La higuera: Una lección sobre la paciencia y el juicio de Dios

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La higuera

Una lección sobre la paciencia y el juicio de Dios

La parábola de la higuera estéril nos revela buenas y malas noticias. Las buenas nos enseñan que Dios es misericordioso y está dispuesto a perdonarnos, y las malas, que incluso la misericordiosa paciencia del Altísimo tiene límites. Ni a usted ni a mí nos conviene estar en el lado opuesto al de Dios cuando se le acabe la paciencia. ¡Es mejor arrepentirnos mientras aún tengamos la oportunidad de hacerlo!

Una de las parábolas más interesantes de Jesucristo tiene como protagonista a una higuera infértil, y comienza así: “Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después” (Lucas 13:6-9).

Los árboles frutales requieren de mucho cuidado y dedicación para poder producir deliciosos frutos año tras año. Es gratificante ver cómo un árbol se dobla bajo el peso de las manzanas, las peras, las naranjas o las uvas. Además, salir al jardín y recolectar los frutos que uno ha visto crecer y madurar es una experiencia inmensamente satisfactoria y aleccionadora.

Es aleccionadora porque podemos observar todo el proceso de desarrollo del fruto en el árbol. Primero aparece la flor y luego se asoman los primeros brotes del fruto, que con el transcurso de los meses comienza a crecer y desarrollarse. Cuando seguimos de cerca este proceso, aprendemos más que cuando vamos al supermercado y compramos la fruta ofrecida en los estantes. La fruta no aparece espontáneamente en las tiendas ni crece en el camión de reparto, sino que es el resultado de un laborioso proceso de cultivo y cuidados.

Es muy placentero poder ser parte del proceso de crecimiento del fruto, ya que nuestros esfuerzos se combinan con la naturaleza para lograr una buena cosecha.

El valor del árbol depende de la cantidad de frutos maduros que produce, y esto es precisamente lo que justifica el valioso espacio de suelo que ocupa. La satisfacción es tan importante en este proceso, que cuando el árbol no da frutos uno se para frente a él tratando de entender qué pasó. Pero antes de profundizar en la parábola de nuestra historia, debemos entender lo que Jesús estaba diciendo antes de entregarla.

Un mensaje acerca del arrepentimiento

Al comienzo de Lucas 13 vemos que Cristo está siendo informado de “los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos” (v. 1). El gobernador romano de la provincia había cometido un acto terrible contra los galileos, pero no nos queda claro si fue a consecuencia de alguna provocación. ¿Fue aquel un acto de represalia por un ataque a los romanos, o solo un capricho del gobernador para hacer alarde de su crueldad y mantener así atemorizados a los ciudadanos? No lo sabemos; sin embargo, Cristo aprovechó este incidente para enseñar una lección profunda y, como era su costumbre, se valió de una parábola para enfatizar lo que quería que aprendieran.

En Lucas 13:2 leemos lo que Jesús respondió: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (énfasis nuestro en todo este artículo).

Salomón escribió en Eclesiastés 9:11 que “tiempo y ocasión acontecen a todos”. No siempre tenemos control sobre los hechos que nos afectan como consecuencia del apresurado ritmo de la vida y de los acontecimientos diarios.

Jesús quería demostrar que estas pobres personas eran como todos los seres humanos, con debilidades y fortalezas, y que repentinamente se vieron enfrentadas a un hecho que trastocó sus existencias.

En los siguientes versículos Jesucristo se refirió a otro suceso muy conocido y que había tenido lugar recientemente: el desmoronamiento de una torre sobre un grupo de personas que por casualidad pasaban por ahí: “O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:4-5).

Dos historias de la vida cotidiana; dos llamados al arrepentimiento, a cambiar el rumbo de nuestra vida. Con la frase “pereceréis igualmente”, Jesús les estaba advirtiendo que ellos podrían correr la misma suerte de aquellos que inesperadamente se habían visto involucrados en circunstancias más allá de su control, y cuyas vidas se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos.

Este es un tema que debe llenarnos de humildad. No nos gusta mucho pensar en ello y, para ser honestos, la mayoría de nosotros se resiste a creer que la vida sea así, pero lo es.La vida no ofrece garantías de ninguna clase.

Todos los días escuchamos noticias acerca de accidentes, catástrofes naturales y ataques que cobran las vidas de muchas personas inocentes. La gente pierde propiedades, tierras y derechos por culpa de las acciones de terceros que jamás piensan en lo que es bueno, malo o justo.

El mundo funciona de esta manera la mayor parte del tiempo, y debemos entender sus implicaciones. Jesús estaba siendo franco –realísticamente franco– con las personas que lo estaban escuchando. En este mundo suceden cosas sobre las cuales no tenemos ningún control, y algunas veces, personas decentes y bien intencionadas –personas como usted y yo– se ven afectadas. Él quiere que entendamos muy bien esto para que hagamos todo lo que está a nuestro alcance, considerando que “tiempo y ocasión” pueden ocurrir en el momento menos esperado.

