Quién es quién en los imperios de la Biblia
La Biblia relata el ascenso y caída de poderosos reinos y vastos imperios, principalmente a través de su relación con las naciones bíblicas de Judá e Israel. Las Sagradas Escrituras describen la opresión de Israel, su auge, destrucción y subyugación. En definitiva, la profecía bíblica documenta el desarrollo de los imperios mundiales hasta los tiempos modernos e incluso hasta el establecimiento del Reino de Dios a la segunda venida de Jesucristo.
Egipto: Egipto es uno de los imperios más antiguos que la historia ha registrado y fue el que esclavizó al pueblo de Israel por más de dos siglos antes de que este se convirtiera en nación.
Dios liberó a los israelitas de la esclavitud durante la época de Moisés por medio de plagas devastadoras, y a pesar de que ellas desgastaron a Egipto, este continuó jugando un papel fundamental en la región, aunque con un poder más disminuido y debilitado. En sus épocas más poderosas ejerció influencia en el norte, y a veces cooperaba con los reinos de Israel y Judá o se volvía hostil hacia ellos. Su poder y riqueza a menudo le acarrearon conflictos con otros reinos e imperios de la región.
Israel y Judá: Después que la familia de Israel se trasladara a Egipto, rápidamente se convirtió en una nación de entre dos y tres millones de personas. Cuando Dios los liberó del cautiverio en el que vivían, les dio la tierra de Canaán de acuerdo con la promesa hecha a Abraham (Génesis 12:7). Sin embargo, tuvieron que transcurrir cuatrocientos años después del Éxodo para que Israel se convirtiera en monarquía y en una potencia fuerte en esa parte del mundo.
Bajo el reinado del rey David y su hijo y sucesor, Salomón, la nación alcanzó la cúspide de su poder e influencia. La tierra de Israel tiene una ubicación privilegiada, justo en el punto de convergencia de tres continentes: Europa, África y Asia. Bajo el reinado de Salomón, Israel se convirtió en una nación inmensamente rica gracias a su cercanía a las rutas de intercambio comerciales más importantes del mundo.
El ascenso de Israel y su época de apogeo se debieron a la bendición del pacto de Dios; sin embargo, su prominencia y riqueza decayeron drásticamente después del reinado de Salomón debido a que los israelitas dejaron de obedecer la ley de Dios. A la muerte de Salomón el reino se dividió en dos: las diez tribus del norte, que retuvieron el nombre “casa de Israel”, y las tribus del sur –Judá, Benjamín y gran parte de la casa de Leví– que se llamaron “casa de Judá”.
El reino de Israel rápidamente abandonó la adoración a Dios, mientras que el reino de Judá titubeó por décadas ante los caprichos de sus reyes. Ambas casas libraron guerras tanto entre ellas como con las naciones que las rodeaban, y finalmente fueron castigadas por Dios con la invasión de sus territorios y el exilio a manos de los emperadores de Asiria y Babilonia.
Asiria: Dios dice en Isaías 10:5 que el Imperio asirio, situado al noreste de la tierra de Israel en lo que es el actual Irak, sirvió como “vara y báculo de mi furor” contra el reino de Israel. La destrucción y deportación de Israel por parte de Asiria sucedieron cuando esta se hallaba en el apogeo de su reinado como superpotencia mundial. Todos los relatos históricos dan cuenta de que los asirios eran conquistadores brutales y despiadados.
Más tarde los asirios invadieron Judá, llevando a muchos en cautiverio lejos de su nación y poniendo a Jerusalén bajo estado de sitio; sin embargo, Dios derrotó a las fuerzas asirias y liberó a Jerusalén. Asiria procedió a conquistar Egipto, estableciendo el patrón que se repetiría con futuros imperios invasores provenientes del norte.
Con el debilitamiento del poder de Israel y Judá después de la muerte de Salomón, sus territorios fueron invadidos reiteradamente tanto desde el norte como del sur, ya que otras potencias utilizaban las mismas rutas comerciales y de transporte que atravesaban Israel.
La Biblia simplemente afirma que Dios fue el motor detrás del meteórico ascenso de Asiria al poder, para cumplir con su propósito de castigar a Israel. Sin embargo, Dios también juzgó a los asirios: los pueblos sometidos se rebelaron contra ellos, en especial los caldeos de Babilonia.
Babilonia: Ubicada al sudeste de Asiria, Babilonia emergió como el siguiente instrumento que Dios usó para castigar a Asiria y al reino de Judá.
Después que la invasión de los asirios fuera desbaratada, Judá continuó como reino por más de un siglo adorando solo de manera intermitente a Dios. Finalmente, la desobediencia de Judá le acarreó la derrota y el exilio a manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, alrededor del año 587 a. C.
Dios usó al profeta Daniel, uno de los cautivos de Judá llevados a Babilonia, para revelar el plan profético bíblico de los siguientes mil años respecto a los reinos gentiles.
Daniel 2 y 7 profetizan con extraordinario detalle y precisión la caída de Babilonia ante Persia, la caída de Persia frente a Grecia, la caída de Grecia ante Roma, los numerosos resurgimientos del Imperio romano y su desaparición final a la venida de la última superpotencia, el Reino de Dios, que será establecido en la Tierra al regreso de Jesucristo.
Los principales elementos de la religión y la cultura babilónica se perpetuaron en varios aspectos a lo largo de cada uno de estos reinos. Por esta razón, la última superpotencia humana del fin de los tiempos también es llamada Babilonia (Apocalipsis 17:3-6). Tristemente, muchas de sus falsas prácticas religiosas aún permanecen en el cristianismo actual.
