Las pruebas saltan a la vista

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Las pruebas saltan a la vista

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En los últimos siglos, filósofos y científicos han tratado de contestar las grandes preguntas acerca de la existencia del hombre y su lugar en el universo. ¿Cuál ha sido su perspectiva?

Ellos han partido de la premisa de que Dios no existe. Al no aceptar nada que no podamos ver, oír, sentir, medir o conocer mediante los métodos científicos, ellos han creído que las respuestas pueden encontrarse por medio del razonamiento humano. Haciendo uso de la capacidad del hombre para razonar, con sus prejuicios en contra de Dios (ver “La hostilidad natural del hombre hacia Dios”, p. 25), han llegado a la conclusión de que el universo provino de la nada, la vida evolucionó de la materia inerte y el razonamiento mismo es nuestra mejor guía para orientarnos correctamente.

El historiador Paul Johnson dice: “La existencia o inexistencia de Dios es la pregunta más importante que los seres humanos tenemos que enfrentar. Si Dios existe, y si al terminar esta vida somos llamados a otra, de esto se deriva una trascendental serie de consecuencias, la cual debería afectar cada día, casi cada momento de nuestra existencia terrenal. Así, nuestra vida viene a ser tan sólo la preparación para la eternidad y debemos conducirnos siempre teniendo en mente nuestro futuro” (A Quest for God [“En busca de Dios”], 1996, p. 1).

¿Acaso podemos entender realmente las respuestas a las preguntas más importantes de la vida si no estamos dispuestos cuando menos a analizar el tema de la existencia de Dios, quien, como se nos afirma en la Biblia, nos creó a su imagen y semejanza y nos dio la vida? (Génesis 1:26-27). No obstante, el razonamiento humano automáticamente descarta la idea de Dios como nuestro Creador, quien tiene un propósito tanto para el hombre como para el universo. Ese desprecio hacia Dios ha tenido consecuencias imprevistas y trágicas.

¿Podemos encontrar pruebas sólidas de la existencia de Dios? De ser así, ¿en qué consisten y dónde debemos buscarlas? ¿Cómo reaccionamos ante tales pruebas y cómo afectan nuestra manera de vivir?

Cómo valorar las pruebas

¿Cómo podemos cotejar las pruebas de la existencia de Dios con los argumentos en contra? La manera en que se examinen y valoren las pruebas es lo que determinará la validez de la conclusión a la que lleguemos en este asunto tan importante. Debemos analizar los argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios sin recurrir a premisas parciales o a conclusiones ilógicas.

La parcialidad puede funcionar en dos formas. Mucha gente que cree en la existencia de Dios se siente obligada a defender su punto de vista de manera irracional, perjudicando así la validez de sus argumentos. Igualmente, los que no creen que Dios existe se rehúsan a examinar seriamente las pruebas de su existencia. En ambos casos, el verdadero enemigo es la parcialidad ilógica.

Richard Dawkins, profesor de zoología en la Universidad de Oxford y agresivo defensor de la teoría de la evolución, resume el punto de vista ateo acerca del origen y la existencia del género humano con esta aseveración: “La selección natural, el proceso ciego, inconsciente, automático que Darwin descubrió y que ahora sabemos es la explicación de la existencia . . . de toda vida, no tiene ningún propósito en mente. No tiene mente y no tiene imaginación. No hace planes para el futuro. No tiene visión, no prevé; es absolutamente ciega. Si se puede decir que desempeña el papel de relojero en la naturaleza, es el del relojero ciego” (The Blind Watchmaker: Why the Evidence of Evolution Reveals a Universe Without Design [“El relojero ciego: Por qué los indicios de la evolución revelan un universo que no ha sido diseñado”], 1986, p. 5, énfasis en el original).

No obstante, para evitar la incomodidad de las pruebas de la existencia de Dios, él dice: “La biología es el estudio de cosas complicadas que parecen haber sido diseñadas con un propósito” (Dawkins, op. cit., p. 1).

