¿Es Dios una Trinidad?

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“¿Enseñó realmente el Nuevo Testamento la elaborada —y muy contradictoria— doctrina de la Trinidad?”—Karen Armstrong, A History of God (“Historia de Dios”)

Ya hemos visto que en las Escrituras se nos revela a Dios como una familia, compuesta del Padre y del Hijo en el cielo, con muchos posibles miembros de esa misma familia ahora aquí en la tierra. La Biblia habla de “toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3:15).

Dos miembros divinos de esa familia, el Padre y el Hijo, moran en el cielo, pero los hijos humanos de Dios aquí en la tierra ya forman parte de esta familia (Romanos 8:14; 1 Juan 3:1-2). (Si desea conocer un poco más acerca de este asunto, puede solicitar el folleto gratuito Nuestro asombroso potencial humano.)

Pero ¿qué hay de la Trinidad? Muchos millones de personas creen que Dios consiste en tres personas o entes distintos —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— los que componen un solo ser. ¿Cómo podemos saber qué explicación acerca de la naturaleza de Dios es correcta? Sencillamente, sólo en la Biblia podemos encontrar la respuesta correcta. Por principio de cuentas, el hecho de que la palabra trinidad no aparece en ninguna parte de la Biblia, debe hacernos recapacitar. No debemos aferrarnos a viejas tradiciones religiosas si contradicen la Biblia. Nuestras creencias deben estar basadas firmemente en las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Jesús, orando al Padre, le dijo: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17).

Pruebas del Nuevo Testamento

La realidad es que la Biblia no enseña la doctrina de la Trinidad. Las palabras con que un comentario bíblico empieza su artículo bajo el título “Trinidad” son muy informativas: “Debido a que la Trinidad es una parte tan importante de la doctrina cristiana posterior, resulta sorprendente que el término no aparece en el Nuevo Testamento. Igualmente, el concepto desarrollado de tres socios coiguales en la Divinidad que se encuentran en declaraciones de credos posteriores no pueden detectarse claramente dentro de los límites del canon [del Nuevo Testamento]” (The Oxford Companion to the Bible [“El compañero de la Biblia, de Oxford”], Bruce Metzger y Michael Coogan, directores, 1993, p. 782).

La palabra posterior es una clave muy importante para poder entender por qué las creencias de la cristiandad han tenido que sobrellevar la doctrina de la Trinidad. Algunos teólogos, que vivieron después del primer siglo, fueron los que primeramente concibieron tal doctrina, y otros le agregaron o hicieron cambios con el paso de los siglos.

Notemos el reconocimiento que se hace en otra fuente de consulta: “El término ‘Trinidad’ no se encuentra en la Biblia. Tertuliano lo usó por primera vez a fines del segundo siglo, pero recibió amplia difusión y explicación oficial sólo en los siglos cuarto y quinto” (The New Bible Dictionary [“Nuevo diccionario bíblico”], 1996, “Trinidad”).

El mismo diccionario explica que “la doctrina formal de la Trinidad fue el resultado de varios intentos inadecuados de explicar qué y quién es realmente el Dios cristiano . . . Para tratar con estos problemas los padres de la iglesia se reunieron en el año 325 en el Concilio de Nicea para establecer una definición bíblica ortodoxa relacionada con la identidad divina”. No obstante, no fue hasta el 381, “en el Concilio de Constantinopla, [que] fue confirmada la divinidad del Espíritu . . .”.

Otra fuente teológica reconoce que “mucho del pensamiento de los siglos segundo y tercero dio una impresión de binitarismo [es decir, dos en unidad, el Padre y el Hijo] . . . Pensadores pluralistas . . . afirmaban la total co-presencia de los dos (más tarde tres) diferentes entidades dentro de la Divinidad . . .” (Alan Richardson, director, A Dictionary of Christian Theology [“Diccionario de teología cristiana], 1969, p. 345).

Vemos, pues, que la doctrina de la Trinidad no fue formalizada hasta mucho tiempo después de que la Biblia había sido completada y los apóstoles habían fallecido. A los teólogos que vinieron después les llevó varios siglos formular lo que creían con respecto al Espíritu Santo. Lamentablemente, la doctrina de la Trinidad ha sido un gran obstáculo para tener un claro entendimiento de la verdad bíblica de que Dios es una familia divina.

