El tercer mandamiento: De la blasfemia a la alabanza

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El tercer mandamiento

De la blasfemia a la alabanza

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El tercer mandamiento: De la blasfemia a la alabanza

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“No tomarás el nombre del Eterno tu Dios en vano; porque no dará por inocente el Eterno al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7).

El tercer mandamiento hace hincapié en la importancia de guardar el debido respeto a Dios. Tiene que ver con la forma en que comunicamos nuestros sentimientos acerca de Dios a otros y también hacia él. Encierra nuestras actitudes, así como nuestro hablar y actuar.

La base de toda relación realmente positiva es el respeto mutuo. La calidad de nuestra relación con Dios depende del grado de amor y respeto que le tenemos. También depende de la manera en que le expresamos respeto delante de los demás. Él espera que siempre le honremos por quien es y por lo que es.

Por consiguiente, utilizar el nombre de Dios de una manera frívola, denigrante o de cualquier forma irrespetuosa demuestra una actitud de desprecio a la relación que debemos tener con él. Esto puede variar desde simple descuido hasta hostilidad y antagonismo. Tiene que ver con cualquier uso inapropiado del nombre de Dios.

El significado de la palabra hebrea saw, traducida como “en vano”, también quiere decir “engaño; malicia; falsedad; vanidad; vacío” (Vine’s Complete Expository Dictionary of Old and New Testament Words [“Diccionario expositivo completo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamentos”, de W.E. Vine]. El tener relación con Dios exige que lo representemos correcta, sincera y respetuosamente.

El respeto a Dios y su nombre

Reflexionemos acerca de algunas de las maneras en que debemos relacionarnos con el nombre de Dios. Él nos creó a su imagen y semejanza con el potencial de llegar a ser miembros de su familia divina. Quienes reciben su Espíritu son miembros de la Iglesia de Dios. Las leyes de Dios nos explican las normas y los principios que deben regir nuestra conducta, y nuestra esperanza está en llegar a ser parte del Reino de Dios. Todo lo que realmente es importante para nosotros es una dádiva de Dios, “porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).

Observemos tres ejemplos de la fuerza con que se expresa el respeto hacia Dios en el libro de los Salmos: “Bendice, alma mía, al Eterno. Eterno Dios mío, mucho te has engrandecido; te has vestido de gloria y de magnificencia” (Salmos 104:1). “Tema al Eterno toda la tierra; teman delante de él todos los habitantes del mundo” (Salmos 33:8). Y en Salmos 145:1-3 el rey David escribió: “Te exaltaré, mi Dios, mi Rey, y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre. Cada día te bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente y para siempre. Grande es el Eterno, y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable”.

Blasfemia y lenguaje soez

Quizá la manera más común en que se quebranta el tercer mandamiento es por el uso del lenguaje soez: usar el nombre de Dios en forma injuriosa, vulgar o irreverente. Mancillar el nombre de Dios, o el de su Hijo Jesucristo, es algo que se hace en casi todo el mundo. Desde el principio de la historia, la inmensa mayoría de los seres humanos nunca han mostrado el respeto que merece el nombre de Dios.

La blasfemia no es la única forma en que podemos tomar el nombre de Dios en vano. Cualquier persona que en su diario hablar use a la ligera el nombre de Dios, o el de Jesucristo, no conoce a Dios como debiera. Sin embargo, y aunque parezca extraño, en muchos casos tales personas creen e insisten en que sí lo conocen.

En cierto sentido, una persona así se parece a Job antes de que Dios le hiciera ver cómo el orgullo afectaba su forma de pensar. Reconociendo su error, Job le dijo a Dios: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Finalmente, Job se dio cuenta de que no conocía a Dios tan bien como creía.

