El Dador de la vida

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El Dador de la vida

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¿Cómo empezó la vida? La inmensa variedad de seres vivientes de la tierra, ¿acaso evolucionó de la nada? ¿Cómo pudo la materia inerte, carente de vida, llegar a ser un tejido vivo? ¿Qué procesos químicos transformaron las sustancias inertes en organismos vivos? ¿Pueden estos procesos iniciarse espontáneamente, o exigen una intervención sobrenatural? ¿Se puede, en forma convincente, atribuir la vida a una causa sobrenatural, a un Dador de la vida? Estas son preguntas fundamentales que requieren respuestas fidedignas.

Estas preguntas son particularmente molestas para quienes aceptan la explicación que los ateos y evolucionistas dan acerca de la vida. Aun el mismo Richard Dawkins, evolucionista intransigente, acepta que “la esencia de la vida es una improbabilidad matemática descomunal. Por lo tanto, cualquiera que sea la explicación para la vida, no puede ser la casualidad. La verdadera explicación para la existencia de la vida tiene que abarcar la antítesis misma de la casualidad” (The Blind Watchmaker [“El relojero ciego”], 1986, p. 317).

La ciencia no puede aducir ninguna prueba convincente sobre la teoría de la evolución. A pesar de los decididos intentos que por años se han estado realizando, no existe ninguna prueba sólida sobre la generación espontánea de vida. La teoría de la evolución continúa siendo exactamente eso: ¡una teoría sin pruebas!

El hecho es que no existe ninguna prueba científica de que la vida haya provenido de la materia inerte. Los intentos por mostrar que la vida puede generarse espontáneamente, han demostrado todo lo contrario. A pesar de los grandes titulares de la prensa, cuando los científicos han tratado de crear las condiciones más favorables en controlados experimentos de laboratorio, no han logrado avanzar nada. Lo único que han logrado es confirmar las astronómicas posibilidades en contra de que la vida pueda surgir espontáneamente. Nunca ha surgido y nunca surgirá, porque la vida tiene que provenir de vida preexistente.

Después de la pregunta acerca del origen del universo mismo, esta es la siguiente pregunta esencial que debemos enfrentar: ¿Cómo empezó la vida? Una vez que estamos convencidos de que el universo tuvo un Creador, debe resultarnos obvio que la vida también fue creada. Sin embargo, los evolucionistas persisten en su teoría de que la vida se originó en un accidente fortuito y evolucionó por medio de procesos puramente físicos de mutación y selección natural, sin la intervención de un Creador y Diseñador inteligente. La supuesta progresión de formas de vida sencillas que evolucionaron a lo largo de miles de millones de años para convertirse en formas de vida complejas, pasa por alto la pregunta esencial: ¿Cómo pudo surgir la vida de donde no había vida?

La teoría de la sopa prebiótica

Algunos han intentado demostrar cómo empezó la vida al describir un pasado remoto e hipotético. La escena transcurre en la Tierra recientemente formada que estaba enfriándose lentamente, con una atmósfera de gases simples como el hidrógeno, nitrógeno, amoníaco y bióxido de carbono, con poco o nada de oxígeno.

Ellos dicen que esta clase de atmósfera estuvo sujeta a ciertas formas de energía, tales como descargas eléctricas de relámpagos, y esto provocó una reacción que produjo aminoácidos básicos. Suponen que algunos compuestos fueron acumulándose hasta que los primeros océanos llegaron a la consistencia de una sopa caliente. Luego se efectuó una reacción y se produjeron los aminoácidos elementales, los componentes de las proteínas. Con el tiempo, se formaron cadenas de ADN (ácido desoxirribonucleico) y finalmente células. De alguna manera, la vida surgió de esta sopa prebiótica.

Algunos investigadores han obtenido una variedad de aminoácidos y otros compuestos al enviar una chispa a través de una mezcla de gases. No obstante, por mucho que han tratado, no han podido crear vida; ni siquiera remotamente han demostrado que la vida pueda surgir de sustancias químicas, ni aun de las correctas, mezclándolas por un tiempo indeterminado bajo condiciones predeterminadas.

