El Propósito de la Vida y las Consecuencias de Ciertas Ideas

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El Propósito de la Vida y las Consecuencias de Ciertas Ideas

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¿Tiene algún significado la vida sin Dios? ¿Existe un propósito para el planeta Tierra y los que moramos en él? Si así es, ¿cuál es el propósito?

En el libro A Brief History of Time (“Breve historia del tiempo”), el autor Stephen Hawking explica su punto de vista acerca de la naturaleza del universo; luego dice: “Si encontramos la respuesta a eso [la pregunta sobre por qué existimos nosotros y por qué existe el universo], será el triunfo máximo del razonamiento humano, porque entonces conoceremos la mente de Dios” (p. 175).

La respuesta a esa pregunta no podrá venir nunca de la inteligencia o razonamiento humanos, sino sólo del único Ser que trasciende nuestro universo físico. Si no se tiene en cuenta a Dios, no se puede conocer el propósito que tiene para el hombre y el universo.

Desde los albores de la historia humana, el significado de la vida ha sido una gran incógnita. Es parte de nuestra naturaleza hacer preguntas como: “¿Por qué estoy aquí?” y “¿Cuál es el propósito de la vida?”

Dios creó al hombre con un propósito, pero son muy pocos los que lo conocen. Conocer y creer realmente ese trascendental propósito puede llenar nuestra vida de gran significado. Pero sólo podremos entender nuestro propósito en la vida si buscamos las respuestas en aquel que la creó.

¿Propósito sin Dios?

Consideremos primero el significado de la vida como si la evolución fuera verdad y no hubiera un Dios creador que haya tenido y tenga algo que ver con la humanidad.

Si no hubiera Dios, no habría posibilidad alguna de vida después de la muerte y ciertamente tampoco sería posible la inmortalidad. La vida terminaría en el sepulcro. No habría ningún propósito trascendental que diera significado a nuestras vidas. Nuestra existencia no tendría más significado que la de cualquier animal o insecto que lucha por sobrevivir hasta el momento de la muerte. Todos los logros, todos los sacrificios, todas las cosas buenas y maravillosas que hicieran tanto mujeres como hombres, finalmente vendrían a ser esfuerzos inútiles en un universo finito encaminado hacia su propia ruina.

Carl Sagan, fallecido astrónomo y escritor, no creía en Dios. Cuando su esposa murió después de 20 años de matrimonio, él creyó que nunca la volvería a ver. Al sentir que se aproximaba su propia muerte, manifestó el típico anhelo humano mezclado con la vacuidad inherente al ateísmo: “Me gustaría creer que cuando muera viviré nuevamente, que alguna parte de mis pensamientos, sentimientos y recuerdos habrá de continuar. Pero por mucho que quiera yo creer eso, y a pesar de las antiguas tradiciones culturales del mundo que aseguran que hay una vida futura, no conozco nada que indique que esto no es más que una ilusión” (“In the Valley of the Shadow” [“En el valle de la sombra”], revista Parade, 10 de marzo de 1996).

Cuando uno hace a un lado la perspectiva y esperanza de una vida futura, su vida queda sin valor ni propósito. ¿Qué diferencia habría finalmente en que viviéramos como una madre Teresa o un Adolfo Hitler? El destino de todos sería el mismo. Las buenas obras de la gente no afectarían de ninguna forma su destino o el destino del universo. Esta es la desolada perspectiva de quienes basan sus creencias en el ateísmo, la evolución y el concepto de que esta vida es todo lo que hay.

En cambio, si Dios existe, nuestras vidas tienen un significado eterno porque nuestra esperanza no es la muerte sino la vida eterna (ver “¿Por qué nació usted?”, p. 22). Si Dios existe, entonces tenemos normas definidas sobre el bien y el mal que provienen de la naturaleza de Dios. Esto hace que nuestras decisiones morales en la vida sean profundamente significativas.

Hablando en general, hay tres filosofías que pretenden explicar el significado de la vida sin Dios y que niegan la posibilidad de vida después de nuestra existencia física. Éstas ejercen un tremendo efecto en el mundo y la forma en que la gente vive.