Al mismo tiempo que reconoce que los organismos vivos parecen haber sido diseñados, el profesor Dawkins no toma en cuenta lo que es evidente: que si parecen haber sido diseñados, quizá es porque sí lo fueron.

¿Se niega o se reconoce lo obvio?

El reconocimiento indirecto del profesor Dawkins acerca de que los organismos vivos “nos dejan tremendamente impresionados porque tienen la apariencia de haber sido diseñados, como por un maestro relojero”, como él mismo lo dice (ibídem, p. 21), no es rechazado tan a la ligera por muchos otros científicos. Ellos consideran que la manifestación indudable de un diseño complejo en el universo es una poderosa prueba de que existe un Diseñador inteligente.

Existe una tendencia cada vez más notable entre biólogos, físicos, astrónomos, botánicos, químicos y otros investigadores: la de estudiar y discutir la complejidad y el orden que encuentran en cada aspecto del universo. Tanto escritores como científicos utilizan el término principio antrópico para describir el hecho de que, según todas las observaciones y apariencias, el universo y nuestro planeta están perfectamente dispuestos para albergar la vida, especialmente la vida humana.

Paul Davies, profesor de física matemática en la Universidad de Adelaida, Australia, resume así el creciente número de descubrimientos de los científicos en muchos campos: “Se ha compilado una larga lista de ‘accidentes afortunados’ y ‘coincidencias’ . . . Todo esto proporciona una prueba impresionante de que la vida tal como la conocemos depende muy ostensiblemente de las leyes de la física, y de lo que parecen ser accidentes fortuitos en los valores mismos que la naturaleza ha escogido para la masa de varias partículas, fuerzas de resistencia, etc. . . . Baste con decir que si pudiéramos jugar a desempeñar el papel de Dios, y seleccionar valores para estas cantidades haciendo girar caprichosamente algunos botones, nos daríamos cuenta de que casi todas las posibilidades de combinación de los botones harían que el universo fuera totalmente inhabitable. En algunos casos, tal pareciera que los diferentes botones tuvieran que ser ajustados con una precisión asombrosa para que la vida pudiera abundar en el universo” (The Mind of God: The Scientific Basis for a Rational World [“La mente de Dios: La base científica para un mundo racional”], 1992, pp. 199-200).

Diseño, planificación y propósito

El complejo universo en que vivimos, ¿es realmente la obra de un relojero ciego, como algunos suponen? ¿Acaso la vida aquí en la Tierra es producto de la casualidad, sin ningún propósito ni planificación, sin control ni consecuencias?

Las pruebas que se han ido acumulando han hecho que más y más científicos pongan en tela de juicio los conceptos que durante mucho tiempo habían predominado en tales círculos. Aunque muy pocos están dispuestos a aceptar las claras pruebas de la existencia de Dios, muchos sí reconocen que dondequiera que miran, ven las pruebas de un mundo que da la apariencia de un complicado diseño hasta en los más pequeños detalles (ver “Un planeta perfecto para la vida”, p. 6).

La Biblia reconoce lo evidente cuando nos presenta una explicación de la vida muy diferente de la que promueve el profesor Dawkins. Nos presenta al universo como la obra de un Creador.

En cierta ocasión, Isaac Newton preguntó: “¿De dónde procede todo el orden y la belleza que vemos en el mundo?” Esta pregunta es natural, y la hizo un científico creyente que reconoció el hecho de que no hay efecto sin causa. Las acciones tienen consecuencias, de manera que un universo con un diseño tan intrincado exige la existencia de un maestro Ingeniero.

Albert Einstein también se maravilló ante el orden y la armonía que él y sus colegas observaron en el universo. Hizo notar que el sentimiento religioso del científico “toma la forma de un asombroso embelesamiento ante la armonía de la ley natural, la cual revela una inteligencia de tal superioridad que, comparada con ella, todo el pensar y actuar sistemático de los seres humanos es un reflejo completamente insignificante” (The Quotable Einstein [“Citas de Einstein”], 1996, p. 151).

