La pregunta de los siglos
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La pregunta de los siglos
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¿Por qué existimos? ¿Qué nos depara el futuro? ¿Hay algún propósito o razón para la vida humana? Estas preguntas han dejado perplejos incluso a los más grandes pensadores y filósofos a través del tiempo.
Frecuentemente reflexionamos sobre el significado de la vida. Con su natural curiosidad, los niños preguntan “¿de dónde vine yo?” Y como adultos, especialmente en el ocaso de nuestra vida, tal vez nos preguntemos: “¿Es esta vida física todo lo que hay? ¿Tiene mi vida algún propósito?”
Piense en su propia existencia. ¿Alcanza a ver el propósito de su vida, con todos sus altibajos y su mezcla de alegrías y tristezas? ¿Puede percibir un valor duradero en los afanes, desafíos e incertidumbres de su vida?
¿Por qué nació usted? En las siguientes páginas examinaremos este misterio, uno de los más trascendentales para el hombre.
El papel del hombre en la creación
Una noche hace casi 3.000 años, el rey David ponderaba la aparente insignificancia de los seres humanos comparada con la inmensidad del cielo nocturno. En sus años como pastor de ovejas había pasado muchas noches a la intemperie, contemplando el cielo lleno de estrellas. Fíjese en los pensamientos que él registró en Salmos 8: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (vv. 3-4).
Al meditar sobre la magnificencia y vastedad del universo, David se preguntó por qué Dios se preocupaba tanto por los seres humanos y su futuro. Él se dio cuenta de que dentro del gran espectro y enormidad del firmamento podemos parecer insignificantes. No obstante, también percibió que en el plan del gran Dios Creador ninguna parte de su creación física se comparaba en lo más mínimo con el propósito que él tiene para los seres humanos.
Al comprender que solamente Dios puede revelar su propósito de habernos creado, David continuó reflexionando sobre el destino del hombre: “Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar” (vv. 5-8, énfasis agregado en todo el texto).
David meditaba así sobre el dominio que Dios le dio a la humanidad al momento de la creación, y al hacerlo se valió en parte del mismo lenguaje de Génesis 1:26, donde Dios dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Por lo tanto, el hombre fue hecho a la imagen de Dios para reinar sobre su creación.
David se dio cuenta de que Dios ya le había concedido al hombre la capacidad para administrar una importante parte de su creación: nuestro planeta y sus maravillas. Pero él también sabía que había mucho más por venir.
Las palabras de David en el Salmo 8 son citadas posteriormente en Hebreos 2:6-8, con un comentario explicativo al final: “Pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ‘¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies’. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas”.
En este pasaje, la palabra “todo” es una traducción del vocablo griego ta panta, o “el todo”, que significa básicamente “el universo”. Esto es lo que Dios ha decidido dejar bajo el dominio del hombre, pero, como se aclara aquí mismo, no todavía.
Es muy posible que mientras contemplaba la grandeza celestial en las alturas, David haya recordado la asombrosa proclamación entregada a través de Moisés de que “el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo . . . el Eterno tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos” (Deuteronomio 4:19).
¡Qué declaración tan asombrosa! Estos versículos revelan que el hombre fue creado para compartir con Dios el dominio sobre todo el universo creado. No obstante, lo descrito es solo un aspecto de una realidad aún más grandiosa.
Más allá de todo lo imaginable
¿Qué quiere decir que Dios haya hecho a la humanidad “un poco menor que los ángeles”? Mientras David observaba el vasto firmamento en las alturas, ¿estaba realmente diciendo que el hombre era sólo un poco inferior a estos seres espirituales inmortales? Como criaturas mortales y físicas estamos muy por debajo de lo que la Escritura revela en cuanto al poder y la gloria de los seres que habitan en el ámbito celestial.
La traducción de “un poco menor” en Hebreos 2:7 que ofrece la Nueva Versión Internacional (NVI) de la Biblia, tal vez sea mejor: “Lo hiciste por un poco de tiempo menor que los ángeles”. Esto parece muy probable si se considera la amplia brecha entre nosotros y el ámbito celestial, y su implicación es sorprendente. Porque si estamos a un nivel existencial inferior al de los ángeles solo temporalmente, ¿qué dice entonces esto del futuro?
Medite nuevamente en lo que Dios dijo en Génesis 1:26: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree . . .” En toda la creación física de Dios, él solamente hizo al hombre a imagen y semejanza suya. Dios le dio solamente al hombre el dominio y control sobre la creación. La humanidad es única dentro de la creación de Dios. ¡Y él ha planificado para nosotros un destino trascendental!
El apóstol Pablo se refirió así al maravilloso plan de Dios: “el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos” (Colosenses 1:26; compare con 1 Corintios 2:7; Efesios 3:9).
A través de los siglos, ha sido imposible para la gran mayoría de las personas comprender el espectacular futuro que Dios tiene guardado para aquellos que desarrollan una relación apropiada con él. Como lo explicó el apóstol Pablo: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
¡Las Escrituras nos indican que nuestro propósito en esta tierra puede ser infinitamente superior a cualquier cosa que imaginemos, aun en nuestros sueños más extravagantes! ¿No será tiempo de que le permitamos a Dios explicar —de acuerdo a su Palabra— lo que él tiene planeado para nosotros?