Muchos que durante toda su vida han oído hablar de Dios suponen que lo conocen, que tienen una relación aceptable con él; no obstante, nunca han aprendido cómo respetarlo u honrarlo realmente. De manera descuidada, lo rebajan o degradan mencionando su nombre en forma irrespetuosa en sus conversaciones diarias. Sin darse cuenta, hacen saber a quienes les escuchan que el respeto hacia Dios no es importante para ellos, aunque pueden pensar que sí lo es.

No importa con cuánta indiferencia pueda uno pensar acerca de esta falta de respeto hacia Dios, el tercer mandamiento deja muy claro que él no lo toma a la ligera, “porque no dará por inocente el Eterno al que tomare su nombre en vano”. Cualquier uso indebido que hagamos del nombre de nuestro Hacedor nos mancha espiritualmente ante sus ojos.

De seguro, cada uno de nosotros ha sido irrespetuoso con Dios más de una vez. Es muy probable que, lo mismo que Job, hayamos tenido —o aún tengamos— que reconsiderar nuestra actitud hacia el Creador. En cuanto Job se dio cuenta de su actitud irreverente, pudo verse a sí mismo como realmente era. Por eso dijo: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6). De igual manera, nosotros tenemos que arrepentirnos de cualquier actitud que pudiera conducirnos a la irreverencia. Necesitamos ser cuidadosos en nuestra forma de hablar, y usar con gran respeto el nombre de Dios.

Jesucristo revela a Dios completamente

Tanto deseaba Dios que entendiéramos cómo es él —especialmente su naturaleza o carácter— que envió a su Hijo Jesucristo como el ejemplo perfecto de todo lo que él es. Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). En Hebreos 1:3 se nos dice que, con respecto al Padre, Jesucristo es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia”. Al revelarnos por medio de su ejemplo cómo es el Padre y lo que él exige de nosotros, Cristo nos abrió el camino a la vida eterna (Juan 17:1-3). “Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).

En Colosenses 1:19-20 podemos apreciar cuán completamente Jesús reflejaba la gloria de Dios: “Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”.

La importancia del nombre de Cristo

El nombre Jesús quiere decir “Salvador”. Cristo significa “[el] ungido”, lo mismo que el vocablo hebreo mashiaj (“Mesías”). Como el Hijo de Dios, Jesucristo es nuestro Rey y nuestro único Salvador: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

El nombre de Jesucristo es importantísimo para nuestra salvación, pero resulta inútil si sólo lo repetimos constantemente sin entender su significado y sin dejar que influya en nuestro modo de vivir. El apóstol Pablo explicó esto de la manera siguiente: “El fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19).

Quienes se arrepienten de sus pecados y son bautizados en el nombre de Cristo reciben el Espíritu Santo para que puedan ser imitadores de él (Hechos 2:38). El apóstol Pablo les dice a estas personas: “Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).

En otras palabras, cualquier cosa que hagamos debemos hacerla de acuerdo con la aprobación o autoridad de Jesucristo; es decir, en su nombre. Pero usar su nombre en cualquier forma que pueda acarrearle deshonra o vergüenza, es pecado y quebranta el tercer mandamiento.

Honremos a Dios con nuestro ejemplo

Por cuanto los seguidores de Cristo son conocidos por este nombre, su comportamiento siempre honra o deshonra al Padre y al Hijo. En la Biblia vemos que a quienes obedecen los mandamientos de Dios se les llama “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mateo 5:13-14, 18). Ellos son sus representantes ante toda la humanidad; llevan su nombre como “un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). Ellos, con su ejemplo, deben dar honra al nombre de Dios.

Moisés explicó esto mismo al antiguo pueblo de Israel: “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como el Eterno mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está el Eterno nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?” (Deuteronomio 4:5-7). Moisés quería que los israelitas honraran a Dios con su comportamiento a fin de que todas las naciones a su alrededor aprendieran también a honrarlo.

Ejemplos que deshonran a Dios

Sin embargo, en lo que se refiere a honrar a Dios, el antiguo pueblo de Israel fue un fracaso rotundo. Ellos finalmente trajeron tanta vergüenza al nombre de Dios que él permitió que sus enemigos se los llevaran como prisioneros y cautivos.