La inteligencia del hombre con su avanzada tecnología sólo ha podido producir un puñado de los constituyentes orgánicos necesarios para la vida. Nunca ha podido crear un organismo, mucho menos un organismo vivo. Aun la clonación, un notable logro que aparece frecuentemente en las noticias, utiliza vida ya existente. Ninguna forma de vida —ni siquiera una célula viva, mucho menos algo tan infinitamente complejo como una bacteria— ha sido alguna vez creada por un experimento humano.

El razonamiento científico está todo al revés. Los científicos saben que existe la vida, pero suponen que no hubo un Creador o Diseñador inteligente. Entonces han tratado de crear la situación más probable, según lo que ellos piensan, bajo la cual la vida pudo haber surgido espontáneamente. Hasta ahora sólo han podido convertir materia inerte, sin vida, en otra materia inerte, sin vida.

Eso no ha impedido que muchos científicos concluyan que la vida surgió espontáneamente de una sopa prebiótica. Pero ellos aún no han podido —ni pueden— producir materia viva de materia muerta.

¿Vida proveniente del espacio?

No todos los científicos se sienten cómodos basando el origen de la vida en simples suposiciones. Muchos de ellos se sienten molestos con la teoría de la sopa prebiótica como el origen de la vida. Algunos reconocen que no es más que pura fantasía.

Francis Crick, biofísico que ganó el Premio Nobel por su labor ayudando a definir la estructura molecular del ADN, es un destacado científico que rechaza esta posibilidad. Él escribió: “Un hombre honrado, basándose en el conocimiento que ahora tenemos disponible, sólo podría decir que, en algún sentido, el origen de la vida parece ser casi un milagro, debido al gran número de condiciones que hubieran tenido que cumplirse para crearla” (Life Itself: Its Origin and Nature [“La vida misma: Su origen y naturaleza”], 1981, p. 88).

Aceptando que las probabilidades de que la vida surgiera por pura casualidad son una absoluta imposibilidad, él y otros distinguidos científicos han adoptado una creencia en la panspermia: que la vida no pudo haber surgido espontáneamente en la Tierra, pero brotó cuando algunos microorganismos o esporas llegaron aquí procedentes de algún lugar en el universo.

Sir Fred Hoyle, renombrado astrofísico inglés, y su colega Chandra Wickramasinghe, profesor de matemáticas aplicadas y astronomía en Cardiff, Gales, calcularon las posibilidades de que todas las proteínas necesarias para la vida se formaran por casualidad en cierto lugar, como los científicos suponen que sucedió en nuestro planeta. Ellos expusieron que las posibilidades eran una en 1040.000, es decir, el número 1 seguido por cuarenta mil ceros (suficientes para llenar aproximadamente siete páginas de esta publicación).

Para poner esta cifra en perspectiva, hay sólo cerca de 1080 partículas subatómicas en todo el universo visible. Los matemáticos creen que una probabilidad de menos de 1 en 1050 es completamente imposible. Ellos llegaron a la conclusión de que la posibilidad de que la vida surgiera conforme al cuadro científico tradicional es “una posibilidad exorbitantemente pequeña, que no podría presentarse aunque todo el universo consistiera de una sopa orgánica” (Evolution From Space [“Evolución desde el espacio”], 1981, p. 24).

La conclusión del profesor Hoyle es que “la vida no podía haberse originado aquí en la Tierra. Tampoco parece que pueda explicarse la evolución biológica desde el punto de vista de que la vida está limitada al ámbito terrestre . . . Todo esto puede ser confirmado por medios estrictamente científicos, por experimentos, observación y cálculos” (The Intelligent Universe [“El universo inteligente”], 1983, p. 242).

Los profesores Hoyle y Wickramasinghe, al igual que Francis Crick, confiesan que la explicación científica tradicional del origen de la vida en nuestro planeta es sencillamente una imposibilidad. Pero no queriendo reconocer que existe un Creador y Dador de la vida, ellos también recurrieron a la panspermia como la explicación más aceptable del origen de la vida en la Tierra. Desde luego, el concepto de la panspermia no explica cómo surgió la vida; solamente traslada el espinoso asunto del origen de la vida a algún otro rincón lejano del universo.

El hecho de que estos reconocidos y respetados científicos adopten tales hipótesis casi inimaginables, pone de manifiesto la imposibilidad de que los miles de complicados factores que son necesarios para la vida surgieran por azar, como lo plantea el concepto tradicional de la evolución.

