Gran Bretaña y los Estados Unidos heredan el patrimonio de José

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Gran Bretaña y los Estados Unidos heredan el patrimonio de José

"El Señor ha declarado que te pondrá por encima de todas las naciones que ha formado, para que seas alabado y recibas fama y honra. Serás una nación consagrada al Señor tu Dios". (Deuteronomio 26:18-19, NIV).

Los descendientes nómadas de Israel, ahora llamados escitas, nuevamente se vieron forzados a migrar, luego de haber vivido en las estepas eurasiáticas durante aproximadamente cinco siglos después de la destrucción del reino del norte.

Esta vez sus enemigos –de Asia y del Cercano Oriente– y un dramático cambio climático en las estepas eurasiáticas los obligaron a desplazarse hacia el oeste, tal como los profetas bíblicos habían dicho que ocurriría (1 Reyes 14:15; Isaías 49:12; Oseas 12:1). Esta gran migración hacia el oeste comenzó alrededor de 200 a. C. y continuó hasta el siglo V d. C.

Sin embargo, durante este tiempo (en el siglo i), cuando el cristianismo estaba en su primera etapa, el historiador judío Flavio Josefo confirmó que muchos israelitas deportados aún vivían más allá del río Éufrates. Josefo escribió que en su tiempo, “las diez tribus están más allá del Éufrates asentadas hasta hoy [en el siglo I], y son una multitud inmensa que no podría ser calculada en números” (Antigüedades de los Judíos, libro XI, capítulo V, sección 2).

El apóstol Santiago también confirma claramente que las tribus perdidas no se reunieron con las tribus de Judá y Benjamín en Palestina. Él se dirigió en su epístola “a las doce tribus que están en la dispersión” (Santiago 1:1).

A pesar de que Dios había prometido que las diez tribus perdidas de Israel continuarían existiendo, también prometió que serían zarandeadas entre todas las naciones (Amós 9:9). Él hizo esto hasta que las llevó a la tierra que estaba al norte y al este del antiguo Israel, donde había prometido restablecerlas.

Fue como si una mano poderosa e invisible los hubiera guiado inexorablemente como un rebaño (con todas sus tribus y clanes) a través de las llanuras eurasiáticas –las estepas escitas– hasta el noroeste de Europa, donde los celtas, otro grupo de tribus relacionadas, se estaban estableciendo.

Y aun cuando esta antigua migración no se comprende tan bien como las migraciones europeas a comienzos del siglo XVI –cuando los emigrantes establecieron colonias en América del Norte, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica–, ambas fueron similares en muchos aspectos.

Aunque muchos clanes de varias tribus convergieron en Europa al mismo tiempo, la mayoría de los que finalmente se establecieron en el noroeste de Europa estaban relacionados entre sí y compartían una misma cultura. Muchos historiadores han reconocido que los pueblos anglosajones dieron origen a varias naciones modernas de Occidente, incluyendo Gran Bretaña y Estados Unidos. Esta información puede encontrarse en muchos libros de historia.

Lo que no se comprende tan claramente es la conexión celta-escita con los israelitas de la Antigüedad. En el capítulo anterior examinamos brevemente esta conexión; ahora enfocaremos nuestra atención en cómo Dios comenzó a cumplir las promesas que les hizo a los descendientes de las posibles tribus perdidas de Israel después de que migraron al noroeste de Europa y las islas británicas, y de ahí a Estados Unidos y al resto de las colonias británicas alrededor del mundo.

Promesas de grandeza para los descendientes de José

Antes de su muerte y bajo la inspiración de Dios, el patriarca Jacob profetizó lo que les ocurriría a los descendientes de sus doce hijos “en el futuro” (Génesis 49:1, NVI). En este capítulo nos concentraremos en la profecía de Jacob respecto a José.

De entre todas las tribus perdidas de Israel, los descendientes modernos de José son los más fáciles de identificar, ya que las bendiciones específicas que iban a recibir se destacarían muy claramente de las del resto de las tribus. Dios prometió a los descendientes de José (por medio de sus hijos Efraín y Manasés) todos los beneficios de las promesas de grandeza nacional y abundante prosperidad derivados de la primogenitura.

Note la profecía de Jacob acerca de José en los últimos días: “José es un retoño fértil, fértil retoño junto al agua, cuyas ramas trepan por el muro. Los arqueros lo atacaron sin piedad; le tiraron flechas, lo hostigaron. Pero su arco se mantuvo firme, porque sus brazos son fuertes. ¡Gracias al Dios fuerte de Jacob, al Pastor y Roca de Israel!

