El Decálogo en el Nuevo Testamento

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El capítulo más largo de la Biblia es una prolongada alabanza a la Palabra de Dios y sus leyes. En él leemos: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo. Tu salvación he esperado, oh Eterno, y tus mandamientos he puesto por obra. Mi alma ha guardado tus testimonios, y los he amado en gran manera” (Salmos 119:165-167).

¡Qué diferentes serían las cosas si todo el mundo viera la ley de Dios en esa forma! Mas para nuestra vergüenza, la sociedad en que vivimos ha rechazado los Diez Mandamientos como la norma verdadera del comportamiento humano. Incluso muchos que profesan seguir a Cristo no los consideran importantes porque se les ha enseñado que la ley de Dios fue “clavada en la cruz”.

Sin embargo, en la Escritura se nos dice que su ley es “perfecta” y que “los juicios del Eterno son verdad, todos justos” (Salmos 19:7, 9). Más adelante, otro salmista afirma: “Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente” (Salmos 119:44).

Al fin y al cabo, ¿es realmente importante que obedezcamos los Diez Mandamientos?

Cómo encontrar la respuesta

¿No sería fantástico que pudiéramos preguntarle al propio Jesucristo si aún es necesario guardar los Diez Mandamientos, particularmente para recibir la vida eterna?

De hecho, eso no es tan difícil como parece, porque esa pregunta le fue hecha directamente y la Biblia conserva para nosotros su respuesta: “Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:16-17). Más claro no puede estar. Jesús dijo que quienquiera que desee recibir la dádiva de la vida eterna debe guardar los mandamientos de Dios.

En seguida, esa persona le preguntó a qué mandamientos se refería. ¿A los Diez Mandamientos, o a los muchos estatutos o preceptos no bíblicos ordenados por los dirigentes religiosos? Jesús, dejando claro a cuáles se refería, le dijo: “No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (vv. 18-19).

Brevemente le mencionó la mitad de los Diez Mandamientos, y en seguida citó otro mandamiento que se encuentra en Levítico 19:18, el cual resume la intención del Decálogo y confirma la validez del resto de la ley. Claramente se refirió a la ley de Dios, no a las restricciones agregadas por algunos dirigentes religiosos (Mateo 15:1-3).

A mucha gente se le ha dicho que Jesús abolió las leyes del Antiguo Testamento. También con respecto a esto, él mismo se expresó de manera muy clara y directa: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga [obedezca] y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:17-19).

Una vez más, Jesús habló clara y directamente sobre el asunto. La ley de Dios no ha sido abolida, y, según lo que dijo Cristo, cualquiera que así enseñe lo está contradiciendo directamente a él y se encuentra en un serio problema espiritual.

Muchos suponen que no necesitan guardar la ley de Dios porque Cristo ya lo hizo por ellos. Pero estas personas no han entendido el claro mensaje de Cristo. El verbo griego traducido como “cumplir” en este versículo significa “suplir” (Filipenses 4:19), “rellenar” (Lucas 3:5), “estar atestado” (Romanos 1:29), “hacer lleno” (Mateo 13:48), “llenar hasta arriba” (Juan 12:3), “completar” (Filipenses 2:2) (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1984, tomo 1, pp. 163, 281, 358; tomo 2, p. 339; tomo 3, p. 344; tomo 4, p. 105). Cristo no sólo cumplió o guardó perfecta y completamente los Diez Mandamientos, sino que amplió grandemente su significado al mostrarnos el propósito espiritual de los mismos. Jesús explicó que la ira injustificada equivale al homicidio (Mateo 5:21-22) y que la codicia sexual es el adulterio mental y emocional (vv. 27-28). Tanto el ejemplo como la enseñanza de Jesús recalcaron la vigencia del espíritu y la letra de los Diez Mandamientos.

También dejó muy claro que Dios valora a la gente que obedece sus leyes, mas no le agradan quienes las quebrantan. Jesucristo espera de nosotros mucho más que palabras; exige que hagamos como el Padre ordena: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). Claramente, Jesús enseñó que debemos obedecer la ley de Dios.

Sencillamente no hay excusa para creer que Jesús vino a abolir algún mandamiento de Dios. Todo lo contrario, cuando alguien le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?”, él le contestó: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:16-17).

Explicó que para poder recibir la dádiva de la vida eterna es necesario obedecer los Diez Mandamientos. Una persona que se arrepiente es alguien que empieza a guardar las leyes de Dios, porque el pecado es infracción de esas leyes (1 Juan 3:4).