El origen de las nuevas especies

Si la ciencia no puede explicar cómo se originó la vida, ¿puede explicar cómo se originaron las nuevas formas de vida?

Carlos Darwin sencillamente hizo a un lado el asunto del origen de la vida adoptando la actitud de que “es una simple tontería pensar ahora en el origen de la vida; es [tan absurdo] como si uno tratara de averiguar el origen de la materia” (Encyclopædia Britannica, decimoquinta edición, 10:900). Se habla mucho de que la teoría de la evolución es un hecho, pero un hecho basado en dos suposiciones anteriores: que el universo surgió de la nada y que la vida se generó espontáneamente de sustancias químicas sin vida. Al suponer que estas dos premisas son verdad, los evolucionistas entonces presentan el argumento de que unas formas de vida complicadas se desarrollaron a partir de las células que brotaron a la vida en la sopa prebiótica.

Es aquí donde entra Carlos Darwin. Él dio vida al concepto de la evolución al proponer que las especies se transforman a sí mismas continuamente, con cambios minúsculos, por medio de la selección natural. Dijo que estas pequeñas variaciones aparecieron por casualidad y se esparcieron por casualidad. Finalmente, estos pequeños cambios influyeron en la reproducción, y entonces la selección natural pudo pasar las nuevas características a los descendientes.

Existen varios errores fatales en este concepto. Si aceptamos la noción de “la supervivencia del más apto”, lo cual es un postulado de la evolución, tuvo que haber presión para que estas mejores características se desarrollaran. Si cierto cambio (por ejemplo, una pierna para ayudar a una criatura a moverse mejor sobre la tierra o un ala para evitar que se rompiera el cuello en una caída) fuera necesario para la supervivencia, entonces tendría que desarrollarse casi instantáneamente o el cambio no podría beneficiar en nada a la criatura que lo necesitara. Una pierna a medio desarrollo en un anfibio o una media ala en un dinosaurio ¡los pondría en gran desventaja en la lucha por la supervivencia!

El desafío más grande para Darwin

La descripción de los fósiles que encontramos en muchos libros de texto presenta las variadas formas de vida que han existido en nuestro planeta, muchas de las cuales se han extinguido.

La interpretación común de los fósiles es en gran parte simplemente un artificio que se utiliza para apoyar la teoría darviniana de que la vida progresó por casualidad de formas sencillas a formas complicadas sin la intervención de una fuerza sobrenatural. Podemos encontrar gráficas y dibujos en casi todos los libros de biología en los que se describe una transformación gradual de una especie a la otra: de peces a anfibios, de anfibios a reptiles, de reptiles a mamíferos, etc.

Tales ilustraciones presentan una progresión constante de fósiles sencillos a fósiles complicados en la corteza terrestre. Pero esa supuesta progresión no es constante en la geología real. El desacuerdo entre los dibujos y lo que de hecho se encuentra en la corteza terrestre rara vez se señala en los libros de texto o en artículos acerca de la evolución. Los evolucionistas están tan convencidos de que toda vida se desarrolló de las formas más simples hasta las criaturas complicadas, que suelen descartar las pruebas que contradicen sus teorías.

Si la evolución fuera la verdadera razón de la inmensa variedad de vida que hay en la tierra, de seguro encontraríamos abundantes pruebas de las innumerables especies intermedias que tendrían que haber existido. El mismo Carlos Darwin tuvo que enfrentarse al hecho de que los fósiles no apoyaban sus afirmaciones. Él preguntó: “. . . ¿Por qué, si las especies han descendido de otras especies por medio de gradaciones minúsculas, no vemos por doquier innumerables formas de transición? . . . ¿Por qué no las encontramos en abundancia, empotradas en la corteza terrestre?” (The Origin of Species [“El origen de las especies”], pp. 136-137).

Darwin escribió: “El número de variedades intermedias, que existieron en el pasado, [debió] ser verdaderamente inmenso. ¿Por qué entonces cada formación geológica y cada capa terrestre no está llena de tales eslabones intermedios? Ciertamente la geología no revela tal gradación minúscula en la cadena orgánica; y esto, quizá, es la objeción más obvia e importante que puede ser alegada en contra de la teoría [de la evolución]. La explicación de esto, a mi parecer, radica en la extremada imperfección de los datos geológicos” (ibídem, pp. 260-261).