“¡Gracias al Dios de tu padre, que te ayuda! ¡Gracias al Todopoderoso, que te bendice! ¡Con bendiciones de lo alto! ¡Con bendiciones del abismo! ¡Con bendiciones de los pechos y del seno materno! Son mejores las bendiciones de tu padre que las de los montes de antaño, que la abundancia de las colinas eternas. ¡Que descansen estas bendiciones sobre la cabeza de José, sobre la frente del escogido entre sus hermanos!” (Génesis 49:22-26, NVI).

Él dijo que los descendientes de José serían especialmente bendecidos, como una viña fértil con una interminable fuente de agua para asegurar su constante crecimiento. Sus poblaciones se multiplicarían rápidamente. Expandirían sus tierras más allá de las fronteras originales, serían militarmente fuertes y cosecharían las mejores bendiciones físicas de la Tierra, produciendo bienes y prosperando. Estas fueron las bendiciones de primogenitura (1 Crónicas 5:1-2) que Dios prometió a los descendientes de José. Debido a estas bendiciones divinas, ellos se destacarían entre las otras tribus de Israel (Génesis 49:22-26).

Antes de su muerte, Moisés repitió las bendiciones especiales que recibirían los descendientes de José. “A José dijo: Bendita del Eterno sea tu tierra, con lo mejor de los cielos, con el rocío, y con el abismo que está abajo. Con los más escogidos frutos del sol, con el rico producto de la luna, con el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos, y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud; y la gracia del que habitó en la zarza venga sobre la cabeza de José, y sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus hermanos.

“Como el primogénito de su toro es su gloria, y sus astas [grandeza militar] como astas de búfalo; con ellas acorneará a los pueblos juntos hasta los fines de la tierra; ellos son los diez millares de Efraín, y ellos son los millares de Manasés” (Deuteronomio 33:13-17). Dios había prometido intervenir directamente para que los descendientes de José recibiesen magníficas bendiciones físicas.

Una vez que comprendemos que los descendientes modernos de José son los pueblos de Estados Unidos y Gran Bretaña, vemos que a lo largo de los tres últimos siglos Dios ha sido fiel a lo que prometió: les ha entregado las promesas físicas de primogenitura que hizo a los hijos de José (Efraín y Manasés) a sus descendientes modernos, los pueblos celtas y anglosajones de Gran Bretaña y Estados Unidos. Los descendientes celtas y anglosajones han sido los principales fundadores y forjadores de la cultura británica y estadounidense.

Dios también les ha brindado oportunidades para brillar como faros espirituales en un mundo confundido y oscuro. Desafortunadamente, tal como sucedió con los israelitas de antaño, solo unos cuantos de ellos han estado dispuestos a aceptar su responsabilidad y el llamamiento de Dios.

Dios asigna un rol a los descendientes de José

A pesar de que Dios otorgó prominencia nacional y prosperidad a los descendientes de Abraham, tal como había prometido, no lo hizo a costa de otros pueblos o naciones. Por el contrario, el propósito trascendental de Dios siempre ha sido el de llevar a todos los seres humanos a que entablen una relación permanente con él (Hechos 17:30; 1 Timoteo 2:4; 2 Pedro 3:9). Solo entonces pueden recibir el poder para cambiar su naturaleza humana y recibir la bendición incomparable de la vida eterna (Hechos 4:12).

Dios designó a los descendientes de Abraham –según una promesa hecha mucho antes de que existiesen como pueblo– como sus instrumentos para llevar a cabo aspectos importantes de su propósito. Él los ha utilizado de maneras que muchas veces ellos mismos no han sabido discernir.

En el núcleo mismo de la relación de Dios con los antiguos israelitas se hallaba su pacto con ellos y sus descendientes. Ese acuerdo definió las reglas y responsabilidades de la relación entre Dios y los israelitas. Además, estableció las obligaciones que Dios se autoimpuso y sus expectativas en cuanto a la nación que había creado para que fuese su pueblo santo y un modelo para el resto del mundo (Levítico 20:26; Deuteronomio 4:5-8; 7:6).

Dios les entregó las bendiciones de la promesa de primogenitura a los descendientes modernos de José por medio de Gran Bretaña y Estados Unidos. Al mismo tiempo, él ha hecho disponible para los descendientes de Israel –y también para el mundo entero– el conocimiento de lo que espera de ellos espiritualmente. Ha preservado con toda exactitud este conocimiento en la Biblia, y hoy ese conocimiento está al alcance de cualquiera que esté dispuesto a leerla, sin importar si es un israelita étnico o un gentil.

Dios hace posible el acceso a su Palabra

Los pueblos inglés y estadounidense han sido instrumentos utilizados para predicar la Palabra de Dios a la mayor parte del mundo conocido. A pesar de que frecuentemente damos la Biblia por sentada, y de que muchos hogares en muchas partes del mundo tienen ahora varias copias de ella, no siempre fue así.

