Lo que Jesús enseñó acerca de la ley de Dios

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Lo que Jesús enseñó acerca de la ley de Dios

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“No piensen que he venido a anular la ley y los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mateo 5:17, NVI).

Quizá el más generalizado de los malentendidos acerca de las enseñanzas de Jesús tiene que ver con su actitud hacia las leyes de Dios registradas en el Antiguo Testamento.

El enfoque de la mayoría de las iglesias y grupos religiosos es que Jesús trajo enseñanzas bastante diferentes de las que se encuentran en el Antiguo Testamento. El concepto general es que las enseñanzas de Cristo en el Nuevo Testamento invalidaron y sustituyeron las del Antiguo Testamento. Pero ¿acaso es así?

La idea de que Jesús se apartó del Antiguo Testamento también es una suposición común dentro del judaísmo. Jacob Neusner, en su libro A Rabbi Talks with Jesus [“Un rabino habla con Jesús”], explica por qué los judíos en general no siguen a Jesús y rechazan cualquier posibilidad de que haya sido el Mesías: “Los judíos creen en la Torá de Moisés . . . y esa creencia requiere que los judíos fieles disientan de las enseñanzas de Jesús, basándose en que esas enseñanzas contradicen la Torá en puntos importantes” (1993, p. xii).

Tanto en el cristianismo como en el judaísmo existe un grave error acerca de las enseñanzas de Jesús. Ambos mantienen el concepto erróneo de que él se apartó de las enseñanzas del Antiguo Testamento, particularmente en relación con la ley. Pero como veremos, los registros muestran que aunque Jesús no estaba de acuerdo con los dirigentes religiosos, sí estaba de acuerdo con las Escrituras del Antiguo Testamento. Los mismos registros muestran que el propio cristianismo tradicional no sigue las enseñanzas de Cristo.

Para conocer al verdadero Jesús tenemos que preguntarnos: ¿Qué fue lo que realmente dijo? A fin de cuentas, no importa lo que la gente diga acerca de él. Tampoco importa cuál sea la interpretación que le dan a lo que él dijo. Lo que verdaderamente importa es qué dijo él realmente, y si vamos a creerlo o no.

El Sermón del Monte es un claro testimonio

El Sermón del Monte es un buen punto de partida. Debido a que este es el pasaje más largo que se ha registrado de las enseñanzas de Jesucristo, es de esperarse que aquí encontremos definida su actitud hacia las leyes de Dios como se encuentran consignadas en el Antiguo Testamento. Y ciertamente la encontramos.

Una de las razones por las que Jesús dijo ciertas cosas en el Sermón del Monte es que —debido a que su predicación era tan diferente de la de los fariseos y saduceos— algunas personas pensaban que su intención era menoscabar la autoridad de la palabra de Dios y sustituirla con la suya propia. Pero su verdadera intención era demostrar que muchas de las cosas que los fariseos y los saduceos habían enseñado eran contrarias a las enseñanzas originales de la Torá de Moisés, los primeros cinco libros de la Biblia.

Jesús rebatió los conceptos erróneos que la gente se había formado acerca de él con tres rotundas declaraciones acerca de la ley. Examinémoslas.

“No vine a destruir sino a cumplir”

Después de dar las bienaventuranzas, Jesús expone su punto de vista sobre la ley: “No piensen que he venido a anular la ley y los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mateo 5:17, NVI).

Aquí vemos de inmediato que Jesús no tenía intención alguna de anular la ley. Él incluso dice que ni siquiera se debe pensar tal cosa. Lejos de estar en contra de las Escrituras del Antiguo Testamento, Jesús dijo que había venido a cumplir “la ley y los profetas” y enseguida confirmó su autoridad. “La ley y los profetas” era una expresión comúnmente usada para referirse a las Escrituras del Antiguo Testamento (comparar con Mateo 7:12).

“La ley” se refería a los primeros cinco libros de la Biblia, los libros de Moisés, en los cuales fueron escritas las leyes de Dios. “Los profetas” se refería no sólo a los escritos de los profetas bíblicos, sino también a los libros históricos de lo que vino a conocerse como el Antiguo Testamento.

