Cómo rastrear los orígenes de los europeos del noroeste
He aquí los ojos del Eterno el Señor están contra el reino pecador y yo lo asolaré de la faz de la tierra; mas no destruiré del todo la casa de Jacob, dice el Eterno (Amós 9:8).
Cuando el reino norteño de Israel fue destruido a manos de los asirios, sus habitantes se vieron forzados al exilio. Sin embargo, Dios había prometido que sobrevivirían para convertirse en una de las potencias principales de los últimos días. ¿Adónde se dirigieron desde allí? ¿Cómo podemos encontrarlos?
Rastrear la genealogía de los pueblos antiguos es una tarea extremadamente difícil. Tanto arqueólogos como historiadores y distinguidos profesores de universidades famosas frecuentemente difieren en cuanto a la interpretación de artefactos y documentos históricos.
Esto se debe a que la información completa sobre el origen de cualquier pueblo de la Antigüedad casi siempre está empañada por la bruma del tiempo. Esto es aún más evidente en el caso de registros que desaparecieron, fueron destruidos, o jamás existieron. Por lo tanto, para determinar lo que pasó con los antiguos israelitas debemos comparar cuidadosamente la evidencia histórica y arqueológica disponible con la historia y las profecías que aparecen en la Biblia.
A pesar de que los orígenes geográficos del pueblo escita son tema de acaloradas discusiones, los escitas surgieron de manera repentina al mismo tiempo y cerca del mismo lugar en el que desaparecieron los israelitas.
Arqueólogos e investigadores históricos han acumulado una considerable base de información que podemos encajar como piezas de un rompecabezas histórico. Mientras más piezas hay sobre la mesa, más fácil es conectar correctamente la información. Mediante el ensamblado de suficientes piezas podemos obtener un panorama razonablemente fidedigno del pasado.
Pruebas históricas cruciales
Los historiadores reconocen que la mayoría de los ancestros de las modernas democracias occidentales en algún momento vivieron como tribus nómadas, deambulando por las extensas praderas de la Antigüedad conocidas como estepas eurasiáticas. Un grupo en particular de estos pueblos migratorios, identificados como escitas por los griegos, apareció repentinamente justo al sur de las estepas al otro lado de la cordillera del Cáucaso, casi al mismo tiempo en que las diez tribus de Israel desaparecieron de la historia. ¿Hay alguna conexión entre ellos? Aquí presentamos algunos de los hechos y descubrimientos más relevantes en cuanto a estos dos pueblos.
Algunos investigadores modernos sugieren tres teorías para explicar el repentino y misterioso surgimiento de los escitas en las llanuras adyacentes al mar Negro. Algunos creen que migraron hasta ahí desde el norte, y otros, desde el este. Una tercera opinión sostiene que las migraciones se originaron en el sur.
A pesar de que los orígenes geográficos del pueblo escita son tema de acaloradas discusiones, la evidencia en cuanto al tiempo de su primera aparición en la historia no lo es. Ellos surgieron de manera repentina al mismo tiempo y cerca del mismo lugar en que desaparecieron los israelitas.
La Encyclopaedia Britannica [Enciclopedia británica] dice: “Los escitas fueron un pueblo que durante los siglos VIII-VII a. C. se trasladó desde Asia Central al sur de Rusia” (15 edición, vol. 16, macropedia, “Scythians” [Escitas], p. 438). La Encyclopedia Americana [Enciclopedia americana] explica que los escitas primero ocuparon el territorio alrededor del mar Negro, aproximadamente en 700 a. C., y que desde sus mismos comienzos manifestaron ser “una entidad política cohesiva” (vol. 24, edición 2000, “Scythians” [“Escitas”], p. 471).
La historiadora Tamara Talbot Rice afirma que “los escitas no se convirtieron en una entidad nacional reconocible sino hasta el siglo VIII a. C. . . . Ya en el siglo VII a. C. se habían establecido firmemente en el sur de Rusia . . . Y otras tribus semejantes (incluso hasta clanes interrelacionados), a pesar de ser completamente distintas e independientes en lo político, estaban también centradas en el Altai [donde la frontera oriental de Rusia limita con la frontera occidental de Mongolia y China] . . .
