Jesús, las fiestas y la filosofía
Segunda parte
En las provincias orientales de Roma, especialmente antes del año 125 d. C., existían “siglos de rencor entre griegos y judíos” que se manifestaban en “maliciosas travesuras y caracterizaciones de las creencias judías” por parte de los griegos (MacMullen, Paganism and Christianity: 100-425 C.E. A Sourcebook, p. 152-153). Los lugares de más conflicto entre judíos y griegos se hallaban predominantemente en ciudades romanas; sin embargo, los acontecimientos más hostiles tuvieron lugar en Alejandría, Egipto (una provincia oriental de Roma).
Aquí, en Alejandría, un filósofo judío llamado Filón (contemporáneo de la época de Jesús y los apóstoles) dio sentido al mundo sincretizando las Escrituras hebreas con los principios alegóricos de la filosofía griega platónica. Platón creía que los aspectos físicos del mundo eran la sombra de una forma superior actualizada. A medida que el evangelio se extendía por el mundo grecorromano, estos conceptos alegóricos y filosóficos griegos (junto con el creciente antisemitismo de su época) reformaron las prácticas, enseñanzas y costumbres de la Iglesia postapostólica.
Epístola de Bernabé
Durante el segundo siglo hubo una avalancha de evangelios falsificados, cartas heréticas y falsos relatos sobre Jesús y sus seguidores que circularon entre la Iglesia primitiva. Uno de los escritos más influyentes en el “cristianismo proto-ortodoxo” [término formulado por el erudito del Nuevo Testamento Bart Ehrman para describir el movimiento cristiano primitivo, que fue el precursor del cristianismo ortodoxo] fue una carta fraudulenta a nombre de Bernabé (que había ministrado con el apóstol Pablo), escrita alrededor del año 130 d. C. (Ehrman, Lost Scriptures [Escrituras perdidas], p. 219). Sabemos que algunas congregaciones erróneamente “la consideraron parte del canon del Nuevo Testamento” y dieron crédito a “su premisa básica . . . que el judaísmo es, y siempre ha sido, una religión falsa” (Ehrman).
Una sección de esta carta describía el relato de la creación del Génesis como algo no literal, sino más bien como una alegoría del papel de Jesús en la historia de la humanidad. En este contexto, la humanidad existiría durante 6000 años (símbolo de los seis días de la creación), y en los últimos 1000 años Jesús reinaría en la Tierra (símbolo del descanso del séptimo día de reposo).
Entonces el autor determinó que, puesto que Dios odiaba los sábados, las lunas nuevas y las fiestas de los judíos (que habían pertenecido a la nación teocrática de Israel), “había hecho un octavo día, que es el comienzo de otro mundo” (“Letter of Barnabas” [Carta de Bernabé] Ehrman, p. 232). Y por tanto, puesto que los apóstoles descubrieron la tumba vacía de Jesús un domingo por la mañana, este octavo día debía desplazar la observancia del sábado, el séptimo día, y las fiestas anuales.
Curiosamente, el sábado y la fiesta anual de otoño conocida como Fiesta de los Tabernáculos sí representan un reinado milenario de Cristo, como menciona el autor de esta carta. Asimismo, la fiesta conocida como el Octavo Día, que sigue inmediatamente después de la Fiesta de los Tabernáculos, representa el tiempo de la resurrección de “los muertos, grandes y pequeños”, todos los que nunca han tenido la oportunidad de aceptar a Cristo como Salvador (Apocalipsis 20:12).
Después de este tiempo de juicio, Dios hará un cielo nuevo y una Tierra nueva. La Iglesia primitiva comprendió estas fiestas y cómo tenían su fundamento en Cristo y eran sombras de realidades futuras, como había dicho Pablo. Sin embargo, esta interpretación del relato de la creación en relación con la resurrección de Jesús y las fiestas anuales no formaba parte de las enseñanzas de los primeros apóstoles.
De hecho, el libro de Hebreos (que según se cree fue escrito por Pablo, aunque algunos han argumentado que fue escrito por el mismo Bernabé) declara: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado . . . por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:1, 9).
Lucha por mantener las reglas de la fe
Sin embargo, alrededor de 155-160 d. C. muchos ya habían adoptado el culto dominical como su nueva tradición y como demostración del rechazo de Jesús al pueblo judío (y la aceptación de los cristianos) como pueblo de Dios.
Pero esta proposición había creado una falsa dicotomía en la mente de los creyentes, porque los cristianos seguían celebrando la Pascua en conexión con las fiestas anuales de primavera. Entonces, si el domingo era la nueva regla de fe, ¿debía un cristiano seguir celebrando la Pascua según el calendario lunar bíblico, como los judíos?
En el año 155 d. C., unos 50 años después de la muerte del apóstol Juan, Aniceto (que era obispo de la iglesia de Roma) y Policarpo (que era obispo de la Iglesia de Esmirna) discreparon sobre este asunto.
