75 años después de la II Guerra Mundial:: ¿Se repetirá la historia?

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75 años después de la II Guerra Mundial:

¿Se repetirá la historia?

“¡Ya hemos pasado por una gran tribulación!” Esto fue lo que mis afligidos padres exclamaron al leer en los relatos bíblicos de Apocalipsis, Mateo y Daniel acerca de los terribles eventos del tiempo del fin que afectarán al mundo entero. Lo que se describe ahí son guerras, enfermedades, hambrunas y finalmente una catástrofe mundial, genocidios y el martirio de muchas personas.

Ellos se asombraron al leer Mateo 24:21: “. . . porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”. Estas palabras eran un dolorosísimo recordatorio de la terrible experiencia personal que habían vivido dos décadas antes. Cuando leyeron lo que la Biblia profetizaba para nuestro tiempo, la descripción resultó ser demasiado real para ellos.

Las “tierras sangrientas” de Europa del Este

La Segunda Guerra Mundial terminó hace 75 años. Para 70 millones de personas esta conflagración terminó con su propia muerte. Ha sido el conflicto militar más letal de la historia y se derramó gran cantidad de sangre en los campos de batalla. La gente murió en bombardeos de saturación indiscriminados, en el Holocausto, de hambre por los asedios, y por las consecuentes enfermedades fuera de control como el cólera, la hepatitis y el tifus.

En una guerra mundial, cuando las naciones combaten entre sí, la población civil sufre a la par con los militares. La mitad de los muertos en la guerra eran no combatientes. Ciudades como Varsovia y Stalingrado fueron destruidas en un 90 %. El golpe de gracia de la guerra fue un infierno nuclear que mató a unas 200 000 personas en dos ciudades japonesas, algo horroroso pero que probablemente evitó millones de muertes adicionales.

Las pérdidas fueron asombrosas en una guerra que comenzó apenas 20 años después de la Primera Guerra Mundial, que se suponía era “la guerra que iba a terminar con todas las guerras”. Esta pausa le dio al mundo el tiempo suficiente para respirar profundo, repoblarse y luego desperdiciar otra generación de hombres en un baño de sangre. De hecho, fue como si la Primera Guerra Mundial se librara de nuevo en Europa en dos frentes, pero ahora con una devastación y muerte muchísimo peores. La Segunda Guerra Mundial tuvo un alcance aún más global, ya que el campo de batalla en el Pacífico produjo enormes bajas en China, Filipinas, Japón y otros lugares.

En la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) liderada por Rusia hubo una espantosa cifra de muertes: 15 millones de militares y 15 millones de civiles. La mitad de las viviendas del país quedaron destruidas. De los que ingresaron al servicio militar a los 19 años, solo uno de cada 100 regresó. Después de la guerra, la proporción poblacional en la Unión Soviética era de 65 hombres por cada 100 mujeres. Una de cada siete personas en la URSS murió.

En su libro Bloodlands: Europe between Hitler y Stalin (Tierras de sangre: Europa entre Hitler y Stalin, 2000), el historiador Timothy Snyder, de Yale, examinó el contexto político, cultural e ideológico vinculado a Europa Central y del Este durante la guerra. La región que él llama “tierras de sangre” está compuesta por Polonia, Bielorrusia, Ucrania, los estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), el noreste de Rumania y la franja más occidental de Rusia.

Los regímenes de José Stalin en la Unión Soviética y Adolfo Hitler en la Alemania nazi causaron la muerte de unos 14 millones de civiles entre 1933 y 1945. Estos se suman a los que murieron en los campos de exterminio del Holocausto. Mientras luchaban entre sí, Stalin y Hitler aumentaron el sufrimiento y el derramamiento de sangre mucho más que en cualquier otro conflicto en la historia occidental.

Mis padres nacieron en el corazón de las tierras de sangre durante los 20 años de “tiempos de paz”, que no fueron en absoluto pacíficos. Vivieron bajo el dominio de José Stalin, uno de los personajes más crueles y depravados de todos los tiempos. Fue el responsable de la muerte de al menos 20 millones de sus propios compatriotas, además de los 30 millones que perecieron en la guerra.

La magnitud del sufrimiento durante aquel tiempo sobrepasa toda imaginación. Las estadísticas globales representan individualmente a millones de hijos, esposos, familias y seres queridos desaparecidos. Estas cifras se traducen en sufrimiento, lágrimas y dolor indescriptibles. Se puede estudiar la guerra como un tema geopolítico o de movimiento de ejércitos en mapas, pero la verdadera historia se refleja en los innumerables testimonios personales de tragedia y angustia.

Viviendo una pesadilla infernal

A lo largo de los años y en varias visitas a Europa del Este, volví sobre los pasos de mis padres repasando su migración desde las tierras de sangre a los Estados Unidos.