El nihilismo

La primera conclusión que emana del ateísmo es que ni la existencia humana, ni sus leyes e instituciones, tienen significado alguno. Esta es la filosofía nihilista: dado que Dios no existe, el universo y todo lo que hay en él carece de metas o finalidad. Somos sencillamente el producto de la materia, el tiempo y la casualidad. No hay vida después de nuestra existencia temporal. Somos los únicos amos de nuestra vida en este planeta, y lo que hagamos en nuestra corta duración está supeditado a nuestras propias fuerzas.

Esta perspectiva niega la existencia de principios absolutos. Niega la existencia de cualquier plan básico para la instauración de la ética, la moral o la verdad. Asegura que uno tiene plena libertad para adoptar el patrón de conducta que le guste, en lugar de someterse a un sistema absoluto de principios morales.

Las normas y decisiones de uno están determinadas por lo que le parezca bien, por lo que le cause satisfacción o placer personales. No proporciona ningún argumento razonable para vivir una vida moral. Uno puede optar por ajustarse a los principios morales de la sociedad si eso le resulta más conveniente, pero no le obliga a ser una persona moral si el serlo va en contra de sus intereses personales. En este sentido un ateo puede seguir ciertos principios morales, pero debemos entender que un ateo o existencialista no reconoce autoridad alguna para esos principios.

Esta filosofía nihilista dio origen a la declaración de que “Dios está muerto”. Esta frase tácitamente manifiesta que Dios y sus leyes carecen de importancia y que no deben ser esgrimidos para presionar a la gente a que tenga verdaderos principios morales. Sugiere que uno puede hacer lo que le plazca.

Esta filosofía, que echó raíces en el decenio de 1960, llevó a toda una generación a hacer lo que bien le parecía. Dio cabida a una época de rebelión en contra de antiguos principios tradicionales. Hubo una explosión en la violencia, el libertinaje sexual y el uso de los estupefacientes. Las normas morales y el número de matrimonios y familias armoniosos decrecieron inmensamente.

Como resultado de este rechazo de las normas y principios bíblicos, sociedades completas se han corrompido. Ha habido millones de víctimas. Los conceptos tienen consecuencias, y las consecuencias de esta filosofía han sido horrendas.

El humanismo

La siguiente filosofía es semejante. El humanismo también sostiene la idea de que el universo existe sin propósito alguno, que somos el resultado de un desarrollo ciego que carece totalmente de significado.

No obstante, el humanismo se distingue del nihilismo en que la vida puede tener un significado si nosotros le damos uno. La vida puede tener tanto significado como nosotros se lo demos. Vale la pena vivir la vida porque nosotros la hacemos valer y podemos disfrutarla. Sin embargo, como en el nihilismo, no se reconoce ningún principio extrínseco. Esta perspectiva sostiene que una persona puede tener principios morales porque crearlos y vivir de acuerdo con ellos le proporciona satisfacción personal.

Realmente no hay mucha diferencia entre el humanismo y el nihilismo. El enfoque humanístico reconoce que existen ciertos principios, pero los principios no son extrínsecos ni universales ni permanentes. Nadie está obligado a tener moral y no existen principios absolutos.

El humanismo carece de objeciones morales en contra de la conducta inmoral. Es decir, si no existen principios absolutos, uno no puede probar que algo es incorrecto o que es malo. Por tanto, nadie está en situación de juzgar o condenar las decisiones o acciones de los demás.

El propósito inherente

Una tercera filosofía reconoce la existencia de principios extrínsecos, pero sostiene que existen independientemente de Dios; es decir, no dependen de él para su existencia.

Según esta perspectiva, el hombre tiene el suficiente discernimiento para estar consciente de los principios morales que existen. Pero una vez más, es el hombre quien descubre la moralidad y posee la facultad de vivir por los principios morales que él escoja. No necesita a Dios para que le diga cuáles son los verdaderos principios morales o cómo debe vivir. Por tanto, no hay necesidad de Dios. El significado de la vida no depende de la existencia de Dios ni de algo fuera de la vida física.

Estas tres filosofías tienen algo en común: No tienen en cuenta a Dios y no ofrecen ninguna esperanza de vida después de la muerte. De hecho, la premisa de las tres filosofías es que el hombre vino de la nada, que ha evolucionado hasta llegar a ser la forma más compleja de vida, y que está en condiciones de seguir los principios que más le convienen y determinar su propia conducta y su futuro.