“Los documentos asirios ubican su aparición ahí [entre el mar Negro y el mar Caspio] en el tiempo del rey Sargón (722-705 a. C.), fecha que coincide estrechamente con la del establecimiento del primer grupo de escitas en el sur de Rusia” (Rice, pp. 19-20, 44). Esta fecha también concuerda con la desaparición de los cautivos del reino del norte de Israel.
Durante la última parte del siglo VIII a. C., los registros del reino caucásico de Urartu, que controlaba la parte norteña del río Éufrates, también destacan la aparición de un grupo de personas llamadas cimerios.
El libro From the Lands of the Scythians (De las tierras de los escitas) explica: “Dos grupos, los cimerios y los escitas, parecen ser mencionados en los textos urartianos y asirios, pero no siempre queda claro si dichos términos se refieren a dos grupos distintos de personas o simplemente a nómadas ecuestres . . . Comenzando en la segunda mitad del siglo VIII a. C., las fuentes asirias se refieren a nómadas identificados como cimerios; otras fuentes asirias dicen que este pueblo estuvo presente en la tierra de Mannai [o Mannea, al sur del lago Urmía] y Capadocia por cien años [esto quiere decir, desde aproximadamente 750 a 650 a. C.], y registran su ingreso a Asia Menor y Egipto.
“Los asirios usaron a cimerios en su ejército como mercenarios; un documento legal de 679 a. C. se refiere a un ‘comandante del regimiento cimerio’; pero en otros documentos asirios [los cimerios] son llamados ‘la simiente de fugitivos que no saben de votos ni juramentos a los dioses’” (Boris Piotrovsky, 1975, pp. 15, 18).
El historiador Samuel Lysons dijo que “los cimerios parecían ser el mismo pueblo que el de los galos o celtas, pero bajo otro nombre” (John Henry y James Parker, Our British Ancestors: Who and What Were They? [Nuestros ancestros británicos: ¿Quiénes y qué fueron?], 1865, pp. 23, 27).
La danesa Anne Kristensen, una respetada experta en lingüística, recientemente llegó a la conclusión de que los cimerios (quienes luego llegaron a ser conocidos como “celtas”) pueden ser positivamente identificados como los israelitas deportados. Al comienzo de su investigación la Dra. Kristensen era escéptica y se adhería a la teoría tradicional de que los cimerios eran las tribus “arias” (indoeuropeas) que los escitas habían expulsado del norte, como Heródoto había teorizado.
Sin embargo, a medida que indagó más profundamente en las fuentes asirias, descubrió que los cimerios aparecieron por primera vez en la historia en 714 a. C. en la región de Irán, al sur de Armenia, donde los reyes de Asiria habían establecido a muchos de los israelitas deportados. Llegó a la conclusión de que los gimira, o cimerios, representaban al menos una parte de las diez tribus perdidas de Israel.
La Dra. Kirstensen escribe: “Ya casi no hay razón para dudar de la emocionante e increíble aseveración propuesta por quienes estudian a las diez tribus de que los israelitas deportados de Bit-Humria, de la Casa de Omri, son idénticos a los de Gimirraja que aparecen en las fuentes asirias. Todo indica que los israelitas deportados no desaparecieron del mapa sino que, una vez en el extranjero y bajo nuevas condiciones, continuaron para dejar su huella en la historia” (Who Were the Cimmerians, and Where Did They Come From? Sargon II, the Cimmerians, and Rusa I [¿Quiénes fueron los cimerios, y de dónde vinieron? Sargón II, los cimerios, y Rusa I], traducido del danés por Jørgen Læssøe, de la Real Academia Danesa de Ciencias y Letras, No. 57, 1988, pp. 126-127).
También vale la pena destacar que Senaquerib, príncipe de Asiria, escribió un informe secreto de inteligencia que los arqueólogos encontraron durante la excavación de los archivos reales en Nínive. El informe de Senaquerib entrega noticias traídas por sus espías de que nómadas cimerios habían invadido Urartu y habían derrotado a sus fuerzas. Lo más relevante de tal informe es que los asirios hicieron preparativos para invadir a su rival del norte, Urartu, lo que lograron con éxito en 714 a. C.
