La gracia, la fe y la ley

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El apóstol Pablo enseñó que la salvación es una dádiva de Dios por medio de la fe (Efesios 2:8). La palabra griega traducida como “gracia” es charis, que quiere decir un regalo o favor; en el Nuevo Testamento puede referirse ya sea al favor de Dios o a su misericordia.

El apóstol Pablo deja claramente establecido el hecho de que la gracia de Dios que nos lleva a la salvación no es “por obras, para que nadie se gloríe” (v. 9). Pero quienes se oponen a la obediencia a la ley de Dios suelen pasar por alto la enseñanza de Pablo hacia las obras del cristiano.

Analicemos la perspectiva de Pablo en el versículo 10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Quienes hacen caso omiso de las razones por las que somos “hechura” de Dios, que pasan por alto la razón por la que fuimos “creados en Cristo Jesús para buenas obras” y por qué tenemos que “andar” en ellas, no entienden una parte muy importante del mensaje de Pablo.

Observemos la correlación de la obediencia, las obras y lo que Dios hace dentro de nosotros, lo cual nos capacita para lograr su propósito en nosotros: “Amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13).

Ciertamente el perdón y la salvación son dádivas de Dios; no se pueden ganar. Como humanos no poseemos nada que tenga el valor suficiente para pagar por el perdón de nuestros pecados y por nuestra salvación. No obstante, Jesús terminantemente nos dice: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3, Lucas 13:5). No nos ganamos la salvación por medio del arrepentimiento, pero sin arrepentimiento no habrá salvación.

Arrepentirnos quiere decir simplemente apartarnos del pecado, dejar de infringir la ley de Dios (1 Juan 3:4). Si no estamos dispuestos a arrepentirnos, no podremos recibir el Espíritu de Dios y empezar el proceso de conversión (Hechos 2:38).

La fe es otro requisito para la salvación. En Hebreos 11:6 leemos que “sin fe es imposible agradar a Dios”. Tenemos que ser “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3:24-25). Pero el hecho de que Dios exige que tengamos fe no quiere decir que por ella nos ganamos la salvación.

Tampoco nos ganamos la salvación por nuestras buenas obras. No obstante, como lo muestran los muchos pasajes citados en este folleto, es claro que Dios espera fe y obediencia de aquellos a quienes otorgará la dádiva de la salvación. Quienes se oponen a la obediencia a las leyes de Dios prefieren hacer hincapié en ciertas cosas que dijo el apóstol Pablo, mientras pasan por alto otras que aclaran lo que él quería decir.

Uno de esos casos se encuentra en el tercer capítulo de Romanos, en el que habla acerca de la fe y las obras. En el versículo 28 leemos: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin [choris, que también quiere decir “aparte de” o “fuera de”] las obras de la ley”. Aquí Pablo está hablando de la justificación: la muerte de Cristo que cubre nuestros pecados pasados. Nos muestra que nosotros nunca podríamos ganarnos el perdón.

Pero eso está muy aparte de la forma en que se supone que debemos vivir. No tiene nada que ver con la importancia de la ley de Dios como la guía de nuestro comportamiento. Aquí Pablo habla sólo acerca de cómo “los pecados pasados” pueden ser “pasados por alto” (v. 25), de manera que ahora podamos continuar nuestras vidas en obediencia a Dios.

A fin de asegurarse de que esto fuera entendido, Pablo dijo: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (v. 31).

El apóstol Pablo quería que entendiéramos que ni siquiera estaba insinuando que la ley de Dios había sido abolida o cambiada. Todo lo contrario, sin la ley no entenderíamos qué es y qué no es el pecado, “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (v. 20). No olvidemos que para que el pecado exista tiene que haber una ley, porque “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).

Por tanto, lo que Pablo dice es que el concepto de la “gracia” o perdón de Dios establece que su ley está aún en vigor y que el pecado es la infracción de esa ley. La gracia de Dios por medio de la fe exige una ley que defina los pecados que tienen que ser perdonados. Así, citando nuevamente a Pablo, preguntamos: “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley”.