El ascenso y caída de los imperios

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El ascenso y caída de los imperios

Los muros de Constantinopla defendieron la capital del Imperio bizantino durante más de mil años, prácticamente una eternidad desde un punto de vista humano.

El Imperio bizantino era en sí una continuación del Imperio romano, que tuvo a Roma como su capital por aproximadamente mil años antes de que Constantino el Grande la reemplazara y fundara otra en los terrenos de una ciudad griega relativamente desconocida llamada Bizancio, en 324 d. C.

Constantino le dio el nombre de Nueva Roma a dicha capital, la cual pronto llegó a conocerse como Constantinopla, que significa “ciudad de Constantino”. Uno de los primeros proyectos de este emperador fue la construcción de fuertes muros de defensa para protegerla. Estos muros se expandieron enormemente durante el reinado del emperador Teodosio II (408-450).

Los sistemas de defensa de Teodosio eran formidables; incluían un ancho foso y tres murallas de piedra y ladrillo progresivamente más sólidas, la última de las cuales tenía 4.5 metros de grosor y entre 10 y 12 metros de alto. Estaban fortificadas por 96 torres que medían entre 15 y 18 metros de altura. Desde cada una de las murallas los defensores de la ciudad podían arrojar sobre los invasores flechas, lanzas y piedras, y asestarles golpes de espada y hacha.

Por más de un siglo –excepto por una breve conquista durante la cuarta cruzada, en 1204– muchos invasores intentaron abrir brechas en los muros, pero fracasaron. Las murallas soportaron inundaciones, terremotos y ejércitos, y se pensaba que eran impenetrables.

Hasta que dejaron de serlo.

El Imperio bizantino, al igual que el romano y muchos otros imperios que lo precedieron, se desintegró principalmente desde su interior. Se fue debilitando cada vez más a medida que los territorios que controlaba se redujeron debido a las invasiones  de árabes musulmanes, serbios, búlgaros y, finalmente (después de una devastadora epidemia de peste bubónica), de otomanos musulmanes comandados por el sultán Mehmed II.

Después de sitiar la ciudad por 53 días y con la ayuda de cañones capaces de lanzar bolas de piedra de más de 270 kilos que podían hacer añicos muros de roca y ladrillo, las hordas otomanas superaron en número a los defensores y capturaron la ciudad en 1453. Unos cuantos escaparon en barcos, millares fueron muertos, y decenas de miles fueron esclavizados o deportados a la fuerza. 

Mehmed II, mejor conocido en la historia como Mehmed el Conquistador, le dio el nuevo nombre de Estambul a la ciudad y la estableció como la capital de su Imperio otomano. El imperio que se había sostenido por más de mil años había desaparecido. Ningún otro imperio en la historia de la humanidad había durado tanto tiempo.

Hace un siglo, la Primera Guerra Mundial acabó con los imperios ruso, alemán y otomano. Como consecuencia de este conflicto bélico, una Inglaterra económicamente devastada debió enfrentarse al deterioro de un Imperio británico considerablemente reducido. En décadas más recientes el mundo ha sido testigo del colapso del Imperio ruso, y en los últimos años la disminuida influencia global de Estados Unidos ha suscitado  el interrogante de si pronto veremos el fin del imperio estadounidense. 

Estamos viviendo en un mundo de cambios masivos. A medida que el poderío y la influencia de Estados Unidos se desvanecen, expotencias mundiales como Rusia, China, Alemania, e incluso los Imperios islámico y otomano, se empeñan en recuperar su antiguo poder y gloria.

¿Qué significa todo esto?

En Daniel 4:25 y 32 se nos dice que cierta dimensión espiritual, que no puede ser percibida por el ojo humano, está manejando los asuntos mundiales: “El Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y . . . lo da a quien quiere” (énfasis nuestro).

El profeta hebreo Daniel sabía de lo que hablaba. Había vivido en los últimos días del reino de Judá, que llegó a su fin debido a las invasiones y el exilio a manos del Imperio babilónico de Nabucodonosor. A continuación, Daniel sirvió como oficial en Babilonia hasta que esta también fue sometida por un nuevo imperio, el de los medos y los persas.

Daniel sirvió a ambos hasta su vejez, habiendo presenciado durante su vida el ascenso de Babilonia, la caída de Judá, el ascenso del Imperio medo-persa y la caída de Babilonia. Y a través de revelaciones divinas se enteró de otros imperios que todavía estaban por venir: Grecia, Roma, y finalmente el reino más grandioso de todos, el Reino de Dios, que gobernará sobre la Tierra por toda la eternidad después del retorno de Jesucristo (Daniel 2:44-45).

¿Adónde están llevando a nuestro mundo todos estos sucesos? Dios lo sabe, y nos promete que él “da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Daniel 2:21).

Usted también puede beneficiarse de ese conocimiento en las páginas de Las Buenas Noticias. ¡Asegúrese de leer cuidadosamente este ejemplar para entender mejor adónde se dirige nuestro mundo y por qué!  BN