Justicia y equidad para todos
Durante la edad dorada bajo David y Salomón, los esfuerzos de Israel por promover la equidad y justicia para sus ciudadanos han sido comparados con los esfuerzos modernos para alcanzar estos nobles ideales. Ambos reyes eran conocidos por gobernar justamente a su pueblo (2 Samuel 8:15; 1 Crónicas 18:14; 1 Reyes 3:3). Como era una nación ejemplar, Israel atrajo a líderes internacionales que buscaban presenciar personalmente su prosperidad y cultura. Uno de estos dignatarios fue la reina de Sabá.
Después de haber probado a Salomón con preguntas y examinado personalmente sus proyectos de construcción y la cultura israelita, la famosa reina le dijo a Salomón: “Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído.
“Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría. El Eterno tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque el Eterno ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia” (1 Reyes 10:6-9; compare con 2 Crónicas 9:1-8).
La felicidad y la paz florecen en una atmósfera de justicia y equidad para todos, sin importar su raza o antecedentes.
Como parte de las instrucciones de su pacto, Dios les había dicho a los Israelitas que fuesen justos con todas las personas que residían dentro de las fronteras de su nación. Él específicamente dijo: “La misma ley será para el natural, y para el extranjero que habitare entre vosotros” (Éxodo 12:49). Para explicar este principio, Dios añadió: “Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto” (Éxodo 22:21).
Los extranjeros debían tener los mismos derechos que los nativos. Jueces y gobernantes debían aplicar las leyes con equidad. A los extranjeros debía ofrecérselas la oportunidad de adorar a Dios durante las fiestas santas (Éxodo 12:48; Levítico 16:29). Cuando Israel descansaba en el sábado, el séptimo día semanal, los extranjeros en la tierra debían descansar también (Éxodo 20:10).
Tal como los israelitas nativos, los extranjeros podían también ofrecer sacrificios a Dios (Números 15:14). Las leyes de la salud se aplicaban igualmente a nativos y extranjeros (Levítico 17:15), y Dios ordenó a los Israelitas que ayudaran a los pobres y extranjeros entre ellos (Levítico 19:10; 23:22; 25:35). En resumen, Dios les dijo a los israelitas que amaran a los extranjeros y los tratasen como si fuesen nativos de su tierra (Levítico 19:34).
Dios deseaba que el derecho y el privilegio de adorarlo y vivir en su nación ejemplar estuviese disponible para todos. Su expectativa obvia era la “justicia para todos”.