El asombroso cumplimiento de las profecías acerca de Jesús

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El asombroso cumplimiento de las profecías acerca de Jesús

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Una cosa es decir que uno es Dios, y otra muy distinta es convencer a la gente que uno es lo que dice ser. Así que, ¿cómo fue que los seguidores más cercanos a Jesús llegaron a estar tan convencidos que estuvieron dispuestos a morir por esa creencia?

Muchas profecías del Antiguo Testamento acerca del Mesías se cumplieron al pie de la letra en Jesús de Nazaret. Pero ni los judíos ni los propios discípulos de Jesús entendieron en aquel tiempo que él estaba cumpliendo tales profecías, aunque en ocasiones Jesús mismo se lo dijo (Lucas 18:31; Mateo 26:56). Ellos esperaban a un Mesías muy diferente de aquel que tantas profecías describían.

Una de las formas en que Jesús se defendía ante los dirigentes judíos era apelando a las Escrituras mismas, las cuales lo identificaban como el que había de venir. “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).

Después de resucitar, Jesús empezó a ayudar a sus discípulos para que entendieran esas escrituras, y entonces fueron inspirados para luego afirmar que realmente Jesús era el Mesías. La prueba que utilizaron fueron las mismas Escrituras que antes no habían entendido.

Descifrando el enigma profético

Horas después de su resurrección, Jesús se acercó a dos de sus discípulos que iban por el camino hacia el pueblo de Emaús, hablando acerca de las cosas que recién habían acontecido. Sin reconocerlo, ellos se preguntaban francamente cómo era posible que acontecimientos tales como la muerte del Mesías hubiesen ocurrido. Jesús entonces empezó a explicarles que su sufrimiento y crucifixión estaban profetizados en las Escrituras.

Suavemente los amonesto: “¡Qué torpes son ustedes . . . y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria?” (Lucas 24:25-26, NVI). Luego, “comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (v. 27).

Más tarde, ese mismo día, se apareció a casi todos sus apóstoles y les aclaró lo que les había estado diciendo antes de su muerte. “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (v. 44).

La “ley de Moisés”, los “profetas” y los “salmos” es una referencia a las tres principales divisiones del Antiguo Testamento, algo que todos los judíos creyentes, como lo eran estos apóstoles, entendían. “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (vv. 45-46).

El Espíritu de Dios nos ayuda a entender las Escrituras

Pocos días después los apóstoles empezaron a citar pasajes de las Escrituras, asegurando que todas esas profecías se habían cumplido en Jesucristo.

En Hechos 1:20 el apóstol Pedro habla de la muerte de Judas, el discípulo que traicionó a Jesús, citando de Salmos 69:25 y Salmos 109:8: “Sea hecha desierta su habitación, y no haya quien more en ella”, y “Tome otro su oficio”. Tanto Pedro como los otros discípulos habían empezado a entender que las Escrituras hablaban detalladamente de muchos aspectos de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

Su entendimiento habría de crecer enormemente después de recibir el Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Juan 14:26). Al hablar ese día, Pedro citó Joel 2:28-29, diciendo que la dádiva del Espíritu Santo era un cumplimiento de esa profecía (Hechos 2:14-18).

Pedro continuó hablándole a toda la multitud reunida en Jerusalén, explicando la resurrección de Jesús en relación con Salmos 16:8-11: “Porque David dice de él [Jesús]: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra . . . Porque no dejarás mi alma en el Hades [la tumba], ni permitirás que tu Santo vea corrupción [descomposición del cadáver] . . . me llenarás de gozo con tu presencia [por medio de la resurrección]” (Hechos 2:25-28). Pedro afirma que David fue un profeta y predijo la resurrección de Jesús el Mesías.

Más sorprendente aún es el cuadro que David presenta de Cristo resucitado, y que Pedro cita en los versículos 34-35: “Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. Pedro ahora veía claramente que el Antiguo Testamento revelaba la venida de Jesús el Mesías, el Mesías a quien él había seguido por más de tres años. Ahora Pedro estaba citando esos pasajes para demostrarles a sus coterráneos que Jesús era el Mesías.