Estas filosofías aseguran también que no hay vida después de la muerte, que todo lo que hay es esta vida. De nuestro punto de vista depende que la vida tenga o no significado. El resultado es que todo lo que logramos es pasar nuestros genes y filosofías a nuestros descendientes con la esperanza de que ellos puedan llegar a ser seres superiores. Desde luego, todo se resume en que la evolución no ha terminado y que estamos en un proceso hacia un mayor desarrollo.

Lo más importante de la vida

¿Podemos tener un propósito verdadero y principios definitivos sin Dios? La gente puede desentrañar algún significado en la vida con estas filosofías, si es que su definición de significado es “un sentido de felicidad temporal y de gozos momentáneos”. Desgraciadamente, son muchos los que creen que este es el significado de la vida. Pero estas filosofías o perspectivas en realidad no pueden contestar las preguntas relacionadas con el verdadero significado. Solamente si tenemos en cuenta a Dios podemos encontrar las respuestas claras, y esas respuestas no sólo le dan significado a esta vida ahora, sino que también satisfacen nuestro anhelo de tener un propósito que trascienda esta vida.

De todas las criaturas que existen, el hombre es el único ser en la creación que puede siquiera considerar el asunto del significado de la vida, adorar a Dios y manifestar una creencia en la vida después de la muerte. A diferencia de los animales, los humanos podemos intuir la eternidad y la inmortalidad.

¿Por qué somos diferentes? ¿No será que nuestra capacidad para imaginarnos el futuro, esperando vivir más allá de esta vida física, fue puesta dentro de nosotros por un Creador debido precisamente al propósito eterno que tiene con los seres humanos? Hace unos 3.000 años el rey Salomón, refiriéndose a su Creador, escribió: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos [los humanos], sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11). Dios nos dio la facultad de hacer preguntas, pero no la capacidad para saber las respuestas, a menos que sinceramente lo busquemos y confiemos en él.

Si decidimos no creer que Dios hizo el universo, entonces tendremos que creer que toda esperanza en el futuro y el deseo de un significado que trascienda nuestra vida física, son vanos. Irónicamente, si fueran ciertos los principios bajo los cuales se supone que funciona la evolución, los humanos no tendríamos para qué cultivar esta faceta de nuestro intelecto, pero el hecho es que sí reflexionamos acerca de estas cosas.

Los humanos somos creación de Dios, y él tuvo sus razones para ponernos en este planeta. Nosotros no valemos por nosotros mismos, sino porque Dios nos creó a su imagen y semejanza. Es Dios quien le da valor a la vida humana.

El problema está en que, al no tener en cuenta a Dios, hemos buscado desesperadamente por todas partes tratando de encontrar nuestro propio valor. Hemos ideado sicologías que nos hacen sentir más importantes. Tácitamente, un sacerdocio de sicólogos nos dice que podemos salir de los problemas que nosotros mismos nos hemos creado con tan sólo pensar que podemos hacerlo.

La mayor parte de la sicología fue formulada para adaptarse a una perspectiva atea de la creación. Rechaza el concepto de que nuestra valía proviene de un Creador que le dio un propósito al hombre antes de crearlo.

Los principios morales de Dios están incorporados en las leyes que le ha dado al hombre. Contrario a las tendencias predominantes de la sicología, la forma en que vivimos no debe ser determinada por cómo nos hacen sentir nuestros hechos. Dios dio sus leyes para nuestro bien. Cuando las obedecemos, no sólo nos traen felicidad y realización en esta vida, sino que nos dan una idea de lo que Dios es. En cierto sentido, la ley de Dios es lo que él es, pues sus leyes reflejan su carácter y naturaleza.

¿Privilegio inapreciable o sustituto barato?

De toda la creación, únicamente a nosotros nos ha dado Dios la capacidad de decidir si hemos de vivir por sus leyes o por los principios y reglas que establezcamos según nuestro parecer. Las leyes de Dios no son simples deberes; antes bien, él nos hizo de tal manera que podamos llegar a estar más felices, más satisfechos y más realizados al hacer lo que él nos manda. Dios sabe qué es lo mejor para nosotros, ya que fue él quien nos hizo; nos da las instrucciones que nos beneficiarán.