Prosiguiendo con el artículo de una de las fuentes citadas previamente, leemos: “Mientras que los escritores del Nuevo Testamento hablan mucho acerca de Dios, Jesús y del Espíritu de cada uno, ningún escritor del Nuevo Testamento explica la relación entre los tres en la forma en que lo hacen algunos escritores cristianos posteriores” (The Oxford Companion to the Bible [“El compañero de la Biblia, de Oxford”], 1993, p. 782). Desde luego, estos estudiosos de la Biblia exponen en forma incompleta lo que resulta obvio para quienes entienden la explicación bíblica acerca de Dios.

Una falsa añadidura en 1 Juan 5:7-8

Ciertos traductores de los siglos pasados buscaban tan ardientemente algo con que respaldar su creencia en la Trinidad que, literalmente, se atrevieron a añadirlo a la Biblia. Un ejemplo de esto lo encontramos en 1 Juan 5:7-8, donde leemos: “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan”. Las palabras en letra cursiva sencillamente no forman parte de los manuscritos originales del Nuevo Testamento.

En la Nueva Versión Internacional 1 Juan 5:7-8 aparece correctamente: “Tres son los que dan testimonio, y los tres están de acuerdo: el Espíritu, el agua y la sangre”. Aquí Juan personifica estos tres elementos como testigos, así como Salomón personificó la sabiduría en el libro de los Proverbios (ver Proverbios 8). Refiriéndose al pasaje que en el párrafo anterior está en letra cursiva, la NVI aclara en una nota al pie de la página que, “este pasaje se encuentra en ms. [manuscritos] posteriores de la Vulgata, pero no está en ningún ms. [manuscrito] griego anterior al siglo xvi”.

“Toda la prueba de los textos está en contra de  1 Juan 5:7-8”, según explica el escritor Neil Lightfoot. “De todos los manuscritos griegos, sólo hay dos que la tienen [la añadidura]. Estos dos manuscritos son de fechas muy posteriores, uno del siglo catorce o quince y el otro del siglo dieciséis. Ambos muestran claramente que este versículo fue traducido del latín” (How We Got the Bible [“Cómo obtuvimos la Biblia”], 1963, pp. 56-57).

Otra fuente de información bíblica se refiere al pasaje que nos ocupa como “obviamente una glosa posterior sin ningún mérito” (The Expositor’s Bible Commentary [“Comentario bíblico del expositor”], 1981, 12:353). Otra más de estas obras de consulta, refiriéndose al mismo pasaje, de manera tajante comenta: “Ningún [manuscrito] griego respetable la tiene. Apareció por primera vez en un texto en latín de fines del cuarto siglo, se introdujo en la Vulgata y finalmente en el NT [Nuevo Testamento] de Erasmo” (Peake’s Commentary on the Bible [“Comentario de Peake sobre la Biblia”], p. 1038).

El término Trinidad no fue usado comúnmente como un término religioso hasta después del Concilio de Nicea en el año 325, varios siglos después de que habían sido completados los últimos libros del Nuevo Testamento. ¡La Trinidad no es un concepto bíblico!

¿Por qué a veces se le llama ‘él’?

Debido al hecho de que en el Nuevo Testamento se utiliza algunas veces el pronombre “él” con referencia al Espíritu Santo, hay mucha gente que supone que se trata de una entidad personal. Este concepto equivocado se produce por el uso que en el idioma griego se hace de pronombres de acuerdo con el género del sustantivo que se esté utilizando.

En el griego, cada objeto, animado o inanimado, es designado por un sustantivo masculino, femenino o neutro. Al igual que en el español, francés, italiano y otros idiomas, el género gramatical nada tiene que ver con que el objeto sea literalmente masculino, femenino o neutro. Por ejemplo, un libro no es masculino y una mesa no es femenina, y ciertamente no son “personas”.

En el griego se usan vocablos masculinos y neutros para referirse al Espíritu Santo. Gramaticalmente, la voz paracletos, traducida por “Consolador” en Juan 14:16, Juan 14:26; Juan 15:26; Juan 16:7 es de género masculino. Por consiguiente, tanto en el griego como en el español es correcto el empleo de pronombres masculinos.