Un Dios que no está limitado por el tiempo ni el espacio

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Una pregunta sencilla y lógica es: Si Dios existe, ¿por qué no lo vemos, no lo oímos y no lo podemos tocar? Pero la respuesta desafía la lógica, el razonamiento y la experiencia humanos.

Nosotros comprobamos las cosas por medio de nuestros cinco sentidos. Con los ojos vemos la luz que reflejan los objetos. Con los oídos percibimos las vibraciones de las ondas acústicas. Con los dedos sentimos la textura de lo que tocamos.

Vivimos en un mundo físico con sus dimensiones de tiempo y espacio: longitud, anchura, altura y tiempo. No obstante, el Dios que se menciona en la Biblia mora en el ámbito espiritual, fuera del alcance de nuestros sentidos físicos. No se trata de que Dios no sea real, sino de que él no está limitado por las leyes y dimensiones físicas que gobiernan nuestro mundo (Isaías 57:15). Dios es espíritu (Juan 4:24).

Notemos lo que se nos dice en las Escrituras acerca de este Dios que no está limitado por el tiempo ni el espacio.

Jesús tenía un cuerpo físico. Estaba, lo mismo que nosotros, expuesto a las heridas, al dolor y a la muerte. En los cuatro evangelios se habla de que fue azotado y crucificado. Uno de sus seguidores pidió su cuerpo lacerado, lo envolvió en una sábana de lino y lo puso en un sepulcro. No había duda de que Jesús de Nazaret había muerto. Su cuerpo estuvo en el sepulcro durante tres días y tres noches, vigilado por un destacamento de soldados romanos.

Pero no permaneció así. Después de tres días hubo un clamor cuando algunos de sus discípulos fueron al sepulcro y lo encontraron vacío. Más tarde habrían de recibir una sorpresa mucho más grande.

Esa noche, cuando los discípulos se encontraban reunidos en cierto lugar, con “las puertas cerradas . . . por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros” (Juan 20:19). El amado Maestro, a quien habían visto muerto y quien había sido sepultado, de repente ¡aparecía dentro del cuarto que ellos cuidadosamente habían cerrado! Para que estuvieran seguros de que era él, les mostró en las manos y el costado las huellas de los clavos y la lanza.

El Jesús resucitado ya no estaba limitado por los factores físicos. Entró en el cuarto y se les apareció de momento. Los discípulos sabían que era imposible que un cuerpo físico pasara a través de una pared física. Ocho días después realizó el mismo milagro para que pudiera creerlo el incrédulo Tomás, quien no había estado presente en la ocasión anterior (v. 26). Unos días después, por medio de otro milagro sus discípulos pudieron comprobar que no estaba sujeto a la ley de la gravedad, pues lo vieron ascender al cielo (Hechos 1:9).

Como podemos leer en Isaías 57:15, Dios no está limitado por el tiempo tal como lo conocemos. En otros pasajes leemos que Dios estableció sus planes para el hombre desde “antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9; Tito 1:2) y “antes de la fundación del mundo” (Efesios 1:4; 1 Pedro 1:20).

“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3). Es decir, el universo físico que vemos, oímos, sentimos, olemos y experimentamos fue creado no de materia existente, sino de una fuente totalmente ajena a los factores físicos de longitud, anchura, altura y tiempo.

Ahora bien, esto no quiere decir que Dios el Padre y Jesucristo no se revelen nunca a los seres humanos. Las Escrituras son un relato de la interacción que a lo largo de la historia Dios ha tenido con hombres, mujeres y niños, así como de su interés y preocupación por ellos.

Mucha gente rechaza la Biblia porque en ella se mencionan muchos sucesos milagrosos, entre ellos curaciones impresionantes, resurrecciones, fuego del cielo, dramáticas visiones, etc. Piensan que estos sucesos son imposibles porque desafían las leyes que gobiernan nuestra existencia física. Por tanto, concluyen que los relatos bíblicos contienen cosas que no se pueden creer.

Lamentablemente, esta gente no tiene en cuenta pasajes como los que acabamos de mencionar, los cuales dan testimonio de que Dios el Padre y Jesucristo pueden actuar más allá de las leyes físicas que gobiernan el universo. Los milagros consignados en la Biblia fueron hechos realizados por Dios que suspendieron momentáneamente los efectos de las leyes físicas. Un Dios que pudo crear el universo ciertamente puede realizar milagros como los que se mencionan en las Escrituras.

¿Qué nos queda a nosotros? ¿Creeremos el testimonio de tantos testigos que Dios nos ha dado, o insistiremos en que él tiene que darnos personalmente a nosotros alguna clase de prueba a fin de que podamos creerle? Las palabras que Jesús dirigió a Tomás también están claramente dirigidas a nosotros: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29).