El hombre no es un simple títere en las manos de Dios. A nosotros nos corresponde decidir si hacemos o no lo que él nos manda (Deuteronomio 30:19). Podemos reconocerlo como nuestro Creador y el Dador de las leyes que rigen el universo, o podemos negar que existe. Podemos escoger vivir una vida sin significado o una vida con propósito.

Si pensamos que somos la forma más alta de vida en el proceso de la evolución, y que por lo tanto somos mucho, la realidad es que estamos negando el insuperable valor que Dios mismo nos dio. Nuestra existencia y nuestro futuro pierden el valor que tienen por el hecho de ser hijos de Dios, y quedan reducidos al de una especie animal. Es en verdad trágico que el hombre, por su vana actitud de creerse importante, haya despreciado el inapreciable privilegio de llegar a ser un hijo de Dios, quien quiere darle la vida eterna para que pueda compartir con él el universo en toda su gloria y majestad.

Las consecuencias de ciertas ideas

No existe nada que ejerza un mayor efecto en nuestros principios morales que el hecho de creer o no en Dios. Las decisiones que tomamos en este aspecto tienen consecuencias en nuestras propias vidas y, colectivamente, en la sociedad. Nuestra actitud hacia la ley, el respeto y reconocimiento de la autoridad, el respeto por las vidas que están en gestación y hasta por nuestra actividad sexual, son motivados en gran parte por nuestra creencia —o falta de ella— en Dios. Nuestro comportamiento general, así como nuestro amor y dedicación en las relaciones interpersonales, generalmente se reducen a un concepto fundamental: ¿Le creemos a Dios cuando nos habla por medio de su Palabra escrita? (Hebreos 1:1-2).

En los dos últimos siglos la humanidad ha venido pasando por una supuesta época de ilustración avanzada en la cual el claro mensaje de filósofos y científicos es que el hombre no necesita a Dios para que le diga qué es correcto y qué no lo es. Como resultado, el ateísmo y el materialismo han venido siendo cada vez más aceptados como la pauta que se debe seguir. Los que creen en Dios y en la veracidad de la Biblia, generalmente son considerados como ignorantes, supersticiosos o anticuados, y en ocasiones hasta peligrosos.

Richard Dawkins, decidido defensor de la teoría de la evolución, escribió: “Es absolutamente seguro que, si usted conoce a alguien que dice no creer en la evolución, esa persona es ignorante, lerda o chiflada (o malvada, pero prefiero no pensar eso)” (análisis del libro Blueprints [“Planos”], publicado en el diario The New York Times el 9 de abril de 1989).

Las instituciones educativas y gubernamentales que más influencia ejercen en el pensamiento y conducta de la sociedad, en su mayoría han expulsado a Dios de sus salones. La gran mayoría de los cursos de filosofía, sicología, ciencia e historia parten de una premisa evolucionista: que Dios no existe y que la vida surgió espontáneamente y por casualidad. Por tanto, en sus planes de estudio no se toma en consideración ningún propósito general o significado decisivo para la vida humana.

¿Adónde nos conduce todo esto?

Un móvil disimulado

¿Cuáles son los resultados de negar la existencia del Creador? ¿Acaso no daña y tergiversa el razonamiento de uno? En la Biblia leemos: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 14:1). Y en ese mismo versículo se nos habla de los resultados de tal actitud: “Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien”. Su perspectiva se vuelve completamente pervertida.

Dios entiende muy bien los móviles de quienes niegan la realidad de que él existe. Cuando se convencen a sí mismos de que Dios no existe, ya no les importa lo que es bueno o lo que es malo. No tienen ninguna norma decisiva que guíe su comportamiento; por lo tanto, no ven por qué no han de hacer lo que les plazca.

El escritor Aldous Huxley (1894-1963), miembro de una distinguida familia inglesa de intelectuales, reconoció: “Yo tenía motivos para no querer que el mundo tuviera un significado; por consiguiente, supuse que no tenía ninguno, y sin dificultad alguna pude encontrar razones satisfactorias para esta presunción . . . Los que no encuentran significado en el mundo, generalmente no lo encuentran porque, por una razón u otra, a ellos les resulta más conveniente un mundo sin significado” (Ends and Means [“Fines y medios”], 1946, p. 273).

