La Palabra de Dios
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Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo nos revelan el plan de salvación que Dios tiene para el hombre y su desenvolvimiento a lo largo de la historia. En toda la Biblia encontramos el relato de las intervenciones misericordiosas que Dios ha realizado con el fin de salvar a la humanidad y otorgarle vida eterna en su familia. En los libros que componen la Biblia podemos encontrar diferencias según la personalidad, el estilo y el vocabulario del autor. Pero al momento de escribir, todos lo hicieron inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21). De esta manera, Dios dirigió e influyó en la mente de sus siervos para que escribieran los libros que hoy conocemos como la Palabra de Dios, permitiéndoles hacerlo en su propio estilo.
Las Sagradas Escrituras son la única fuente de conocimiento y de verdad que Jesús y sus apóstoles usaron para enseñar el camino de la salvación de Dios. Pero por sobre todo, Jesucristo demostró con su ejemplo de obediencia que las Escrituras son la máxima autoridad en la vida de un cristiano. Al enfrentar con éxito a Satanás, Cristo dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4; Deuteronomio 8:3). En su batalla contra el máximo adversario, el diablo, Cristo citó también otros pasajes (Mateo 4:7, 10).
Cuando Cristo comenzó su ministerio aquí en la tierra, empezó leyendo las Escrituras y afirmando: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:16-21). En Juan 10:35 Cristo proclamó que “la Escritura no puede ser quebrantada”. Siempre citó las Escrituras, considerándolas como una fuente autorizada y valedera en su vida (Juan 7:38, Juan 7:42). Nada hizo que Jesús perdiera esta perspectiva, ni siquiera el hecho de haber sido traicionado y condenado a la crucifixión (Juan 13:18; Juan 17:12; Juan 19:28; Mateo 27:46; Salmos 22:1; Lucas 23:46; Salmos 31:5).
Los apóstoles siguieron el ejemplo de Cristo. Fueron las Escrituras las que definieron el meollo de la fe, la doctrina y la conducta cristianas. Cuando Jesucristo resucitó, reafirmó toda la instrucción que les había dado a sus discípulos y “... les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:32; Lucas 24:44-45). Fue por medio de las Escrituras que se hacían discípulos en todas las naciones, como nos lo confirma el ejemplo del eunuco etíope (Hechos 8:26-35).
Pablo, el apóstol a las naciones, frecuentemente se apoyaba en la autoridad de las Escrituras para hacer preguntas tales como: “¿Qué dice la Escritura?” (Romanos 4:3; Romanos 11:2; Gálatas 4:30). En otros pasajes Pablo confirmó esa autoridad al decir: “Pues la Escritura dice...” o expresiones parecidas (Romanos 10:11; Gálatas 3:8, Gálatas 3:22; 1 Timoteo 5:18). Es evidente que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo fueron escritos no sólo para los cristianos judíos sino también para los cristianos gentiles.
Entre el Antiguo Testamento y el Nuevo existe una marcada continuidad (Mateo 4:4; 2 Timoteo 3:15-16). El Nuevo Testamento se basa en el Antiguo y lo amplifica (Mateo 5-7). La historia comprueba que las únicas Escrituras que existían en la época de Cristo y las primeras décadas de los apóstoles, eran las del Antiguo Testamento.
Una de las características principales del pueblo de Dios es que lee, escucha y practica la Palabra de Dios (Lucas 8:21; Lucas 11:28). La Palabra de Dios es el fundamento de la fe (Romanos 10:17; Colosenses 3:16). Dios espera que su pueblo estudie su Palabra constante y diligentemente, con el propósito de aprender, entender y poder mantenerse sin mancha y sin contaminación del mundo (Hechos 17:11; Efesios 6:17; 1 Juan 2:14; Salmos 119:9). A medida que interiorizamos la Palabra de Dios, aprendemos a defender mejor nuestra fe (1 Pedro 3:15). Las Sagradas Escrituras pueden hacernos “sabios para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15).
La Biblia es la palabra viva que siempre podemos aplicar en las diferentes situaciones de la vida diaria (Hebreos 4:12). Estando en prisión, el apóstol Pablo le recordó a Timoteo que a él lo podían apresar, pero no así la Palabra de Dios (2 Timoteo 2:8-9).
La Iglesia de Dios obedece el mandato bíblico de depender de la Palabra de Dios en su búsqueda de la verdad. Como nos lo dice muy claramente 2 Timoteo 3:16, la inspirada Palabra de Dios es la base de la doctrina, refuta los errores, corrige e instruye. La verdad de la Biblia no solamente enseña y edifica al pueblo de Dios, sino que también santifica y aparta a su iglesia (Juan 17:17). La Biblia es un recurso fundamental en la relación que Dios tiene con su iglesia, “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:26).
(Si desea profundizar en este tema, no vacile en solicitar los folletos gratuitos ¿Se puede confiar en la Biblia? y Cómo entender la Biblia.)