Él estaba convencido de que en las exploraciones y descubrimientos posteriores se resolverían las muchas dificultades que había en su teoría debido a la falta de especies intermedias. Pero ahora, un siglo y medio después, con muy pocas partes del globo terráqueo sin explorar, ¿qué es lo que nos muestran los fósiles?

El testimonio de los fósiles

Niles Eldredge, conservador de la sección de invertebrados en el Museo Norteamericano de Historia Natural y profesor universitario en la ciudad de Nueva York, es un enérgico partidario de la evolución. Sin embargo, confiesa que los fósiles no apoyan la perspectiva evolucionista: “No es de sorprenderse que los paleontólogos se hayan mantenido alejados de la evolución por tanto tiempo. Parece que nunca sucede. Lo que revela el asiduo análisis [de los fósiles] son . . . unas variaciones menores, y la muy eventual y ligera acumulación de cambio, a lo largo de millones de años. Este es un ritmo demasiado lento para que realmente haya dado lugar al cambio prodigioso que ha ocurrido en la historia de la evolución.

”Cuando vemos la introducción de alguna novedad evolutiva, por lo general se muestra como una explosión, ¡y frecuentemente sin ninguna prueba de que los organismos no evolucionaron en algún otro lugar! La evolución no puede continuar por siempre en algún otro lugar. Sin embargo, así es cómo las pruebas de los fósiles les han parecido a muchos desesperados paleontólogos que tratan de aprender algo sobre la evolución” (Reinventing Darwin: The Great Debate at the High Table of Evolutionary Theory [“Darwin reinventado: La gran discusión en la mesa alta de la teoría de la evolución”], 1995, p. 95).

En tiempos recientes, quizá el escritor más conocido en asuntos de evolución ha sido Stephen Jay Gould, ya fallecido paleontólogo de la Universidad de Harvard. Él fue un vehemente evolucionista que colaboró con el profesor Eldredge para formular alternativas al punto de vista tradicional del darvinismo. Reconoció, al igual que Eldredge, que el testimonio de los fósiles contradice el concepto darviniano del desarrollo gradual. Gould escribió: “En la historia de la mayoría de las especies fosilizadas hay dos características que particularmente no concuerdan con el progreso gradual: [1] Estasis. La mayoría de las especies no mostraron ningún cambio direccional durante el tiempo que existieron. Aparecen en el registro de fósiles con la misma apariencia que cuando desaparecen; el cambio morfológico por lo general es limitado y sin dirección.

”[2] Aparición repentina. Nunca aparece ninguna especie en un lugar gradualmente, por la constante transformación de sus antepasados: aparece súbitamente y ‘completamente formada’” (“Evolution’s Erratic Pace”, Natural History [“El ritmo errático de la evolución”, revista “Historia natural”], mayo de 1977, pp. 13-14).

La carencia inoportuna de fósiles

Francis Hitching, miembro del Instituto Real de Arqueología, de la Sociedad de Prehistoria y de la Sociedad para la Investigación de la Física, también ve dificultades evidentes al recurrir a los fósiles para tratar de comprobar las hipótesis del darvinismo.

Él escribió: “En los museos del mundo hay cerca de 250.000 especies distintas de plantas y animales fosilizados. Esto se compara con 1,5 millones de especies conocidas que están vivas actualmente en la Tierra. De acuerdo con los coeficientes conocidos de cambio evolutivo [es decir, el supuesto cambio según las teorías de la evolución], se ha calculado que el número de especies fosilizadas que han vivido es cuando menos 100 veces mayor que el número de las que han sido descubiertas . . . Pero lo curioso del asunto es que hay una constancia en las ausencias de fósiles: los fósiles no se encuentran en ninguno de los lugares importantes.

”Cuando uno busca los eslabones entre los principales grupos de animales, sencillamente no están allí; cuando menos, no en un número suficiente para eliminar las dudas con respecto a su identificación como tales. O no existen o son tan raros que siempre se está discutiendo acerca de si determinado fósil es, o no es, o podría ser, la transición entre este grupo y aquél.