¿Adónde conduce semejante forma de pensar? El mismo Huxley lo explica: “Para mí mismo, como sin duda para la mayoría de mis contemporáneos, la filosofía de la carencia de significado fue básicamente un instrumento de liberación. La libertad que deseábamos era tanto la emancipación de cierto sistema político y económico como de cierto sistema de moralidad. Rechazamos la moralidad porque obstaculizaba nuestra libertad sexual . . . Había un método admirablemente sencillo para refutar a esa gente y al mismo tiempo justificarnos nosotros mismos en nuestra rebeldía política y erótica: Pudimos negar que el mundo tenía significado alguno” (ibídem, p. 270).

Huxley abiertamente declaró que fue su deseo de liberarse de las normas morales lo que los impulsó a él y a otros que compartían sus ideas a plantear una premisa que les permitiera desechar todo concepto de obligaciones morales absolutas.

¿Cuántos estudiantes en nuestras instituciones educativas tienen siquiera idea de que fueron estos los móviles que dieron forma a las teorías y filosofías que ahora se les enseñan como realidades? Probablemente muy pocos, si acaso hay alguno. Pero el hecho es que la teoría de que la vida evolucionó caprichosamente fue generada y alimentada por el antagonismo contra las normas y principios de Dios.

El regocijo de negar a Dios

El hermano de Huxley, Julian (1887-1975), fue más tajante aún: “Es formidable el alivio espiritual que se experimenta al rechazar la creencia en Dios como un ser sobrehumano” (Essays of a Humanist [“Ensayos de un humanista”], 1966, p. 223).

Aldous y Julian Huxley fueron nietos de Thomas Huxley (1825-1895), amigo íntimo de Darwin y entusiasta impulsor de la teoría de la evolución. Al principio de la polémica sobre la evolución, Thomas Huxley confesó sus prejuicios antirreligiosos a un amigo biólogo: “Me agrada que tú veas la importancia de hacerles la guerra a los clérigos . . . Deseo que la próxima generación pueda estar menos encadenada de lo que ha estado la mía a las crasas y estúpidas supersticiones de la ortodoxia [religiosa]. Y me sentiré muy satisfecho si puedo tener aunque sea un pequeño éxito en hacer que esto suceda” (The Columbia History of the World [“Historia del mundo, de Columbia”], 1972, p. 957).

Más recientemente, el paleontólogo Stephen Jay Gould aseveró: “Estamos aquí porque un raro grupo de peces tuvo unas aletas particulares que pudieron transformarse en piernas para ser criaturas terrestres; porque algunos cometas se estrellaron en la Tierra y extinguieron a los dinosaurios, lo que dio la oportunidad a los mamíferos que de otra forma no la hubieran tenido (así que literalmente agradézcanles a sus estrellas de la suerte); porque la tierra nunca se congeló totalmente durante la edad de hielo; porque una pequeña y fina especie, que surgió en África hace unos 250.000 años, se las ha arreglado de alguna manera para sobrevivir hasta ahora.

”Podemos anhelar una respuesta ‘de más arriba’, pero no existe ninguna. Aunque a primera vista esta explicación es molesta, si no es que aterrorizadora, en última instancia es liberadora y estimulante” (David Friend, The Meaning of Life [“El significado de la vida”], 1991, p. 33).

Pero ¿por qué habría alguien de sentirse liberado y estimulado al convencerse de que Dios no existe?

El problema está en el corazón. Uno de los antiguos profetas lo explicó así: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Dios revela los oscuros propósitos de quienes intencionadamente se ponen en contra de él: “Vocean pomposas vaciedades y, excitando los deseos de la carne y el desenfreno, seducen a los que apenas empiezan a apartarse de los que viven en el extravío. Les prometen libertad, ellos los esclavos de la corrupción: pues cuando uno se deja vencer por algo, queda hecho su esclavo” (2 Pedro 2:18-19, Nueva Biblia Española).

Nosotros debemos proteger nuestras mentes de esas “pomposas vaciedades” con que constantemente nos bombardean quienes promueven la falsa teoría de la evolución. Tales conceptos tienen un efecto progresivo y traicionero en nosotros y en la sociedad, un efecto que la Biblia llama esclavitud.

Examinemos el motivo

Dios claramente nos hace saber el motivo de los que niegan su existencia. Por medio del apóstol Pablo nos explica que algunos lo rechazan a fin de satisfacer sus propios apetitos. Notemos cómo ocurre y cuáles son las trágicas consecuencias: “Lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:19-21).

