¿Se cambió el sábado por el domingo?
Bueno, en última instancia, depende de a quién le pregunte.
Si le pregunta a la Iglesia Católica Romana y a la mayoría de las iglesias cristianas en el mundo de hoy, la respuesta es sí.
Sin embargo, si está más preocupado por lo que Dios mismo dice y lo que describe en su Palabra para aquellos que realmente desean seguirlo, la respuesta podría sorprenderlo.
El sábado ha existido durante mucho tiempo; Dios lo instituyó en la misma creación (Génesis 2:1-3). Después de que Dios creó los cielos y la tierra, descansó el séptimo día, instituyendo un ciclo de trabajo y descanso de siete días, que ha continuado a lo largo de la historia (Éxodo 34:21).
Es importante que reconozcamos que, cuando Moisés recibió los Diez Mandamientos de Dios, el sábado ya se había instituido previamente, desde la creación; pero los israelitas lo habían olvidado después de siglos de esclavitud bajo el yugo egipcio. Dios reinstituyó una serie de leyes esenciales para los israelitas desde la cima del monte Sinaí, que constituyen lo que ahora conocemos como los Diez Mandamientos.
Éxodo 20:8-11 registra esta ley específica dada a los israelitas en el Sinaí:
“Acuérdate del día sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será sábado para el SEÑOR tu Dios. No harás en él obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu animal, ni el forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días el SEÑOR hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día. Por eso el SEÑOR bendijo el día sábado y lo santificó.” (RVA-2015).
De modo que podemos ver que el sábado es santo, santificado y apartado, hecho y declarado así por Dios. Nosotros y los miembros de nuestra casa no debemos hacer nuestro trabajo habitual ese día, y Dios nos ha ordenado que descansemos.
Levítico 23 añade un contexto adicional, enumerando las "Fiestas del Señor", los Días Santos que delinean y conmemoran los diversos componentes del plan de Dios para la humanidad. La primera fiesta mencionada en Levítico 23:3, es el sábado. Note que son las Fiestas de Dios, no las de Israel. Dios simplemente le estaba explicando a Israel sobre ellas y cómo observarlas.
Esto es importante porque nos ilustra que el sábado no es judío, no es solo para los israelitas, ni es solo para aquellos que están bajo el Antiguo Pacto. Más bien, el sábado es del Señor, y debe ser una santa convocación para su pueblo. Se nos instruye a -además de descansar y no hacer ningún trabajo- santificarlo, a reunirse y adorar a Dios en el día de reposo. El sábado es una santa convocación, un día apartado para la adoración al Creador.
Al pueblo judío se le confió “La Palabra” de Dios (Romanos 3:1-2). La expresión “La Palabra”, proviene del griego λόγιον (logion), que se puede traducir como "expresión". En inglés, por ejemplo, se opta por el término oráculo.
El Comentario Bíblico del Expositor discute este concepto:
"El griego logia está relacionado con logoi (por ejemplo, en Juan 14:24), pero tiene un significado especializado. 'Oráculos' es la traducción habitual. Logia tiene este significado de oráculo en griego clásico, donde se usa especialmente para referirse a enunciados divinos, frecuentemente a aquellos preservados y transmitidos por generaciones anteriores" (Expositors Bible Commentary, 1976, Volumen 10, página 35).
Las declaraciones (o expresiones, o enunciados) que se le confiaron al pueblo judío, son las mismas palabras de Dios que les fueron entregadas por revelación directa, y que fueron transmitidas fielmente de generación en generación. Y esto incluye al sábado.
“'Confiar' en los oráculos divinos [es decir, La Palabra de Dios], obviamente significa más que ser el receptor de ellos. En realidad, significa incluso más que ser su custodio y transmisor. Lo que implica, a la luz del significado de logia, es tener fe y obediencia” (Expositors Bible Commentary, 1976, Volumen 10, páginas 35-36).
El grado de responsabilidad de preservar la palabra de Dios para las generaciones futuras, no fue algo que el pueblo judío se tomara a la ligera. Como resultado de esto, hicieron numerosas interpretaciones legales a lo largo de la historia, todas basadas en la ley de Dios, creando así 39 reglas diferenciadas complementadas con sub-reglas, que construirían una cerca alrededor del sábado para que la persona no lo quebrantara. Estas reglas incluían normativas como, por ejemplo, cuántos pasos podía dar uno, cuántas cartas podía escribir o si podía trasladar algo.
En tiempos del Nuevo Testamento, Jesucristo provocó la molestia de los fariseos al llevar a cabo sanaciones en sábado (Marcos 3:1-6), o al recoger espigas para comer mientras caminaba con sus discípulos (Mateo 12:1); pues había quebrantado las reglas que los hombres habían impuesto al sábado, no la ley de Dios. Jesucristo vivió sin cometer pecado alguno, él no transgredió la ley de Dios (2 Corintios 5:21). Este énfasis al distinguir entre las adiciones del hombre a la Ley de Dios de la Ley en sí misma, fue un frecuente punto de desacuerdo y discordia entre Cristo y los fariseos.
Jesucristo y los apóstoles adoraron a Dios, y enseñaron en numerosos lugares durante el día de reposo a lo largo y ancho de los relatos del Nuevo Testamento, e incluso hay registros de que esta práctica continuó más allá de la muerte y resurrección de Cristo en el período ante-niceno (es decir, previo al concilio de Nicea) de la Iglesia. Durante este período, diversas herejías y prácticas paganas comenzaron a infiltrarse en la Iglesia.