Martin Rees, profesor de astronomía en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y el escritor de temas científicos John Gribbin, hablando acerca de la precisión que los científicos han encontrado en el universo, hacen notar que “las condiciones en nuestro universo realmente parecen ser especialmente convenientes para formas de vida como la nuestra, y quizá hasta para cualquier forma con cierto grado de complejidad orgánica . . . ¿Está, en efecto, el universo hecho a la medida del hombre?” (Cosmic Coincidences: Dark Matter, Mankind, and Anthropic Cosmology [“Coincidencias cósmicas: Materia oscura, el hombre y la cosmología antrópica”], 1989, p. 269, énfasis en el original).

El profesor Davies lo expresa así: “A consecuencia de mi trabajo científico he llegado a creer cada vez más firmemente que el universo físico ha sido construido con un ingenio tan asombroso que no puedo aceptarlo simplemente como una fría realidad. A mí me parece que tiene que haber una explicación más profunda. Si uno desea llamar ‘Dios’ a esa explicación más profunda, eso es asunto de gusto y definición . . . Yo creo que nosotros los humanos formamos parte fundamental del proyecto” (Davies, op. cit., p. 16).

No debe sorprendernos, pues, lo que ha escrito el astrofísico inglés Sir Fred Hoyle: “Un análisis con sentido común de los hechos sugiere que una inteligencia superior ha estado jugando con la física, así como con la química y la biología, y que no podemos hablar de fuerzas ciegas en la naturaleza. Las cifras que uno calcula con base en los hechos me parecen tan avasalladoras que esta conclusión es casi indiscutible” (Fred Heeren, Show Me God: What the Message From Space Is Telling Us About God [“Muéstreme a Dios: Lo que el mensaje del espacio nos dice acerca de Dios”], 1997, frontispicio).

Persiste la incredulidad

Aun con todo eso, persiste la obstinada creencia de que no necesitamos a Dios. Stephen Jay Gould, ya fallecido paleontólogo de la Universidad de Harvard, resumió así su punto de vista como ateo: “Ningún espíritu vigila amorosamente los asuntos [del hombre]. Ninguna fuerza vital impulsa el cambio evolutivo. Y sea lo que sea que pensemos de Dios, su existencia no se manifiesta en los productos de la naturaleza” (Darwin’s Legacy [“El legado de Darwin”], 1983, pp. 6-7).

A los partidarios de la evolución les agrada señalar que si aceptamos el concepto de un Creador divino, esto requiere que tengamos fe en alguien o en algo que no podemos ver. Sin embargo, ellos están muy lejos de reconocer que todos los que creen que la vida evolucionó a partir de la materia inerte, tienen fe en una teoría que no puede comprobarse; y de hecho las supuestas pruebas en que está fundada son mucho más tenues y débiles que las que apoyan la creencia en un Creador.

La fe de los evolucionistas supone que nuestro universo, con toda su insondable complejidad, se creó a sí mismo o que en alguna forma surgió de la nada. Creen firmemente en una cadena de circunstancias que están en total desacuerdo no sólo con la lógica, sino también con las leyes elementales de la física y la biología.

La evolución se ha convertido en una verdadera religión. La fe de sus adeptos está arraigada en una creencia (sin fundamento) de que el increíble universo, incluso el mundo en que vivimos con su compleja variedad de formas de vida, es el resultado de una ciega casualidad. No pueden dar una explicación coherente acerca de cómo se originó la materia que hizo posible el universo y la supuesta evolución de la vida.

Haciendo a un lado la cuestión de cómo se originaron la materia y el universo, los defensores de la evolución parten de la premisa de un universo ya existente que funciona de acuerdo con leyes armónicas y previsibles. Ellos reconocen que esas leyes existen y que funcionan perfectamente; sin embargo, no tienen ni la más remota idea de cómo se originaron. Están decididos a hacer caso omiso de las pruebas irrefutables que demuestran que detrás de todas estas leyes de orden y armonía tiene que haber una inteligencia superior.

