El centro del mundo
Henry Bünting (1545-1606) fue un teólogo, pastor religioso y cartógrafo alemán conocido principalmente por un libro de mapas de la Tierra Santa publicado por primera vez en 1581. Este libro, que llegó a ser todo un éxito de ventas en su tiempo, fue reimpreso muchas veces y traducido a varios idiomas.
Entre los mapas de dicha obra se encontraba uno muy estilizado y peculiar (que reproducimos aquí), diseñado para enfatizar un punto teológico. Lo que Bünting quería probar era que la Tierra Santa (y particularmente Jerusalén) era el centro del mundo.
En este mapa, Jerusalén está ubicado justo donde convergen los continentes de Europa, Asia y África. Y aunque esto literalmente no es así, figurativamente sí lo es, ya que las antiguas rutas comerciales entre estos tres continentes (y también las rutas que usaban los invasores) pasaban justo por la Tierra Santa. No había otra opción, ya que por un lado estaba el mar Mediterráneo, y por el otro el gran desierto árabe.
Esto convirtió a la Tierra Santa en el cruce principal del mundo antiguo, razón principal de que veamos tantas guerras y batallas mencionadas en las Escrituras. Sin embargo, esto no era lo que Dios había planeado. Él colocó en esta zona a Israel, su nación escogida, por una razón muy distinta: para mostrar el camino de la paz, no el de la guerra.
Después de varias generaciones de esclavitud en Egipto, Dios sacó a Israel de allí y lo llevó a la Tierra Prometida. Cuando se preparaban para entrar en ella, Dios se valió de Moisés para repasar los milagros que había llevado a cabo y las leyes que les había dado con el fin de que crearan una nueva clase de sociedad — una sociedad construida sobre los cimientos de las leyes de Dios.
Note lo que Dios deseaba para su pueblo Israel, según reveló por medio de Moisés: “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como el Eterno mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta” (Deuteronomio 4:5-6).
Dios colocó a Israel en esta zona, en la encrucijada del mundo, para que sirviera de modelo a las naciones que lo rodeaban y también a quienes cruzaban la región por esas antiguas rutas comerciales. Se esperaba que Israel fuera un ejemplo viviente de las bendiciones que recibiría una nación al obedecer las leyes de Dios.
Lamentablemente, ello no sucedió. Israel se rebeló contra Dios y en cambio se convirtió en un ejemplo de lo que le sucede a una nación que le da la espalda a su Creador. El país fue invadido y destruido, y la mayoría de los sobrevivientes fueron expulsados de su tierra.
Demos un salto en el tiempo hasta nuestros días. Esta región sigue siendo el centro neurálgico de los conflictos mundiales, los cuales seguirán en aumento hasta el retorno de Jesucristo a la Tierra. Observe lo que dice Dios: “Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén . . . Después saldrá el Eterno y peleará con aquellas naciones” (Zacarías 14:2-3).
A continuación se librará una guerra sin cuartel entre los ejércitos del hombre y el ejército espiritual e invencible de Dios. Este será incomparablemente superior: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente . . . Y el Eterno será rey sobre toda la tierra” (Zacarías 14:4, 9).
Y entonces, como nos dice Isaías 2:3-4, “de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno . . . y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”.
¡La ciudad de Jerusalén, centro mismo del conflicto, está destinada a cumplir su destino como el centro mundial de la paz!