Lo que Pablo nos dice aquí es que cuando vemos el cielo y analizamos el mundo que nos rodea, debería resultarnos innegable la mano creadora de Dios. Una persona consciente reconocerá que Dios existe por la prueba misma de que tiene ojos para ver. Pablo está diciendo que uno debe llegar a la conclusión de que Dios es el Creador y reconocer muchas de sus características al observar las cosas maravillosas que ha hecho. Discurrir otra cosa —que el Sol, la Luna, la Tierra y las estrellas surgieron espontáneamente de la nada— es completamente incongruente.

No obstante, los prejuicios de algunas personas en contra de la existencia de Dios son tan profundos que los hace razonar precisamente lo contrario: que el mundo físico no exige la existencia de un Creador. En los versículos 22 y 23 Pablo sigue describiendo lo que sucede en las mentes de estas personas: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”. Les atribuyen poderes divinos a las criaturas y rechazan al Creador.

¿Ha sido usted engañado por ese falso razonamiento al suponer que los eruditos de este mundo son sabios tan sólo porque pueden observar similitudes en las plantas y animales, y luego elaboran hipótesis en las que aseguran que todos tienen un antepasado común?

Pablo continúa diciendo: “Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (vv. 24-25).

¿Adónde conduce tal forma de pensar? Pablo también examina el fruto de la mente que no tiene en cuenta a Dios: “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (vv. 26-27).

Luego el apóstol llega al meollo del asunto. Tal como lo expresó tan abiertamente Aldous Huxley, la gente no quiere que Dios les prohíba satisfacer sus apetitos carnales: “Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia” (vv. 28-31).

Estos son los resultados previsibles cuando no se tiene en cuenta a Dios (v. 28). Nos describen una sociedad que no acepta a Dios y su ley moral, y tampoco admite los principios establecidos de lo que es correcto y lo que no lo es.

“Dios está muerto”

Friedrich Nietzsche (1844-1900), uno de los filósofos más famosos de la época moderna, tuvo que ver mucho con los ataques a Dios como la fuente de las normas morales absolutas. Sus conceptos tuvieron un efecto dramático en algunos de los hombres más influyentes del siglo 20, especialmente en Adolfo Hitler.

Nietzsche pretendió reemplazar la religión cristiana (con su creencia y confianza en Dios) con un mundo nuevo de fundamento ateo. Intentó redefinir la vida humana sin Dios. Declaró que los principios cristianos debilitaban al hombre y le impedían llegar a la verdadera grandeza que llevaba dentro. El cristianismo con sus principios de moralidad, arrepentimiento y humildad eran conceptos degradantes que tenían que ser rechazados a fin de que la humanidad pudiera liberarse y aspirar a más grandes alturas y escalar las montañas del triunfo individual.

Nietzsche apoyó fuertemente el concepto de que, como él lo expresó: “Dios está muerto”. Escribió su filosofía en un estilo que estimulaba la emoción y la imaginación. Alegó que ya que Dios estaba muerto, nosotros los humanos merecíamos ocupar su lugar. No obstante, escribió que el hombre no estaba listo para tan alto puesto, y que hasta que pudiera estarlo debía pasar por un tiempo de cambio y revolución. Pero el día vendría cuando este mundo ateo sería recibido en los brazos de un super-libertador filosófico.

Aparece el superhombre

Las conjeturas de Nietzsche se hicieron realidad en parte. Sus enseñanzas nihilistas estaban listas para ser adoptadas por un mundo que estaba cambiando rápidamente debido a la influencia de los filósofos que lo habían precedido: el escéptico David Hume; Emmanuel Kant, quien glorificó la superioridad del razonamiento humano; y el existencialista Sören Kierkegaard. Aparecieron grandes hombres, ateos y menospreciadores de la religión, quienes intentaron ser lo que el mundo estaba esperando: el nuevo superhombre. Hombres como Adolfo Hitler, José Stalin, Mao Tse-tung y Pol Pot fueron producto de esa filosofía experimental.

El historiador Paul Johnson escribió: “Friedrich Nietzsche . . . vio a Dios no como una invención sino como una víctima, y su fallecimiento . . . como un importante acontecimiento histórico, el cual tendría dramáticas consecuencias. En 1886 él escribió: ‘El acontecimiento más grande de los últimos años —que “Dios está muerto”, que la creencia en el Dios cristiano ya no se puede sostener— ha empezado a proyectar sus primeras sombras sobre Europa’.