”. . . Debiera haber armarios llenos de [fósiles de especies] intermedias; ciertamente, uno esperaría que [la transformación de] los fósiles [sería] tan gradual que sería difícil señalar dónde terminaron los invertebrados y empezaron los vertebrados. Pero no es así. En lugar de eso, conjuntos de peces bien definidos, fáciles de clasificar, aparecen dentro del registro de fósiles aparentemente de la nada: misteriosa y repentinamente, totalmente formados, y en la forma más contraria al darvinismo. Y antes de [estas especies], donde debieran estar sus ancestros, están exasperantes e ilógicos vacíos” (The Neck of the Giraffe: Darwin, Evolution and the New Biology [“El cuello de la jirafa: Darwin, la evolución y la nueva biología”], 1982, pp. 9-10).

El secreto de la paleontología

¿Qué quiere decir todo esto? La pura verdad es que si la evolución significa el cambio progresivo de una clase de organismo a otra, la característica sobresaliente del registro de los fósiles es la ausencia de pruebas que respalden este concepto y la abundancia de pruebas en su contra. La evolución es una teoría, y el único lugar lógico para encontrar pruebas de esa teoría es entre los fósiles. Pero en vez de mostrar un cambio progresivo, lento, a lo largo de los eones, ¡los fósiles muestran todo lo contrario!

El profesor Eldredge dejó muy en claro cuál era la magnitud del problema cuando reconoció que Darwin “fundamentalmente inventó un campo nuevo de investigación científica (lo que ahora se le llama ‘tafonomía’) para explicar por qué el registro de fósiles es tan deficiente, tan lleno de vacíos, que los patrones de cambio progresivo que se esperan sencillamente no aparecen” (Eldredge, op. cit., pp. 95-96).

Igualmente, el profesor Gould reconoció que la “extrema rareza” de pruebas de la evolución en el registro de fósiles es “el secreto profesional de la paleontología”. Reconoce además que “los árboles evolucionistas que adornan nuestros libros de texto tienen información sólo en las puntas y los nudos de sus ramas; el resto, por razonable que sea, es suposición, no lo que demuestran los fósiles” (Gould, op. cit., p. 14).

Pero ¿acaso los paleontólogos revelan su “secreto profesional”? ¡En absoluto! “Al leer las introducciones a la evolución en escritos comunes y hasta en libros de texto . . . uno difícilmente podría adivinar que existen [los vacíos de fósiles], ya que la mayoría de los autores pasan por encima de ello con toda tranquilidad y confianza. A falta de pruebas fósiles, escriben lo que se ha dado en llamar ‘cuentos idealistas’. Afortunadamente, una mutación oportuna ocurre en un momento crítico y, como por arte de birlibirloque, una nueva etapa de la evolución se alcanzó” (Hitching, op. cit., pp. 12-13).

Phillip Johnson, profesor de derecho en la Universidad de California, analiza las pruebas en favor y en contra de la evolución de la misma manera en que analizaría las pruebas en un proceso legal. Con respecto a la representación falsa de esas pruebas, escribe: “Casi todos los que recibieron un curso universitario de biología en los últimos 60 años fueron llevados a creer que el registro de fósiles era un baluarte que defendía la clásica tesis darviniana, no una prueba en contra que tenía que ser justificada . . . El testimonio de los fósiles presenta un modelo constante de repentinas apariciones seguidas por una estasis, [y muestra] que la historia de la vida es más bien un relato de variaciones alrededor de un conjunto de diseños básicos que uno acerca de un progreso acumulativo, que la extinción ha sido causada principalmente por catástrofes más que por una atrofia progresiva, y que la interpretación tradicional de los fósiles con frecuencia se debe más a las ideas preconcebidas del darvinismo que a los hechos mismos. Al parecer, los paleontólogos han pensado que su deber es protegernos a todos nosotros de las conclusiones erróneas que podríamos haber sacado si hubiéramos conocido la realidad de los hechos” (Darwin on Trial [“El juicio de Darwin”], 1993, pp. 58-59).