Muchos años después vemos que el apóstol Pablo, quien al principio se había opuesto violentamente a aquellos que aceptaban a Jesús como el Mesías prometido, discutía con los judíos en las sinagogas declarándoles que Jesús era realmente el Mesías, el Cristo (Hechos 17:1-4). De igual manera, Apolos “con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo” (Hechos 18:28). Algunos de esos judíos empezaron a entender tales pasajes a la luz de la vida, muerte y resurrección de Jesús el Cristo.

Profecías cumplidas en los evangelios

Los judíos que creyeron que Jesús cumplió las profecías mesiánicas eran una minoría. No obstante, los escritores de los evangelios citan constantemente pasajes de las Escrituras para demostrar cómo Jesús cumplió en forma detallada las muchas profecías mesiánicas.

Por ejemplo, el apóstol Mateo parece haber dirigido su evangelio específicamente a los judíos del primer siglo. Por medio de una serie de citas del Antiguo Testamento, Mateo demuestra que efectivamente Jesús estaba en lo cierto cuando dijo que él era el Cristo. La genealogía, el bautismo, los mensajes y milagros de Jesús, todos conducen a la misma ineludible conclusión: él es el Mesías profetizado.

En el Evangelio de Mateo se mencionan 21 profecías que fueron cumplidas en las circunstancias que rodearon la vida y muerte de Cristo. Once pasajes señalan estos cumplimientos utilizando expresiones como “para que se cumpliese lo que estaba dicho por el profeta . . .” o “entonces se cumplió lo que fue dicho por el profeta . . .”.

¿Cumplimiento fortuito de las profecías?

Quienes escribieron el Nuevo Testamento citaron profecías mesiánicas del Antiguo Testamento más de 130 veces. Según algunos cálculos, en el Antiguo Testamento hay más de 300 pasajes proféticos que describen quién es el Mesías y lo que él va a llevar a cabo. De éstos, 60 son profecías importantes. ¿Cuáles son las posibilidades de que todas estas profecías se cumplieran en una sola persona?

Desde luego, como lo recalca el Dr. Geisler, Dios no comete errores. Es virtualmente inconcebible que Dios permitiera bien fuera un engaño total en su nombre o un cumplimiento fortuito en la vida de la persona equivocada. Tales cosas descartan la posibilidad de un cumplimiento accidental (Geisler, p. 343).

Alguien podría argumentar que, no importa cuán remota, existe esa posibilidad. Pero las probabilidades matemáticas de que todas estas profecías pudieran haber convergido por azar en los sucesos y la vida de Jesús, son asombrosamente minúsculas, al punto de eliminar tal posibilidad.

El astrónomo y matemático Peter Stoner, en su libro Science Speaks [“La ciencia habla”], plantea un análisis matemático en el que muestra que es imposible que las declaraciones precisas acerca del que habría de venir pudieran ser cumplidas en una sola persona por mera coincidencia.

La posibilidad de que sólo ocho de todas estas decenas de profecías pudieran cumplirse en la vida de un solo hombre ha sido calculada en 1 en 10 a la 17 potencia. Eso sería una posibilidad en 100 000 000 000 000 000.

¿Cómo explicar esto en términos que podamos comprender? El Dr. Stoner ilustra las probabilidades de esta manera: “Tome 1017 de monedas de un dólar y colóquelas sobre la superficie del estado de Texas [aproximadamente 680 000 kilómetros cuadrados]. Cubrirán todo el estado con una capa de 0,6 metros de grosor. Ahora marque una de estas monedas y revuelva completamente toda esa cantidad de dólares en todo el estado. Véndele los ojos a un hombre y dígale que puede viajar hasta donde quiera, pero que tiene que tomar un dólar y decir que ese es el marcado.

“¿Qué posibilidad tendría de tomar la moneda correcta? Exactamente la misma que los profetas hubieran tenido de escribir esas ocho profecías y hacer que todas se cumplieran en un solo hombre”.

Pero esas son sólo ocho de las decenas de profecías acerca del Mesías. Empleando la teoría de la probabilidad, la eventualidad de que 48 de estas profecías se cumplieran en una sola persona es 1 en 10 a la 157 potencia; un 1 seguido de 157 ceros (1963, pp. 100-109).

Uno o dos cumplimientos en la vida de Jesús podrían ser descartados como coincidencias. Pero cuando se tiene en cuenta el número de profecías cumplidas, la ley de la probabilidad pronto llega al punto donde la mera probabilidad se convierte en certeza. Esta es una de las pruebas de que Jesús era el Mesías; las profecías mesiánicas se cumplieron exacta y precisamente en él.

