El Capitán de nuestra salvación
¿Fue Jesús en verdad un ser humano?
¿Necesitaba Jesús ser salvo? Si era un ser eterno y divino antes de nacer como humano, ¿cómo podría entenderse que necesitara alcanzar la salvación? ¿Acaso no disfrutaba ya de vida eterna con Dios?
Jesucristo es conocido como el Capitán de nuestra salvación. Un capitán es alguien que lidera un grupo para alcanzar un objetivo. Si él era eterno antes de su nacimiento como humano, ¿cómo podía mostrarnos legítimamente la forma de alcanzar la salvación que Dios ofrece?
El libro de Hebreos, que probablemente fue escrito por el apóstol Pablo, dice lo siguiente: “En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos” (Hebreos 2:10, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este artículo).
Naturalmente, esto nos lleva a otra pregunta: puesto que él es eterno, y es Dios, lógicamente es perfecto. ¿Cómo, entonces, iba a ser perfeccionado por medio del sufrimiento?
La pregunta realmente se reduce a esto: ¿fue la salvación de Jesucristo algo genuino, como para que podamos seguirlo con confianza, o más bien algo ficticio? ¿Podía él pecar? ¿Necesitaba ser salvo? ¿Qué dice la Biblia?
Jesús fue humano y mortal
Al comienzo de su evangelio el apóstol Juan dice que el Verbo se hizo carne, y nos explica quién es el Verbo. Él estaba con Dios, y es Dios, y por medio de él Dios creó todas las cosas (Juan 1:1-3). Por lo tanto, había dos seres divinos con vida autónoma que habían vivido juntos por toda la eternidad. Juan los denomina Dios y el Verbo, pero se refiere a ambos como “Dios”. El Verbo se hizo carne como el Hijo del Padre (v. 14).
Jesús no fue simplemente un hombre que vivió en la Tierra y que se hallaba misteriosamente vinculado a la segunda persona de la divinidad. Jesús era Dios el Verbo y vivió por un período de tiempo como ser humano, es decir, nunca dejó de ser divino.
La explicación que encontramos en Hebreos 2 continúa: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre [es decir, tal como todos los miembros de la familia humana son seres físicos, mortales y carnales], él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (v. 14).
Jesús destruiría o anularía el poder del diablo por medio de su muerte. Así es — ¡Jesús podía morir! Aquél que es eterno realmente murió, y más tarde volvió a la vida eterna por medio de la resurrección de los muertos. En sus propias palabras, Jesús resucitado dice: “Yo soy el que vive. Estuve muerto,¡pero mira! ¡Ahora estoy vivo por siempre y para siempre!” (Apocalipsis 1:18, Nueva Traducción Viviente).
Aquél que era Dios junto con Dios el Padre murió como cualquier otro ser humano. Pero, ¿cómo podría morir Dios? Dios no puede morir, a menos que se convierta en un ser humano mortal. Hebreos 2:9 declara: “Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos”.
Jesús no solo podía morir, sino que en efecto, murió. Debemos tomar en cuenta que quién murió por nosotros no fue simplemente alguien llamado Jesús, concebido de manera sobrenatural por un milagro divino y creado espontáneamente por Dios para este propósito. No. Él era Dios.El mismo Ser que creó todas las cosas de acuerdo a la voluntad del Padre, el que hizo la raza humana, ¡fue el que murió por nosotros! Nadie más que nuestro Creador podría haber pagado el precio de nuestros pecados con su propia muerte. Él, nuestro Creador, ¡murió por nosotros! (Asegúrese de leer “¿Quién fue Jesús?”, comenzando en la página 4).
Por otra parte, debemos considerar por un momento lo importante que era para Dios que entendiéramos su amor para con sus futuros hijos ¡mediante el envío del Verbo a la Tierra para morir! La voluntad divina del Verbo de bajar a la Tierra, despojándose de su gloria y poder inherentes para sufrir y morir en nuestro lugar (Filipenses 2:5-8), es el más extraordinario ejemplo de sacrificio por el bien de otros.
¿Podía Jesús ser tentado a pecar?
