La visión de largo plazo de una mujer

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La visión de largo plazo de una mujer

Mi madre, Josephine McVay McNeely, nació en agosto de 1914, el mismo mes en que comenzó la Primera Guerra Mundial. Tal como muchos que crecieron al sur de Estados Unidos, su familia era dueña de una granja. Sus dos abuelos habían luchado en la Guerra Civil estadounidense; a ella le gustaba estudiar historia y me contaba los relatos que su padre le había transmitido sobre aquel conflicto, que no solo definió la historia de los Estados Unidos sino también su vida, según me enteré después.

En mi niñez solíamos ir al lugar donde ella había crecido, para visitar a la familia. Nos llevaba a un lugar llamado Shiloh, donde se había librado una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil. Mi mamá recorría el lugar a pie y nos hablaba sobre “aquellos pobres muchachos muertos en batalla, lejos de sus hogares”. Ella lamentaba sus muertes con una voz entrenada en largas horas de charla junto a la chimenea, donde siendo joven había escuchado los relatos de tiempos pasados, cuando los vientos de guerra sacudieron a su pueblo y lo incorporaron a la historia. Mi madre tenía una visión de largo plazo acerca de la vida y la historia, y conocía perfectamente las consecuencias de las decisiones personales.

Pero esta “visión de largo plazo” de mi madre también tenía sus inconvenientes, porque a veces mezclaba sus emociones con sus recuerdos de la historia. Mi esposa, nacida en el norte de los Estados Unidos, con frecuencia notaba que mi madre modificaba la historia para ajustarla a sus ideas, lo cual se prestaba para animadas discusiones.

No obstante, mi madre aprendió de la historia y gracias a ella desarrollé un gusto y aprecio por la misma. Tengo una foto de mi madre colgada en una pared de nuestra casa que captura el espíritu de lo que yo recuerdo de ella.

Es la foto de una joven veinteañera bajo un árbol en plena floración. Parada con sus pies juntos y sus manos tomadas por detrás, lleva puesto un sencillo vestido estampado de una pieza, limpio y primoroso, y un cinturón blanco. Una capa cae sobre sus hombros y un sombrero de ala ancha protege su rostro del sol. Los pliegues de su vestido sugieren la presencia de una suave brisa. Ella no está mirando directamente a la cámara sino hacia el horizonte, con su vista fija en algún punto, y en su rostro se dibuja una leve sonrisa.

Cuando miro esta foto, me gusta pensar que ella está contemplando con esperanza y gran anticipación una vida más allá de la presente, prometida en la Palabra de Dios en su eterno Reino para los que tienen y desarrollan una visión de largo plazo del futuro.