”Para las razas avanzadas, la decadencia y finalmente el derrumbe del fervor religioso dejaría un gran vacío. La historia de la era moderna es en gran parte la historia de cómo se ha llenado ese vacío. Nietzsche correctamente entendió que el postulante más factible sería lo que él llamó ‘la voluntad del poderío’ . . .

”En lugar de la creencia religiosa estaría la ideología secular. Los que una vez habían sido los jerarcas del clero totalitario vendrían a ser los políticos totalitarios. Y sobre todo, la voluntad del poderío produciría una nueva clase de mesías, no refrenado por prohibiciones religiosas de ninguna índole, y con un apetito insaciable por controlar a la humanidad. El fin del viejo orden, con un mundo sin guía y a la deriva en un universo relativista, era una invitación para que aparecieran estadistas tipo gángster. No tardaron en aparecer” (A History of the Modern World From 1917 to the 1980s [“Historia de la era moderna desde 1917 hasta los años ochenta”], 1983, p. 48).

Mirando retrospectivamente en el siglo 20, Paul Johnson escribió: “Hemos vivido un terrible siglo de guerra y destrucción precisamente porque hombres poderosos se apropiaron de las prerrogativas de Dios. Yo le llamo al siglo 20 el Siglo de la Física, iniciado por las teorías especiales y generales de Einstein. Durante este período la física vino a ser la ciencia predominante, la cual produjo la energía nuclear y los viajes espaciales.

”El siglo también produjo la ingeniería social, la práctica de mover grandes multitudes de gente de un lugar a otro como si fueran arena o concreto. La ingeniería social fue una característica clave en los regímenes totalitarios del nazismo y el comunismo, donde fue combinada con el relativismo moral (la creencia de que lo correcto y lo incorrecto puede ser cambiado según los gustos de las sociedades humanas) y la negación de los derechos de Dios.

”Para Hitler, la ley superior del partido fue más importante que los Diez Mandamientos. Lenin alabó la conciencia revolucionaria como una guía más segura para la humanidad que la conciencia creada por la religión” (“The Real Message of the Millennium” [“El verdadero mensaje del milenio”], artículo publicado en la revista Rea­der’s Digest en inglés, diciembre de 1999, p. 65).

Ingeniería social

Carlos Darwin fue quien les dio a los filósofos lo que buscaban. Antes de Darwin, los conceptos eran vagos, quizá reacciones en contra de abusos previos de organismos y gobiernos corruptos. Darwin le dio vida a la filosofía nihilista, existencialista y racionalista. Con su teoría de la selección natural pudo explicar científicamente —cuando menos en teoría— que, al fin y al cabo, no tenía que haber un Creador. La vida podía haber surgido por sí misma y luego evolucionado sin Dios.

Así la filosofía y la ciencia se unieron para acabar con el control que la religión ejercía sobre las masas. Con la teoría de la evolución —y las secuelas de semejante forma de pensar— vendría el siglo más sangriento de la historia.

El distinguido moralista Víctor Frankl, sobreviviente de Auschwitz, escribió: “Si le enseñamos al hombre un concepto del hombre que no es verdad, podemos pervertirlo. Cuando lo presentamos como . . . un conjunto de instintos, como un esclavo de impulsos y reacciones, como un simple producto de la herencia y del medio ambiente, alimentamos el nihilismo al cual el hombre de hoy está, en todo caso, propenso.

”Yo pude familiarizarme con la última etapa de la corrupción en Auschwitz, mi segundo campo de concentración. Las cámaras de gas de Auschwitz eran el resultado final de la teoría de que el hombre no es más que producto de la herencia o del medio ambiente . . . Estoy absolutamente convencido de que, al fin y al cabo, las cámaras de gas de Auschwitz, Treblinka y Maidanek fueron preparadas no en algún ministerio en Berlín, sino más bien en los escritorios y en las salas de conferencias de los científicos y filósofos nihilistas” (The Doctor and the Soul: Introduction to Logotherapy [“El médico y el alma: Introducción a la logoterapia”], 1982, p. xxi).

