En busca de la paz
Hace casi 100 años terminó la Gran Guerra de Europa, en la cual murieron 9 millones de soldados y otros 21 millones resultaron heridos. La inhumanidad del hombre es difícil de comprender, y la paz perdurable siempre nos elude.
Los seres humanos han buscado con ahínco la paz, pero nunca la han encontrado. Hace varias décadas, los famosos historiadores Will y Ariel Durant escribieron que en los casi 3 500 años de historia registrada, “solo 268 han estado exentos de guerra” (The Lessons of History [Las lecciones de la historia], 1968, p. 81).
Las naciones se han enfrascado neciamente en conflictos bélicos por miles de años, solo interrumpidos brevemente por una paz impuesta por los victoriosos y que luego se disipa. La historia prueba que lo que nosotros denominamos “paz” después de una guerra parece ser nada más que una contradicción de términos.
Suele suceder que cuando se acaba una guerra, la codicia de una nación se impone sobre otra y los derrotados comienzan inmediatamente a planificar otro ataque para desquitarse de alguna manera, lo cual los lleva a tramar otra guerra para revertir el resultado de la última. O bien, puede que otra nación poderosa intente aprovecharse de la situación. Como sea, la verdad es muy clara: la ausencia de guerra no necesariamente es lo mismo que la paz duradera. La historia del hombre es en gran parte una crónica de guerras.
No obstante, los seres humanos frecuentemente buscan la paz a través del atroz instrumento de la guerra. Pero ¿producirá paz la guerra alguna vez?
En busca de la paz
¿Por qué, como seres humanos, no podemos encontrar la paz? La referencia a la Primera Guerra Mundial como “la guerra para acabar la guerra” o “la guerra para acabar con todas las guerras” se atribuye a uno de los presidentes de Estados Unidos, Woodrow Wilson, quien intentó diplomáticamente suavizar la entrada de Estados Unidos a ese conflicto centrado en Europa.
Sin embargo, Wilson no fue quien acuñó tal frase. H.G. Wells, el famoso autor y comentarista social británico, publicó una serie de artículos en los periódicos de Londres al comienzo de la guerra, los cuales finalmente fueron compilados y publicados en forma de libro. Éste se llamó The War That Will End War [La guerra que terminará con la guerra].
El uso de esta frase catapultó la popularidad y credibilidad de Wilson, pero años más tarde la misma frase se volvió en contra suya y empezó a ser usada de manera sarcástica y derogatoria. Su predicción de que la Primera Guerra Mundial terminaría con todas las guerras y haría del mundo un lugar seguro para la democracia y para preservar la libertad humana, fracasó. Wilson se había equivocado.
La sabiduría convencional también se equivoca. El hombre puede involucrarse fácilmente en guerras, pero no puede, por sí mismo, evitarlas. Esto nos lleva de vuelta al comienzo, a la búsqueda de la paz.
Según el discurso de guerra que dio el presidente Wilson el 2 de abril de 1917, la Gran Guerra, que más tarde se conocería comúnmente como la Primera Guerra Mundial, sería la guerra que acabaría con todas las guerras. Wilson quería construir cimientos para la paz que pudieran prevenir guerras catastróficas futuras y también muerte y destrucción innecesarias.
Cuando el armisticio fue finalmente firmado en 1918, la cifra de muertos era inconcebible. Sin embargo, muchas guerras aún más terribles continuaron a lo largo del siglo XX.
Desde el fin de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos y sus aliados han estado permanentemente involucrados en conflictos: la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam, la guerra del Golfo, la guerra en Afganistán, el regreso a Irak para la segunda parte de la guerra del Golfo, etc. Esto ni siquiera toma en cuenta la guerra fría entre Oriente y Occidente (1947-1991), que fueron los contrincantes liderados por las superpotencias de aquel entonces, la Unión Soviética y los Estados Unidos.
El imperio soviético se disolvió después de varias revoluciones en Europa del Este. Las revoluciones en los Estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), Polonia, Ucrania, y otros importantes países ocupados por los soviéticos, comenzaron a resquebrajar el imperio. “El imperio del mal”, como fue llamado por el presidente Ronald Reagan en 1983, súbitamente se convirtió en un imperio de segunda clase.
Los rumores de guerras siguen amenazando al mundo, incluyendo las continuas bravuconadas de Corea del Norte, Irán, Siria, grupos extremistas del Medio Oriente y, más recientemente, Rusia y sus tácticas de intimidación en contra de Ucrania, mientras el presidente Vladímir Putin pareciera estar empeñado en restablecer el Imperio ruso.
¿Dónde está la paz duradera en todos estos rumores de guerra? ¿Dónde se encuentra, después de todas las guerras del siglo XX? La humanidad continúa buscándola desde tiempos inmemoriales.