Por muchos siglos las únicas copias disponibles, además de aquellas en los lenguajes originales, estaban en latín, y la Iglesia católica romana controlaba estrictamente el acceso de la gente común a las Escrituras. “Sin embargo, fue en Inglaterra, la que había sido privada de la Palabra viviente, donde se libró y ganó la batalla por el derecho del hombre común a tener una Biblia en su propio idioma” (Neil Lightfoot, How We Got The Bible [Cómo nos llegó la Biblia], 1986, p. 76).

Después de varios intentos de producir versiones en inglés en los años 1500, en 1611 el rey de Inglaterra oficialmente aprobó la publicación de lo que ahora se conoce como la versión King James (Biblia del rey Jacobo; su equivalente en castellano es la versión Reina-Valera). Sus traductores, bajo la orden del rey Jacobo I, se valieron de un enorme equipo de expertos en hebreo y griego y produjeron una versión inglesa basada en los lenguajes tradicionales. Esta ganó rápidamente la reputación de ser la traducción más fidedigna de la Biblia que se había intentado hasta ese entonces.

Por casi cuatrocientos años, esta versión se ha mantenido como la traducción más conocida de la Biblia en el mundo de habla inglesa y ha sido el modelo para traducciones de la Biblia en prácticamente todos los otros idiomas. No hay ningún otro libro que haya impactado tanto la historia del pueblo de habla inglesa como la Biblia del rey Jacobo.

Desde ese entonces la Biblia se ha traducido a miles de idiomas, virtualmente a todas las lenguas, y los descendientes del pueblo británico han impreso y distribuido centenares de millones de copias alrededor del mundo.

Las políticas y recursos de Estados Unidos y Gran Bretaña han fomentado y permitido la proclamación del verdadero evangelio del Reino de Dios alrededor del mundo en el último siglo. Ambas naciones han proporcionado un clima de libertad religiosa, los recursos económicos y la mayor parte de los trabajadores necesarios para diseminar el conocimiento bíblico a todas las naciones.

El rol de la Biblia en la sociedad y la ley

Los principios bíblicos se convirtieron incluso en la base de gran parte del derecho consuetudinario (normas jurídicas basadas en la tradición y las costumbres) británico. De esta manera, el derecho consuetudinario británico influyó fuertemente en las leyes constitucionales y regionales de los Estados Unidos. Por lo tanto, la Biblia ha tenido más influencia sobre Estados Unidos y la Mancomunidad de Naciones que sobre cualquier otro pueblo en siglos recientes.

La Biblia sentó los cimientos de los valores éticos y la moralidad profesados por estas naciones. Las leyes que las naciones establecieron según principios bíblicos se convirtieron en la base de una inmensa parte de los juicios legales. Estados Unidos en particular se convirtió en la nación más bíblicamente orientada del mundo (con la posible excepción del moderno Estado de Israel, fundado en 1948).

Gracias a la amplia disponibilidad de la Biblia, Dios les dio a los pueblos de habla inglesa información esencial que debían saber para así entender lo que él esperaba de ellos. Adicionalmente, la identidad de muchos fue expuesta y se reveló que eran descendientes de José a través de sus hijos Efraín y Manasés.

Sin embargo, Dios nunca ha forzado a los pueblos de Gran Bretaña y Estados Unidos a aceptar el rol que les fue bíblicamente asignado. Tal como lo hizo con el antiguo Israel, Dios les ha dado a escoger (Deuteronomio 30:15, 19) y solo una pequeña porción de ellos ha respondido sinceramente.

¿Por qué ocurrió todo esto? ¿Qué propósito está llevando a cabo Dios para los últimos días? ¿Cómo se han cumplido los elementos esenciales de su plan?

Repasemos algunas de las contribuciones significativas que Gran Bretaña y Estados Unidos han hecho al mundo moderno. Luego las compararemos con las promesas que Dios les hizo a los descendientes de José.

Si podemos encontrar evidencia de que los pueblos de Gran Bretaña y Estados Unidos han recibido los beneficios y bendiciones bíblicamente predichos, entonces tendremos más pruebas para sostener que ellos son, inequívocamente, los descendientes modernos de Israel.

¿Reconocen los británicos y los estadounidenses la mano de Dios?

La expresión “Dios es inglés” encarnaba la perspectiva de mucha gente en el siglo xix, tanto dentro como fuera de las islas británicas. ¿A qué se debía este sorprendente punto de vista?

