Tres eras de la historia humana

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Tres eras de la historia humana

La Biblia nos habla acerca de tres eras específicas en la historia de la humanidad. La primera es el período anterior al diluvio, desde el tiempo de Adán hasta el tiempo de Noé. La Biblia se refiere a este período como “el mundo de entonces”: “Por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua” (2 Pedro 3:6).

La segunda era abarca desde el tiempo posterior al diluvio hasta la segunda venida de Jesucristo. En las Escrituras se le llama “el presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Los discípulos de Jesús, queriendo saber cuándo iba a terminar este período, le preguntaron: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3).

El tercer período de la historia del hombre comenzará con la segunda venida de Cristo; en la Palabra de Dios se le denomina “el mundo venidero” (Hebreos 2:5). Al principio de este tercer período, en el momento en que Jesucristo regrese a la tierra, ocurrirá la resurrección de los justos. Con referencia a esta resurrección, en el Apocalipsis se nos dice: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:6).

Hablando en el sentido literal, el tiempo del fin se refiere al período, inmediatamente anterior al regreso de Cristo, cuando se acabará este “presente siglo malo”. Será el fin de la era del dominio de Satanás sobre la humanidad.

Profecías del Antiguo Testamento

Algunos creen que el tema del tiempo del fin aparece exclusivamente en el Nuevo Testamento. Pero al comienzo del Génesis, el primer libro de la Biblia, las Escrituras hacen referencia a la época en la cual el Reino de Dios será establecido en la tierra. De hecho, los escritos del Antiguo Testamento tienen mucho que decirnos con respecto a los acontecimientos que ocurrirán en el tiempo del fin y al “mundo venidero” que lo seguirá.

En el huerto del Edén, Dios reveló que llegaría un momento en el cual terminarían el reinado y la influencia de Satanás. Dios le dijo al diablo: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).

Si bien es cierto que Satanás heriría al Salvador (incitando a su crucifixión), no podría impedir que Jesucristo fuera resucitado y que, al final, lo derrotara completamente.

El apóstol Pablo se refirió a esto cuando les escribió a los cristianos de Roma: “El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Romanos 16:20). Es muy consolador saber que a la segunda venida de Cristo, Satanás, el que engaña al mundo entero, será encadenado y puesto en prisión (Apocalipsis 12:9; Apocalipsis 20:1-3). Así, desde el comienzo de la historia de la humanidad, Dios reveló que el dominio de Satanás llegaría a su fin, que vendría un tiempo determinado en el que el diablo y sus demonios serían derrotados definitivamente.

Algunos siervos de Dios del Antiguo Testamento, como por ejemplo Enoc, sabían que finalmente Dios intervendría para juzgar al hombre: “También Enoc, el séptimo patriarca a partir de Adán, profetizó acerca de ellos: ‘Miren, el Señor viene con millares y millares de sus ángeles para someter a juicio a todos y para reprender a todos los pecadores impíos por todas las malas obras que han cometido, y por todas las injurias que han proferido contra él’” (Judas 14-15, Nueva Versión Internacional).

Después del diluvio, otros fieles siervos de Dios, como Abraham, Isaac y Jacob, miraron más allá del presente siglo malo y vislumbraron el establecimiento del Reino de Dios: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:8-10).

Los patriarcas sabían que llegaría el día en el cual Dios iba a establecer su reino. Ellos vivieron y murieron con la certeza de que Dios cumpliría sus promesas y les daría entrada en su reino: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (vv. 13-16).

Ellos no estaban imaginándose ni especulando acerca del futuro, sino que eran inspirados directamente por Dios. Como lo explicó el apóstol Pedro: “Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21).

En el libro de los Salmos encontramos muchas profecías acerca del tiempo del fin. El Salmo 2 nos revela que las naciones se opondrán al reinado de Cristo: “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? . . . Yo publicaré el decreto; el Eterno me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Salmos 2:1, 7-9). Podemos encontrar otras referencias a los acontecimientos del tiempo del fin en Salmos 9:5-15; Salmos 10:3-18; Salmos 11:1-7; Salmos 12:3-5; Salmos 21:8-12; Salmos 46:8-10; Salmos 47:1-4; Salmos 75:7-8; Salmos 76:7-9; Salmos 96:10-13; Salmos 97:1-6; Salmos 98:1-3; Salmos 99:1-5; y Salmos 110:1-6.

Un tema de los profetas

Aunque las profecías referentes al tiempo del fin no son muy numerosas en los primeros libros del Antiguo Testamento, este fue uno de los temas principales de los profetas que escribieron varios siglos después. El apóstol Pedro nos explica que estos profetas escudriñaban “qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos [su segunda venida]” (1 Pedro 1:11).