El secreto que los evolucionistas no quieren revelar es que, según sus propias interpretaciones, el registro de los fósiles muestra la aparición de especies completamente formadas que existen por un tiempo y luego desaparecen. Otras especies aparecieron en otros tiempos, y luego ellas también desaparecieron con poco o ningún cambio. El testimonio de los fósiles sencillamente no respalda la teoría fundamental del darvinismo, la cual afirma que las especies cambiaron lenta y progresivamente de una forma a otra.

¿Similitudes o diferencias?

Las artimañas y el lenguaje engañoso de la evolución giran en gran parte alrededor de la clasificación de las especies. Los darvinistas pretenden explicar las relaciones naturales que ellos observan entre las plantas y entre los animales, clasificando la vida animal y vegetal de acuerdo con las similitudes físicas. Se podría decir que la teoría de Darwin no es otra cosa que una observación docta de lo que es obvio: es decir, que la mayoría de los animales parecen estar interrelacionados, porque la mayoría de ellos tienen una o más características en común.

Por ejemplo, uno puede reunir ballenas, pingüinos y tiburones en un grupo de animales acuáticos. También podemos reunir aves, murciélagos y abejas como criaturas que vuelan. Estas no son las clasificaciones finales porque existen muchas otras diferencias obvias. No obstante, la meta del darvinismo es utilizar las obvias características similares para mostrar, no que los animales se parecen en muchos aspectos, sino que están relacionados entre por medio de ancestros en común.

El profesor Johnson lo explica de esta manera: “Darwin ofreció una explicación naturalista de las características fundamentales del mundo viviente con una lógica tan seductora que cautivó al mundo científico, aun cuando quedaran dudas acerca de algunas partes importantes de su teoría. Él teorizó que los grupos discontinuos del mundo viviente eran los descendientes de ancestros en común, extintos desde hacía mucho tiempo. Grupos relativamente cercanos (como reptiles, aves y mamíferos) compartían un ancestro en común relativamente reciente; todos los vertebrados compartían un ancestro en común más antiguo; y todos los animales compartían un ancestro en común más antiguo aún. Luego sugirió que los ancestros debían haber estado ligados a sus descendientes por medio de largas cadenas de especies intermedias en transición, extintas también” (ibídem, p. 64).

Los evolucionistas optan por hacer hincapié en las similitudes en lugar de señalar las diferencias. Al hacer esto, alejan a la gente de la verdad del asunto: que las similitudes son la prueba de que hay un Diseñador único detrás de la configuración y funcionamiento de las diferentes formas de vida. Cada una de las especies de animales fue creada y diseñada para existir y funcionar de cierta manera. Darwin y los subsiguientes promotores de sus teorías se concentran en las similitudes que existen en las categorías más importantes de animales y suponen que esas similitudes demuestran que todos los animales están relacionados entre sí por medio de ancestros en común.

Sin embargo, existen grandes diferencias en las formas de vida en nuestro planeta. Si, como suponen los evolucionistas, todas las formas de vida tienen ancestros en común y unas cadenas de criaturas intermedias los ligan a esos ancestros, entre los fósiles debería existir una superabundancia de tales formas intermedias. Pero como ya lo hemos visto, los mismos paleontólogos confiesan que tal cosa no existe.

La epopeya bíblica de la creación

La existencia de la vida exige que haya un dador de la vida. Al hecho de que la vida sólo puede provenir de la vida le llamamos la ley de la biogénesis. Según la teoría de la evolución, nosotros y nuestro mundo somos resultado del azar, de la casualidad, la culminación de una serie de accidentes fortuitos. Pero la Biblia nos presenta un cuadro muy distinto: Un Dador de la vida la creó en una forma y con un propósito que no tiene nada en común con el concepto de los evolucionistas. ¿Quién es, pues, el Dador de la vida y con qué propósito la creó?

En lo que se refiere a estos interrogantes fundamentales, en esta publicación reconocemos muy especialmente la validez de la revelación bíblica. La dificultad no está en que los científicos no puedan descubrir la verdad. La dificultad estriba en que la gran mayoría de ellos sencillamente no están dispuestos a reconocer que la Biblia es el fundamento seguro para el conocimiento humano esencial y una fuente fidedigna de respuestas para las incógnitas tremendamente importantes de la vida.