Mas él prometió que con el tiempo traería a sus descendientes y los establecería nuevamente como nación con el propósito de exigir que su nombre fuera honrado. Por medio de uno de sus profetas dijo: “He tenido dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron. Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho el Eterno el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy el Eterno, dice el Eterno el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos” (Ezequiel 36:21-23).

¿Cómo sucederá esto? Nuevamente Dios dará a los descendientes de Jacob la responsabilidad de traer honra a su nombre: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:2-4). Los que vivan en ese tiempo entenderán la realidad del Dios verdadero y honrarán su nombre.

Podemos blasfemar contra Dios con nuestro comportamiento

El apóstol Pablo explica que quienes de manera hipócrita se llaman a sí mismos por el nombre de Dios y dicen ser su pueblo —al tiempo que rehúsan obedecerlo— de hecho blasfeman su nombre. En Romanos 2:21-24 podemos leer lo que en cierta ocasión Pablo dijo a algunos que se comportaban de tal forma: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros”.

En otra de sus epístolas, Pablo nos hace ver que incluso algunos que se creen cristianos pueden causar deshonra al nombre de Dios con su comportamiento: “Todos los que están bajo el yugo de esclavitud, tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina” (1 Timoteo 6:1).

Nuestro comportamiento no debe ser motivo de crítica, ya que, como se nos dice en 2 Corintios 5:20, “somos embajadores en nombre de Cristo”. Somos sus representantes personales. Una conducta descortés o irrespetuosa de quienes se dicen seguidores de Cristo, deshonra el nombre de Dios a la vista de los demás. Ocasiona crítica al nombre de Dios, nombre que ellos dicen llevar.

Jesús condenó la hipocresía religiosa

Jesucristo reprendió duramente a los que tenían tan detestable costumbre: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:27-28).

La gente por lo general se siente cómoda con hablar elogiosamente de Dios . . . siempre y cuando puedan continuar con su propio punto de vista y su forma de vivir. Pero a lo largo de la historia la queja de Dios ha sido que la gran mayoría de la gente que usa su nombre no lo honra de corazón; sólo lo honra como dice una conocida expresión: “De dientes afuera”.

Jesús dijo: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9). También dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).

Cómo debemos honrar a Dios

Dios desea que lo amemos de verdad, no sólo de palabra. Él quiere tener una relación con nosotros que salga del corazón. Jesús nos dice: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45).

A final de cuentas, no es suficiente con sólo evitar hacer mal uso del nombre de Dios. Él quiere que lo amemos y lo respetemos, y el hecho de honrarlo empieza en nuestros pensamientos. Debemos saber quién y cómo es Dios. Es necesario saber qué es lo que él exige de nosotros y por qué. Debemos sentir gran admiración por su sabiduría, amor, justicia y equidad. Necesitamos respetar su poder y darnos cuenta de que nuestra existencia depende de su bondad y misericordia.

Luego es muy importante hablar con él en oración todos los días. Debemos reconocer su grandeza y seguir las exhortaciones que se nos dan en el libro de los Salmos para darle gracias y alabarlo, expresándole sinceramente nuestro agradecimiento por todo lo que nos da. Debemos pedirle que inculque en nosotros su carácter y su forma de pensar, al igual que el poder de su Espíritu para que podamos obedecerlo y servirlo de todo corazón.

La forma en que mejor podemos honrar a Dios es amarlo de tal manera que sobre todas las cosas deseemos ser como él y representarlo correctamente ante todos los que nos ven o nos conocen. Si esa es nuestra actitud, el solo pensamiento de que pudiéramos ocasionar alguna vergüenza a su nombre nos será repugnante. ¡Estaremos fuertemente decididos a nunca tomar el nombre de Dios en vano!