No es solo cuestión de dieta
Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, no encontramos un solo ejemplo de un siervo de Dios o discípulo de Jesucristo que haya comido la carne de un animal inmundo. Si en algún momento hubiera dejado de existir la diferencia entre las carnes limpias y las inmundas, ¿no sería de esperar que encontráramos cuando menos el ejemplo de alguno de los siervos de Dios?
Pero sucede exactamente lo contrario. Lo que encontramos es que los miembros de la Iglesia de Dios en el primer siglo evitaban escrupulosamente comer la carne de los animales designados por Dios como impuros (Hechos 10:14; Hechos 11:8). En algunas profecías relativas a los tiempos del fin también aparece esta diferencia (Apocalipsis 18:2; Isaías 66:15-18).
No es solamente cuestión de dieta. Un cuidadoso estudio de la Biblia nos ayuda a comprender otros aspectos de la importancia que tiene la diferencia entre las carnes limpias y las inmundas.
En la Palabra de Dios se nos dice que la carne de los animales inmundos es “abominación” (Levítico 11:10-13, Levítico 11:20, Levítico 11:23, Levítico 11:41-42) y “abominable” (Deuteronomio 14:3) y es dentro de este contexto que Dios nos lo advierte para que no la consumamos (Levítico 11:43). Son palabras fuertes, pero lo que dejan muy en claro es que debemos aceptar todo lo que la Palabra de Dios nos dice, incluso las leyes básicas acerca de los alimentos tal como están expresadas en Levítico 11 y Deuteronomio 14.
Cuando Dios instituyó el sistema de sacrificios del antiguo Israel, ordenó que se sacrificaran varios tipos de animales para las diferentes ofrendas. Pero ningún animal impuro podía ser ofrecido en sacrificio, y no existe un solo ejemplo de un siervo de Dios que lo hubiera hecho. Para un verdadero siervo de Dios era inimaginable ofrecer semejante sacrificio, porque habría sido una grave afrenta para el Todopoderoso.