Esto nos lleva a otra pregunta acerca de la humanidad de Jesús. ¿Era posible que Jesús pecara? Estando en la condición de existencia divina como Dios, es claro que no podía pecar, ya que la Biblia afirma que “Dios no puede ser tentado por el mal” (Santiago 1:13) pero, entonces, ¿qué ocurrió con Jesús cuando se hizo humano?
La Biblia declara enfáticamente que Jesús no pecó. Pablo dice que Jesús “no conoció pecado” (2 Corintios 5:21). Juan confirma que “en él no hay pecado” (1 Juan 3:5). Ninguno de sus enemigos pudo culparlo de pecado (Juan 3:5).
Pero, ¿pudo Jesús haber pecado? ¿Tenía la capacidad de pecar? Nuevamente, Hebreos dice: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Pero si no era posible que Jesús pecara, ¿fueron reales las tentaciones que experimentó?
Quizá sea mejor decir que aunque él podía optar por pecar, existía plena certeza de que no lo haría, porque las promesas de la Biblia dependían de que él no cometiera pecado. Más adelante veremos por qué Jesús tenía asegurada la victoria.
Por otra parte, las luchas y tentaciones que Jesús enfrentó fueron reales. Su ayuno en el desierto por 40 días y 40 noches, durante los cuales fue “tentado por el diablo” (Mateo 4:1), no fue un simple incidente insignificante. Las cosas que el diablo le ofreció para tentarlo eran muy atractivas para cualquier ser humano, y Jesús era humano.
Sin embargo, el simple hecho de que una persona sienta atracción hacia algo no significa que esté cometiendo pecado. Desde luego que si no hay atracción, no puede haber tentación. Cuando una persona codicia en su corazón, o de hecho, comete pecado, es porque ha sucumbido a la tentación. Como señala Santiago 1:14-15: “La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. De esos deseos nacen los actos pecaminosos” (Nueva Traducción Viviente).
Humanamente hablando, Jesús sí tuvo impulsos carnales, pero tenía que discernir la tentación y optar de inmediato por rechazar firmemente los deseos propios del corazón humano. ¿De dónde sacó las fuerzas para resistir?
Mientras estuvo en la carne, Jesús declaró que el poder sobrenatural de obrar milagros no provenía de sí mismo, sino de su Padre (Juan 5:30; 14:10). Durante toda su existencia como ser humano tuvo que usar el mismo poder para soportar las constantes tentaciones. Por lo tanto, Jesús pudo resistir el pecado porque confió en la ayuda de Dios el Padre por medio del poder del Espíritu Santo que moraba en él. Lo mismo debemos hacer nosotros.
La tentación de Cristo
Ya leímos que Jesús fue tentado en todo tal como nosotros, pero nunca pecó (Hebreos 4:15). Indudablemente, la prueba más difícil que enfrentó Jesús tuvo lugar durante la víspera de su tortura y asesinato. Sabiendo anticipadamente lo que iba a sufrir, Jesús oró angustiosamente, como leemos: “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44).
Ese mismo momento es el que describe Hebreos 5:7: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente”.
Para que Jesús comprendiera realmente lo que es luchar contra el pecado como humano, tenía que ser exactamente igual a nosotros: “Por lo tanto, era necesario que en todo sentido él se hiciera semejante a nosotros, sus hermanos, para que fuera nuestro Sumo Sacerdote fiel y misericordioso, delante de Dios. Entonces podría ofrecer un sacrificio que quitaría los pecados del pueblo. Debido a que él mismo ha pasado por sufrimientos y pruebas, puede ayudarnos cuando pasamos por pruebas” (Hebreos 2:17, NTV).
Si Jesús no era humano y nunca fue tentado, ¿cómo hubiera podido ser nuestro ejemplo?Jesús fue tentado en todos los aspectos de la vida pero, no obstante, dominó sus impulsos. Si una persona cede a la tentación, no puede llegar a sentir su verdadera magnitud; pero al resistirla, es capaz de dimensionarla en toda su fuerza. Solo el que persevera y resiste con firmeza una tentación particular puede conocer en plenitud su verdadero alcance.
Jesús fue probado al límite. El resistió “hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (Hebreos 12:4). Se rehusó a contradecir la voluntad de su Padre ¡aunque eso significara sufrir una muerte espantosa!, “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).