El prestigio de Gran Bretaña en el mundo actual es solo una sombra de lo que era un siglo atrás. Es difícil convencer a mucha gente que vivió en los siglos XIX y XX de que Dios no estaba ayudando de manera milagrosa a que políticos, hombres de Estado, diplomáticos, exploradores, inventores, banqueros, hombres de negocios, comerciantes y empresarios de las islas británicas prosperaran.

Para muchos observadores, tanto dentro como fuera de Gran Bretaña, parecía como si alcanzaban el éxito sin importar si lo buscaban o no, ni si tomaban decisiones sabias o insensatas. Era como si estuvieran siendo inundados de bendiciones.

Fue la aparente inevitabilidad de tal éxito lo que inspiró a John Robert Seely, profesor de historia moderna de Cambridge (1834-1895) y autor de The Expansion of England [La expansión de Inglaterra], escrita en 1844, a comentar en forma jocosa que Inglaterra adquirió su imperio a nivel global “en un momento de distracción”.

El siglo XIX fue ciertamente el siglo de Gran Bretaña. Ellos mismos se asombraban de que la gente de las diminutas islas británicas se encontrara gobernando sobre un gran imperio. A medida de que el siglo XIX llegaba a su fin, el Imperio británico fue “el imperio más grande en la historia del mundo, abarcando casi un cuarto del globo terráqueo, y un cuarto de su población” (James Morris, Pax Británica: The Climax of an Empire [Paz británica: El apogeo de un imperio], 1968, p. 21).

Sin embargo, el imperio continuaría expandiéndose. “Continuó creciendo hasta 1933, cuando su área llegó a abarcar más de 36 millones de kilómetros cuadrados y su población era de 493 millones . . . el Imperio romano en su punto más alto estuvo constituido de 120 millones de personas en un área de 6.4 millones de kilómetros cuadrados . . .” (ibíd., pp. 27, 42).

Por lo tanto, el Imperio británico abarcaba 5.5 veces el territorio del Imperio romano, con más del cuádruple de su población. El gobierno británico se extendió no solo a regiones comunes y corrientes, sino también a algunos de los mejores y más fértiles territorios de la Tierra.

No es muy sorprendente que en aquellos días la gente educada percibiera la mano de Dios en el proceso. Les parecía algo demasiado obvio como para ignorarlo. En aquellos tiempos los hombres bíblicamente más instruidos, como Lord Rosebery, secretario del exterior británico (1886, 1892-1894) y primer ministro (1894-1895), habló en noviembre de 1900 a los estudiantes de la Universidad Glasgow acerca del Imperio británico:

“¡Qué maravilloso es todo esto! Construido no por santos ni ángeles, sino por obra de la mano del hombre . . . y sin embargo, no es algo totalmente humano, ya que ni el más ignorante ni el más escéptico pueden negar la mano del Divino.

“Creciendo como crecen los árboles: mientras otros dormían; alimentados por los errores de otros y también por las virtudes de nuestros ancestros; alcanzando lentamente, como una ola, tierras, islas y continentes, hasta que nuestra pequeña Gran Bretaña se despertó para encontrarse como la madre adoptiva de otras naciones y la fuente de imperios unidos. ¿Somos capaces de ver que esto se debió no tanto a la energía y fortuna de una raza sino a la suprema dirección del Todopoderoso?”

En esos tiempos, cuando se le daba más importancia al conocimiento bíblico, personas como Lord Rosebery percibieron las extraordinarias circunstancias del pueblo británico. Dios parecía estarlo bendiciendo mucho, tal como había prometido bendecir al antiguo pueblo de Israel. Por lo tanto, no les parecía excesivo considerar al pueblo británico como el elegido por Dios. ¿Fue su percepción simplemente una expresión de vanidad humana? ¿O estaban realmente observando la mano de Dios en las bendiciones conferidas a su gente y su nación?

Los forjadores del Imperio británico aspiraban a ejercer un dominio pacífico y productivo sobre un cuarto de la población mundial. Uno de los grandes logros de los administradores británicos fue el establecimiento y la imposición de la ley y el orden en los territorios británicos coloniales e imperiales alrededor del globo. Este solo hecho brindó bendiciones incalculables a estos pueblos y sus territorios.

Esta Pax Britannica dejó un legado de condiciones pacíficas en muchas regiones que antes estaban plagadas de guerras y hostilidades étnicas interminables. La presencia británica también estimuló el desarrollo económico y dio a conocer en muchas regiones los avances tecnológicos de Occidente. Los misioneros británicos se convirtieron en portadores de literatura y conocimiento bíblicos que compartieron con gente desde un extremo del planeta al otro. Sus bendiciones, tanto físicas como espirituales, fueron distribuidas gratuitamente alrededor del mundo.