En 180 d. C., Ireneo explicó en una carta que Policarpo no pudo persuadir a Aniceto de celebrar la Pascua el día 14 del calendario hebreo porque este se sentía obligado a mantener las tradiciones que le habían dado sus superiores en Roma (celebrarla en domingo). Escribió: “Aniceto no pudo persuadir a Policarpo de renunciar a la observancia [de la Pascua en el día 14 del calendario hebreo] puesto que estas cosas habían sido siempre observadas por Juan el discípulo de nuestro Señor y por [los] otros apóstoles con los que había estado [asociado]” (A Dictionary of Early Christian Beliefs, “Paschal Controversy” [Diccionario de creencias cristianas primitivas, “Controversia pascual”], 1998, p. 500).
Aun así, unas décadas más tarde, en 190 d. C., Polícrates (obispo de Éfeso) escribió a Víctor I (obispo de Roma) una defensa de sus celebraciones de la Pascua y de los Panes sin Levadura según el calendario bíblico, que casi consiguió que él y la Iglesia oriental fueran excomulgados de la iglesia occidental de Roma.
Escribió: “En cuanto a nosotros, pues, observamos escrupulosamente el día exacto, sin añadir ni quitar. Porque en Asia han ido a descansar grandes luminarias, que resucitarán en el día de la venida del Señor . . . Todos ellos celebraban la Pascua el día catorce del mes, de acuerdo con el Evangelio, sin desviarse nunca de él, sino ateniéndose a la regla de la fe . . .
[Habiendo] observado siempre el día en que el pueblo quitaba la levadura . . . Yo mismo . . . [he] leído toda la Sagrada Escritura, [y] no me asustan las cosas que se dicen para aterrorizarnos [amenazarnos]. Pues quienes son más grandes que yo han dicho: ‘Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres’” (“Controversia pascual”, p. 500).
Aunque el intento de Víctor I de excomulgar a Polícrates y a la Iglesia oriental por no ajustarse a su nueva tradición establecida en Roma fue un fracaso, sí declaró que el culto dominical de la Pascua sería la práctica y tradición oficial de Occidente, independientemente del calendario bíblico. En consecuencia, aquellos que “habían conservado la costumbre más antigua y apostólica . . . se habían convertido en herejes simplemente por estar atrasados” (Chadwick, The Early Church [La Iglesia primitiva], p. 85).
“Mis fiestas solemnes”, dice el Señor
Cuando el emperador Constantino adoptó el cristianismo como religión oficial de Roma, puso en práctica esta propensión antisemita con respecto a esta fiesta. En una carta a las iglesias tras el Concilio de Nicea en el año 325 d. C., escribió: “Se resolvió [que] esta fiesta debía ser celebrada por todos y en todos los lugares en un mismo día . . . [Porque es] algo indigno que en la celebración de esta santísima fiesta sigamos la práctica de los judíos, que impíamente han manchado sus manos con un enorme pecado, y por ello están merecidamente afligidos con la ceguera del alma . . . [Por lo tanto], no tengamos nada en común con la detestable muchedumbre judía . . . adoptemos de común acuerdo este proceder, y retirémonos de toda participación en su bajeza . . . [Pues] ¿cómo habrían de ser capaces de formarse un sano juicio, quienes [en] su culpa parricida [asesinaron] a su Señor?” (Eusebio, The Life of the Blessed Emperor Constantine [La vida del
bienaventurado emperador Constantino], 3:17-18, p. 128).
En consecuencia, al proclamar una tradición para la iglesia mundial que reforzaba su imperio, cualquier opinión y práctica disidente hubieran sido una amenaza a su autoridad. Además, estas tradiciones recién adoptadas del cristianismo habían creado un vínculo ininterrumpido entre la fe cristiana y el mundo religiosamente pagano de Roma.
Por tanto, como la Pascua caía cerca del equinoccio de primavera y la adoración a Ishtar, la diosa de la fertilidad, las festividades de cristianos y paganos podían fusionarse en una sola celebración: la Pascua de Resurrección.
Como el nacimiento del dios sol, Mitra, era el 25 de diciembre, cerca del solsticio de invierno, también el cristianismo podía adoptar sus tradiciones paganas como celebración del nacimiento de Jesús.
Un romano multicultural podía adorar al dios sol Mitra y también a Jesús cada domingo, sin tener que desligarse de ninguna forma de culto pagano. Así, las tradiciones mezcladas de paganismo y cristianismo han continuado a lo largo de la historia y siguen oponiéndose a los sábados y festivales anuales que fueron fundados por Jesús.
Cuando Jesús habló a la nación de Israel hace mucho tiempo, dijo con respecto a los sábados semanales y anuales: “Estas son las fiestas que yo he establecido y a las que ustedes han de convocar como fiestas solemnes en mi honor” (Levítico 23:1-2, Nueva Versión Internacional).
Estos sábados y fiestas anuales nunca han pertenecido a los judíos; por el contrario, siempre han pertenecido a Jesucristo y al pueblo de Dios. Él es su fundamento, la máxima autoridad sobre cómo deben practicarse, y Aquel que hará que se cumplan después de ser haber sido sombras de cosas venideras.
Así pues, no abandonemos estos sagrados festivales del Señor. Celebremos sus sagradas asambleas en honor de Aquel a quien representan: Jesús, nuestro Sumo Sacerdote y Rey.
Y ojalá nunca tengamos que enfrentar el día en que Jesús quizá tenga que decirle nuevamente al pueblo de Dios: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres” (Marcos 7:6-8). EC