En capítulos anteriores hemos analizado cómo cumplió Jesús “los profetas”. Pero ¿qué quiso decir cuando habló de cumplir la ley?

Lamentablemente, el significado de “cumplir la ley” ha sido tergiversado por muchos que invocan el nombre de Jesús pero no entienden realmente lo que enseñó. Plantean que debido a que Jesús dijo que cumpliría la ley, nosotros no necesitamos obedecerla y ya no es una obligación para sus seguidores.

Otro concepto erróneo acerca de “cumplir la ley” es que Jesús “llenó” lo que le faltaba a la ley, esto es, la completó, suprimiendo una parte y agregando otra, formando lo que en ocasiones llaman “la ley de Cristo” o “enseñanzas del Nuevo Testamento”. Lo que esta idea supone es que el Nuevo Testamento trajo un cambio en los requisitos para la salvación y que las leyes dadas en el Antiguo Testamento son obsoletas. Pero ¿alguno de estos dos conceptos refleja correctamente lo que Jesús dijo?

El enfoque de Jesús con respecto a cumplir la ley

El vocablo griego pleroo, traducido como “cumplir” en Mateo 5:17, quiere decir “dejar lleno, llenar . . . llenar hasta el tope . . . es decir, completar” (Thayer’s Greek-English Lexicon of the New Testament [“Diccionario griego-inglés de Thayer del Nuevo Testamento”], 2002). En otras palabras, Jesús dijo que vino a completar la ley y hacerla perfecta. ¿Cómo? Mostrando el propósito y la aplicación espirituales de la ley de Dios. El significado es claro en el resto del capítulo, donde vemos que Jesús mostró el propósito espiritual de ciertos mandamientos específicos.

Algunos tergiversan el significado de “cumplir” asegurando que Jesús dijo: “No vine a destruir la ley, sino a ponerle fin al cumplirla”. Esto es incongruente con las propias palabras de Jesús. En todo el resto del capítulo vemos que mostró que la aplicación espiritual de la ley la hacía aún más difícil de obedecer, no que fuera anulada o que ya no fuera necesaria.

Al explicar, ampliar e ilustrar la ley de Dios, Jesús cumplió una profecía mesiánica que se encuentra en Isaías 42:21: “El Eterno se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla”. El vocablo hebreo gadal, traducido como “magnificar”, literalmente significa “ser o llegar a ser grande” (William Wilson, Wilson’s Old Testament Word Studies [“Estudio de Wilson de palabras del Antiguo Testamento”], “Magnificar”).

Eso fue precisamente lo que hizo Jesucristo al mostrar la santa intención espiritual, el propósito y la amplitud de la ley de Dios. Él cumplió con todos los requisitos de la ley al obedecerla perfectamente de pensamiento y de hecho, tanto en la letra como en la intención del corazón.

Todo se cumplirá

La segunda importante declaración de Jesús fue precisamente en el mismo contexto y aclara aún más que no había venido a destruir, invalidar, suspender o abrogar la ley. “Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18, NVI).

Con estas palabras Jesús comparó la continuidad de la ley con la inmutabilidad del cielo y la tierra. Lo que dijo es que la ley es inmutable, inviolable e inalterable, y que sólo puede ser cumplida, jamás anulada.

Es necesario tener en cuenta que en este versículo se usó un vocablo griego distinto para “cumplido”, que es ginomai, que según el diccionario de Thayer significa “venir a ser”, “llegar a existir” o “suceder”. Mientras haya seres humanos de carne y hueso, la codificación física de la ley de Dios en la Escritura será necesaria; esto es, hasta la conclusión absoluta del plan de Dios para glorificar a la humanidad en su reino. Esto, Jesús explicó, es tan cierto como la continuación de la existencia del universo.

Sus siervos deben cumplir la ley

La tercera declaración importante de Jesús explica que nuestro futuro depende de nuestra actitud y respeto hacia la santa ley de Dios. “Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño [por los que estén] en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:19, NVI). La frase “por los que estén” se agrega como aclaración, ya que, como se explica en otros pasajes, los que persistan en quebrantar la ley de Dios y enseñen a otros a hacer lo mismo no estarán en el reino.

