Cuando los sueños se convierten en pesadillas

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Cuando los sueños se convierten en pesadillas

Este año, la conmemoración del septuagésimo quinto aniversario del Día D (el desembarco de las fuerzas aliadas en el norte de Francia que desbarató las defensas costeras de Adolfo Hitler) fue particularmente significativa, por la simple razón de que muy pocos de los que participaron en aquel conflicto estuvieron presentes. La mayoría de ellos ya descansa en sus tumbas, y los recuerdos de aquel día se desvanecen en el tiempo.

Cada día fallecen varios cientos de veteranos de la Segunda Guerra Mundial, y los que todavía sobreviven ya tienen más de noventa años. Pronto no habrá ninguno, lo que será una gran pérdida para el mundo.

En su mayoría, mis tíos sirvieron en varias ramas del ejército de los Estados Unidos durante aquel conflicto. Mi padre se ofreció como voluntario de la Marina cuando todavía estaba en la escuela secundaria, pero la guerra acabó antes de que él pudiera ser enviado a batalla. Mientras yo crecía, la guerra todavía era un recuerdo muy fresco y vivo para muchos. Nunca escuché a mis tíos hablar sobre sus experiencias — algunas cosas es mejor no contarlas. Uno de los tíos de mi esposa regresó a casa en un ataúd; había sido víctima de un ataque de artillería durante el último año de la guerra.

Es difícil imaginarse el horror de aquel día fatídico, cuando soldados de 18, 19 y 20 años se lanzaron a las turbulentas aguas bajo una lluvia de balas y proyectiles disparados por otros soldados de 18, 19 y 20 años que vestían uniformes distintos. Muchos jóvenes de ambos bandos jamás llegaron a ver otro amanecer. 

¿Qué factores condujeron a esta vorágine de muerte y destrucción? Mucha de la culpa puede atribuírsele a un artista fracasado y exsoldado, Adolfo Hitler, que nunca logró ascender más allá del rango de teniente en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, mediante una cadena de sucesos altamente improbables, salió de la oscuridad y llegó a convertirse en el canciller de Alemania y luego en su dictador.

Él describió su sueño en una obra de dos volúmenes, Mein Kampf (Mi lucha), escrita durante su encarcelamiento en la década de 1920 por provocar disturbios políticos, y en el periodo que le siguió. En ella explicaba su ideología racista (los alemanes arios eran la raza maestra “genial”, y los judíos la raza “parásita” que debía ser eliminada), la necesidad de expansión de Alemania (mediante la conquista de otros países) y cómo su movimiento nacionalsocialista (nazi) obtendría y ejercitaría su poder en una Alemania nueva y mucho más poderosa.

Cuando Hitler subió al poder en 1933, proclamó su nuevo régimen como “el Tercer Reich” (reich significa “ámbito” o “imperio”). Esto marcó otro aspecto de su sueño, porque los reichs primero y segundo de la historia alemana fueron el Sacro Imperio Romano, entre 800 y 1806, y el Imperio alemán, entre 1871 y 1918. El Sacro Imperio Romano dominó Europa Central, y el Imperio alemán controló la mayor parte de Europa Central y gran parte de Europa Oriental antes de su colapso, a finales de la Primera Guerra Mundial. 

Hitler se consideraba el líder de un nuevo imperio dirigido por Alemania que llegaría a dominar Europa por otros mil años, y también al mundo entero, y se propuso hacer realidad su sueño. En términos de conquistas, él fue mucho más exitoso que sus predecesores y estableció un gobierno alemán sobre un vasto territorio que se extendía desde las profundidades de Rusia en el este hasta la costa Atlántica en el oeste, y desde la punta de Noruega en el norte, pasando por África del Norte en el sur. El emblema alemán del águila fue izado sobre estos territorios tal como se había izado el estandarte romano del águila (que Hitler copió) sobre ellos casi 2000 años antes.

Y en este punto fue que sus sueños se tornaron peligrosos y se convirtieron en pesadillas. Hitler se propuso hacer exactamente lo que había descrito en Mein Kampf: inició la exterminación de los judíos que había propuesto y logró asesinar a seis millones de ellos. Alemania [según él] necesitaba lebensraum (“espacio para vivir”), así que invadió, saqueó y esclavizó a sus vecinos, provocando la muerte de millones más.

Su Partido Nacionalsocialista efectivamente gobernó una Alemania nueva y más fuerte, pero su sueño de una Europa liderada por Alemania se transformó en una pesadilla tanto para la nación como para el continente. Su campaña de conquista finalmente se paralizó y sus tropas, rodeadas de enemigos por todas partes, fueron forzadas a retroceder. 

Cuando las fuerzas aliadas desembarcaron exitosamente en el Día D, Alemania se dio cuenta de que sus días estaban contados. Menos de un año más tarde Alemania se rindió, pero no antes de que el país fuera saqueado y dejado prácticamente en el olvido.

Hitler murió en la ignominia, suicidándose en el sótano de su bunker cuando las tropas rusas se acercaban. Tal vez su legado más notable fue que con sus acciones comprobó que los líderes de las naciones pueden ser los peores enemigos de su pueblo.

Pero ¿qué tiene esto que ver con nosotros en la actualidad? Mucho en realidad, porque la profecía bíblica revela que la historia tiene maneras de repetirse a sí misma, y ciertas profecías muy importantes en los libros de Daniel y Apocalipsis nos muestran que otro gobernante hambriento de poder surgirá inmediatamente antes del retorno de Jesucristo. Él será el líder de un bloque de naciones que colectivamente se llamarán “la bestia”, término que refleja su naturaleza: un animal salvaje y carnívoro. Usted puede leer más acerca de este tema en los artículos que aparecen en esta edición.

Jesucristo nos advierte: “Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:36). En Las Buenas Noticias queremos ayudarle a entender a dónde se dirige nuestro mundo para que pueda darse cuenta de la urgencia de nuestros tiempos y, como Jesús dijo, ¡para “estar en pie” delante de él! BN