¿Cómo acabar con las guerras?
Durante la Primera Guerra Mundial, muchos soldados alemanes marcharon a la guerra con su lema imperial Gott Mitt Uns — “Dios con nosotros” grabado en sus cascos y las hebillas de sus cinturones. Sacerdotes, pastores y capellanes de ambos bandos animaban a los hombres a pelear por la justa causa de su lado, proclamando que era la voluntad de Dios que salieran victoriosos.
Desde su patria, el obispo anglicano de Londres, Arthur Winnington Ingram, declaró que esta era “una guerra santa” y urgió a los soldados británicos “a matar alemanes... no por el gusto de matar, sino para salvar al mundo, a matar al bueno tanto como al malo, al joven tanto como al viejo... Como he dicho mil veces, considero que esta es una guerra por la pureza, y considero que todo el que ha muerto en ella es un mártir” (citado por Phillip Jenkins, The Great and Holy War: How World War I Became a Religious Crusade [La guerra grande y santa: Cómo la Primera Guerra Mundial se convirtió en una cruzada religiosa], 2014, p. 71).
En Alemania, el pastor Dietrich Vorweck reescribió el padrenuestro así:
Padre Nuestro, desde las alturas del cielo,
Ayúdanos en la guerra santa . . .
Dirige a tu Reich alemán a gloriosas victorias.
¿Quién se parará ante los conquistadores? . . .
¡Señor, que se haga tu voluntad! . . .
Castiga al enemigo cada día con muerte
Y multiplica por diez sus maldiciones
No nos dejes caer en la tentación
De que nuestra ira sea demasiado débil
Para llevar a cabo tu divino juicio (citado en p. 13).
Tales plegarias aparentemente no recibieron respuesta, ya que millones murieron o fueron permanentemente mutilados en campos de batalla llenos de lodo y sangre en cuatro años de lucha, durante los cuales la línea fronteriza apenas se movió.
Harry Patch, el último soldado que luchó en las trincheras de la guerra y que murió en Gran Bretaña a la edad de 111 años, hizo un impactante comentario sobre el conflicto. Él sentía que este no había valido ni una sola vida... Recordaba haber visto a un grupo de perros semisalvajes peleando por los panecillos que habían encontrado en los bolsillos de algunos soldados muertos, y haberse preguntado: ‘¿Qué estamos haciendo ahora que sea realmente diferente? Dos naciones civilizadas, británicos y alemanes, luchando por nuestras vidas’. En resumen, comentó: ‘Ahora... no sé ni por qué peleamos’” (pp. 2-3).
Esto no quiere decir que la Primera Guerra Mundial no tuvo resultados. Cayeron cuatro imperios, se instauró el primer Estado comunista del orbe, el mundo que existía antes de 1914 fue destruido, y se estableció el escenario para aún más matanzas en la Segunda Guerra Mundial. Uno de los efectos que continúa hasta estos días es que millones de personas perdieron su fe en un Dios capaz de permitir un sufrimiento tan indescriptible.
Pero Dios no es distante e indiferente. Él se preocupa profundamente por su creación, por sus hijos de todas las naciones y razas. Uno de los pasajes más entrañables de la Biblia nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Y Dios hará posible que se le ofrezca la oportunidad de salvación a toda la humanidad, aunque no de la forma que la mayoría de la gente espera. Como se explica en esta edición, Dios no está ofreciéndole la salvación a todo el mundo en la actualidad ni está tratando de acabar con el sufrimiento humano ahora mismo. Él sabe que los seres humanos de todo el planeta tienen que aprender algunas lecciones muy dolorosas antes de estar dispuestos a admitir que “no conocieron camino de paz” (Romanos 3:17, citando Isaías 59:8). ¿Por qué no conocemos el camino de la paz? Porque “hay camino que al hombre parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12; 16:25). ¡El camino que parece derecho según nuestro pensamiento ha conducido a generaciones de guerras sangrientas, en las cuales hemos aprendido a matarnos mutuamente de maneras cada vez más eficaces!
Pero no siempre será así. Como explicamos también en esta edición, se acerca un tiempo en el cual Jesucristo, como Rey de reyes y Señor de señores, “juzgará a las naciones, y reprenderá a muchos pueblos...” (Isaías 2:4). Como resultado, “volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (mismo versículo).
Este pasaje está describiendo el venidero Reino de Dios, el mismo por el cual Cristo nos dice que oremos “Venga tu reino” (Mateo 6:10). Esperamos que usted se nos una en esta plegaria. ¡Lea este número para aprender más sobre la necesidad de que ese reino venga y sobre la forma en que se hará realidad! BN