Hay un pasaje profético que nos entrega la primera clave en cuanto a nuestro fantástico futuro. Hablando de la resurrección de los muertos, nos dice que vendrá el tiempo en que “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. Y agrega: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:2-3).
Esta es solo una breve alusión al asombroso futuro que Dios ha planeado para nosotros ¡para que vivamos para siempre, radiantes de gloria, como las estrellas fulgurantes!
Lo que el hombre es actualmente
Antes de que podamos comprender el destino eterno del hombre, necesitamos entender claramente qué es el hombre actualmente. Somos seres físicos, compuestos de unas cuantas sustancias químicas de la tierra. Así es como Dios nos creó: “Entonces el Eterno Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7).
Pero casi todas las religiones antiguas han enseñado erróneamente que el hombre es una entidad espiritual e inmaterial, confinada a un cuerpo físico por un tiempo limitado. También han enseñado que el hombre tiene una composición dual, es decir, que el ser humano es simultáneamente un cuerpo físico y un alma inmortal.
Aún en la actualidad, la mayoría de la gente cree que después de que nuestro cuerpo físico muere, nuestra “alma” —supuestamente inmortal— continúa existiendo fuera del cuerpo, como una entidad viva y consciente. Esta idea de que tenemos un alma inmortal nunca ha sido enseñada en las Santas Escrituras, sino que la heredamos de las supersticiones de antiquísimas religiones, posiblemente tan antiguas como el Huerto de Edén, cuando Satanás convenció a Eva de que no moriría si desobedecía a Dios (Génesis 3:2-4).
Por el contrario, la Biblia nos dice claramente que nuestra “alma” es mortal y no inmortal, porque puede morir (Ezequiel 18:4, Ezequiel 18:20; Mateo 10:28). De hecho, las palabras comúnmente traducidas como “alma” en las Escrituras —nefesh en hebreo, en el Antiguo Testamento, y psyjé en griego, en el Nuevo Testamento— se refieren simplemente a criaturas físicas y mortales. Estas palabras son usadas no solo en referencia a los seres humanos, sino que también respecto a muchos tipos de animales, incluyendo aves, reptiles y peces.
La Biblia afirma claramente que la inmortalidad no es algo que ya poseemos. Pablo nos dice concretamente que solo Dios es inmortal (1 Timoteo 6:13-16). Él explica que somos “corruptibles” y “mortales” y que “es necesario que esto mortal se vista de inmortalidad” mediante el cambio de una existencia corruptible a una incorruptible, cuando Jesús retorne al sonar la trompeta final (1 Corintios 15:51-53; compare con 1 Tesalonicenses 4:16; Apocalipsis 11:15).
En la actualidad, los siervos de Dios son aquellos que “buscan gloria, y honra e inmortalidad” (Romanos 2:7), lo que comprueba que todavía no son inmortales. Sin embargo, ellos entienden que al sacrificar su vida por nosotros, Jesucristo “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). La inmortalidad solo es posible por medio del Salvador de la humanidad, Jesucristo (Hechos 4:12).
¡Vemos una vez más que el hombre es mortal, y que la vida humana es transitoria! Somos seres físicos que podemos morir y dejar de existir. Nuestra vida no mora en un alma supuestamente inmortal, y en la Biblia no existe ninguna enseñanza que apoye esta creencia. Cuando morimos, nuestra conciencia se detiene (Salmo 6:5; Eclesiastés 9:5, Eclesiastés 9:10); no se prolonga de otra manera distinta.
Sí hay un elemento espiritual en la existencia del hombre, pero no tiene nada que ver con el concepto de un alma inmortal (vea “El espíritu del hombre”, página 4).
El regalo divino de la vida venidera
Muchos pasajes bíblicos revelan que nuestra única esperanza de vida eterna radica en la resurrección de los muertos con un cuerpo transformado, igual como sucedió con Jesucristo. (Para obtener una explicación detallada sobre lo que realmente ocurre al morir y después de ello, y los numerosos conceptos falsos asociados con la vida después de la muerte, por favor solicite nuestros folletos gratuitos El cielo y el infierno y ¿Qué sucede después de la muerte?).
Por otra parte, la Biblia también afirma claramente que la resurrección a una vida inmortal solo es posible gracias a la benevolente misericordia de Dios: “Porque la paga del pecado es muerte [no vida inmortal de alguna forma o en algún lugar], mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
La vida eterna es el regalo que Dios tiene guardado para quienes rechazan el camino del pecado y comienzan a obedecerlo de todo corazón. No es algo que los seres humanos poseen intrínsecamente. Por el contrario, es algo que Dios nos ofrece, siempre y cuando nos apartemos de nuestro antiguo camino pecaminoso y, mediante Jesucristo, aceptemos su perdón y su guía en nuestra vida.
Esto es lo que Dios desea para todos: “Dios nuestro salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4). Él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). ¡Dios quiere entregarnos su precioso regalo de la vida eterna, y él hará todo lo posible para asegurarse de que recibamos ese destino eterno que él ha planeado para nosotros!
Pero ¿cuál es en realidad ese destino? Estudiemos lo que la Biblia nos revela.