Repasemos algunas de ellas.

La simiente de Abraham y descendiente de David

En Gálatas 3:8 y 16 Pablo explica que la promesa hecha a Abraham: “En ti serán benditas todas las naciones” (Génesis 12:3; Génesis 18:18; Génesis 22:18) era una referencia al Mesías venidero. Esa promesa fue luego repetida a Isaac, el hijo de Abraham (Génesis 26:4) y más tarde fue pasada a través de Jacob, nieto de Abraham (Génesis 28:14).

Varios siglos después fue profetizado que el futuro Mesías vendría a través de Isaí, el padre del rey David, de la tribu de Judá, uno de los 12 hijos de Jacob. “Saldrá una vara [retoño] del tronco [linaje] de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces” (Isaías 11:1). David fue el hijo de Isaí de cuya descendencia habría de nacer Jesús de Nazaret unas 30 generaciones después. Por medio del profeta Jeremías, Dios predijo que levantaría “a David renuevo justo” (Jeremías 23:5).

En esta sorprendente sucesión de profecías, que empezó unos 1500 años antes de que viniera el Mesías, se nos hace saber en palabras precisas cuál sería el linaje humano del que vendría Cristo. Jesús cumplió estas promesas, como se nos muestra en el primer capítulo del Evangelio de Mateo, donde quedó registrada la genealogía de Jesús por medio del linaje del rey David. El número de personas que potencialmente podrían haber cumplido las profecías mesiánicas se reduce grandemente al estar limitada a esta familia.

El Mesías vendría de Belén

Los judíos del tiempo de Jesús también sabían que el Mesías vendría de Belén (Mateo 2:3-6). Esto se entendía claramente por lo que leemos en Miqueas 5:2: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”.

Había dos Belenes, una en la región de Efrata y la otra al norte, en la región de la tribu de Zabulón. Pero la profecía de Miqueas es precisa. El Mesías nacería en Belén de Efrata. Jesús nació en esta Belén en Judea (Mateo 2:1).

Las profecías que hemos mencionado hasta aquí señalan claramente hacía Jesús, pero no son contundentes. Si se tienen en cuenta sólo estas tres profecías, otras personas podrían considerarse entre las posibilidades. Pero estas profecías son sólo el principio.

Una virgen concibe

En Isaías 7:14 se encuentra una importante profecía llamada “la profecía de Emanuel”, en la que se habla acerca del excepcional caso de Jesús nacido de una virgen: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”.

Antes de que naciera Jesús, un ángel se le apareció a José en sueños y le dijo que María, su prometida, estaba esperando un hijo, concebido no de algún hombre, sino del Espíritu de Dios. El ángel se refirió a esta profecía de Isaías (Mateo 1:18-23; comparar con Lucas 1:26-35).

Jesús era profeta

Moisés, considerado el más grande de los profetas y maestros hebreos, escribió la profecía mesiánica de que Dios levantaría un profeta como él de entre el pueblo de Israel, quien representaría directamente a Dios mismo (Deuteronomio 18:15, Deuteronomio 18:18).

Jesús era tenido por profeta (Mateo 21:46; Lucas 7:16; Lucas 24:19; Juan 4:19;  Juan 9:17). Después de haber multiplicado milagrosamente unos pocos peces y panes para alimentar a 5000 personas, Jesús fue considerado específicamente como el profeta de quien Moisés había hablado (Juan 6:14; comparar con Juan 7:40). Más tarde Pedro se refirió explícitamente a Jesús como tal profeta (Hechos 3:20-23).

Un sacrificio por los pecados

Las profecías del Antiguo Testamento acerca de los pormenores del sufrimiento y muerte del Mesías no eran muy bien entendidas en el tiempo de Jesús. Los judíos creían que el Mesías que esperaban sería un rey triunfante que los libraría de los detestados romanos y restauraría un reino israelita, no un humilde maestro que sufriría y moriría por los pecados de la humanidad.

Sin embargo, este es un aspecto muy importante de la parte profética del Antiguo Testamento y de su cumplimiento en el Nuevo Testamento. Casi todos los aspectos del sufrimiento y muerte de Jesús fueron descritos en gran detalle siglos antes de que sucedieran.