Las palabras de Hitler, inscritas en Auschwitz con la esperanza de que el hombre nunca más descienda a tal grado de salvajismo, son un serio recordatorio de lo que sucede cuando rechazamos los principios morales de Dios: “Yo liberé a Alemania de las estúpidas y degradantes falacias de conciencia y moralidad . . . Adiestraremos jóvenes ante quienes el mundo temblará. Quiero gente joven capaz de ser violenta: autoritaria, implacable y cruel” (Ravi Zacharias, Can Man Live Without God? [“¿Puede el hombre vivir sin Dios?”], 1994, p. 23).

La supervivencia del más apto

Mirando retrospectivamente podemos entender cómo los conceptos de un mundo sin Dios, entre ellos que el género humano sobrevivió por el principio de la supervivencia del más apto, y que los seres humanos pueden alcanzar un grado sumo de poder, condujeron inevitablemente al vergonzoso hecho de que, tan sólo en la primera mitad del siglo 20, más personas fueron muertas por otras personas que en toda la historia de la humanidad hasta ese tiempo. La justificación para la mayor parte de esta matanza fue el concepto de la selección natural que forma parte del darvinismo.

La aplicación del principio de la supervivencia del más apto en los seres humanos vino a ser conocido como darvinismo social. Aunque Darwin, al parecer, no condonaba esta generalización de su teoría de la selección natural dentro de las relaciones sociales, sí aseveraba que la evolución humana avanzaba por medio de guerras y luchas.

“Hay unos pocos evolucionistas que se han sentido avergonzados por las implicaciones sociales de la evolución y han hecho hincapié en la colaboración (en lugar de las luchas) como un elemento de la evolución. Otros han dicho que ha sido utilizada erróneamente para defender el militarismo y los abusos sociales.

”Desde luego, la aplicación darviniana de la supervivencia del más apto en las relaciones humanas, por gente sin escrúpulos, no tiene ninguna relación directa con el asunto de si los humanos u otras criaturas evolucionaron de formas sencillas de vida. Pero estos abusos han sido permitidos y fomentados utilizando la evolución como pretexto; y si la evolución no es verdad, resulta más trágico aún” (Bolton Davidheiser, Evolution and Christian Faith [“La evolución y la fe cristiana”], 1969, p. 354).

El futuro de la evolución

No hay duda de que el principio de la evolución, que dio su fruto mortal a todo lo largo del siglo 20, habrá de seguir floreciendo en este siglo. Ahora el afán está centrado en mejorar genéticamente al género humano. Algunos investigadores hablan ya de prolongar la vida y eliminar las enfermedades por medio de tratamientos y trasplantes genéticos. Ya es común hablar de mejorar las capacidades físicas y mentales y dar talentos naturales individualmente por medio de la manipulación genética. Por ahora se está luchando con los aspectos legales, emocionales y éticos que tienen que ver con tales prácticas.

En síntesis, el hombre cree que puede encauzar su propia evolución. Quizá eso no sea una idea tan rara. Es el resultado natural del intento del hombre por alcanzar una vida superior sin Dios; y quizá hasta piense que por medio de la evolución artificial puede llegar a vencer la muerte y por fin lograr la inmortalidad.

De todas formas, sería mucho más fácil y seguro creerle a Dios. El hombre puede lograr todo lo que es bueno para él ahora —una vida física feliz y productiva— y en un tiempo futuro, la inmortalidad. Pero quiere lograrlo por sus propios medios, sin reconocer ni obedecer a su Creador. Su naturaleza carnal lo lleva a satisfacer sus deseos egoístas, lo que le acarrea los sufrimientos físicos, mentales y emocionales que son el resultado de quebrantar las leyes de Dios. Pero valiéndose de la inteligencia que Dios le dio, trata de eludir las consecuencias.

Resulta irónico ver cómo el hombre se aferra a su creencia en leyes físicas y naturales definitivas, pero se opone fuertemente a la idea misma de que las leyes espirituales de Dios son igualmente definitivas e inalterables. Cuando se trata de su comportamiento, de alguna manera encuentra la forma de convencerse de que Dios no existe, creyendo que así podrá evitar las consecuencias. Pero no nos equivoquemos: Cuando el hombre quebranta cualquiera de las leyes de Dios, cosechará el fruto de sus obras, crea o no en la existencia de un Gobernante supremo.