Aproximadamente 100 años después de la muerte de Jesucristo, los evangelios apócrifos de Bernabé y Justino contienen referencias a la adoración el primer día de la semana (el domingo), y comenzó a convertirse en la norma durante el gobierno del emperador Adriano entre 117-135 d.C. Adriano persiguió fuertemente al pueblo judío y prohibió específicamente muchas prácticas de lo que él percibía como judaísmo, incluida la adoración a Dios en el séptimo día, es decir, el sábado. El pequeño grupo de cristianos que permaneció fiel a Cristo y sus enseñanzas, se vio obligado a adorar a Dios en sábado de la forma más secretamente posible.
Constantino el Grande, un adorador del dios sol romano, el pagano y famoso Sol Invictus, se convirtió al cristianismo en la Batalla del Puente Milvio en el 312 d.C. Él afirmó haber tenido una visión de una cruz de fuego en el cielo antes de la batalla, lo que lo llevó a convertirse cristiano y conquistar a su enemigo, el emperador romano Majencio.
Varios años después, dictó el siguiente edicto que estableció un día nacional de descanso el domingo, el día santo del Sol Invictus:
"En el venerable Día del Sol, que descansen los magistrados y las personas que residen en las ciudades, y que se cierren todos los talleres. En el campo, sin embargo, las personas que se dedican a la agricultura pueden continuar libre y legalmente sus actividades; porque a menudo sucede que otro día no es tan adecuado para la siembra de granos o para la plantación de la vid; no sea que por descuidar el momento adecuado para tales operaciones se pierda la generosidad del cielo (edicto dado el día 7 de marzo, Crispo y Constantino son cónsules cada uno de ellos por segunda vez). Tiempo [321 d.C.] " (Codex Justiniano, libro 3, título 12,3).
Con este edicto, Constantino combinó eficazmente las prácticas de adoración paganas del dios sol romano al que adoraba, con aspectos de su “cristianismo” recién descubierto. Este patrón se replica a lo largo de la historia católica romana temprana.
Johns D. Parker registra en su libro, “El sábado transferido” las siguientes palabras del registrador de la corte de Constantino, Eusebio:
“En este día, que es el primero de la luz y del sol verdadero, nos reunimos después de un intervalo de seis días, y celebramos sábados santos y espirituales, todas las naciones redimidas por él en todo el mundo, y hacemos esas cosas de acuerdo con la ley espiritual que fue decretada para que los sacerdotes la cumplieran en sábado... Y todas las cosas que teníamos el deber de hacer en sábado, las hemos transferido al Día del Señor como más honorables que el sábado judío” (Parker, Johns D., The Sabbath Transferred, 1902, páginas 93-94).
Entonces, ¿se cambió el día de reposo de sábado a domingo?
Sí, Adriano, Constantino, Eusebio y otros líderes de la Iglesia Ante-Nicea cambiaron gradualmente el día de adoración del sábado al domingo. Pero la pregunta más grande y mucho más importante es: ¿Tenían la autoridad bíblica para hacerlo y Dios mismo lo aprueba?
Absolutamente no.
La Iglesia Católica Romana ha reclamado durante mucho tiempo el derecho a hacer cambios doctrinales como mejor le parezca, sintiendo que el Papa está en el lugar de Dios en la tierra.
El Papa León XIII en una carta de 1894 dijo: "Nosotros (los Papas) ocupamos en esta Tierra el lugar del Dios Todopoderoso".
Un periódico católico de 1895, The Catholic National, dijo: "El Papa no es solo el representante de Jesucristo, sino que es el mismo Jesucristo escondido bajo el velo de la carne".
Además, el Centinela de la Iglesia Católica de Santa Catalina del 21 de mayo de 1995, dijo lo siguiente:
“Quizás lo más audaz, el cambio más revolucionario que jamás haya hecho la Iglesia, ocurrió en el primer siglo. El día santo, el sábado, se cambió de sábado a domingo. 'El Día del Señor' (dies domini) fue elegido, no desde ninguna dirección señalada en las Escrituras, sino desde el sentido de la Iglesia de su propio poder... Las personas que piensan que las Escrituras deberían ser la única autoridad, lógicamente deberían hacerlo... santificad el sábado” (énfasis añadido).
El cardenal James Gibbons, arzobispo de Baltimore, también fue muy abierto sobre el cambio del día de reposo del sábado al domingo.
“Puede leer la Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y no encontrará ni una sola línea que autorice la santificación del domingo. Las Escrituras refuerzan la observancia religiosa del sábado, un día que nunca santificamos. La Iglesia Católica enseña correctamente que nuestro Señor y sus Apóstoles inculcaron ciertos deberes importantes de la religión que no están registrados por los escritores inspirados... Por lo tanto, debemos concluir que las Escrituras por sí solas no pueden ser una guía y regla de fe suficiente” (Gibbons, James, The Faith of our Fathers, 1917, página 89).
Respetuosamente no estamos de acuerdo.
El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará… El que no me ama, no guarda mis palabras… (Juan 14:23-24).
Dios instituyó el sábado. Él esperaba que su pueblo escogido, Israel, lo guardara, lo mantuviera, lo adorara y lo pasara a otros. Jesucristo enseñó y adoró en sábado, sus apóstoles enseñaron y adoraron en sábado. La Escritura no contiene ninguna referencia desde el Génesis hasta el Apocalipsis que santifique al domingo como el día de adoración.
Dios no cambia. Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Él es el Alfa y la Omega (Malaquías 3:6; Hebreos 13:8, Apocalipsis 1:8). Como tal, ¿cambiaría él su día de descanso y adoración establecido y elegido sin dar una declaración clara?
¿Se cambió el sábado por el domingo? Si.
¿Debió haberse hecho? No.
Por lo tanto, si somos personas interesadas en agradar verdaderamente a Dios y mostrarle nuestro amor, debemos escuchar y obedecer (Mateo 7:24-29; Santiago 1:22-25) y adorar a nuestro gran Dios en su santo día de reposo, en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24).