Surge una alianza tribal escita
No obstante, al final fueron los escitas quienes se beneficiaron más de los conflictos que debilitaron a Urartu. Para 700 a. C., los escitas se habían apoderado del territorio del antiguo reino de Urartu. Allí formaron una alianza tribal que los griegos llamaron Reino Escita.
Usando el estratégico desfiladero de Darial (conocido también como Puertas Caspias), los escitas se volvieron expertos en cruzar las empinadas montañas del Cáucaso. El paso se podía atravesar durante la mayor parte del año y estaba relativamente libre de hielo a pesar de su elevación, muy superior a la de muchos otros pasos en los Alpes. Los escitas tenían una formidable habilidad para movilizar grandes ejércitos de un lado a otro del paso. En la Antigüedad este paso incluso se llegó a conocer como “la ruta escita”.
Antes de su exilio, las diez tribus del norte de Israel deben haber estado muy al tanto del reino de Urartu y su ubicación estratégica. ¿Por qué? Porque en la primera mitad del siglo VII a. C. el reino del norte de Israel, antes de ser capturado, estaba fuertemente involucrado en el comercio de exportación e importación, y Urartu era clave para ese comercio. Urartu había hecho una alianza con pequeños Estados del norte de Siria que limitaban con el territorio de Israel durante el reino de Jeroboam II.
Muchos de esos arameos se habían aliado con el rey Peka cuando este invadió Judá alrededor de 735 a. C. Durante ese tiempo, los urartianos habían ganado el dominio estratégico del Éufrates hasta su curva occidental, lo que les permitió controlar la principal ruta comercial hacia el Mediterráneo desde el sur del Cáucaso. Las excavaciones arqueológicas en Urartu han desenterrado artefactos de Egipto, Asiria y Persia, como también de la región mediterránea.
Orígenes de los escitas
Según el historiador George Rawlinson, el término escita originalmente describía más un estilo de vida que una relación sanguínea. Él explicó que el término “lo utilizaban tanto griegos como romanos para referirse indistintamente a las razas indoeuropeas y turanias”, siempre que sus hábitos y costumbres se conformaran al estilo de vida nómada (George Rawlinson, Seven Great Monarchies [Siete grandes monarquías], vol. 3, 1884, p. 11).
Hoy en día, sin embargo, los historiadores utilizan el término escita principalmente para referirse a los escitas sacas, o saces. Este pueblo se convirtió en la tribu principal de la cultura escita, inspirando su dinámico estilo de vida y su liderazgo político, artístico, económico y social. Desde el siglo VII a. C., fueron las tribus saces las que definieron lo que significaba ser un escita desde el mar Negro hasta las montañas de Mongolia.
Antes de la primera parte del siglo XX, historiadores europeos y estadounidenses suponían que los escitas provenían de los mongoles de Asia. No obstante, la investigación antropológica moderna ha demostrado que esta idea es falsa. La mayoría de los investigadores están convencidos de que no hay lazos étnicos entre los escitas saces y los mongoles o pueblos eslavos.
Sin embargo, esto no significa que las antiguas tribus dispersas en las estepas eurasiáticas –los pueblos que los griegos primero llamaron “escitas” antes del siglo VIII a. C.– desaparecieron repentinamente. Más bien, los escitas saces simplemente comenzaron a dominar la región esteparia desde 700 a 500 a. C. Durante ese tiempo, los escitas saces –acompañados por una pequeña mezcla de otras tribus originarias del Medio Oriente, como los medos, elamitas y asirios desplazados– se convirtieron en los pueblos predominantes de las llanuras eurasiáticas.
De hecho, hasta algún momento de los siglos IVo V a. C., los habitantes predominantes del oriente de Siberia fueron “un pueblo de cabello claro de origen [supuestamente] europeo, y . . . fue después de esa fecha que un influjo de mongoles produjo un tipo de población muy mixta” (Rice, p. 77). Un cuidadoso examen a los descubrimientos arqueológicos del siglo XX describe clara y consistentemente que la apariencia física de los escitas saces era muy semejante a la de los actuales europeos.
