Octavo Día”.
De acuerdo a Levítico 23, debemos observar “la fiesta solemne de los tabernáculos al Eterno por siete días . . . el octavo día tendréis santa convocación . . . es fiesta, ningún trabajo de siervos haréis . . . fiesta al Eterno por siete días; el primer día será de reposo, y el octavo día será también día de reposo (vv. 34, 36, 39).
Este Octavo Día, que es una fiesta aparte de la Fiesta de los Tabernáculos, simboliza la cosecha final y más grande de vidas humanas, incluyendo a todos aquellos que hayan vivido y fallecido desde el tiempo de Adán hasta el regreso de Cristo.
Dios revela aspectos del cumplimiento de este día santo en Ezequiel 37:1-14, donde se describe la resurrección del antiguo Israel a una nueva existencia física, y en Apocalipsis 20:11-13, donde se muestra que tanto ellos como los resucitados de todas las naciones serán juzgados por la Palabra de Dios. Finalmente, estas enormes multitudes de personas que nunca entendieron la verdad de Dios tendrán la oportunidad de aprenderla y decidir si quieren seguir a Cristo y ser salvos, o no.
Tanto el gobierno de Cristo, que durará mil años, como su reinado del juicio del gran trono blanco, se llevarán a cabo en un ambiente de gran belleza, paz y prosperidad. El escenario será el mismo, pero las personas serán distintas, porque ahora se incluirá a todos aquellos que habrán vivido a través de la historia.
La voluntad de Dios es compartir su paz
La esencia misma de Dios es paz. Él es el “Dios de paz” (Romanos 15:33; Filipenses 4:9). Jesucristo es el “Príncipe de Paz” (Isaías 9:6). Él les dijo a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). Y Dios ofrece su paz aún en nuestros días: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).
Usted también puede disfrutar y experimentar la paz de Dios en la Tierra, aprendiendo acerca de las fiestas santas de Dios y guardándolas. Estas incluyen las fiestas que representan el maravilloso y emocionante mundo que viene. ¿Por qué no unirse a nosotros y observar la Fiesta de los Tabernáculos? Esta fiesta de paz de nuestro Dios Todopoderoso representa la promesa más sublime y eterna: la promesa de un mundo pacífico. BN