El siglo británico

Gran Bretaña no siempre había sido una nación importante. De hecho, la mayor parte del auge de Gran Bretaña y los Estados Unidos se produjo después de 1800. Solo un par de siglos antes de convertirse en la principal potencia mundial, Inglaterra se hallaba en una posición similar a la de todas las otras naciones de Europa.

¿Cómo cambiaron las cosas tan dramáticamente? ¿Qué había detrás de este gran cambio geopolítico?

El crecimiento industrial y económico del mundo angloamericano comenzó a adquirir impulso en la última mitad del siglo XVIII. Los historiadores económicos no se ponen de acuerdo sobre el punto en el cual el proceso de industrialización alcanzó su masa crítica. Pero, generalmente hablando, las fechas más tempranas sugieren que fue en la segunda mitad del siglo XVIII, y la más tardía, a finales del mismo siglo.

Gran Bretaña también experimentó una explosión demográfica que comenzó durante ese mismo período. El historiador Colin Cross nota que “uno de los misterios inexplicables de la historia social es la explosión numérica de la población de Gran Bretaña entre 1750 y 1850. Por generaciones la población británica no había variado, o solo había aumentado levemente. Luego, en el curso de un siglo, casi se triplicó: de 7.7 millones en 1750 a 20.7 millones en 1850 . . . Gran Bretaña era un país dinámico, y una de las marcas de tal dinamismo fue su explosión demográfica” (Fall of the British Empire [La caída del Imperio británico], 1969, p. 155).

Esta ventana de tiempo parece estar directamente relacionada con las promesas de primogenitura que recibieron los descendientes exiliados de José. Muchos historiadores se han preguntado por qué la Revolución Industrial no comenzó antes en la historia. Esta bendición divina puede ayudar a explicar por qué el gigantesco crecimiento de la capacidad industrial se expandió tan dramáticamente en ese periodo.

La Biblia revela que Dios controla los acontecimientos y los lleva a cabo según su plan y su propio calendario (Isaías 46:9-10). Él declaró hace mucho tiempo, a través del patriarca Jacob, que los descendientes de José recibirían las promesas de primogenitura en “los días venideros” (Génesis 49:1, 22-26).

Otros conflictos bíblicamente profetizados distinguen a nuestra era moderna como “los días venideros”, los mismos que culminarán con los eventos profetizados en Mateo 24 y el libro del Apocalipsis. Estos confirman que el cumplimiento de las promesas de Dios a Abraham respecto a los últimos días se ha estado llevando a cabo. (Para comprender mejor las profecías de los últimos tiempos, solicite su copia gratuita del folleto ¿Estamos viviendo en los últimos días? a una de nuestras oficinas más cercana a usted, o descárguela de nuestro sitio www.iduai.org).

El año 1776 fue una fecha relevante. En ese entonces la máquina a vapor ya estaba siendo utilizada de manera práctica, y en el curso de la siguiente década –solo unos años antes de que la Revolución francesa de 1789 desacelerara significativamente el desarrollo en Francia– se convirtió en un éxito comercial.

Ese mismo año, los colonizadores de los Estados Unidos declararon su independencia. Esta separación de los Estados Unidos de Gran Bretaña cumplió la profecía de que Manasés y Efraín serían pueblos diferentes: uno, un gran país “engrandecido”, y el otro, una “multitud de naciones” (Génesis 48:16, 19).

Otro importante suceso tuvo lugar alrededor de ese mismo tiempo. Adam Smith, profesor escocés de filosofía moral en la Universidad de Glasgow, publicó la obra Wealth of Nations (La riqueza de las naciones), que se convirtió en el pilar intelectual y filosófico para que Inglaterra desarrollara lo que desde entonces se conoce como economía capitalista. El sistema capitalista pronto comenzó a impulsar al mundo occidental en general, y a la economía británica en particular, a niveles sin precedentes.

Y aunque es posible que los diplomáticos y hombres de Estado británicos carecieran de un gran plan para la construcción de su imperio, este se convirtió en el imperio más grande y benefactor en la historia de la humanidad. Con razón los historiadores describen el siglo XIX como “el siglo británico”.

La nación de Estados Unidos prospera

Las guerras entre Francia e Inglaterra, que culminaron con la victoria británica sobre Napoleón en Waterloo en 1815, tuvieron una influencia indirecta en el ascenso de Estados Unidos a una posición de grandeza. Napoleón necesitaba dinero para sufragar los costos de una inminente guerra con Inglaterra, lo cual lo llevó a vender grandes territorios norteamericanos a Estados Unidos, lo que se llamó la Compra de Luisiana.