Nuestro universo funciona como un gigantesco reloj. La exploración espacial que se ha llevado a cabo en los últimos 40 años ha demostrado la precisión del universo. Debido a esta precisión, los científicos pueden predecir y calcular un momento exacto, hasta fracciones de segundo, para enviar astronautas al espacio o para lanzar naves con el fin de explorar planetas tan lejanos que tardan años en llegar a ellos.

Las leyes de la naturaleza

El universo está gobernado por asombrosas leyes físicas. Albert Einstein expresó su convicción de esta manera: “Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior quien se revela en los pequeños detalles que con nuestras frágiles y débiles mentes podemos percibir. Esa convicción, profundamente emocional, de la presencia de una fuerza superior de razonamiento, la cual se revela en el incomprensible universo, le da forma a mi concepto de Dios” (The Quotable Einstein [“Citas de Einstein”], 1996, p. 161).

Los cuerpos celestiales se mueven en forma completamente previsible, de manera que los astrónomos pueden predecir con asombrosa precisión cuándo habrá de aparecer un cometa en nuestro cielo. Los científicos pueden enviar naves espaciales que aterrizan en planetas a millones de kilómetros de distancia.

Podemos calcular con gran exactitud la posición de estrellas y planetas en cualquier día, mes o año, ya sea en el futuro o en el pasado. Los calendarios son muy útiles debido a las leyes inmutables del universo. Podemos confiar en el movimiento y la posición de los cuerpos celestiales gracias a las leyes que los regulan. En cierto sentido, la historia de la ciencia es un relato de nuestro descubrimiento de más y más leyes que gobiernan el cosmos.

Por ejemplo, experimentamos los efectos de la ley de la gravedad. Por tanto, sabemos que la gravedad existe aunque no podemos verla. Sabemos que funciona continuamente; es una de las leyes fundamentales del universo. Otras leyes parecidas gobiernan cada aspecto del cosmos: leyes de energía, movimiento, masa, materia y de la vida misma.

¿Qué podemos decir de la evolución? La teoría de la evolución sostiene que la vida surgió de materia inerte y a lo largo de incontables eones cambió para formar la asombrosa variedad de seres vivientes que existe actualmente. El concepto mismo es contrario a una de las leyes naturales más elementales: la de la biogénesis. La biogénesis es sumamente evidente en toda la naturaleza: La vida sólo puede proceder de vida ya existente, así como la vida de uno fue engendrada y concebida por padres vivos. Desde luego, los evolucionistas alegan en contra de este principio, a pesar de que no pueden presentar ninguna prueba concreta.

La prueba de un gran Diseñador

Vayamos al meollo del asunto: ¿Por qué existen tantas leyes previsibles, confiables y armoniosamente interrelacionadas que gobiernan nuestra existencia? ¿Cómo se originaron? 

¿Acaso la vida surgió por pura casualidad, o hay algo más grande detrás de todo esto? Tiene que haber una explicación para todo lo que existe. El número, la precisión y la perfección de las leyes naturales no pueden ser explicados solamente como el resultado de un accidente. Tal forma de pensar es irracional.

El sentido común nos dice que la existencia de un universo de inconcebible magnificencia, gobernado y sostenido por incontables leyes de física, exige la existencia de un Creador de esas leyes, un Diseñador de las estructuras y el funcionamiento que podemos observar.

Una de las pruebas más claras de la existencia de Dios se encuentra en la asombrosa realidad del diseño que se observa en el universo. El profesor Paul Davies lo ha expresado muy bien: “Los seres humanos siempre se han sentido atemorizados ante la sutilidad, majestad y compleja organización del mundo físico. El desfile de los cuerpos celestiales a través del espacio, los ritmos, las estaciones, el diseño de un copo de nieve, los millones de seres vivientes tan bien adaptados a su ambiente, todas estas cosas parecen estar demasiado bien arregladas como para ser producto del azar. Existe una tendencia natural de atribuir el detallado orden del universo a la obra bien planeada de una Deidad” (Davies, op. cit., p. 194).