Jesús deja muy claro que quienes lo sigan y aspiren a entrar en su reino tienen la obligación de obedecer y perseverar en la ley de Dios. Remarcó que no podemos quitarle nada, ni siquiera una jota o una tilde, lo que es el equivalente al cruce de una “t” o el punto de una “i”.

También es evidente lo importantes que son para él los mandamientos de Dios, así como la alta estima hacia la ley que exige de quienes enseñan en su nombre. Desaprueba a quienes menosprecian aun el más pequeño de los mandamientos de la ley, y honrará a quienes los enseñen y obedezcan.

Puesto que Jesús obedeció los mandamientos de Dios, también sus seguidores deberán obedecerlos y enseñar a otros a hacer lo mismo (1 Juan 2:2-6). Es en esta forma que los verdaderos ministros de Cristo pueden ser identificados: si siguen el ejemplo que les dejó (Juan 13:15).

Superar a los escribas y fariseos

Con su siguiente declaración en el Sermón del Monte, Jesús no dejó lugar a dudas respecto a lo que quería decir en las tres anteriores. Claramente les estaba diciendo a sus discípulos que tenían que obedecer la ley de Dios, y les requería obedecer de una manera que iba más allá de lo que hasta entonces habían oído. “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20).

¿Quiénes eran los escribas y fariseos? Los escribas eran los más renombrados maestros de la ley, los intérpretes de la ley, los eruditos, los expertos. Los fariseos, un grupo relacionado, generalmente eran vistos como los modelos ejemplares del judaísmo. Formaron una secta del judaísmo que estableció un código moral y ritual más rígido que el enunciado en la ley de Moisés, basando gran parte de sus prácticas en muchos años de tradiciones. Tanto los escribas como los fariseos eran sumamente estrictos y respetados en el judaísmo (Hechos 26:5).

Aunque los escribas eran los expertos, los fariseos se vanagloriaban de ser los que más fielmente ejercían la justicia. Por tanto, cuando Jesús les dijo a sus discípulos que su justicia debía superar la de los escribas y fariseos, ¡era una declaración bastante sorprendente!

Los fariseos eran admirados como quienes habían alcanzado el pináculo mismo de la justicia personal, y la gente común pensaba que tal grado de espiritualidad estaba fuera de su alcance. Pero Jesús aseveró que la justicia de los escribas y fariseos ¡no era suficiente para entrar en el reino que él predicaba! Entonces ¿qué esperanza tenían los demás?

Jesús condena la hipocresía religiosa

De hecho, en la justicia de los escribas y fariseos había un problema muy serio. El meollo del asunto es que su justicia era insuficiente, porque era sólo superficial. Ante los demás aparentaban guardar la ley de Dios, pero la quebrantaban dentro de ellos mismos, donde nadie podía ver.

Leamos las tajantes palabras de Jesús al criticarlos por su hipocresía religiosa: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia . . . porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:25-28).

Estos autonombrados maestros religiosos hacían énfasis en aspectos menores de la ley, al tiempo que descuidaban los asuntos más importantes. “¿Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (v. 23). Jesús estaba interesado en que toda la ley fuera obedecida, y le enojaba que estuvieran ciegos a “lo más importante” de ésta: los grandes aspectos espirituales.

Aunque eran meticulosos con respecto a sus tradiciones ceremoniales, al mismo tiempo se tomaban libertades para desobedecer los claros mandamientos de Dios. De hecho, en algunas situaciones ponían sus tradiciones por encima de tales mandamientos (Mateo 15:1-9).

El motivo escondido de su comportamiento eran sus propios intereses y su exaltación. Públicamente hacían lo que debían haber hecho en privado —orar, ayunar y dar limosna— todo para que la gente los viera y los considerara justos (Mateo 6:1-6; Mateo 23:5-7).

