Las promesas hechas a Abraham

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Dios le hizo a Abraham promesas físicas y también espirituales. Las promesas físicas estaban relacionadas con la grandeza física de sus descendientes: “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre . . .” (Génesis 12:1-2). Entre estas promesas físicas estaban la posesión de ciertos territorios, además de otras bendiciones (Génesis 12:7; Génesis 13:14-17; Génesis 15:18).

Estas promesas físicas fueron transmitidas formalmente a los descendientes de Abraham. Primero pasaron a Isaac (Génesis 26:1-4). Después las heredó Jacob (Génesis 28:3-4, Génesis 28:13-14). Luego pasaron a José y finalmente a dos de sus hijos, Efraín y Manasés (Génesis 48:15-19). Sin embargo, debido a la esclavitud de Israel, el cumplimiento de estas promesas físicas se retardó.

Antes de que alguno de los descendientes de Abraham pudiera heredar la tierra de promisión, llegaron a ser esclavos en Egipto (Éxodo 1:7-11). Los israelitas clamaron a Dios a causa de la esclavitud, y Dios los oyó. En su fidelidad, Dios decidió liberar a Israel de la esclavitud para poder cumplir sus promesas a Abraham, a Isaac y a Jacob de que los descendientes de Abraham serían bendecidos materialmente al convertirse en un pueblo grande en la tierra (Éxodo 2:23-25; Éxodo 6:7-8; Éxodo 13:5; Deuteronomio 9:4-6).

Luego vemos que a los israelitas les fueron ofrecidas promesas de bendiciones físicas. Sólo si los israelitas obedecían a Dios y guardaban el pacto podrían recibir esas promesas. Si no obedecían los términos del pacto, las bendiciones serían retenidas y serían reemplazadas por maldiciones (Éxodo 19:5-6; Levítico 26:3-39; Deuteronomio 28:1-68).

Debido a los pecados de Israel y de Judá, las bendiciones fueron retenidas. Sólo existieron breves períodos de prosperidad, bajo el reinado de unos cuantos reyes justos. Pero debido a la fidelidad de Dios, él finalmente bendeciría a los descendientes de Abraham con grandeza. Los descendientes de Efraín y Manasés (Gran Bretaña y Estados Unidos) han recibido la bendición de grandeza nacional. Efraín ha llegado a ser una multitud de naciones y Manasés ha venido a ser una gran nación. Es por medio de estos dos países que se están cumpliendo las profecías bíblicas concernientes a Israel (Génesis 48:16; Génesis 49:22-26).

Entre las promesas hechas a Abraham se encontraba la promesa de salvación para todos los que llegaran a formar parte de su simiente (sus descendientes). Por medio de Abraham, todas las familias de la tierra tendrían acceso a las bendiciones de Dios (Génesis 12:3). Dios confirmó las promesas hechas a Abraham porque obedeció sus mandamientos (Génesis 22:18).

Las promesas hechas a Abraham no estaban limitadas al ámbito físico, sino que también incluían bendiciones espirituales que se harían extensivas a toda la humanidad. Pablo entendió que la salvación no era solamente para los judíos o israelitas, sino para toda la humanidad. Se le permitió entender que la “simiente” es Cristo (Gálatas 3:8, Gálatas 3:14-16).

Cuando nació Juan el Bautista, Zacarías profetizó que Dios recordaría la promesa que había jurado a Abraham (Lucas 1:69-73). Pablo dice que Jesucristo había venido para confirmar las promesas hechas a los padres (Romanos 15:8). La promesa de salvación proviene de Dios por medio del Espíritu Santo como parte del nuevo pacto, hecho posible por medio de la muerte y la resurrección de Jesucristo. El Espíritu Santo es la clave para las “mejores promesas” que son parte del “nuevo” y “mejor” pacto que ha sido establecido sobre esas mejores promesas (Hebreos 8:6).

A los apóstoles se les dijo que esperaran en Jerusalén el cumplimiento de la mejor promesa (Hechos 1:4, Hechos 1:8). Esperaron para recibir el sello del Espíritu Santo “de la promesa”, la garantía de su herencia (Efesios 1:13-14). Mediante el Espíritu de Dios podemos saber que somos hijos de Dios (Romanos 8:9, Romanos 8:14-17) y, por lo tanto, la simiente de Abraham (en el aspecto espiritual) y herederos de la salvación según la promesa (Gálatas 3:28). Esta promesa no está basada en antecedentes raciales, sino en el llamado de Dios y en el arrepentimiento de cada persona; nada tiene que ver con el origen nacional ni la raza de la persona.