Otro escritor que vio claramente demostrada la existencia de Dios en todo lo que lo rodeaba fue el rey David, quien al contemplar el cielo hace unos 3.000 años pudo entender que estaba viendo la obra del Creador y que el hombre podía entender mucho acerca de él por medio de lo que había creado: “El cielo proclama la gloria de Dios; de su creación nos habla la bóveda celeste. Los días se lo cuentan entre sí; las noches hacen correr la voz. Aunque no se escuchan palabras ni se oye voz alguna, el tema va por toda la tierra y hasta el último rincón del mundo, hasta donde el sol tiene su hogar” (Salmos 19:1-4, Versión Popular).

Todavía nos impresiona y maravilla el esplendor del cielo en las noches estrelladas. ¿Qué son esos puntitos de luz que brillan en la oscuridad del espacio? ¿Cómo llegaron allí? ¿Por qué están allí? ¿Qué hay más allá de ellos en la insondable profundidad del universo? La grandeza de ese resplandeciente cielo hace que nos preguntemos no sólo acerca del universo, sino también acerca del papel que desempeñamos en él. Lo mismo sucede con el intrincado diseño de todas las cosas que nos rodean, no sólo de las que vemos sino también de las de ese mundo que podemos explorar únicamente con el microscopio.

Unos mil años después de que el rey David expresara su admiración ante estas maravillas, el apóstol Pablo en su epístola a los cristianos de Roma les dijo que “lo invisible de Dios se puede llegar a conocer, si se reflexiona en lo que él ha hecho. En efecto, desde que el mundo fue creado, claramente se ha podido ver que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin . . .” (Romanos 1:20, Versión Popular).

Quienes escribieron la Biblia pudieron ver en la creación muchas pruebas de un sabio Creador. Entendieron que las maravillas que nos rodean pregonan el mismo mensaje: ¡Tan asombroso diseño exige que haya un maestro Diseñador! Ya sea que nos impresione la fuerza del mar, la grandeza de las montañas, la delicada belleza de las flores o el nacimiento de un niño, cuando observamos el mundo que nos rodea es natural que lleguemos a la conclusión de que esta es la obra de un gran Diseñador.

La creación nos revela al Creador

John Polkinghorne, físico teórico, presidente del Colegio de Queens en la Universidad de Cambridge y miembro de la Real Sociedad Británica, escribió: “La belleza intelectual del orden descubierto por la ciencia está en armonía con el hecho de que el mundo físico tuvo su origen en la mente del Creador divino . . . El equilibrio tan preciso de las leyes que determinan la estructura física del universo, está en armonía con el hecho de que su productiva historia es la expresión del propósito divino” (Serious Talk: Science and Religion in Dialogue [“Hablando en serio: Diálogo entre la ciencia y la religión”], 1995, p. viii).

Michael Behe, profesor de bioquímica en la Universidad Lehigh, en Pensilvania, EE.UU., después de terminar su exhaustivo estudio de la célula, base de la vida, llegó a la conclusión de que su tremenda complejidad sólo puede explicarse por la existencia de un Diseñador inteligente: “Para una persona que no se siente obligada a limitar su investigación a fuerzas carentes de inteligencia, la conclusión honrada es que muchos sistemas bioquímicos fueron diseñados. Fueron diseñados no por las leyes naturales, no por accidente o necesidad; más bien, fueron planeados. El diseñador sabía cómo iban a quedar los sistemas cuando estuvieran terminados, entonces hizo lo necesario para crearlos” (Darwin’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution [“La caja negra de Darwin: El desafío bioquímico a la evolución”], 1996, p. 193, énfasis en el original).

Terminó diciendo: “La vida en la tierra, en su aspecto más elemental, en sus componentes más fundamentales, es el producto de un diseño inteligente” (ibídem).

La precisión que existe en nuestro universo no es el resultado de un accidente. Es producto de la obra de un meticuloso Creador y Legislador, ¡del maestro Relojero del universo!