El verdadero cuadro revelado en estas profecías es que el Mesías sería “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). La gente no esperaba que el Libertador prometido, el victorioso Rey, fuera alguien que primero daría su vida por los demás.

En Hebreos 10:12 se nos dice que la muerte de Cristo fue la ofrenda por el pecado de una vez por todas: “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”. Los versículos 5-7 son una cita de Salmos 40:6-8 en la que se describe la disposición de Cristo de someterse en sacrificio para pagar el precio por los pecados de todo el mundo.

El sistema de sacrificios que Dios instituyó en el antiguo Israel prefiguraba el sacrificio de Jesús que pagaría ese precio de una vez por todas. La sangre de los toros, de los corderos y de los machos cabríos no podían quitar los pecados (Hebreos 10:4).

Sólo la sangre del Creador mismo podía borrar los pecados de ellos y de todos los seres humanos. Los sacrificios que fueron ordenados bajo Moisés representaban de una manera gráfica la futura muerte expiatoria del Salvador de la humanidad por todos nuestros pecados. En este sentido, el propio sistema de sacrificios profetizaba al Mesías.

El Cordero de Dios

Los corderos de la Pascua que sacrificaban el día 14 del primer mes (Éxodo 12:3-6; Levítico 23:5) eran un claro y poderoso simbolismo del sacrificio del Mesías, aunque los israelitas no lo entendieron en ese tiempo.

En ese mismo día en el calendario hebreo, el día en que se sacrificaban los corderos de la Pascua, Jesús fue arrestado, enjuiciado y ejecutado. Ciertamente, él fue “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, tal como lo dijo Juan el Bautista (Juan 1:29).

Por siglos los israelitas no entendieron este cuadro profético, como tampoco lo entendían los judíos del tiempo de Jesús, y sólo después de que pasaron ciertas cosas sus discípulos entendieron que él había cumplido muchas partes de las Escrituras que nadie suponía que serían cumplidas por el Mesías.

Profecías acerca de su traición, sufrimiento y muerte

No menos de 29 profecías se cumplieron en las 24 horas previas a la muerte de Jesús. Algunas de las más sobresalientes son:

Sería crucificado: “Horadaron mis manos y mis pies” (Salmos 22:16). Esto fue escrito unos mil años antes de que el hecho se cumpliera (comparar con Juan 20:25, Juan 20:27). Quizá lo más extraordinario es que esta profecía menciona un tipo de ejecución que no se utilizaría hasta siglos más tarde; pasaron casi 800 años antes de que los romanos adoptaran la crucifixión como método de castigo para los criminales condenados a muerte.

Su cuerpo sería traspasado: “Mirarán a mí, a quien traspasaron” (Zacarías 12:10). Juan nos dice lo que sucedió: “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Juan 19:34). El apóstol fue testigo ocular del hecho (v. 35) y confirmó que eso era cumplimiento de tal profecía: “Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron” (v. 37).

Ninguno de sus huesos sería quebrado: “Él guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado” (Salmos 34:20). En Juan 19:32-33 leemos: “Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas”. Juan verifica que eso era una profecía cumplida: “Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrantado hueso suyo” (v. 36).

Echarían suertes sobre su ropa: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Salmos 22:18). Juan escribió que eso también se había cumplido. “Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura” (Juan 19:23-24).

Oraría por sus verdugos: “Habiendo él . . . orado por los transgresores” (Isaías 53:12). Jesús oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Sería ejecutado junto con criminales: “Fue contado con los pecadores” (Isaías 53:12). En Mateo 27:38 se nos dice que “crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda”.

No tomaría represalias: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 53:7). En Mateo 27:12 leemos que, “siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió”. Pilato también trató de hacer que contestara, “pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho” (vv. 13-14).

Sus seguidores lo abandonarían: “Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas” (Zacarías 13:7). Cuando Jesús fue arrestado, “todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Marcos 14:50).

Sería traicionado por un amigo de confianza: La traición de Judas, uno de sus discípulos, fue profetizada en Salmos 41:9: “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar”. Como podemos ver en Juan 13:18, Juan 13:26, Jesús mismo confirmó el cumplimiento de esta profecía dándole a Judas un trozo de pan.