Mi madre, Nina, nació en 1926 en Pervomaysk, no lejos de Kharkiv, Ucrania. Mi padre nació en 1923 en lo que entonces era Polonia. Pero en 1939 la zona donde vivía pasó a formar parte de Ucrania como resultado del Pacto Ribbentrop-Molotov firmado el 23 de agosto, que dividió Polonia entre Alemania y la URSS. Inmediatamente después de la firma, Alemania invadió Polonia. Gran Bretaña reaccionó declarándole la guerra a Alemania el 1 de septiembre, y esa fue la chispa que encendió la Segunda Guerra Mundial.

Durante los años de Stalin, la policía solía sacar a la gente de sus hogares y enviarla a los gulags, campos de trabajo donde murieron muchos millones de personas. Estos arrestos se llevaban a cabo generalmente de noche, usando para ello un vehículo gubernamental negro que la gente aterrorizada apodaba “el Cuervo Negro”. Una de las víctimas fue el padre de mi madre, que fue secuestrado por el Cuervo Negro y desapareció. Pero luego, después de ocho años, de repente regresó a casa sin previo aviso, para sorpresa y alegría de su familia.

En 1933, Stalin maquinó una devastadora hambruna llamada Holodomor, que significa “muerte por hambre”. En poco más de un año, esta hambruna cobró tantas vidas como el posterior Holocausto en Alemania y Polonia.

Stalin vendió la cosecha de grano de Ucrania para financiar una Rusia industrializada. Mi madre, que entonces tenía ocho años, recordaría después nítidamente la mórbida escena de los cuerpos arrojados a las cunetas esperando ser recogidos como basura. Su familia sobrevivió a esos tiempos difíciles comiendo troncos de maíz triturados a los que añadían un poco de harina, y otros alimentos que habían logrado esconder en las paredes de su casa.

Su madre vendió el anillo de bodas para comprar pan durante una semana para los niños. Otro hombre de la ciudad, desesperado, descuartizó un caballo muerto que encontró para alimentar a su familia. La familia completa murió poco después por comer la carne en mal estado. Las historias horribles y estremecedoras como estas son interminables.

En junio de 1941, Alemania invadió la URSS. Pervomaysk, ciudad natal de mi madre, fue bombardeada y 700 personas murieron ese día. Mi madre, entonces de 15 años, estaba arreando vacas del campo a la casa cuando las bombas de aviones alemanes explotaron cerca de ella. Quedó indescriptiblemente aterrorizada. Recuerdo que sus manos desarrollaron un temblor permanente que la aquejó por el resto de su vida.

Después del primer año de ocupación, los alemanes exigieron que un hijo de cada familia fuera a trabajar a Alemania. Necesitaban mano de obra adicional porque Alemania estaba librando una guerra en dos frentes. A los jóvenes se les dijo que esta excursión duraría solo seis meses, después de los cuales regresarían a casa. Mi madre, ahora de 16 años, era una de esas trabajadoras. No sabía que pasarían otros 27 años antes de volver a ver a su familia.

Fue llevada junto a muchos otros adolescentes por tren a través de Polonia y obligada a trabajar en una fábrica de botas en Magdeburgo, Alemania, a unos 80 kilómetros al oeste de Berlín. Su vecina y amiga Dusya también estaba en ese tren, y ambas permanecieron cerca durante la guerra.

La historia de mi padre

Mi padre, Igor, era de la aldea de Uhorsk en Ucrania occidental, pero había nacido en el pueblo cercano de Stizhok. A los 18 años lo llevaron a Alemania para trabajar en condiciones similares a las de mi madre. Su amigo Volodya estaba en el mismo grupo y siguieron siendo amigos durante la guerra y aun después. Fue obligado a trabajar en una fábrica de conservas de frutas en Magdeburgo.

En una de mis visitas, mis familiares me llevaron al lugar donde nació mi padre y me contaron la horrible historia de la invasión de los alemanes. Cuando estos llegaron, la población local al principio los saludó como libertadores de los rusos. Pero los alemanes, cuyos ideales raciales los hacían menospreciar a los pueblos eslavos, sospechaban de los ucranianos y no querían ni necesitaban su apoyo.

Incendiaron una aldea tras otra. A dos años de la ocupación de Stizhok, encerraron a más de 50 personas en un granero y luego lo quemaron hasta los cimientos. Visité la capilla conmemorativa de este espantoso evento; mis abuelos vivían justo al lado del lugar donde ocurrió esta atrocidad. En esta zona también había muchos grupos guerrilleros autónomos que combatían contra alemanes y rusos y, a menudo, entre ellos mismos. ¡Bienvenidos a las tierras de sangre!

