Por qué usted no tiene un alma inmortal
Dios dijo a los primeros seres humanos, Adán y Eva, que si pecaban, morirían y volverían al polvo del que procedían (Génesis 2:17; 3:19). Pero Satanás influyó astutamente en Eva para que creyera que Dios mentía y que ni ella ni Adán morirían (Génesis 3:4). A partir de aquel momento, el diablo lanzó una nefasta campaña para engañar a todas las generaciones futuras sobre este y muchos otros temas. Su intención era cegarlas para que no conocieran su asombroso destino en el Reino de Dios (Apocalipsis 12:9; Mateo 6:33). Como resultado, miles de millones de personas de diversas religiones, incluida la mayoría de los cristianos profesantes, se han convencido de que poseen almas inmortales.
Ciertos filósofos griegos de renombre expresaron esta creencia en sus escritos. Por ejemplo, Platón (ca. 428-347 a. C.) argumentó en su libro Fedón que el alma es indestructible: “El alma es lo más parecido a lo divino, inmortal . . . mientras que el cuerpo es lo más parecido a lo humano, mortal [y] soluble” (citado por David Tatum, “The Historical Development of the Inmortal Soul” [“El desarrollo histórico del alma inmortal”], Afterlife.co.nz, 9 de agosto de 2019).
Estas ideas erróneas influyeron notablemente a los primeros dirigentes de la Iglesia católica. Por ejemplo, Agustín (354-430 d. C.)
escribió en su obra City of God (Ciudad de Dios): “Pero como el alma, por su propia naturaleza, al ser creada inmortal no puede carecer de algún tipo de vida, su máxima muerte es la alienación de la vida de Dios en una eternidad de castigo”.
Cientos de años más tarde, otro influyente teólogo católico, Tomás de Aquino (1225-1274 d. C.), enseñó en su Summa Theologica (Suma teológica) que el alma es una entidad separada que no puede destruirse. Y cuando la Reforma protestante echó raíces en el siglo xvi y comenzó a extenderse, la mayoría de sus líderes siguieron aferrándose al concepto equivocado de la inmortalidad del alma.
¿Qué enseñan las Escrituras hebreas sobre el alma?
En la filosofía occidental, la noción de que las personas tienen almas inmortales ha sido comúnmente aceptada, y la idea asociada a ella de que la gente al morir va al cielo o al infierno depende de esta creencia. Pero ¿qué dice la Biblia? ¡La frase “alma inmortal” no se encuentra en ninguna de sus páginas! Ni siquiera aparece el concepto, ni tampoco la enseñanza de que la muerte es simplemente la separación del cuerpo y el alma (que supuestamente continúa viviendo).
La palabra hebrea traducida como “alma” en las Escrituras, nephesh, significa básicamente “criatura que respira”. The Interpreter’s Dictionary of the Bible (Diccionario del intérprete de la Biblia) explica que nephesh
“ . . . nunca quiere decir alma inmortal, sino que es esencialmente el principio vital o el ser vivo” (vol. 4, 1962, “Alma”, énfasis nuestro en todo este artículo). Esto puede verse en la forma en que la Biblia emplea el término. La palabra nephesh se utiliza para animales, peces e insectos antes de referirse por primera vez a los seres humanos.
Por ejemplo, Génesis 1:20 dice: “Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes [nepheshim, forma plural de nephesh], y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos”. Además, en Génesis 1:25 leemos: “E hizo Dios animales [nephesh] de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su género”.
Así pues, nephesh se utiliza en las Escrituras para referirse a la vida física de las criaturas de carne y hueso, incluida la del ser humano. Por ejemplo, leemos: “Formó pues, el Eterno Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida, y fue el hombre un alma viviente [un nephesh]” (Génesis 2:7, Reina Valera Antigua). Un alma viviente aquí es lo que Adán era, no algo que tenía. Otras versiones traducen nephesh como “ser viviente”.
Cabe destacar que la palabra “alma” se utiliza cuatro veces en Ezequiel 18:4, todas traducidas de la palabra nephesh, haciendo referencia a algo que puede morir: “He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá”. ¡Está más que claro que el alma no es inmortal!