Isaías es uno de los principales ejemplos de cuán a menudo Dios ha mencionado las condiciones del tiempo del fin y del Reino de Dios que Jesucristo establecerá a su segunda venida. Al período de transición entre el gobierno humano y el gobierno de Dios se le llama con frecuencia “el día del Señor” o simplemente “aquel día”. El mismo período se denota también con las expresiones “los últimos días”, “los postreros días”, “los postreros tiempos” y otras semejantes a éstas. Veamos algunos ejemplos de este tema en el libro de Isaías:

“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:2-4).

“Métete en la peña, escóndete en el polvo, de la presencia temible del Eterno, y del resplandor de su majestad. La altivez de los ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y el Eterno solo será exaltado en aquel día. Porque día del Eterno de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y altivo, sobre todo enaltecido, y será abatido . . . Y se meterán en las cavernas de las peñas y en las aberturas de la tierra, por la presencia temible del Eterno, y por el resplandor de su majestad, cuando él se levante para castigar la tierra” (vv. 10-12, 19).

“En aquel tiempo el renuevo del Eterno será para hermosura y gloria, y el fruto de la tierra para grandeza y honra, a los sobrevivientes de Israel. Y acontecerá que el que quedare en Sion, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén estén registrados entre los vivientes” (Isaías 4:2-3).

“Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo del Eterno de los ejércitos hará esto” (Isaías 9:6-7).

“Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu del Eterno; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Eterno. Y le hará entender diligente en el temor del Eterno. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío” (Isaías 11:1-4).

“He aquí el día del Eterno viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor. Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad . . . Porque haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, en la indignación del Eterno de los ejércitos, y en el día del ardor de su ira” (Isaías 13:9-13).

En el libro de Isaías aparecen varias otras profecías semejantes a las anteriores, y lo mismo sucede con los libros de Jeremías, Ezequiel y Daniel. Los escritos de estos siervos de Dios nos advierten acerca de los terribles días que precederán a la venida de Jesucristo como Rey de reyes.

Advertencias específicas de otros profetas

El Antiguo Testamento contiene, entre otros, 12 libros que se conocen como los profetas menores. Casi todos estos 12 libros proféticos tienen algo que decir con referencia al tiempo del fin. Los de Joel y Zacarías son un buen ejemplo.

Dios inspiró a Joel para que describiera la tremenda destrucción que ocurrirá durante el día del Señor: “Tocad trompeta en Sion, y dad alarma en mi santo monte; tiemblen todos los moradores de la tierra, porque viene el día del Eterno, porque está cercano. Día de tinieblas y de oscuridad . . . Y el Eterno dará su orden delante de su ejército; porque muy grande es su campamento; fuerte es el que ejecuta su orden; porque grande es el día del Eterno, y muy terrible; ¿quién podrá soportarlo?” (Joel 2:1-2, Joel 2:11).

Zacarías añade: “He aquí, el día del Eterno viene, y en medio de ti serán repartidos tus despojos. Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén . . . Después saldrá el Eterno y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente . . . Y el Eterno será rey sobre toda la tierra. En aquel día el Eterno será uno, y uno su nombre” (Zacarías 14:1-4, Zacarías 14:9).

Los temas del tiempo del fin y del Reino de Dios ocupan un lugar tan prominente en los libros de los profetas, que el apóstol Pedro les dijo a los judíos que deberían creer en Jesús por este testimonio, y los amonestó: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:19-21).

El tiempo del fin en el Nuevo Testamento

La profecía más larga que Jesús dio con respecto al tiempo del fin se encuentra en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21, en lo que comúnmente se conoce como la profecía del monte de los Olivos. En la semana anterior a la crucifixión de Jesús, él y sus discípulos se alejaron de los terrenos del templo y subieron al monte de los Olivos para contemplar el maravilloso panorama de la ciudad y del templo que desde allí se ofrecía. “Y se sentó en el monte de los Olivos, frente al templo. Y Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?” (Marcos 13:3-4).

Jesús entonces empezó a revelarles las condiciones en que el mundo estaría antes de su regreso. Dijo que sería una época de tribulaciones y dificultades que se agravarían progresivamente. Advirtió que en este período el hombre tendría la capacidad de aniquilar todo vestigio de vida de la faz del planeta: “Habrá entonces una angustia tan grande, como no la ha habido desde que el mundo es mundo ni la habrá nunca más. Si no se acortaran aquellos días, nadie escaparía con vida; pero por amor a los elegidos se acortarán” (Mateo 24:21-22, Nueva Biblia Española).