Los dirigentes religiosos no guardaban la ley de Dios

Inmediatamente después de asegurar que no había venido para eliminar la ley, Jesús procedió a dar ejemplos con respecto a las enseñanzas de los dirigentes religiosos judíos que malentendían completamente o hasta eran contrarios al propósito espiritual de las leyes de Dios.

El primer ejemplo que dio fue el sexto mandamiento: “No matarás”. Todo lo que entendían los fariseos acerca de este mandamiento era que el asesinato estaba prohibido. Jesús enseñó lo que debía haber sido obvio, que el propósito del sexto mandamiento no era sólo prohibir el hecho mismo de matar, sino cualquier actitud errónea del corazón y la mente que condujera al asesinato, incluyendo el enojo no justificado y palabras despectivas (Mateo 5:21-26).

Así también lo hizo en relación con su limitada comprensión del séptimo mandamiento: “No cometerás adulterio”. Los fariseos entendían que era pecado la relación sexual con una mujer fuera del matrimonio. Pero, igual que en el caso del sexto mandamiento, debían haber sabido que desear sexualmente a otra mujer era pecado porque el que la deseaba ya había quebrantado el mandamiento en su corazón.

Estos son ejemplos de “la justicia de los escribas y fariseos” que Jesús señaló al decirles que limpiaban lo de fuera del vaso y del plato, mientras que por dentro quedaban “llenos de robo y de injusticia” (Mateo 23:25).

Jesús les enseñó a sus discípulos que por supuesto la ley de Dios debe ser obedecida exteriormente, pero que también debe ser obedecida en el espíritu y la intención del corazón. Al enseñar Jesús tal obediencia a las leyes de Dios, estaba siendo fiel a las enseñanzas del Antiguo Testamento: “Porque el Eterno no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Eterno mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

El profeta Jeremías anunció un tiempo en el que Dios establecería un nuevo pacto, en el que prometió: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón” (Jeremías 31:33). El propósito original de Dios para su ley era que la gente la obedeciera de corazón (Deuteronomio 5:29). El hecho de que los seres humanos no obedecieran la ley de Dios “en lo íntimo” (Salmos 51:6), condujo inevitablemente a la desobediencia exterior.

Jesús no cambió la ley

Como un contraste entre el limitado entendimiento que los escribas y fariseos tenían de la ley y del verdadero propósito espiritual de ésta, Jesús, a modo de introducción, utilizó las expresiones “Oísteis que fue dicho . . . Pero yo os digo . . .” (Mateo 5:21-22, Mateo 5:27-28).

Hay quienes erróneamente creen que la finalidad de Jesús era comparar sus propias enseñanzas con las de Moisés y así declararse como la verdadera autoridad. Suponen que Jesús o estaba oponiéndose a la ley mosaica o que la estaba modificando en alguna forma.

Pero resulta difícil pensar que Jesús, que acababa de declarar clara y enfáticamente la permanencia de la ley e hiciera hincapié en su gran respeto hacia ella, ahora estuviera socavando la autoridad de ésta con otras explicaciones. Jesús no se contradecía; honró y confirmó la ley en todas sus declaraciones.

En este pasaje no estaba contradiciendo la ley mosaica, ni estaba reclamando una superioridad espiritual. Lo que estaba haciendo era refutar las erróneas interpretaciones perpetuadas por los escribas y fariseos. Esa es la razón por la cual dijo que nuestra justicia debe superar la justicia de los escribas y fariseos. Lo que Jesús estaba haciendo era restaurar, en las mentes de sus oyentes, los preceptos de la ley mosaica a su lugar, pureza y poder originales. (Para un mejor entendimiento de estas leyes y preceptos, no deje de solicitar o descargar de nuestro portal en Internet el folleto Los Diez Mandamientos.)

Otra cosa que también debía ser obvia es que, debido al hecho de que el autor del antiguo pacto y del nuevo es el mismo Dios, no puede haber ninguna discrepancia mayor entre ellos, y que las leyes primordiales de moralidad resaltadas en ambos deben estar y están en completo acuerdo. Dios nos dice: “Yo, el SEÑOR, no cambio” (Malaquías 3:6, NVI).

