El sueño de bin Laden sigue vivo
Osama bin Laden, cuyo grupo terrorista al-Qaeda fue el cerebro de los devastadores ataques al Centro de Comercio Mundial y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, falleció hace ya casi dos años. Pero su sueño sigue vivo, como vemos en los titulares por todo el Medio Oriente, África y el sur de Asia.
¿De qué se trata dicho sueño? De formar un califato islámico, una comunidad internacional de creyentes musulmanes que trascienda todas las fronteras, unidos bajo la sharia (ley islámica) y el gobierno de un califa — un sucesor del fundador del islam, Mahoma, quien murió en el año 632 d.C.
Pero el califato no es un fin en sí mismo. El Corán, libro sagrado del islam, les dice a los musulmanes que Alá “ha mandado a su Enviado (Mahoma) con la Dirección y la religión verdadera (el islam) para que resplandezca sobre toda otra religión, aunque repugne a los incrédulos” (sura 61:9). Por lo tanto, el propósito del califato es ser un peldaño para el dominio islámico del mundo entero.
El mismo bin Laden elogió los ataques del 11 de septiembre, en los cuales murieron casi 3 000 estadounidenses, como “un gran paso hacia la unidad de los musulmanes y el establecimiento de un califato moralmente justo, con la ayuda de Alá”.
El fallecido lugarteniente y cabeza de al-Qaeda en Irak, Abu Musab al-Zarqawi (mejor conocido por los videos publicados en Internet en que él aparece decapitando a prisioneros occidentales), diseñó el plan maestro del grupo en siete fases. En las últimas cuatro describió el derrocamiento de regímenes árabes moderados, como Jordania y Arabia Saudita, la declaración de un califato islámico, la “batalla entre los creyentes [musulmanes] y los no creyentes [no musulmanes]”, y la etapa final de la “victoria definitiva” para el islam.
Aunque los medios de comunicación occidentales rara vez lo mencionan, el establecimiento de un califato islámico es una poderosa motivación para los promotores principales de la así llamada “primavera árabe” y gran parte de las insurrecciones en el mundo islámico, que se encuentra profundamente dividido.
Por ejemplo, los líderes de ciertos grupos que luchan por derrocar al presidente sirio Bashar al-Assad declaran abiertamente su deseo de establecer un califato. La Hermandad Musulmana, que recientemente ganó el control de Egipto después del derrocamiento del ex presidente Hosni Mubarak, fue fundada en 1928 y entre sus metas principales se contaba la instauración de un califato islámico (la Hermandad Musulmana también dio origen a grupos terroristas como al-Qaeda y Hamas; este último gobierna Gaza).
En mayo de 2012, el clérigo egipcio Safwat Hegazi encendió los ánimos de miles de manifestantes y partidarios de Mohamed Morsi, elegido más tarde como presidente de Egipto, diciendo: “Ahora podemos ver cómo se está materializando el sueño del califato, [Alá] mediante, gracias al Dr. Mohamed Morsi . . . La capital del califato, la capital de los Estados Unidos de los Árabes, será Jerusalén, [Alá] mediante”. Al tomar el estrado, Morsi agregó: “Jerusalén es nuestra meta. Oraremos en Jerusalén o moriremos como mártires en su umbral”.
El sueño de un califato islámico no significa nada para la mayoría de quienes vivimos en Occidente, pero lo significa todo para quienes están causando estragos en una inestable región que se extiende por más de 7 200 km, desde Marruecos, en el Océano Atlántico, hasta Pakistán, en el subcontinente indio (territorio que comprende India, Pakistán, Bangladesh, Nepal, Bután, Sri Lanka y las Maldivas).
En realidad, los triunfos de los islamistas en las elecciones realizadas después de las revueltas de la primavera árabe han sido calificados como “binladenismo electoral” por varios analistas. De hecho, el sueño de Osama bin Laden sigue vivo y activo y reconfigurando el mundo ante nuestros propios ojos. Lea esta edición para entender cómo y qué puede significar todo esto según la profecía bíblica.