La paz humana y la paz divina
Los seres humanos deseamos la paz; simplemente no sabemos cómo alcanzarla. Un fugaz vistazo al mundo es suficiente para mostrarnos que la paz no es inherente a la naturaleza humana — no proviene de nuestro interior.
Aun así, muchas filosofías, y hasta religiones, están basadas en la idea de que los seres humanos son intrínsecamente pacíficos. Buscamos la paz bajo una premisa falsa, asumiendo vanamente que conocemos el camino que conduce a ella, pero Dios está en desacuerdo: “No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz” (Isaías 59:8).
La paz verdadera y genuina es ajena a la naturaleza humana; Dios es su dueño, y felizmente él se la ofrece a las personas como un regalo, aunque con condiciones. Una de esas grandes condiciones es el sacrificio personal, ya que la paz auténtica y duradera demanda sacrificio. Esta es una decisión difícil porque nosotros, como seres humanos, preferimos la comodidad al sacrificio.
A pesar de que la verdad acerca de la paz duradera es claramente articulada a lo largo de la Biblia, la gente continúa resistiéndose a ella. ¿Por qué? Los seres humanos son egocéntricos, cada vez más narcisistas y terriblemente egoístas. El mundo entero es esclavo del egoísmo, y es particularmente hostil hacia Dios y su camino de paz y de vida.
Dicha hostilidad proviene del dios de esta era, Satanás el diablo, quien enceguece a la humanidad para que no pueda ver al verdadero Dios y sus gloriosas buenas noticias de paz sempiterna (2 Corintios 4:4).
El apóstol Pablo escribió que la condición humana se rebela contra Dios y su instrucción: “La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo” (Romanos 8:7, Nueva Versión Internacional).
Debido a que los seres humanos se rehúsan a reconocer a Dios y sus leyes, la humanidad no puede encontrar la clave para la convivencia pacífica sin interrupciones. Sin embargo, él desea que la humanidad la experimente, y así lo proclamó después del nacimiento de su hijo Jesucristo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14).
Dios declaró anteriormente que quienes aman su ley tienen mucha paz (Salmos 119:165), siempre que tengan fe y superen la inclinación carnal de oponerse a su ley. Esta es la dimensión que falta en la búsqueda de la paz genuina y permanente. Los seres humanos complacen a Dios cuando le obedecen con fe viva: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”(Hebreos 11:6, énfasis nuestro en todo este artículo).
Muchos de los que profesan ser cristianos creen en Cristo, pero realmente no le creen a él.Esto significa que no creen lo que él dice en cuanto a lo que se espera de los cristianos. En vez, muchos cristianos bien intencionados falsamente asumen, especialmente durante la temporada de la Navidad, que la oferta de paz que Dios le hace a la humanidad no exige nada de ellos a cambio.
La verdad es que Dios sí exige a los cristianos que hagan las cosas que lo complacen y esto incluye específicamente los Diez Mandamientos, los cuales brindan mucha paz cuando son obedecidos (Éxodo 20; Mateo 22:36-40).
Cuando hablamos de paz verdadera, hay una gran diferencia entre los seres humanos y Dios. Los cristianos por lo general piensan que la paz debe producirse naturalmente con solo desearla o preferirla. ¿Eso es lo que usted cree? Dios no piensa como lo hacen los humanos con orientaciones carnales (Isaías 55:8-9); la gente piensa egoístamente, pero no así Dios.
Las leyes de Dios son exigentes, pero al mismo tiempo orientadas a la armonía. Al guardar, honrar y obedecer las leyes de Dios, usted mantiene esa armonía. Desobedezca, desprecie o rechace las leyes de Dios, y estará abriendo la puerta a la contención y al conflicto.
La paz de Dios reside en aquellos que hacen la paz viviendo el camino de Dios: “Y el fruto de justicia [el obedecer los mandamientos de Dios (Deuteronomio 6:25; Salmos 119:172)] se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:18). Dios considera a quienes hacen la paz como a sus propios hijos (Mateo 5:9).
Dios nos muestra que hay una gran diferencia entre su paz y la del hombre. Dios es la fuente fundamental y única de paz real y constante, y los seres humanos solo pueden encontrarla cuando acuden a su Creador y lo honran.
¡La paz de Dios por mil años y para siempre!
Dios ha garantizado y prometido que su paz llegará a la Tierra cuando regrese Jesucristo, el Príncipe de Paz: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:6-7). ¡Qué hermosa promesa!
La promesa de Dios de traer su paz inextinguible comenzará a ser experimentada por el mundo entero cuando Jesucristo comience su reinado de mil años sobre la Tierra. Esta paz continuará a lo largo de esos mil años y durante el periodo de juicio del gran trono blanco que le sigue, y nunca cesará (Apocalipsis 20:11-12).