Vínculos con la profecía bíblica
Comparemos lo que hemos aprendido acerca de los escitas con las promesas que Dios les hizo a los israelitas exiliados. Dirigiéndose a ellos como “la casa de Isaac” (Amós 7:16), él les prometió que durante su cautiverio no serían destruidos como pueblo (Amós 9:8, 14; compare con Oseas 11:9; 14:4-7). En vez, prometió multiplicarlos en gran manera después de su exilio (Oseas 1:10) y mostrarles amor y misericordia debido al pacto que había hecho con ellos.
Las Escrituras claramente nos dicen que después que los asirios los deportaran de su patria a la fuerza, los israelitas, se reubicaron “en Halah, en Habor junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos” (2 Reyes 18:11). Esto no queda lejos de la región de Urartu, entre los mares Negro y Caspio, donde los escitas habían establecido un reino temporal.
Dios había predicho por medio de Oseas que los israelitas andarían “errantes entre las naciones” (Oseas 9:17). Esto explica por qué los israelitas exiliados parecen haber desaparecido como pueblo. Pero ellos en realidad no desaparecieron; simplemente reaparecieron en la historia bajo nuevos nombres, como gente vagabunda, separada en clanes independientes, deambulando por las llanuras eurasiáticas.
Obviamente, ya nadie podía identificarlos como los ciudadanos de su reino anterior en el Medio Oriente, por lo cual adquirieron una nueva identidad. Solo sus antiguos nombres subtribales, o clanes, continuaron siendo prácticamente los mismos. Esos nombres han sido muy importantes para preservar su identidad como las diez tribus perdidas de Israel.
La conexión escita-celta
Más o menos al mismo tiempo que los escitas aparecieron en escena en las cercanías del mar Negro, otra civilización estaba surgiendo al oeste, en Europa. En su libro The Ancient World of the Celts [El antiguo mundo de los celtas], el historiador Peter Ellis afirma: “Al comienzo del primer milenio a. C., una civilización que se había desarrollado a partir de sus raíces indoeuropeas junto a las bocas de los ríos Rin, Ródano y Danubio, súbitamente se ramificó en todas direcciones a lo largo de Europa. Su avanzado conocimiento de la metalurgia, particularmente sus armas de hierro, los convirtieron en una fuerza poderosa e irresistible. Los mercaderes griegos, quienes los vieron por primera vez en el siglo vi a. C., los llamaron Keltoi y Galatai . . . Hoy en día, por lo general los identificamos como celtas” (1999, p. 9).
Un gran cúmulo de evidencia conecta a los celtas de Europa con los cimerios que huyeron del Cercano Oriente a Asia Menor justo cuando los ejércitos de Babilonia conquistaban el Imperio asirio. Desde Asia Menor los cimerios migraron a través del río Danubio a Europa, donde llegaron a conocerse como celtas. Muchos historiadores han concluido que los celtas y los escitas tienen un antepasado común.
Los griegos y los romanos llamaban bárbaros a toda la gente que se encontraba más allá de las fronteras norteñas de la antigua república romana y las ciudades-Estado de los griegos. Ellos utilizaban dicho término para describir a los extranjeros que se atrevían a desafiar su liderazgo político y cultural, sin importar cuán educados o tecnológicamente avanzados pudieran ser. Estos pueblos representaban a muchos clanes de parientes interrelacionados y distantes que eran conocidos bajo una variedad de nombres. Pero entre ellos, sin duda, había clanes de origen étnico no relacionado que habían huido de los territorios orientales del antiguo Imperio asirio alrededor del mismo tiempo.
No obstante, el hecho más significativo es que muchas (si no la mayoría) de estas tribus llamadas “bárbaras” estaban relacionadas racial y culturalmente. Por esta razón, es lógico esperar que su lenguaje pueda rastrearse hasta un lenguaje original común — y esto es exactamente lo que encontramos.