La salvación de Jesús
Felizmente, la historia de Jesús no termina con su muerte. El volvió a la vida, lo cual nuevamente requirió ayuda de lo alto. La noche antes de su crucifixión, Jesús oró a su Padre: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5).
Como ser humano, y habiendo muerto como tal, si Jesús iba a recibir nuevamente la vida eterna en su nivel anterior de existencia divina se debería a que su Padre lo resucitaría de la muerte. Cuando Jesús se hizo carne, depositó su futuro enteramente en las manos del Padre. Si Jesús hubiera pecado siendo humano, no hubiera habido paga por su pecado ni por los nuestros. ¡Ni él ni nosotros hubiéramos tenido esperanza de vida eterna!
Jesús sabía que podía pecar. Como hemos demostrado, fue tentado en gran manera en más de una ocasión. No obstante, Jesús tenía fe absoluta en su Padre. Él sabía que si confiaba en su Padre, él le daría todo el poder espiritual que necesitaba.
Aunque Jesús tenía vida eterna antes de convertirse en hombre, tuvo que alcanzar su propia salvación en su condición de ser humano. Hebreos explica que “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8). ¿Fue él obediente antes de convertirse en humano? ¡Claro que sí! ¡Siempre! Pero esta vez aprendió lo que era obedecer en la carne por medio de las cosas que padeció.
“Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (v. 9). ¿Era Jesús ya perfecto antes de nacer como hombre? Sí. Más aún, él fue un ser humano perfecto durante toda su vida en la carne y en todas las etapas de su vida. Sin embargo, solamente logró alcanzar la completa perfección en la carne después de haber superado todas las tentaciones a pecar y de haber perseverado hasta el final. Esto fue posible solamente por el contacto permanente que mantuvo con el Padre, quien fue su fuente vital de ayuda y guía espiritual; su sujeción al Padre le dio la fortaleza para vencer.
Las condiciones para la salvación de Cristo fueron las mismas que para cualquier ser humano. Para poder obtener la salvación, es decir, la vida eterna, debía vivir como uno de nosotros. ¿Qué garantía tenían Jesús y el Padre de que todo resultaría bien? La verdad es que ellos tenían plena certeza de que Jesús viviría una vida sin pecado y que sería obediente a Dios el Padre durante su difícil vida aquí en la Tierra.
Esta es una de las grandes razones que explica por qué Jesucristo es el Capitán de nuestra salvación, la cual es imposible de alcanzar por nuestros propios medios. Él marchó a la vanguardia y nos demostró que como seres humanos podemos lograrla. Como Capitán de nuestra salvación, él mora en nosotros y nos guía.
Pablo escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Así como nosotros tenemos que confiar en Jesucristo para sostenernos en esta vida, él tuvo que confiar en su Padre para que lo sostuviera en los días de su carne. Jesús fue un ser humano en todo el sentido de la palabra: necesitaba ayuda espiritual y la recibió; experimentó emociones humanas, como el dolor y el sufrimiento, al igual que cualquier otro hombre; sintió la tentación de pecar como cualquier otro ser humano, pero siempre logró superarla gracias a la fuerza del Espíritu de Dios.
Él venció al mundo (Apocalipsis 3:21). Confió plenamente en el Padre, alcanzó la salvación en las circunstancias más difíciles, y fue resucitado por su Padre fiel después de tres días y tres noches, demostrando al mundo que en todo momento agradó al Padre.
¿Había algún riesgo?
Jesús estuvo dispuesto a hacer la voluntad del Padre para venir a la Tierra como ser humano. ¿Había algún riesgo? No, pero no porque Jesús no pudiera pecar, sino porque cada uno sabía lo que el otro haría. Jesús siempre hizo lo que agradó al Padre, y el Padre siempre estuvo dispuesto a ayudarlo.
El Padre cumplió fielmente lo que prometió que haría, y Jesús tuvo fe en ello (Juan 8:28-29). La salvación de Jesús estaba asegurada, no porque él tuviera fuerza inherente en sí mismo, sino porque el Padre siempre estaba con él. De igual forma, ¡nuestra salvación está segura si seguimos el ejemplo del Capitán de nuestra salvación!