Jesucristo: Un Sumo Sacerdote misericordioso

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Jesucristo: Un Sumo Sacerdote misericordioso

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¿Qué es lo que Jesús hace ahora? ¿Cuál es una de sus más importantes responsabilidades? ¿Cómo está sirviendo a sus hermanos y hermanas en la tierra?

Recordemos que Cristo es el mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). Uno de los asuntos más importantes en el libro de los Hebreos es mostrar cómo desempeña Cristo su cargo como nuestro Sumo Sacerdote, cómo está llevando “muchos hijos [e hijas] a la gloria” (Hebreos 2:10).

Muchas personas que se consideran cristianas confían en una falsa “gracia” que sencillamente es usada como un permiso para pecar, porque no va unida a un arrepentimiento verdadero, ni a la obediencia, ni a la superación. Al parecer, son muchas las personas que saben poco o nada acerca del cargo que ahora tiene Cristo como nuestro Sumo Sacerdote.

Los pasajes más importantes

“Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos [el Verbo fue hecho carne, Juan 1:14], para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17, NVI).

El pecado ha hecho un daño terrible a la humanidad. “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El pecado nos separa de Dios (Isaías 59:1-2) y puede privarnos de nuestro galardón eterno. Es el enemigo implacable de cada ser humano y tiene que ser vencido. Esto no es fácil, y nunca lo ha sido.

Pero Cristo sabe lo que es tener naturaleza humana, ser tentado a pecar, ser tentado a infringir la ley espiritual de Dios, “pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18).

Jesús siempre hizo lo que tenía que hacer para rechazar los impulsos carnales y las tentaciones del pecado. Nunca los subestimó. Oraba y ayunaba, pero principalmente confiaba en su Padre y buscaba constantemente su ayuda.

Al no haber infringido jamás la ley de Dios, él “condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3). Pero en nuestro caso el pecado nos ha enfangado, y nuestra meta más importante como cristianos es aprender cómo salir de ese fango. Pero no podemos hacerlo sin la ayuda de nuestro Salvador, quien claramente nos dice: “Separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15:5).

Leamos Hebreos 4:14-16: “Por lo tanto, ya que en Jesús tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (NVI).

Cristo es el autor y capitán de nuestra salvación, “por lo cual puede salvar también perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25). Él está sentado a la diestra del Padre “para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).

¿Qué debemos hacer cuando pecamos?

Los cristianos debemos luchar contra el pecado y aprender a vencerlo con la ayuda e intervención de Cristo. Pero vencer el pecado lleva mucho tiempo, durante el cual fallamos muchas veces, más de las que estamos dispuestos a reconocer. En el Salmo 130 se preguntaba: “Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente?” (v. 3, NVI).

Las palabras del apóstol en 1 Juan 1:7-9 también deben alentarnos grandemente: “Si andamos en luz, como él [el Padre] está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado [que no tenemos nada que vencer], nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados [a Dios], él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. En Proverbios 24:16 se nos dice que “siete veces podrá caer el justo, pero otras tantas se levantará” (NVI).

No obstante, esta hermosa verdad no es un permiso para pecar. El mismo apóstol nos advierte: “Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo” (1 Juan 2:1, NVI).

Aquí Juan reitera la misma verdad expresada en el libro de Hebreos, una verdad que la mayoría de quienes se consideran cristianos no entienden. Pocas veces llega a escucharse desde un púlpito. Muchos ni siquiera entienden qué es el pecado. Otros no quieren hablar del pecado para no hacer sentir mal a la gente. Lamentablemente, muchísimas personas en la cristiandad suponen erróneamente que sólo tienen que regocijarse porque Cristo vino a salvarnos de nuestros pecados, sin que nosotros tengamos que hacer nada para vencer el pecado con la ayuda de Dios.

El apóstol Pablo corrobora la maravillosa verdad de que “Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros”(Romanos 8:34, NVI). Tanto el Padre como el Hijo están ocupados diligentemente en cumplir su propósito de llevar a otros a la familia divina. Esto es lo que Dios le ofrece a usted. ¿Está dispuesto a arrepentirse y a aceptar este gran llamado? ¿O se aferrará a los conceptos históricos que a la luz de la palabra de Dios resultan falsos? La decisión es suya.