La conexión lingüística
Los idiomas son identificados por familias. El lenguaje familiar común de la gente del noroeste de Europa cae dentro de lo que es clasificado como la rama germánica y celta de lenguajes indoeuropeos. La historia del lenguaje familiar indoeuropeo nos proporciona excelentes pistas en cuanto a las relaciones entre las tribus bárbaras que dieron origen a las democracias del noroeste de Europa.
Cuando contemplamos las naciones de Europa, vemos naciones-Estado con fronteras bien delineadas y lenguajes claramente diferentes, como el inglés, francés, danés y sueco, además de dialectos locales (como el alemán alto y el alemán bajo). Sin embargo, en los días de los así llamados bárbaros, tales distinciones obvias no existían. La gente que se establecía en el noroeste de Europa en ese tiempo hablaba mayormente dialectos diferentes del mismo lenguaje original.
El inglés es parte de la familia indoeuropea de idiomas que por lo general reciben el nombre de teutónicos o germanos. Pero tal designación no quiere decir que el idioma germánico moderno (el alemán) sea el lenguaje original o que los alemanes proceden del mismo grupo étnico que los escitas. Al contrario, el alemán moderno es solo una rama del lenguaje original. Lo mismo se aplica a los idiomas inglés, danés, holandés y escandinavo: todos son ramas de un solo idioma original.
Como explica H. Munro Chadwick, profesor de la Universidad de Cambridge: “Hasta el siglo v, los idiomas inglés, alemán y escandinavo diferían levemente unos de otros . . . En el siglo v y en los subsiguientes, la diferenciación se llevó a cabo rápidamente dentro del grupo del noroeste. El inglés se desarrolló en general como una mezcla entre el alemán y el escandinavo, pero con muchas características propias. El holandés parece haber diferido poco del inglés por largo tiempo . . . La diferenciación de los lenguajes estaba obviamente gobernada por su posición geográfica” (The Nationalities of Europe and the Growth of National Ideologies [Las nacionalidades de Europa y el crecimiento de las ideologías nacionales], 1966, p. 145).
Si nos remontamos 500 años hasta el punto en que los lenguajes teutónicos comenzaron a diferenciarse, descubrimos que muchos europeos del norte, oeste y este tenían dialectos similares a los del lenguaje indoeuropeo común. Cuando los investigadores intentan ponerle una etiqueta particular a alguna tribu bárbara (germana, celta, o escita), a menudo se encuentran frente a un dilema: las distinciones muchas veces son poco claras y fácilmente pueden volverse arbitrarias.
Sin embargo, algunos arqueólogos modernos describen al pueblo dominante del norte de Europa durante el período alrededor de 500 a. C. como ampliamente dividido entre celtas y escito-teutónicos. Incluso esta distinción era más geográfica y cultural que étnica.
Mientras más nos remontamos en la historia, menor es la distinción que encontramos entre los pueblos celtas y teutónicos que se establecieron en el oeste y el noroeste de Europa. El profesor Chadwick escribe: “En cualquier discusión acerca del origen de los lenguajes teutónicos (o germanos), se debe por supuesto tener en mente que estos lenguajes son simplemente una rama de los lenguajes indo-europeos . . . y consecuentemente, que su hogar original (diferente del área en la cual adquirieron sus características especiales) — fue el de toda la familia indoeuropea. La misma observación se aplica a los lenguajes celtas . . . Nadie duda que estos lenguajes, o más bien el lenguaje original del cual derivaron, en algún momento estuvieron limitados a un área mucho más pequeña que la que ocupa su distribución actual” (Chadwick, p. 157).
Estos pueblos salieron a la luz a lo largo del borde del antiguo Imperio asirio en la segunda mitad del siglo VIII a. C. — al mismo tiempo y en la misma área donde las diez tribus perdidas de Israel desaparecieron. Hasta alrededor del siglo iv d. C. sus dialectos, provenientes de un lenguaje en común, mantuvieron una similitud suficiente como para permitirles comunicarse.
