La geografía del comercio celta-escita
Los patrones de intercambio de los celtas del boscoso noroeste de Europa y los escitas de las llanuras del este son reveladores. Las vías comerciales y de transporte en la Antigüedad eran los ríos y mares, y los celtas y escitas eran expertos viajeros de las rutas acuáticas.
Los pueblos vecinos consideraban que los escitas saces que vivían a orillas del mar Caspio eran prolíficos pescadores; eran además grandes consumidores de pescado. Como resultado, algunos de ellos eran llamados “Apa-saca”, que significa “los saces que habitan cerca de las aguas”.
Al oeste, la tribu de los celtas vénetos se había convertido en una potencia marítima con más de 220 grandes embarcaciones de roble, cuyas vigas medían treinta centímetros de ancho y eran afirmadas con puntas de hierro tan anchas como un pulgar humano. Su fortaleza se hallaba en la bahía Quiberon, en el oriente de la península francesa. Según las fuentes romanas, los vénetos hacían comercio no solo a lo largo de las costas de Galia, sino también con Bretaña e Irlanda para obtener estaño.
Tanto los celtas como los escitas exhibían habilidades excepcionales en la navegación de ríos y mares, incluso en época tan temprana como la última mitad del primer milenio a. C. Ambos grupos habían estado profundamente involucrados en el comercio fluvial y marítimo desde el comienzo de su aparición en las estepas euroasiáticas.
La arqueología y la historia revelan mucho acerca del origen étnico de los celtas y escitas por medio de sus actividades y relaciones comerciales. Para comprender la naturaleza de sus relaciones, debemos entender ciertos detalles geográficos de esta región esteparia.
El continente europeo está configurado como una inmensa península. En Europa peninsular, por encima del mundo mediterráneo, se encuentra lo que podría llamarse un núcleo, o nexo, donde la cabecera de sus principales ríos –Rin, Danubio, Sena y Ródano– se aproximan.
Este núcleo fue una vez el vínculo clave de comunicación y comercio entre las zonas atlántica, nórdica-báltica, del mar Negro oriental, y mediterránea. Era un portal principal para toda Europa.
Arterias adicionales que surgían del río Rin se extendían al este en Europa central hasta llegar a los valles fluviales de Lippe, Ruhr y Meno, o al norte, a lo largo de los ríos Weser y Elba. Otra ruta importante, fundamental para el comercio del preciado ámbar, se iniciaba en los depósitos de ámbar en la ribera del mar Báltico, en la Península de Jutlandia y áreas adyacentes.
Esta ruta comercial se extendía al sur cruzando el plano central alemán a través de Bohemia, donde se intersectaba con el Danubio cerca de Viena moderna. De ahí continuaban por el Danubio a los puestos de comercio griegos a orillas del mar Negro. El mar Negro era el núcleo principal de comercio en el extremo este de esta ruta.
Ríos profundos como el Dniester y el Dnieper llegaban hasta el interior de Europa Oriental, donde un corto trayecto por tierra podía conectar a un viajero o inmigrante con los ríos Dvina o Vistula.
Estas rutas acuáticas proveían acceso directo a la mayoría de Europa oriental y la región báltica. La rama oriental de los escitas, quienes residían alrededor del mar Caspio, también tenían acceso directo al mar Báltico a través del río Volga. Este río era navegable más allá de Moscú de la actualidad. Como ha señalado Thor Heyerdahl, un etnógrafo famoso por su trabajo en otras rutas antiguas de migración, las cabeceras del Volga están muy cerca de las cabeceras del Dvina, el cual desemboca en el Báltico en Riga.
En otras palabras, tanto los escitas del este como los celtas del oeste tenían las cabeceras del continente –las “autopistas” de este entonces– a su disposición para el comercio, y las utilizaban efectivamente. Estaban lejos de ser gente retrógrada y limitada a una simple vida nómada (para mayor información, asegúrese de leer “Celtas y escitas conectados mediante descubrimientos arqueológicos” en la página 63).