La palabra “alma” en los escritos de los apóstoles
Así como la palabra hebrea nephesh se refiere únicamente a la vida física, mortal, que puede perecer, la palabra griega psuche hace lo mismo. Es la única palabra traducida como “alma” en el Nuevo Testamento. Aparece 105 veces, se traduce como “alma” 49 veces, y en otras ocasiones se traduce con términos como vida, corazón, corazón y mente, esta última en términos de ser físico y consciente.
Por ejemplo, Hechos 3:23 dice: “. . . y toda alma [psuche] que no escuche a aquel profeta, será desarraigada del pueblo”. También, como dice Santiago 5:20: “Hermanos, si alguno de vosotros se ha extraviado . . . sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma [psuche], y cubrirá multitud de pecados”. En estos casos, la palabra solo alude a una persona, una persona que puede morir. Así pues, las almas son mortales, no inmortales. Pueden morir, y de hecho, mueren.
Además, el apóstol Pablo instó a los miembros de la congregación de Roma a procurar la inmortalidad, escribiendo que Dios dará “vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (Romanos 2:7). Pablo nunca enseñó a los cristianos que ya poseían la inmortalidad, sino que era necesario “revestirse” de ella (1 Corintios 15:53-55, Nueva Versión Internacional). También dijo que solo Dios posee la inmortalidad, y que la vida eterna es un don de Dios (1 Timoteo 6:16; Romanos 6:23), no algo que tengamos inherentemente desde el principio.
Puesto que las personas son “almas vivas”, como hemos visto, ¿qué ocurre cuando mueren? La Biblia presenta a los muertos yendo al sheol [Seol], que significa “pozo” o “tumba”. El rey David afirmó que al morir, la relación de una persona con Dios cesa por completo: “Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol [sepulcro], ¿quién te alabará?” (Salmo 6:5).
Más aún, los que mueren no tienen conciencia de nada. El rey Salomón escribió: “Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; pues su memoria es puesta en olvido” (Eclesiastés 9:5). Y escribió además: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol [la tumba], adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10).
La maravillosa verdad sobre la resurrección
Aunque lo expuesto anteriormente pueda parecer preocupante, ¡no constituye en absoluto el panorama completo ni el final de la historia! Existe un componente espiritual en el hombre, pero no tiene conciencia de sí mismo aparte del cuerpo (lea “¿Es así es como viviremos para siempre? Lo que la tecnología no comprende sobre el espíritu de la mente humana”, comenzando en la página 4). Y aunque los seres humanos son físicos y están sujetos a la muerte, la buena noticia es que Dios promete que habrá vida después de la tumba. El Salmo 49:15 declara: “Pero Dios redimirá mi alma [nephesh] del poder del Seol, porque él me tomará consigo”. La Biblia revela que las personas arrepentidas y obedientes resucitarán de la tumba y recibirán vida espiritual perpetua (véase 1 Corintios 15:52).
Jesucristo fue el primogénito de entre los muertos (Colosenses 1:18; Apocalipsis 1:5). La resurrección a inmortalidad de sus seguidores tendrá lugar a su segunda venida, cuando establezca el Reino de Dios sobre la Tierra. Más tarde habrá otra resurrección, pero a vida física, para todos aquellos que nunca hayan tenido una relación con el Padre y con Jesucristo. A su tiempo, también a ellos se les dará la oportunidad de disfrutar de la vida eterna (Apocalipsis 20; y véase la guía de estudio que se ofrece a continuación).
La ficción creada por Satanás acerca del alma inmortal oculta la verdad crucial y maravillosa sobre el asombroso futuro que Dios tiene reservado para la humanidad. Lo cierto es que los seres humanos no tienen almas inmortales, pero a todo el que verdaderamente se arrepiente, obedece y adora a Dios a través de Cristo, se le promete una resurrección de la muerte a la vida eterna. Por tanto, rindamos a Dios un extraordinario honor por la magnífica verdad que nos revela en la Biblia. Y, más importante aún, ¡asegurémonos de ser, como nos exhorta Santiago 1:22, hacedores de la Palabra de Dios y no solamente oidores! BN