Después de arribar en Magdeburgo, los trabajadores extranjeros como mi padre se encontraron con condiciones de trabajo muy duras. Sus movimientos eran estrictamente vigilados y tenían que portar un enorme distintivo con la palabra Ost, que significa “este”. Tenían que identificarse continuamente como Ost Arbeiters o “Trabajadores del Este”.

Las actitudes alemanas hacia otras nacionalidades y razas eran muy evidentes. Los soldados estadounidenses y británicos capturados fueron tratados con algo más de respeto, sin embargo, una vez descendió un paracaidista negro y fue ejecutado de inmediato.

A los varones judíos los identificaban comprobando si estaban circuncidados (los alemanes y los rusos normalmente no lo estaban). Los gitanos, sacerdotes y discapacitados mentales eran indeseables y a menudo los enviaban a los campos de exterminio. El odio no se disimulaba.

Sin embargo, vivir en Magdeburgo era relativamente seguro en la primera parte de la guerra; los crímenes ocurrían principalmente en las tierras de sangre.

Algunas de las batallas más grandes de todos los tiempos se libraron en el Frente Oriental. La batalla de Stalingrado, entre agosto de 1942 y febrero de 1943, provocó cerca de 2 millones de bajas. La mayor parte de la población civil de la ciudad también murió durante el combate. Un general estadounidense que visitó Stalingrado y vio la destrucción casi total de la ciudad sugirió que no fuera reconstruida, sino que sirviera como un monumento a la futilidad de la guerra. La batalla de Kursk, la batalla de tanques más grande de todos los tiempos, se libró entre julio y agosto de 1943 causando más de un millón de bajas. Dos mil tanques y casi la misma cantidad de aviones fueron destruidos.

Lucha por la supervivencia

Después de la muerte de mi madre en 1984, encontré algunas cartas entre ella y su familia en Ucrania que explicaban lo que estaba sucediendo durante la guerra. Una de su hermano Víctor, enviada desde Ucrania y fechada el 7 de junio de 1943, decía: “Nuestra familia te saluda, Nina. ¿Estás bien? Dices que te sientes sola viviendo en tierra extraña, pero no eres la única que está separada de su familia. Muchas personas se hallan en esta condición. No estamos recibiendo tus cartas. En 1943 recibimos solo dos de tus postales, una fechada el 20 de enero y la otra el 8 de febrero, que recibimos en junio. Si sobrevivimos, nos volveremos a encontrar. El clima ha sido propicio para cultivar, los jardines tienen buen aspecto y tendremos cosas para comer en invierno. Los rusos llegaron en febrero, pero los alemanes regresaron en marzo. En el frente donde estamos no ha habido tiroteos, pero en mayo murieron muchas personas en el pueblo vecino. La tierra está cubierta de sangre y no se vislumbra el final de la guerra”.

La ciudad natal de mi madre cambió de manos seis veces entre rusos y alemanes durante la guerra.

En 1988 tuvimos una reunión familiar en Pervomaysk; mi tío Víctor nos llevó por las calles de la ciudad y nos mostró lo que habían destruido. Nos explicó cómo se las arreglaba la gente para sobrevivir. Durante dos años vivieron en refugios subterráneos, pues todas sus casas fueron derribadas.

De regreso en Magdeburgo entre 1942 y 1944, mi padre conoció a Nina y comenzó a salir con ella. Su amigo Volodya salía con Dusya, ya que los cuatro pasaban mucho tiempo juntos. Sin embargo, mi padre fue arrestado repentinamente por la Gestapo y llevado a un campo de concentración. Los alemanes utilizaban a estos prisioneros después de los ataques aéreos para que limpiaran escombros y sacaran bombas sin explotar. Los prisioneros se podían reemplazar si explotaba una bomba.

El amigo de mi padre, Volodya, observaba las filas de prisioneros marchando y le tiraba a Igor un trozo de pan cuando podía. Pasaron los meses y no hubo quien ayudara a mi padre en el campo de concentración.

Pero un día sucedió un milagro: Volodya caminaba por una calle que había sido bombardeada el día anterior, cuando escuchó una voz. ¡Volodya, Volodya!” Se dio la vuelta y vio una figura entre las sombras de los escombros. “Soy yo, Igor”. Volodya apenas pudo reconocer a su amigo. Vestía el uniforme a rayas de prisionero y estaba rasguñado de pies a cabeza por trabajar en los escombros. Después de un breve abrazo, llevó a mi papá al departamento de un amigo.

Tanto era el caos en los últimos días de la guerra, que no se hizo seguimiento a la ausencia de mi padre. Volodya esperó hasta la noche para encontrarle un lugar, pero decidió llevarlo a una granja. Nadie estaba haciendo preguntas. Tanto los trabajadores alemanes como los extranjeros solo esperaban que la guerra terminara y su único interés era sobrevivir.