La adquisición del territorio de Luisiana en 1803 le dio instantáneamente a la república de Estados Unidos una categoría de superpotencia mundial. La joven nación compró aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados de la tierra más fértil en el mundo –el Medio Oeste de Estados Unidos– ¡por menos de tres centavos por acre! De la noche a la mañana el tamaño de Estados Unidos se duplicó, fortaleciendo enormemente a la nación material y estratégicamente.

Después de esa transacción, llevada a cabo en 1803, el país se expandió a lo largo del continente en menos de una generación, añadiendo inmensas franjas de territorio con vastos recursos naturales. En 1867 Estados Unidos agregó casi 1 500 000 km cuadrados cuando compró Alaska a Rusia por 7.2 millones de dólares — alrededor de dos centavos de dólar por acre.

Aunque nadie se dio cuenta en ese tiempo, estas grandes bendiciones no explotadas permitirían a los ciudadanos de Estados Unidos alcanzar el primer lugar de riqueza per cápita en el siglo siguiente. Y a pesar de que en ese tiempo los detractores ridiculizaron abiertamente la compra de Alaska, las ganancias derivadas de sus recursos –madera, minerales, petróleo y productos similares– en la actualidad se cuentan en decenas de miles de millones de dólares anuales.

Una mancomunidad de naciones

El otro cumplimiento de la predicción de Jacob –que Efraín se convertiría en una “multitud de naciones” (Génesis 48:19)– de a poco comenzó a ganar impulso. Empezó como resultado de la victoria de Gran Bretaña sobre Francia en 1815. Al final de las guerras napoleónicas, la Marina Real británica gobernaba los océanos.

La economía británica, estimulada por este conflicto, emergió con una supremacía económica sin paralelos. Los esfuerzos de Francia por obtener la hegemonía mundial, que se habían mantenido de manera más o menos continua desde los días de Luis XIV (1643-1715) y el inicio de lo que algunos historiadores llaman “la segunda guerra de los Cien Años”, habían fracasado rotundamente.

Gran Bretaña se vio libre y en posesión del poder político, económico y militar para desarrollar un imperio que pronto se propagaría alrededor del mundo. A medida que Manasés moderno (Estados Unidos) comenzó a construir una nación que dentro de poco se extendería de mar a mar, Efraín (Gran Bretaña) se convirtió en heredero de territorios alrededor del orbe.

Los británicos construyeron un imperio en el cual nunca se ponía el sol. La diversidad de su estructura imperial era casi infinita, y estaba compuesta prácticamente de gente de todos los grupos étnicos. Además, estaba gobernado por medios tan centralizados como el raj (gobierno británico) en la India y la oficina del agente general en Egipto, o tan independientes como el estado de dominio otorgado a Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.

Desde un punto de vista físico, gran parte del dominio angloamericano de los dos siglos pasados se debió a la bendición de la geografía y el clima favorable y la fuente aparentemente infinita de recursos naturales acumulados durante ese tiempo.

Los territorios británicos se concentraron en las regiones más productivas de las zonas templadas. Una fuente abundante y fiable de alimentos les permitió mantener el crecimiento constante de la población desde el siglo XVIII hasta la mayor parte del siglo XX. No cabe duda de que los descendientes modernos de José han sido una “rama fructífera” (Génesis 49:22-25; vea también Levítico 26:9; Deuteronomio 6:3; 7:13-14; 28:4-5).

Los pueblos de Gran Bretaña y Estados Unidos heredaron un verdadero tesoro de recursos naturales. Lo que les faltaba a los británicos dentro de sus propias islas, lo obtuvieron mediante un imperio que se extendía por el mundo entero. Los estadounidenses encontraron todo lo necesario para obtener grandeza económica nacional (vastas extensiones de tierra fértil; bosques aparentemente ilimitados; oro, plata y otros metales preciosos esperando ser explotados; y cantidades masivas de hierro, carbón, petróleo y otros depósitos minerales) dentro de los confines de Estados Unidos continental, e incluso aún más en Alaska.

Ambos pueblos poseían “el fruto más fino de los montes antiguos”, “la abundancia de los collados eternos” y “las mejores dádivas de la tierra y su plenitud” dentro de los territorios que controlaban de manera exclusiva (Deuteronomio 8:9; 28:1, 6, 8, 13: 33:13-17).

Las puertas militares y comerciales del mundo

La promesa de Dios a Abraham incluyó otra cláusula: “. . . y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos” (Génesis 22:17). En este contexto, puerta se refiere a un paso estratégico que controla el comercio o acceso militar de una región. Algunos ejemplos de puertas estratégicas son el estrecho de Gibraltar y los canales de Suez y Panamá.