Irónicamente, el Príncipe de Paz tendrá que imponer a la fuerza su paz sobre el mundo cuando regrese. Después de un tiempo de conflictos globales sin precedentes, al que la Biblia frecuentemente llama “la gran tribulación” (Mateo 24:21), la humanidad no recibirá a Jesucristo con los brazos abiertos. La Biblia indica que después del regreso de Cristo, algunas naciones se opondrán a él y a su edicto real de ir a Jerusalén para observar las fiestas de Dios.
La Biblia señala a Egipto como una de las naciones que quizá se rehúse a ir a Jerusalén para la gran Fiesta de los Tabernáculos. Cristo castigará a todas las personas que retengan y mantengan una actitud rebelde hacia él:
“Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, al Eterno de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos.
“Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, el Eterno de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia. Y si la familia de Egipto no subiere y no viniere, sobre ellos no habrá lluvia; vendrá la plaga con que el Eterno herirá las naciones que no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Esta será la pena del pecado de Egipto, y del pecado de todas las naciones que no subieren para celebrar la fiesta de los tabernáculos” (Zacarías 14:16-19).
Dios destituye a Satanás
La paz de Dios se afianzará en la Tierra después de que él destituya a Satanás el diablo, el dios invisible de este mundo (Apocalipsis 20:1-3). Satanás es la influencia principal tras la crueldad del hombre hacia sus semejantes. Él es el instigador de todas las guerras, y quiere exterminar a los seres humanos porque sabe que tenemos el potencial supremo de convertirnos en hijos glorificados de Dios. Él odia el hecho de que estemos destinados, entre otras cosas, a juzgar a los ángeles (1 Corintios 6:3).
El diablo no puede destruir directamente a los seres humanos sin el permiso explícito de Dios (Job 1:12; Lucas 22:31). Por tal motivo, él se propone influir sobre los seres humanos para que se destruyan a sí mismos, esperando acabar con todo a través de la matanza que ocurrirá en la gran tribulación venidera (Mateo 24:21).
Satanás fracasará, pero la raza humana será gravemente diezmada en el proceso. La respuesta a esta tragedia es el plan de salvación de Dios para la humanidad. Dios enviará al Mesías –Jesucristo– para intervenir en los asuntos humanos y salvar a la humanidad de sí misma.
Dios reunirá a los ejércitos de la Tierra en una región al norte de Israel, llamada Armagedón o colina de Meguido. Él permitirá que Satanás los instigue para ir a Jerusalén a luchar en contra de Cristo (Apocalipsis 16:14-16). Este es un extraordinario relato épico, y las buenas noticias son que el final ya fue escrito: Dios gana. La humanidad también gana, porque la gran mayoría de la gente al final será hecha salva, y los perdedores serán Satanás, los demonios que le sirven y las personas que finalmente se rehúsen a arrepentirse.
Cristo encarcelará a Satanás y a sus demonios por mil años. “Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años” (Apocalipsis 20:1-3).
Adicionalmente, Cristo no dejará a los gobiernos en manos de ningún hombre: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).
Cuando Jesús impida a Satanás y a sus demonios gobernar sobre los reinos del mundo, la naturaleza salvaje de las personas, y también la de los animales, comenzará a cambiar (Isaías 11:6-7). Jesús escribirá sus leyes en los corazones de todos los seres humanos, y ya no serán corazones de piedra, sino de carne (2 Corintios 3:3).
La paz verdadera, imperecedera y universal se propagará sobre toda la Tierra, y ya nadie tendrá que cerrar sus puertas con llave en la noche (Miqueas 4:4).
La humanidad aún no tiene paz imperecedera, sino solo breves intermedios entre guerras perpetuas. El mensaje que Dios quiere darle es que usted sí puede tener la paz que él ofrece si usted realmente la desea.
Usted puede tener paz duradera ahora
¿Le gustaría disfrutar de la paz que solo Dios puede otorgar? Jesús prometió su paz a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
La paz no es solo la ausencia de guerras. El término hebreo shalom, que significa “paz”, denota una completa seguridad, alegría y bienestar. La paz de Dios proviene de la obediencia a sus leyes (Salmos 119:165), y los cristianos verdaderos son los que hacen la paz verdadera (Santiago 3:18).
Usted sí puede hallar la paz duradera que tanto busca. Vuélvase a Dios en oración con todo su corazón y pídale esta paz, y lea su Palabra para encontrarla. ¡Está ahí mismo, en las páginas de su Biblia! Luego aplique sus leyes en su vida, y verá que cuando se acerque a Dios con todo su corazón, él le otorgará su paz divina, como se nos promete en Filipenses 4:7: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.