Los bombardeos aliados eran incesantes; los bombarderos estadounidenses aparecían de día y los británicos de noche. Magdeburgo era una ciudad estratégica para el almacenamiento de combustible. Los dos hombres estaban ahora en el campo, pero las jóvenes aún trabajaban en la fábrica de la ciudad. Ambos tenían gran temor de que ellas murieran o ya hubieran muerto. Todas las noches las jovencitas se guarecían en los refugios antiaéreos.

Los alemanes utilizaban a los Ost Arbeiters como escudos humanos y los forzaban a marchar hacia los puentes antes de un ataque con bombas. Nina y Dusya estaban en una fila que se dirigía a un puente. Igor y Volodya las vieron, y en un descuido de los guardias las sacaron de la fila y las llevaron a la granja, donde las escondieron en el ático.

Finalmente llegaron los estadounidenses, el 20 de abril de 1945. ¡Liberación! Un paracaidista estadounidense se encontró con mi padre y le ofreció una barra de chocolate y chicle. El alegre espíritu estadounidense estaba en todas partes. La guerra había terminado. ¡Libertad por fin! O eso creían ellos.

Comienza una nueva lucha

La Conferencia de Potsdam, que comenzó en julio, dividió a Alemania entre los Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la URSS. Magdeburgo fue asignada al sector soviético. Una mañana de julio, mis padres ya no escucharon voces en inglés. Las voces ahora eran rusas. Según el acuerdo, los estadounidenses tuvieron que retroceder y dejar entrar a los rusos.

Las cosas empeoraron muy rápidamente. Los rusos trataban a los Ost Arbeiters con desprecio, porque los consideraban traidores y colaboradores de los alemanes. Los conducían a campamentos de transición y los interrogaban incesantemente. Los rusos iban a enviarlos a Siberia, y los hombres deberían prestar servicio militar pues Rusia acababa de declararle la guerra a Japón.

Los cuatro sabían que debían escapar. A mi padre le asignaron algunas tareas fuera del campamento y, estando afuera, habló con un guardia fronterizo y le preguntó qué se necesitaba para que él y otros tres cruzaran la frontera. El guardia respondió: “Dame un traje, una botella de vodka y un reloj y te llevaré a la medianoche”. Los cuatro sabían que podían ser traicionados y asesinados en cualquier momento.

El lugar donde permanecían, en el poco vigilado campamento de transición, se hallaba en el perímetro exterior. Los cuatro se arrastraron por una ventana y se dirigieron a la frontera en un tren. Allí se encontraron con el guardia y le entregaron lo que había pedido. El guardia tuvo que sobornar a cada uno de sus compañeros con uno de los regalos. Finalmente, en el cambio de guardia a la medianoche, cruzaron la frontera hacia la zona británica. Cuando empezaron a correr les dispararon, pero continuaron corriendo sin detenerse hasta que no pudieron más. Llegaron a un lugar seguro, ¡sorprendidos de estar vivos todavía!

En un lugar seguro, por fin

Entonces se dirigieron a Hannover y encontraron ayuda en un campo de refugiados. El día que llegaron, la noticia del día fue que se había lanzado una bomba atómica sobre Hiroshima, Japón.

Permanecieron en el campamento durante cuatro años mientras buscaban una nueva patria. Mis padres se casaron en 1946 y yo nací en 1947. Buscaron insistentemente asilo en Canadá, Australia y otros lugares, pero solo hallaban callejones sin salida. Casi se habían resignado a volver a Ucrania, cuando en el último momento encontraron un patrocinador en Minnesota. Navegamos hacia los Estados Unidos, pasamos frente a la estatua de la Libertad y llegamos a la isla Ellis en el buque de transporte de tropas USS General C.H. Muir.

A menudo mis padres nos recordaban a los cinco hermanos su odisea para salvarse físicamente. Pero Dios les concedió a mi madre y a mi padre una salvación aún mayor y más permanente: los llamó a salir de este mundo malvado y agonizante que continuamente cosecha sus errores y que acarreará sobre sí mismo la gran tribulación, como advierte la profecía bíblica. Mis padres entregaron sus vidas a Dios, y ese es el final feliz de esta historia.

La historia de mis padres es una extraordinaria saga de tribulación, redención, gracia y misericordia de Dios; de amor, amistad, supervivencia, coraje, liberación y triunfo gracias a la milagrosa guía y protección divina. Es una historia llena de paralelos con nuestro viaje espiritual desde este mundo al Reino de Dios, como declaró el apóstol Pablo: “A través de muchas tribulaciones debemos entrar en el reino de Dios” (Hechos 14:22).

Es aterrador imaginarlo, pero aún está por venir una época mucho peor de “gran tribulación”. ¡Oremos por la liberación y la venida del tan esperado Reino de Dios para que finalmente acabe tanto sufrimiento sin sentido! BN