Es un hecho histórico que Gran Bretaña y Estados Unidos se apoderaron del control de la mayoría de las tierras y portales oceánicos más importantes (vea el mapa en la página 78). Estos fueron de fundamental importancia para su dominio económico y militar en los siglos XIX y XX. Analicemos cómo los descendientes de José adquirieron los tres portales marítimos tan cruciales mencionados más arriba.

El primer ejemplo ocurrió como resultado de la guerra de Sucesión española (1701-1714). El rey español, Carlos II (1661-1700), no tuvo hijos. La ausencia de un heredero provocó una controversia sobre la sucesión del trono español. Por un tiempo se tuvo la impresión de que el asunto podría resolverse pacíficamente; sin embargo, cuando Carlos designó como su sucesor a Felipe v (nieto de Luis XIV, rey de Francia), desestabilizó el equilibrio de poder europeo.

La decisión de Carlos confirmó el peor temor de los gobernantes europeos en cuanto a las intenciones de Francia. En Versalles se oyó murmurar al embajador español cuando se arrodillaba frente al nuevo rey (ahora, Felipe v de España): “Il n’y pas de Pyrenees” – “No hay más Pirineos” [cordillera montañosa situada al norte de la península ibérica, entre España, Andorra y Francia]. Él insinuó que la ascensión del rey ocasionaría la unión de Francia y España, pero el creciente dominio de Inglaterra impidió que esto ocurriera.

En 1701, Inglaterra, que se hallaba en guerra con Francia, estaba determinada a restablecer un equilibrio de poder favorable en Europa. Su plan tuvo éxito, y el intento de Francia de dominar el continente fracasó. De hecho, Inglaterra emergió del conflicto con la fuerza naval más grande de Europa, confirmando así su condición de gran potencia mundial.

Como resultado de la guerra Inglaterra adquirió Terranova, Nueva Escocia, el territorio de la bahía de Hudson, Menorca y, lo más importante, Gibraltar, un portal marítimo internacional indispensable. Su posesión de Gibraltar le permitió controlar la entrada y salida del mar Mediterráneo. Estas adquisiciones fueron parte de los términos del acuerdo llamado Paz de Utrecht (abril 11, 1713).

Más de un siglo y medio después, los británicos ganaron control directo del canal de Suez, otro crucial portal oceánico al otro extremo del Mediterráneo. Los británicos permanecieron en Suez por casi tres cuartos de siglo. Este pasaje artificial de 160 km entre el mar Mediterráneo y el mar Rojo ha sido por mucho tiempo una de las vías de transporte más utilizadas del mundo, ya que eliminó el largo y arduo viaje alrededor de la punta sur de África. De acuerdo con la profecía bíblica, Dios le dio este portal marítimo al pueblo británico, o sea, a los descendientes modernos de Efraín, el hijo de José.

Un tercer portal marítimo de fundamental importancia adquirido por los descendientes de José fue el canal de Panamá. Tal como Tomás Jefferson compró el territorio de Luisiana y Benjamín Disraeli adquirió acciones del canal de Suez, el presidente Teodoro Roosevelt, con audaz determinación pero también de manera legalmente cuestionable, tomó los pasos necesarios para asegurarse Panamá. Roosevelt dijo en cuanto a esta proeza: “Me tomé el istmo, comencé el canal, y luego hice que el Congreso, en vez de objetar el canal, me objetara a mí” (Roger Butterfield, The American Past [El pasado americano], 1966, p. 323).

Una bendición para otras naciones

El ascenso a la grandeza de Gran Bretaña y Estados Unidos fue simplemente extraordinario. El historiador James Morris dice: “Durante los . . . años de gobierno de la reina Victoria [1837-1901], el imperio había crecido más de diez veces, desde posesiones dispersas ignoradas, a un cuarto de la masa terrestre del mundo . . . Había cambiado el rostro de los continentes con sus ciudades, vías férreas, iglesias . . . y el estilo de vida de pueblos completos, imprimiendo sus propios valores sobre civilizaciones, desde los crees [numeroso grupo indígena norteamericano] hasta los birmanos, además de establecer varias naciones con plenos derechos. Nunca había existido un imperio así en la historia . . . ” (Heaven´s Command: An Imperial Progress [Orden del cielo: Un progreso imperial], 1973, p. 539).

Morris añade: “Los imperialistas pensaban que los británicos no solo tenían el derecho a gobernar un cuarto del mundo, sino que en realidad ese era su deber. . . Distribuirían a lo largo de la Tierra sus propios métodos, principios y tradiciones liberales de tal manera, que el futuro de la humanidad sería rediseñado. Se establecería la justicia, se acabaría con la miseria y se educaría a los salvajes ignorantes, todo por obra del poder y el dinero británicos” (Pax Britannica [Paz británica], p. 26). Dios estaba usando al pueblo de habla inglesa para presentarle un nuevo conjunto de normas y libertades individuales al resto de la humanidad.