El apóstol Pablo enseñó la obediencia a la ley

Hay quienes utilizan algunos pasajes de las epístolas del apóstol Pablo para decir que él enseñó en contra de la necesidad de guardar la ley de Dios. Sin embargo, este apóstol hizo algunas de las declaraciones más fuertes y claras en apoyo de la obediencia a la ley. Contrastando los méritos de la circuncisión con los méritos de los mandamientos de Dios, él escribió: “La circuncisión no es nada, y la incircuncisión no es nada, más bien, lo que vale es guardar los mandamientos de Dios” (1 Corintios 7:19, Reina-Valera Actualizada).

En la introducción de su carta a la iglesia en Roma, Pablo mencionó que él y los otros apóstoles habían recibido “la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones” (Romanos 1:5). ¿Qué fue lo que este apóstol más se esforzó por cumplir? Leamos lo que él mismo dice en el pasaje donde habla acerca de la lucha que todos tenemos con nuestra naturaleza humana: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Romanos 7:25). La ley de Dios estaba escrita en el corazón y la mente de Pablo, tal como debe estar escrita en la mente y el corazón de cada uno de nosotros (Hebreos 10:16).

Pablo dejó claramente establecido cuál era su punto de vista personal sobre la ley de Dios: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). En el versículo 14 dijo que la ley es “espiritual”, y luego declaró: “Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (v. 22). También en esta misma epístola Pablo enseñó que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2:13). Estas claras declaraciones nos muestran que Pablo aceptaba totalmente la ley de Dios.

Los que se oponían a sus enseñanzas fueron los primeros que falsamente lo acusaron de quebrantar la ley. Iniciaron una acusación que ha sido repetida a lo largo de los siglos.

En su propia defensa, Pablo negó rotundamente las acusaciones de que quebrantaba la ley de Dios. Durante uno de los juicios que le hicieron, cuando unos judíos procedentes de Jerusalén presentaron muchas acusaciones graves contra él —mismas que no pudieron probar— Pablo alegó: “Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada” (Hechos 25:7-8).

En otra ocasión muy parecida, Pablo con firmeza testificó al gobernador Félix, en presencia de sus acusadores, que él servía al Dios de sus padres, “creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas” (Hechos 24:14).

Las acusaciones de que Pablo enseñaba en contra de la ley de Dios fueron y siguen siendo falsas. Aun refiriéndose a su predicación a los gentiles, dijo: “No osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras” (Romanos 15:18). Pablo obedeció los mandamientos de Dios, y así enseñó tanto a judíos como a gentiles.

Pedro y Juan enseñaban la necesidad de obedecer

El apóstol Juan explica en forma clara y escueta lo que es el pecado: “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Lo mismo que Pablo, Juan se refiere a los santos como “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12; 12:17). También nos hace una seria advertencia: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:4).

El apóstol Pedro nos hace una advertencia muy parecida: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2:20-21).

En el último capítulo de la Biblia, Jesucristo nos recuerda, por medio del apóstol Juan (Apocalipsis 1:1), la grandísima importancia que tienen los mandamientos de Dios para nuestra vida eterna: “¡Dichosos los que guardan sus Mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida, y entren por las puertas en la ciudad!” (Apocalipsis 22:14, Nueva Reina-Valera).

Es de suma importancia para nosotros que creamos lo que dijeron Jesús y sus apóstoles con respecto a lo que ellos mismos pensaban acerca de los mandamientos de Dios. Una vez que eso está claro en nuestras mentes, entonces los razonamientos contrarios no pueden desviarnos de honrar y obedecer de corazón esos mandamientos.

Dios le dijo a Moisés: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29). Y Jesús dijo: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:10).

No olvidemos nunca otra hermosa promesa que se nos hace en Salmos 1:1-3: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley del Eterno está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”.

La decisión es nuestra

Cada uno, individualmente, tiene que decidir si ha de obedecer al Dios vivo, quien nos dio los Diez Mandamientos. Podemos someter nuestra conducta y nuestros pensamientos a estos preceptos divinos, o podemos hacerles caso omiso y escoger otro camino.

Al tomar nuestra decisión, recordemos las palabras de Jesucristo en Mateo 19:17: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Dios nos exhorta para que pensemos detenidamente en nuestra decisión: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; porque yo te mando hoy que ames al Eterno tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos . . . os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:15-19).