Jesús y el sábado

Entre quienes dicen ser cristianos, ningún otro mandato bíblico ha provocado más polémicas que el cuarto mandamiento, la instrucción de Dios de guardar el sábado, el séptimo día de la semana, y de santificarlo (Éxodo 20:8-11). Aquí es donde particularmente encontramos que cada quien interpreta a su manera las enseñanzas de Jesús.

Algunos alegan que Jesús abolió todos los Diez Mandamientos, pero que nueve fueron reintegrados en el Nuevo Testamento, exceptuando el del sábado. Otros creen que Jesús reemplazó el sábado consigo mismo, y que ahora él es nuestro “descanso”. No pocos piensan que ahora ya no es necesario ningún día de reposo específico, que podemos descansar o adorar cualquier día o tiempo que queramos. Sin importar cuál sea el razonamiento que se tenga, una inmensa parte de la cristiandad tradicional cree que el domingo, el primer día de la semana, ha sustituido al sábado, el séptimo día de la semana.

¿Acaso se puede encontrar respaldo para estos razonamientos en las enseñanzas o el ejemplo de Jesús? Teniendo en cuenta sus claras enseñanzas relacionadas con la permanencia de las leyes de Dios, ¿qué encontramos con respecto a su actitud hacia el sábado?

Al estudiar los evangelios, una de las primeras cosas que debemos notar es que Jesús acostumbraba ir a la sinagoga a adorar el sábado, como lo leemos en Lucas 4:16. Esa era su costumbre. Incluso, a los que se encontraban allí en esa ocasión les anunció su misión como el Mesías. Resulta interesante notar que también Pablo acostumbraba adorar y enseñar en las sinagogas el sábado (Hechos 17:2-3). ¡Ni este apóstol ni Jesús dieron jamás indicación alguna de que no tenían que reunirse ese día o que podían adorar en un día diferente!

Enfrentamientos no por guardar el sábado, sino por la forma de hacerlo

Muchas personas llegan a conclusiones equivocadas acerca de Jesús y el sábado, debido a los enfrentamientos que tuvo con los escribas y fariseos. Pero estos enfrentamientos nunca fueron por guardar el sábado, sino por la forma en que debía celebrarse. ¡Hay una diferencia trascendental entre estos dos aspectos!

Por ejemplo, al sanar a diferentes personas en ese día santo, Jesús desafió abiertamente a los judíos por la forma en que interpretaban la observancia del sábado (Marcos 3:1-6; Lucas 13:10-17; Lucas 14:1-6).

Según los fariseos, estaba prohibido dar atención médica a alguien durante el sábado, a menos que fuera un caso de vida o muerte. Y ya que ninguno de esos casos de sanidad era de vida o muerte, ellos pensaban que Jesús estaba quebrantando el sábado. Pero siendo el Salvador, Jesús entendía el propósito del sábado, que era un tiempo perfectamente apropiado para dar su mensaje de sanidad, esperanza y redención para la humanidad y hacer vívido ese mensaje por medio de sus hechos.

Para que pudieran captar lo que quería que entendieran, Jesús les preguntó a los fariseos: “¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla?” (Marcos 3:4). Les mostró su hipocresía en que ellos no veían nada malo en rescatar a un animal que había caído en un pozo en el sábado, o darle de beber en ese día, pero a él lo censuraban por sanar a una persona en el sábado, cuya valía era muy superior a la de cualquier animal (Lucas 13:15-17; Mateo 12:10-14).

El enojo de Jesús era justificado ante su necedad de no querer entender que anteponían sus propias tradiciones e interpretaciones al verdadero propósito de guardar el sábado (Marcos 3:5). Pero era tal la ceguera espiritual de ellos que lo odiaban porque exponía sus tergiversaciones de los mandamientos de Dios (v. 6).

En cierto sábado, al pasar por un sembradío, los discípulos arrancaron algunas espigas para comerse los granos. No estaban cosechando el campo, simplemente querían saciar su hambre tomando un bocado. Pero los fariseos decían que eso no era lícito. Jesús entonces utilizó un ejemplo de la Escritura para mostrarles que ni el espíritu ni el propósito de la ley habían sido quebrantados y que la ley de Dios permitía la misericordia (Marcos 2:23-26).