Los británicos probaron ser administradores muy capaces que mejoraron drásticamente la infraestructura y el nivel de vida en los países que gobernaron. Y aunque no siempre todos los aspectos de su administración fueron llevados a cabo tan justa y equitativamente como debiera haber sido, la intención profetizada por Dios se cumplió. Los hijos de José condujeron al mundo a una era de conocimiento, prosperidad y avances tecnológicos sin precedentes. La Biblia comenzó a ser distribuida globalmente por primera vez, y también otras obras y publicaciones de referencia de orientación bíblica.

Con el tiempo, y después de practicar una política aislacionista por muchos años, Estados Unidos se vio forzado (por circunstancias que escapaban a su control) a adoptar un rol mayor en los asuntos mundiales, convirtiéndose en el modelo internacional de libertad y derechos individuales. Atacado por Japón en 1941, un Estados Unidos poco preparado de pronto se encontró en guerra con las Potencias del Eje. Rápidamente se preparó para luchar con toda su fuerza industrial, proceso que había comenzado en los primeros años de la guerra para ayudar a Gran Bretaña.

Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra Mundial como la nación más poderosa del orbe. Sin embargo, en vez de utilizar su fuerza para dominar y oprimir a las naciones más débiles de un mundo en ruinas, se propuso reconstruir a sus enemigos derrotados, exhibiendo una compasión muy rara en los anales de los asuntos internacionales.

Desde 1945 hasta 1952 Estados Unidos canalizó 24 000 millones de dólares (150 000 millones en dólares actuales) a la causa de rescatar y reconstruir Europa, incluyendo Alemania. En cuanto a Japón, Estados Unidos gobernó el país por varios años, reconstruyéndolo y poniéndolo nuevamente de pie. En años recientes, estas antiguas naciones enemigas han reaparecido como potencias económicas mundiales.

Desde entonces, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña han canalizado otros muchos miles de millones de dólares de ayuda internacional hacia otros países. Estas son solo algunas de las formas en las cuales Gran Bretaña y Estados Unidos han sido una bendición para las naciones del mundo. No obstante, junto con esas bendiciones también ha habido esfuerzos equivocados e injusticias. Tal es el legado de las naciones que han sido grandemente bendecidas y que no se han preocupado de obedecer al Dios que los bendijo.

¿Continuará la dominación angloamericana?

Los siglos XIX y XX presenciaron el control de los asuntos mundiales por parte de los pueblos angloamericanos. ¿Continuará este patrón en el siglo XXI?

La dominación mundial británica se acabó hace mucho tiempo. Las dos grandes guerras del siglo XX le costaron muy caro a Gran Bretaña y su gente: los conflictos le robaron dos generaciones de hombres jóvenes y la agotaron económicamente. Para fines de la Segunda Guerra Mundial, los británicos se encontraron sin los recursos ni la voluntad para preservar su imperio.

Después que Gran Bretaña le dio a India su independencia en 1947, el Imperio británico comenzó a disolverse vertiginosamente. Su predominio dio paso rápidamente a la hegemonía estadounidense en la segunda mitad del siglo XX.

Y aunque el poder militar, económico, industrial y técnico de Estados Unidos aún se mantiene en un lugar de preeminencia, su acelerada decadencia moral no es buena señal de lo que trae el futuro. Los valores bíblicos sobre los cuales los padres fundadores y el pueblo estadounidense construyeron los Estados Unidos de América han dado paso a la negación de Dios y al mismo tipo de enfoque egoísta y materialista que llevó al colapso de los antiguos reinos de Israel y Judá.

Sin un cambio de dirección y énfasis, ¿será diferente el futuro de Estados Unidos?

Demasiados estadounidenses y británicos se han rehusado a reconocer a Dios y sus bendiciones. En su arrogancia intelectual y espiritual, muchos han decidido negar la existencia de un Creador y aceptar la religión falsa de la evolución y su teología humanista secular.

Ellos prefieren creer que sus maravillosas bendiciones de riqueza y poder nacional son una simple casualidad o el resultado de sus propios esfuerzos. Tal como el antiguo Israel, han caído en su propia trampa y optado por ignorar las palabras de advertencia de Dios:

“Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al SEÑOR tu Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al SEÑOR tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. Y cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus ganados y tus rebaños, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al SEÑOR tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo” (Deuteronomio 8:10-14, NVI).

En el próximo capítulo veremos lo que les depara el futuro a Estados Unidos y Gran Bretaña. Nos guste o no, lo que les espera afectará a toda la humanidad.