Los escitas y los celtas están estrechamente relacionados en cuanto a lenguaje. Pero ¿eran los celtas un pueblo distinto, que no estaba relacionado con los escitas? ¿O acaso hay indicaciones de una fuerte relación entre ellos?
La interacción escita-celta
Historiadores y arqueólogos declaran que durante la segunda mitad del primer milenio a. C., la zona de Europa al norte del mundo mediterráneo compartía dos culturas relacionadas. Desde las islas británicas, pasando por las fuentes del Danubio y hasta la franja oriental de los Alpes, existía lo que los historiadores llaman la cultura de Hallstatt de los celtas, y posteriormente, la cultura de La Tène celta.
Pero más al oriente, ocupando una amplia zona de Europa del Este, se hallaba la sólida cultura tradicional de los escitas, basada en la cría de caballos y en un estilo de vida más apropiado para las praderas que para las montañas y bosques. Cada uno de ellos aportaba ideas e inspiración al otro y, de acuerdo a la evidencia arqueológica, los integrantes de ambos grupos se casaron libremente entre ellos.
Las culturas de los celtas y los escitas, aunque separadas, interactuaban entre ellas de manera similar a como lo hacen Gran Bretaña y Estados Unidos en la actualidad. Cada una estaba adaptada a la geografía de su propia región, pero sus habitantes se relacionaban entre sí como si tuviesen un ancestro en común. Los arqueólogos han descubierto algunos lugares muy notables de las culturas celtas y escitas que demuestran cuán cerca trabajaban los dos pueblos entre sí.
La distinción entre las culturas escita y celta probablemente puede ser explicada de mejor manera a través de dos factores. Primero, la geografía que servía de apoyo a cada cultura era generalmente diferente. Pero, igualmente importante, las diez tribus israelitas fueron exiliadas del Medio Oriente y cada una tenía su propia cultura dentro de la cultura general del reino del norte de Israel. Además, cada tribu estaba dividida en clanes (1 Samuel 10:19; compare con Éxodo 6:14-25, NVI).
Por lo tanto, es lógico suponer que estas tribus israelitas exiliadas continuaron exhibiendo algunas diferencias culturales en las tierras que las acogieron. Tales distinciones también explicarían los clanes y subclanes que existían entre los escitas y celtas.
El investigador israelí talmúdico Yair Davidy, en su libro The Tribes: The Israelite Origins of the Western Peoples [Las tribus: Los orígenes israelíes de los pueblos occidentales], presenta evidencia convincente de que los israelitas desplazados retuvieron sus nombres de clanes subtribales durante y después de su cautiverio. “Las pruebas aducidas”, escribe él, “se derivan de las fuentes bíblicas, talmúdicas, históricas, arqueológicas y lingüísticas como también del folclore, la mitología y los símbolos y características nacionales” (1993, p. XIV). Como residente de Jerusalén, el Sr. Davidy tenía acceso a fuentes históricas y bíblicas en los estantes de la Biblioteca Nacional de Jerusalén.
Él señala que los nombres tribales y subtribales son una clave para rastrear las andanzas de los israelitas. En su introducción él resume su conclusión: “‘The Tribes’ [Las tribus] proporciona evidencia de que la mayoría de los antiguos israelitas fueron asimilados por culturas extranjeras y se olvidaron de sus orígenes. Con el transcurso del tiempo alcanzaron las islas británicas y el noroeste de Europa, y por consiguiente se fundaron naciones relacionadas (como Estados Unidos)” (ibídem).
Entre 200 a. C. y 500 d. C., tribus enemigas y drásticos cambios climáticos forzaron a los clanes escitas a trasladarse desde las estepas eurasiáticas a las regiones del norte y occidente de Europa. Por otros mil años, los clanes de los antiguos escitas fueron alternadamente aliados y enemigos en Europa feudal, bajo una variedad de nombres. Esto duró hasta que las naciones modernas que conocemos en la actualidad comenzaron a tomar forma.
En el próximo capítulo retomaremos la increíble historia de los descendientes dispersos del antiguo Israel y de cómo ascendieron a la prominencia internacional prometida por Dios mucho antes a los descendientes de José.