Babilonia, tal como Asiria anteriormente, fue derrotada y destruida por su orgullo contra Dios. El Imperio medo-persa conquistó Babilonia en una sola noche (Daniel 5:30-31).
Persia: El Imperio persa, ubicado principalmente en lo que hoy es Irán, fue notoriamente tolerante hacia la religión de los pueblos que sometía. Babilonia fue un instrumento de castigo contra el pueblo de Dios, pero el propósito de Persia fue entregarle alivio y permitirle cierto grado de restauración de la adoración judía. Gracias a decretos especiales promulgados por tres reyes persas distintos, a los exiliados de Judá que fueron llevados a la fuerza a Babilonia se les permitió retornar a Jerusalén a reconstruir su templo.
Dios tenía un propósito ulterior para usar al Imperio persa. Para cumplir con las profecías mesiánicas por medio de Jesucristo, el pueblo de Judá necesitaba restablecerse en la tierra de Israel. El Imperio persa reposicionó a Judá para la venida del Mesías, pero los Imperios griego y romano pavimentaron el camino para la propagación del evangelio de Jesucristo en otras formas fundamentales.
Grecia: El rey de Macedonia, Alejandro Magno, subió al trono griego y se expandió al mundo con una velocidad y eficiencia nunca vistas, derrocando y arrasando a Persia en un periodo de diez años. Mientras Babilonia y Persia buscaban control político y riqueza, ninguno de ellos impuso una dominación cultural como lo hizo el Imperio helénico de Alejandro.
El griego se convirtió en el idioma común del mundo conocido y continuó como tal hasta bien entrado el periodo romano. La universalidad del griego permitió la rápida difusión del evangelio, tanto en forma oral como escrita. El Nuevo Testamento fue escrito y preservado en griego.
Cuando Alejandro murió su imperio se dividió en cuatro reinos, dos de los cuales fueron más prominentes. La dinastía seléucida dominó la Gran Siria, incluyendo las tierras de Asiria, Babilonia y Persia, y la dinastía ptolemaica (los faraones griegos) gobernó sobre Egipto. Ambas reinaron alternadamente sobre los judíos reasentados en Tierra Santa.
El gobierno greco-sirio se caracterizó por la crueldad y falta de respeto hacia las prácticas religiosas de los judíos en el templo, particularmente bajo Antíoco Epífanes, lo cual hizo que los judíos se rebelaran alrededor del año 167 a. C. La independencia judía fue breve y muy distinta de la gloriosa visión prometida en la profecía. El poder griego sobre el resto del imperio continuó hasta desaparecer gradualmente cuando los romanos subieron al poder, conquistando Jerusalén en el año 63 a. C.
Roma: Roma fue la cuarta y última bestia de la visión de Daniel, que era “muy diferente” de las otras (Daniel 7:7). Fiel a las terroríficas imágenes que Daniel vio, el Imperio romano dominó militarmente como ningún otro imperio. Además de su particular organización y estrategia militar, los romanos también atrajeron a soldados de cada nación conquistada con la posibilidad de concederles la ciudadanía romana, la que otorgaba importantes privilegios sociales y económicos.
La supremacía militar romana ayudó a la propagación del evangelio de dos formas importantes. La eficiencia de sus ejércitos dependía del extenso sistema de caminos, que les permitía trasladarse rápidamente a través del imperio para responder a las amenazas, pero esto también permitió a los apóstoles que se esforzaban por predicar el evangelio viajar de forma fácil y segura. En segundo lugar, la paz regional y la estabilidad disfrutadas a lo largo del mundo romano, conocidas como la Pax Romana (Paz romana), propiciaron un ambiente receptivo para que la Iglesia primitiva pudiera crecer.
El Imperio romano no terminó con la caída de Roma en Occidente en el año 476 d. C., ni tampoco con la caída de Constantinopla casi mil años después, ni con el fin del Sacro Imperio Romano unos pocos siglos más tarde. De acuerdo con Daniel, el Imperio romano pasaría por diez resurgimientos. Los últimos siete –con la ayuda de un falso poder religioso– existirían sucesivamente hasta la segunda venida de Jesucristo, en otras palabras, ¡hasta nuestros días!
El más reciente de ellos fue la Alemania de Hitler. Note que el título honorífico alemán “káiser” proviene directamente del romano “césar”. Quienes publicamos la revista Las Buenas Noticias reconocemos los actuales esfuerzos que hay para crear un súper Estado europeo como un paso significativo en el proceso de formación del último resurgimiento profetizado del Imperio romano. Esto respalda y confirma nuestro análisis de los acontecimientos que están ocurriendo en Europa.
La última superpotencia
La visión en Daniel 2 termina con un golpe de piedra que destruye la estatua que representa la sucesión de cuatro grandes imperios gentiles, comenzando en la época de Daniel y continuando hasta el fin de los tiempos. La piedra destruye los pies y los dedos de los pies de esta estatua, su última etapa. Daniel revela: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (v. 44).
El clímax de la profecía de Daniel es el establecimiento del Reino de Dios, la última y verdadera superpotencia mundial que permanecerá por siempre. La roca que derriba a la estatua es nada menos que Jesucristo. A medida que vemos cómo las naciones continúan peleando y conquistando, debemos recordar las propias palabras de Cristo en Marcos 1:15: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. BN