Fue dentro de este contexto que Jesús mostró el verdadero propósito del sábado. “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (v. 27). Los fariseos habían invertido las prioridades de la ley de Dios. Le habían agregado normas y tradiciones minuciosas al mandamiento sobre el sábado, al grado de que observarlo como ellos exigían había llegado a ser una pesada carga para la gente en lugar de ser una bendición como Dios quería que fuera (Isaías 58:13-14).

Enseguida Jesús afirmó tener la autoridad para decir cómo debía guardarse el sábado: “Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo” (v. 28). Aquí Jesús ejerce su posición como aquel que dio este mandamiento sobre el sábado. Porque siendo el Creador mismo, como ya hemos visto (Colosenses 1:16; Juan 1:3), él es quien creó el sábado al descansar en él (Génesis 2:2-3). Por tanto, ¡es una insensatez decir que Jesús abolió o anuló algo que él personalmente había creado para beneficio de todo ser humano!

Lo que Jesús en el fondo les estaba diciendo aquí a los fariseos era: Ustedes no tienen el derecho de decirle a la gente cómo guardar las leyes de Dios. Yo soy quien dio estas leyes al hombre; por tanto, yo sé por qué fueron ordenadas y cómo deben guardarse.

Cuando Jesús hablaba, era por su autoridad inherente como el gran Legislador. ¡Jesús nunca abolió su propia ley! Pero no vaciló en reprender enérgicamente a esos dirigentes religiosos por desvirtuarla. (Si desea saber más acerca del día de reposo bíblico, no deje de solicitar o descargar de nuestro portal en Internet el folleto El día de reposo cristiano.)

El judaísmo olvidó a Moisés, el cristianismo olvidó a Cristo

Cuando se trata de Jesús y la ley, tenemos que concluir que la religión “cristiana” nos ha decepcionado al no retener las enseñanzas originales de Cristo, siendo que él mismo retuvo las enseñanzas de las Escrituras del Antiguo Testamento. Y así como las enseñanzas de los dirigentes religiosos judíos pervirtieron las enseñanzas de Moisés, así también los maestros que luego enseñaban acerca de Cristo —es decir, los falsos maestros— pervirtieron las enseñanzas de Jesús. En realidad, Jesús y Moisés concordaban.

Hagámonos aquí una pregunta: Si Jesucristo estuviera hoy entre nosotros, ¿qué día guardaría como día de reposo? Sería el día que él mismo ordenó en los Diez Mandamientos, el séptimo día, el sábado.

El verdadero Jesús obedeció la ley y esperaba que sus discípulos hicieran lo mismo. Claramente expresó lo que pensaba con respecto a cualquiera que hiciera el más mínimo cambio a esa ley. Quienquiera que no la obedezca sólo está usando el buen nombre de Cristo, pero sin hacer lo que él dijo.

Él nos advierte: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).

Así que debemos preguntarnos si las iglesias que dicen representar a Cristo, realmente lo representan tal como él es.

Jesús siempre aclaró que sus enseñanzas se basaban en las Escrituras del Antiguo Testamento. A los que lo desafiaban con respecto a lo que enseñaba, les respondía: “¿No habéis leído . . . ?” antes de indicarles los pasajes que respaldaban lo que les había dicho (Mateo 12:3, Mateo 12:5; Mateo 19:4; Mateo 22:31).

Quienes dicen que Jesús se apartó del Antiguo Testamento, francamente están equivocados. En este capítulo hemos demostrado que lo mismo que muchos judíos, la mayor parte de la cristiandad está equivocada con respecto al concepto que tiene de las enseñanzas de Jesús. Él enseñó fielmente la palabra escrita del Antiguo Testamento.

Previamente vimos que Jesús de hecho era Dios en el Antiguo Testamento. Dios no cambia su modo de ser. Es eterno. No inspiraría mucha fe saber que en el Antiguo Testamento ordenó una cosa, pero luego cambió de idea y ordenó algo completamente diferente en el Nuevo. Jesucristo es invariable; “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).