Cambio y producción

La palabra arrepentimiento no es muy popular en nuestros tiempos, y tal vez tengamos que consultar un diccionario para entender lo que significa. Su significado medular es cambiar; en otras palabras, dejar de hacer algo que no es productivo o que nos está llevando por mal sendero. Significa dejar de recorrer cierto camino en la vida, un camino que puede ser autodestructivo, y cambiar de dirección para seguir por un camino productivo.

Bíblicamente, y según lo que Cristo expresó aquí, significa dejar de quebrantar la ley de Dios y comenzar a obedecerla. Cristo lo dijo con la misma intención que usó cuando predicó por primera vez el evangelio del Reino de Dios, como lo indica Marcos 1:15: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Esta declaración suya quiere decir que un nuevo sistema de vida está al alcance de la mano, y que debemos desarrollar una manera de pensar que encaje en él. Significa producir “frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8).

Esto nos lleva nuevamente a la parábola.

Una higuera que no da frutos en una huerta es prácticamente inservible — a menos que usted sea como Natanael y quiera usarla únicamente para que le dé sombra (Juan 1:48). Y si no ha dado frutos por tres años seguidos, el dueño quizá se vea forzado a tomar algunas medidas. No es que el árbol esté seco o ya no pueda dar fruto, sino que le ha faltado el cuidado adecuado y no hace más que marcar las estaciones del año. Lo mismo sucede con muchas personas: están vivas y respirando, pero no producen ningún fruto.

¿Y qué hay de usted? ¿Entiende el propósito de su existencia? ¿Puede encontrarle sentido a esta vida tan caótica, turbulenta y desigual? ¿Conoce el objetivo de su vida y lo que puede llegar a ser? Olvídese por un momento de la gran pregunta existencial sobre “el significado de la vida” y enfóquese solo en usted. ¿Qué finalidad tiene que usted respire, coma y ocupe un espacio en este planeta? Si no lo sabe, o si su respuesta es débil e insegura, medite un momento y considere la posibilidad de que esta higuera seca pudiera ser el símbolo de su vida. Usted está vivo y tiene “un lugar”, pero ¿está dando frutos? ¿Está vivo y formando parte de un plan muy superior que contempla a toda la humanidad?

Usted puede encontrar las respuestas a estas preguntas, y ellas pueden tener un impacto positivo en su vida. Dios quiere que usted encuentre tales respuestas.

Dios alarga el tiempo para darnos oportunidad de cambiar

La respuesta del dueño de la viña para resolver el problema de la higuera estéril fue rotunda: “córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?” (Lucas 13:7).

Semejante solución era radical y definitiva. Este hecho nos demuestra una verdad acerca de Dios: el Eterno está lleno de misericordia y compasión; es paciente y amoroso, pero también es un Dios de justicia, y Cristo nos está advirtiendo que habrá un juicio final para todos los que hayan vivido, especialmente si han recibido su oportunidad, advertencias, y el beneficio de la duda. Cuando meditamos en la admonición anterior, “a menos que se arrepientan”, aprendemos que hay una forma de evitar ser “cortados” y considerados sin valor.

¡No se desanime! El resto de la parábola nos enseña que hay una salida.

El cuidador de la higuera le dice a su dueño: “Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después” (Lucas 13:8-9).

El cuidador le pide un año más para trabajar con el árbol, para hacerlo útil y productivo. Hay esperanza y confianza en que la sabia y diligente atención del cuidador logrará un nuevo brote de productividad, de manera que se puedan cosechar frutos en la próxima temporada. Esta es la clave de todo.

Aquí vemos que Dios tiene los roles de cuidador y de dueño de la viña. Esto nos demuestra que le pertenecemos y que él nos da espacio para crecer espiritualmente, pero también espera que demos “frutos” — el producto de una vida de obras buenas y justas.

Gálatas 5:22-23 define el tipo de fruto que Dios quiere ver en nuestras vidas: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. El apóstol Pablo explica en estos versículos que estas cualidades son el fruto del Espíritu de Dios. El Eterno puede producir estos frutos en nuestras vidas cuando nos arrepentimos y creemos en el evangelio, sometiéndonos a él y dejando que su Santo Espíritu guíe nuestra vida.

La parábola de la higuera intenta enseñarnos una verdad fundamental: con la ayuda de Dios, el arrepentimiento es necesario y posible. Él es paciente y nos concede tiempo para cambiar y dar fruto. No obstante, ninguno de nosotros sabe cuánto tiempo tiene, por lo cual es mejor empezar desde ya.

Cuando Dios juzga siempre lo hace con justicia, y solo él entiende la profundidad de nuestra vida. Él está consciente de cuidar su “viña” y el hecho de que él sabe en qué condiciones se encuentra cada uno de sus árboles es reconfortante. ¡Su deseo es que ninguno perezca (2 Pedro 3:9), sino que todos produzcan abundante fruto y hereden la vida eterna