El precio de la traición sería de 30 piezas de plata: Se entiende que las 30 piezas de plata pagadas a Judas por traicionar a Jesús (Mateo 26:14-15) fueron el cumplimiento de lo profetizado en Zacarías 11:12: “Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata”.

Le darían hiel y vinagre: Cuando Jesús estaba en la cruz le dieron a beber vinagre mezclado con hiel (Mateo 27:34). Esto se entiende como referencia a Salmos 69:21: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre”.
Una vez más, el solo número de profecías y su precisión señalan a una sola persona, Jesús de Nazaret. Pero a pesar de tantos testimonios oculares específicos de profecías cumplidas, algunas personas aún plantean diversas objeciones.

¿Acaso fue planeado su cumplimiento?

Un razonamiento común entre algunas personas es que Jesús y sus seguidores planearon deliberadamente dar cumplimiento a estas profecías. Varios libros han propuesto ciertas variaciones de esta teoría, entre ellos El complot de Pascua. Los partidarios de este concepto argumentan que Jesús manipuló los sucesos de tal forma que todo hiciera creer que él había cumplido las profecías. De alguna manera Jesús logró fingir su propia muerte, para luego revivir.

No hay duda de que Jesucristo hizo ciertas cosas para que se cumplieran algunas profecías, como en el caso del asna en la que entró montado a Jerusalén y cuando se aseguró de que algunos de sus discípulos tuvieran espadas a fin de que fueran tomados por delincuentes (Mateo 21:1-7; Lucas 22:36-38). No obstante, esto no fue un engaño. A fin de cuentas, Dios explicó en el Antiguo Testamento que él puede predecir el futuro: “Yo soy Dios, y no hay otro Dios . . . que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho . . . Yo hablé, y lo haré venir . . .” (Isaías 46:9-11).

Cristo, como Dios hecho carne, sencillamente hizo que sucediera lo que había predicho. Sin embargo, si hubiera sido sólo un simple ser humano, Jesús no habría podido cumplir todo lo predicho acerca del Mesías.

Aunque el concepto pudiera parecer interesante, resulta imposible al tener en cuenta todo lo que Jesús hubiera tenido que hacer. Primeramente, tendría que haber manipulado exitosamente el lugar de su nacimiento y su propio linaje humano. Tendría que haber preparado el tiempo para nacer, a fin de que cuando fuera adulto pudiera empezar su ministerio y concretar su muerte, todo conforme al tiempo profetizado en Daniel 9. Además de todo eso, tendría que haber planeado su milagroso nacimiento de una virgen.

Si esa teoría tuviera alguna credibilidad, aun así no tendría sentido que Jesús no hubiera llenado las expectativas que los judíos tenían del Mesías, que habría de venir como rey a gobernarlos en ese tiempo. Si Jesús hubiera querido ser un rey físico y gobernar a la nación judía, ciertamente podría haberlo hecho. Muchos estaban dispuestos a seguirlo y hacerlo rey (Juan 6:15; Juan 12:12-19). En lugar de eso, siguió el camino que lo llevó a su horrible sufrimiento y muerte.

Jesús cumplió exactamente las profecías, conforme al plan de Dios, pero en contra del entendimiento común de esa época. Vino a ser un siervo dispuesto a ofrendar su vida como pago por los pecados de todos (Mateo 20:28). El carácter de tal persona desvirtúa cualquier intento por considerarlo un engañador, alguien que manipula los sucesos para su propio beneficio.

El cumplimiento de la profecía es prueba

Dios, quien puede controlarlo todo, hizo que estas profecías fueran escritas siglos antes de que se cumplieran en Jesús de Nazaret. Como Pedro lo proclamó: “Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer” (Hechos 3:18).

Pablo reiteró que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3-4).

Predecir correctamente estos acontecimientos con una anticipación de 200 a 800 años es nada menos que un milagro, algo que requiere conocimiento y poder divinos para hacerlos cumplir como fueron predichos. Dios no hace las cosas al azar. Sabía, desde la fundación del mundo, que su Hijo tendría que venir a la tierra (1 Pedro 1:20), y predijo los acontecimientos de su nacimiento, vida y muerte, de manera que tuviéramos pruebas seguras en las cuales basar nuestra fe.