Nuevamente vivo, hoy y para siempre

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En un acto supremo de sacrificio, Jesús de Nazaret dio su vida por toda la humanidad. Pero el sepulcro no podía retenerlo; fue resucitado a la vida eterna. ¿Cómo es él ahora?

Al apóstol Juan le fue dada una visión del glorioso aspecto de Jesucristo resucitado: “Me volví para ver de quién era la voz que me hablaba y, al volverme, vi siete candelabros de oro. En medio de los candelabros estaba alguien ‘semejante al Hijo del Hombre’, vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y ceñido con una banda de oro a la altura del pecho.

Su cabellera lucía blanca como la lana, como la nieve; y sus ojos resplandecían como llama de fuego. Sus pies parecían bronce al rojo vivo en un horno, y su voz era tan fuerte como el estruendo de una catarata. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos. Su rostro era como el sol cuando brilla en todo su esplendor.

“Al verlo, caí a sus pies como muerto; pero él, poniendo su mano derecha sobre mí, me dijo: ‘No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos’” (Apocalipsis 1:12-18, NVI).

Jesús ahora vive por siempre como un ser espiritual eterno, inmortal. Juan también nos dice que sus fieles seguidores, en la resurrección, serán como él, y que “todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2-3).

Jesús ahora se sienta a la derecha de Dios el Padre, “y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades” (1 Pedro 3:22). Es la Cabeza viviente y activa de su iglesia (Colosenses 1:18), y siendo “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29) constantemente ayuda a traer a otros a la salvación.

¿Cómo está sirviendo a sus hermanos en la tierra? Recordemos que Cristo es el mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). Uno de los principales temas del libro de Hebreos es mostrar cómo Cristo lleva a cabo su sagrada misión como nuestro Sumo Sacerdote. (Si desea más información al respecto, no deje de leer el recuadro de la página 96: “La ruptura del velo del templo”.)

El pecado ha causado un daño gravísimo a la humanidad. “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El pecado nos aparta de Dios (Isaías 59:1-2) y amenaza nuestra eterna recompensa. Es el despiadado enemigo de cada ser humano y debe ser vencido. Esto no es fácil y nunca lo ha sido.

Pero Cristo sabe lo que es tener naturaleza humana, lo que es ser tentado a pecar, ser tentado a transgredir la ley espiritual de Dios. “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18).

Cristo hizo todo lo necesario para vencer los impulsos de la carne y las tentaciones de pecar. Nunca los subestimó. Él oraba y ayunaba, pero lo primordial es que continuamente dependía del Padre y buscaba su ayuda.

Al no haber transgredido la ley de Dios siquiera una vez, Jesús “condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3). En cambio, a nosotros el pecado nos ha contaminado, y una de nuestras principales metas como cristianos es vencer sus artimañas. Pero no podemos hacer esto alejados de nuestro Salvador, quien nos dijo: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).

Notemos lo que dice Hebreos 4:14-16: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.

Cristo es el autor y defensor de nuestra salvación, “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder [con el Padre] por ellos” (Hebreos 7:25). Cristo está a la derecha del Padre, “para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).

Por medio del don del Espíritu de Dios, Jesús vive nuevamente, en sentido figurado, dentro de los cristianos convertidos (Gálatas 2:20) para ayudarlos a vivir una vida nueva, piadosa, como la que él vivió. Por medio de su sacrificio, y viviendo nuevamente dentro de nosotros, podemos ser redimidos “de toda iniquidad” y ser purificados para él como “un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).