Por más poderoso que fuera el Imperio Romano de aquella época, sus legiones no tenían la más mínima posibilidad de borrar todo vestigio de vida sobre el planeta. Esta condición sólo se cumplió a mediados del siglo 20, con la invención del armamento nuclear, que sí tiene la capacidad de aniquilar a todo ser humano sobre la faz de la tierra.

En un breve resumen, Jesús describió las condiciones que precederían al fin de esta era. Les advirtió a sus discípulos: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mateo 24:4-5).

Lo primero que profetizó Jesús fue que habría quienes utilizarían su nombre frecuentemente con el fin de ganar adeptos. Esto sugiere que en los últimos tiempos existirán iglesias y otras organizaciones de carácter religioso, con el nombre de cristianas, que engañarán a muchas personas haciéndoles creer que sus dirigentes son representantes de Cristo. Sin embargo, la verdadera Iglesia de Dios está constituida por los creyentes que siguen el ejemplo de Jesús, obedecen fielmente la Palabra de Dios y guardan sus mandamientos (1 Corintios 7:19; Apocalipsis 14:12). Jesús declaró: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Volviendo a Mateo 24, en los versículos 6-8 se nos describen las condiciones y tendencias políticas, militares y ambientales que se producirán antes del retorno de Cristo: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores”.

La analogía del parto

Muchos creen que los titulares que constantemente nos informan de guerras, violencia, sublevaciones, hambres, epidemias, terremotos y desastres naturales son una prueba segura de que nos encontramos en los últimos días del presente siglo malo. Es cierto que Jesús y otros profetas bíblicos señalaron claramente que estas terribles tragedias estremecerían el mundo a medida que se aproximara el fin.

Pero Jesús también explicó que estos factores, por sí solos, no significarían que nos encontrábamos en los últimos días, porque antes de su regreso se presentarían muchas tragedias de manera recurrente. Según lo que nos dijo Jesús, estas tragedias simplemente prepararían el escenario para una gran tribulación y un mayor número de dificultades al final de esta era. No importa cuán horripilantes y letales sean, estos desastres son solamente “principio de dolores”. Lo peor aún está por venir.

En la Biblia de Jerusalén estas palabras de Jesús en Mateo 24:8 se traducen como “el comienzo de los dolores de alumbramiento”. Jesús se valió de la analogía de una mujer en los trabajos del parto, la cual aparece en varias descripciones proféticas (ver Isaías 13:8; Isaías 26:17; Jeremías 4:31; Jeremías 6:24; Miqueas 4:9-10; 1 Tesalonicenses 5:3). De la misma manera en que a una mujer embarazada los dolores de parto le indican que su hijo va a nacer pronto, estos conflictos y catástrofes universales nos advertirán que se acerca el fin de esta época.

Jesús no estaba hablando acerca de las catástrofes que ocurren periódicamente, tales como las guerras, hambres, enfermedades epidémicas y terremotos, sino que se refería a una época única en la que todos estos eventos se incrementarán y agravarán. Para saber si algunos sucesos que podemos observar señalan la inminencia del fin de esta era, es necesario tener en cuenta tres aspectos importantes. Primero, ¿es lo que está sucediendo una parte normal del devenir humano, un desastre de los que la humanidad ha experimentado en otras ocasiones? Segundo, ¿están cumpliéndose todas las señales que Jesús nombró? Tercero, ¿tenemos pruebas contundentes de que las condiciones y los acontecimientos proféticos se están incrementando e intensificando verdaderamente?

Muchas personas bienintencionadas han cometido el error de creer que ciertos acontecimientos muy dramáticos eran señales inequívocas del fin de la era del hombre, para ver a la postre que éstos no tenían ningún impacto en la historia. Si hubieran sido un poco más cautelosas se habrían percatado de que en esos momentos no estaba cumpliéndose todo lo que Jesús predijo. Ahora es fácil ver el error que cometieron.

Actualmente, más que nunca antes en la historia, podemos ver que en nuestro mundo se están cumpliendo muchas de las señales que Jesús mencionó. Sin embargo, algunos acontecimientos cruciales todavía no se están cumpliendo. Aún nos faltan algunas piezas para poder armar todo el rompecabezas.

Otras señales importantes

Jesús mencionó otras señales que indicarían la proximidad de ese período tenebroso. Habló de una persecución a escala mundial contra el pueblo de Dios: “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:9-13).

