Tres días y tres noches
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Tres días y tres noches
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Uno de los acontecimientos más dramáticos, alentadores y esperanzadores de todos los tiempos fue la resurrección de Jesucristo. Dios el Padre resucitó a su único Hijo, Jesucristo, quien había sido crucificado y sepultado en una tumba en las afueras de Jerusalén. Su muerte, permitida por su Padre y aceptada voluntariamente por Jesús (Juan 10:17-18), pagó la pena por los pecados de todos los seres humanos que habrán vivido alguna vez, con la condición de que se arrepientan verdaderamente de esos pecados. Su muerte estaba predestinada por el Padre y el Verbo desde la fundación del mundo como un requisito necesario para la salvación de la humanidad (1 Pedro 1:20).
De esta manera Dios, en su soberana justicia, misericordia y amor, hizo posible que a todos los seres humanos les sean perdonados sus pecados (si demuestran arrepentimiento y fe) y que por medio de la sangre de Cristo como el Cordero de Dios sean reconciliados con él (Mateo 26:28; Apocalipsis 12:11). Pero la muerte de Cristo no fue el fin de todo. Somos reconciliados con Dios por medio de la muerte de Jesús, pero salvos por su vida (Romanos 5:10).
Solamente por medio de la resurrección de Cristo a la inmortalidad podemos tener un Salvador viviente quien, como Sumo Sacerdote, intercede por nosotros ante el Padre (1 Timoteo 2:5; Hebreos 4:15-16; Romanos 8:26-27). La principal razón que tenemos para creer en el evangelio del Reino de Dios y en que podemos ser salvos de la muerte eterna es el hecho de que Jesucristo fue levantado de entre los muertos (1 Corintios 15:14-19). Su resurrección es la base de la esperanza que los seres humanos tenemos de poder recibir la vida eterna (1 Pedro 1:3).
Jesús ofreció a los de su generación tanto el hecho como los detalles de su resurrección como la única señal divina de que él era “más que Jonás” y “más que Salomón” y que su mensaje debería conducir a sus oyentes al arrepentimiento (Mateo 12:39-42). Dijo que de la misma forma en que Jonás había estado tres días y tres noches en el vientre del gran pez (Jonás 1:17), él estaría tres días y tres noches —un período de 72 horas (Juan 11:9-10; Génesis 1:5)— en el corazón de la tierra (la tumba). En otro pasaje también afirmó que debería “ser muerto, y resucitar después de tres días” (Marcos 8:31).
El problema que se presenta con la creencia más comúnmente aceptada acerca de la crucifixión y la resurrección, es que no hay tres días y tres noches entre el viernes por la tarde y el domingo por la mañana. Nosotros creemos que el peso de las pruebas bíblicas e históricas nos lleva a la conclusión de que Jesús murió el miércoles por la tarde, fue sepultado apresuradamente en la tumba de José de Arimatea esa misma tarde antes de la puesta del sol (que era la víspera de un sábado anual, el primer día de los Panes sin Levadura; Juan 19:30-31, 42; Marcos 15:42-46) y fue resucitado por el Padre poco antes de la caída del sol el día sábado, exactamente tres días y tres noches después de haber sido sepultado, tal como lo había dicho.
Esta explicación concuerda con los detalles que encontramos en las Escrituras. No es necesario esforzarse para encajar apretadamente tres días y tres noches entre el viernes por la tarde y el domingo por la mañana con base en especulaciones acerca de partes de días y de noches. Armoniza los relatos de las mujeres que compraron especias aromáticas, que se encuentran en Marcos 16:1 y Lucas 23:56. En el primer pasaje, las mujeres piadosas descansaron fielmente durante el día sagrado y después fueron en busca de las especias. En el segundo relato, las mujeres prepararon las especias y luego descansaron durante otro día santo.
Estos relatos armonizan si entendemos que durante la semana que estamos estudiando hubo dos días de fiesta. Jesús fue sacrificado en la Pascua (Mateo 26:18-20; 1 Corintios 5:7), que era el día de la preparación (Marcos 15:42) para el primer día sagrado anual del calendario judío, el primer día de Panes sin Levadura. Las mujeres esperaron a que este día terminara y entonces compraron las especias y las prepararon; descansaron nuevamente en el sábado semanal de Dios, y después, el domingo muy temprano, fueron hasta la tumba de Jesús con el propósito de ungirlo con las especias.
Ellas visitaron la tumba después de los dos días santos de esa semana (la palabra sábado en el griego original de Mateo 28:1 debe ser traducida en plural). El sábado anual (los días de fiesta anuales también se llaman “sábados” [Levítico 16:31; 23:24]) se celebró un jueves, y después celebraron el día de reposo semanal. Cuando ellas llegaron al sepulcro el domingo bien temprano, lo encontraron vacío y el ángel les anunció que Jesús había resucitado y ya no estaba allí (Marcos 16:6).
Contamos con suficientes pruebas históricas y bíblicas para afirmar que la crucifixión y resurrección de Cristo ocurrieron en el año 31 d.C. Entre esas pruebas están el cumplimiento de la profecía de Daniel concerniente a la venida del Mesías (Daniel 9:24-26; Esdras 7 [el decreto de Artajerjes] y el análisis cuidadoso de tres acontecimientos fundamentales, a saber: la fecha probable del nacimiento de Jesús, la edad a la cual comenzó su ministerio y la duración de su ministerio.
Según el calendario calculado de los judíos, la Pascua del año 31 d.C. ocurrió un miércoles, y la muerte de Jesucristo en ese día cumplió su papel como el verdadero Cordero Pascual de Dios (1 Corintios 5:7). El día siguiente, es decir el jueves, era un sábado (día santo) anual (Juan 19:31). Ese jueves los principales sacerdotes y los fariseos fueron ante Pilato a pedirle permiso para sellar y cuidar la tumba de Jesús (Mateo 27:62-66). Más tarde, el domingo, Jesús resucitado caminó por el sendero de Emaús y habló con dos de sus discípulos, quienes le comentaron sobre todas las cosas que habían acontecido, incluso la visita que los dirigentes hicieron a Pilato el jueves (Lucas 24:13-14, 20). Mencionaron que ese día, el domingo, era el tercer día que todas esas cosas habían acontecido (v. 21).
En resumen, nosotros creemos que Jesucristo, el Cordero de Dios, murió por nuestros pecados en la Pascua, permaneció sepultado tres días y tres noches (72 horas), y después resucitó. Luego, después de tener contacto con los discípulos durante algún tiempo, ascendió al cielo para sentarse a la diestra del Padre, muy por arriba de todos los demás en poder, gloria y honor (Efesios 1:19-23).
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