A medida que se intensifique la intolerancia, las personas se sentirán más asustadas y se entregarán unas a otras. En un ambiente de creciente maldad y hostilidad, la gente perderá la solidaridad y dejará de obedecer a Dios. El diablo, lanzado a la tierra y sabiendo que tiene poco tiempo (Apocalipsis 12:12-17), tratará por todos los medios de frustrar los planes de Dios.

Satanás instigará a sus seguidores para que tomen el control de Jerusalén: “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes . . . porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mateo 24:15-16, Mateo 24:21-22; comparar con Apocalipsis 11:2).

Jerusalén ha sido conquistada en otras ocasiones por fuerzas extranjeras, entre ellas romanas, árabes y turcas. Pero a lo que Jesús se está refiriendo aquí es que estas fuerzas extranjeras tomarán nuevamente el control de Jerusalén en medio de una época de crisis global sin precedentes. Este período será marcado por una guerra mundial de tal magnitud que si Dios no interviniese, todo vestigio de vida sería borrado del planeta.

Señales religiosas y cósmicas

Jesús nombró otras señales que marcarían el fin de esta era. Reveló que dirigentes religiosos se valdrían de los poderes engañosos de Satanás para realizar milagros y ganarse adeptos: “Si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:23-24).

A pesar de la intensidad de los poderes engañosos, Dios no dejará a la humanidad sin un testimonio de su poder y soberanía. Jesús dijo: “Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (v. 14).

En los últimos tres años y medio antes del retorno de Jesucristo, dos siervos de Dios serán investidos del poder de hacer milagros y declararán al mundo entero las palabras de Dios: “Daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días [tres años y medio], vestidos de cilicio . . . Éstos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran” (Apocalipsis 11:3, Apocalipsis 11:6). Tan fuerte será el testimonio de estos dos testigos que cuando finalmente Dios permita que sean muertos, “los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros. . .” (vv. 9-10).

Además, antes de que Cristo vuelva como Rey de reyes, Dios hará que un ángel proclame su evangelio con gran poder. El apóstol Juan escribió: “Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apocalipsis 14:6-7).

Ocurrirá otro acontecimiento dramático en los últimos días de nuestra era: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas” (Mateo 24:29).

Después de estos impresionantes acontecimientos, Cristo va a regresar a la tierra con gran poder y majestad: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (v. 30).

La analogía de la higuera

Antes de concluir, Jesús se valió de otra analogía para ayudarnos a entender que no todas las catástrofes —guerras, hambres, plagas y terremotos— serían un indicio verdadero de la inminencia de su retorno. Él comparó nuestra observación y análisis de todos los eventos que desencadenarán la crisis del tiempo del fin con el hecho de mirar una higuera reverdecida y darnos cuenta de que el verano ya está cerca: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas” (vv. 32-33). Es importante que nos demos cuenta de que para que la analogía sea válida, es absolutamente necesario que todas las cosas se estén cumpliendo.

Al referirse a los que estarán vivos en el momento en que todas estas cosas se cumplan, Jesús también dijo: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (vv. 34-36).

En la naturaleza a veces sucede que se presenta una falsa primavera. Las temperaturas suben y todo parece estar listo para la primavera, incluso florecen algunos árboles, cuando de súbito ocurre una helada repentina que causa mucho daño. De la misma forma, algunos eventos catastróficos que han ocurrido en el pasado pueden ser considerados como “falsas primaveras”.

Por ejemplo, por primera vez en la historia hemos visto guerras mundiales. Las dos guerras mundiales causaron gran dolor, sufrimiento y muerte a muchos millones de seres humanos. Sin embargo, estos conflictos terminaron y el mundo recuperó una paz y tranquilidad relativas. El solo hecho de que hubieran ocurrido semejantes guerras tan destructivas no constituía una prueba de que el tiempo del fin ya había llegado.

De la misma forma, la historia ha tenido épocas en las que la moral se ha perdido casi por completo y otras en las cuales la moral ha sido muy rígida, y así sucesivamente.

El apóstol Pablo describió el deterioro de los principios morales y espirituales en los últimos tiempos: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3:1-5).

Repetimos que la clave para saber si el deterioro moral que estamos experimentando en nuestros días forma parte o no de la degradación moral de la cual hablaron los apóstoles y profetas, es ver si hay una tendencia continua a incrementarse o si de pronto tiende a disminuir. Si está empeorando progresivamente, y si está acompañada de todas las demás señales del tiempo del fin que predijeron Jesús y los apóstoles, entonces los acontecimientos finales tal vez se encuentren más cerca de lo que nos hemos imaginado.