Empecemos en el comienzo del Génesis. En el capítulo 1 brevemente se describe la creación de los cielos y la tierra, junto con la aparición de la luz y la parte seca. En seguida se habla acerca de la creación de la vida biológica. Desde el principio, los seres vivientes fueron divididos en grupos generales, cada uno según su género, con la facultad de reproducirse sólo dentro de su propio grupo.

Aquí vemos un hecho científico reconocido: Los animales se reproducen sólo dentro de su propia especie o género. De hecho, la capacidad que tienen los animales para cruzarse es la base para definir las especies. La Biblia declara que todas las especies principales fueron creadas; no evolucionaron unas de otras.

Dios ciertamente dotó de una amplia facultad genética a los géneros tal como se definen en la Biblia; esto se puede ver al mirar los tamaños, formas, colores y otras características de los perros, gatos, ganado, aves y aun de nosotros los seres humanos. Por siglos, los hombres han aprovechado la diversidad genética de las especies para cruzar animales que producen más carne, leche o lana, y cepas de trigo, maíz y arroz que rinden más alimento. Pero la facultad genética para esas variedades fue creada dentro de la especie o género original que se menciona en el Génesis.

“Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla [la facultad de reproducirse] esté en él, sobre la tierra. Y fue así” (Génesis 1:11). La Biblia nos muestra claramente que Dios es el Creador de la vida. Él puso en marcha el proceso por medio del cual la vida produce más vida.

En el versículo 21 leemos: “Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie”. En el versículo 24 Dios dijo: “Produzca la tierra seres vivientes según su género . . .” Luego en los versículos 26-27 se nos habla del origen de la vida humana.

Aquí debemos prestar atención especial a la creación del primer ser humano: “Entonces el Eterno Dios formó al hombre del polvo de la tierra [de materia inerte], y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). Vemos, pues, que la explicación bíblica es que la vida humana provino directamente de Dios. El Génesis hace patente el hecho de que Dios es la fuente de toda vida.

La vida que proviene de Dios

En la Biblia se nos revela mucho más acerca del Dador de la vida. Se nos asegura que Dios es “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver . . .” (1 Timoteo 6:16). Jesús nos dice: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26).

También en el Génesis se corrobora la ley de la biogénesis: La vida sólo puede provenir de algo ya viviente, no de materia inerte. Dios, quien tiene vida eterna en sí mismo, es el Dador original de la vida. En la Biblia se nos revela también que Dios siempre ha existido. Él “habita la eternidad” (Isaías 57:15). Humanamente es muy difícil captar este concepto, pues para nosotros es natural que todo tenga un principio y un final. Pero existen cosas que están más allá de nuestro entendimiento, y aquí es donde Dios quiere que confiemos en su Palabra, que aceptemos lo que él nos revela y que meditemos en lo increíblemente limitados que somos en comparación con él (Isaías 40:25-26, Isaías 40:28; Isaías 46:9-10; Isaías 55:8-9).

En las Escrituras leemos: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3). En otras palabras, la materia, cuya existencia se da por sentada en la teoría de la evolución, sencillamente no existía. Dios no nos explica cómo creó los cielos y la tierra, sólo nos dice que lo hizo. Nos da amplias pruebas en otros aspectos de que su Palabra, la Biblia, es verdad, y quiere que creamos lo que nos dice.

La esperanza de la vida eterna

Únicamente Dios, quien posee vida eterna, puede crear nuevas formas de vida, ya sean físicas o espirituales. Él es la única fuente de vida.

Para Dios, lo que tiene más importancia que su creación de la vida biológica es el hecho de que está creando nuevos seres espirituales; está imbuyendo de vida espiritual a todos aquellos hombres y mujeres a quienes ha estado llamando y escogiendo para que sean sus siervos. El apóstol Juan escribió que “el que tiene al Hijo, tiene la vida [eterna]; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida [eterna]” (1 Juan 5:12).

El apóstol Pablo le recordó a uno de sus colaboradores más cercanos y apreciados que Jesucristo “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). Los humanos, quienes tenemos vida física por unos 70 u 80 años en promedio (Salmos 90:10), tenemos la oportunidad de vivir para siempre. A otro de sus discípulos Pablo le recordó que los fieles seguidores de Cristo cuentan con “la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos”, ya que al ser justificados por el sacrificio de su Hijo venimos a ser “herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 1:2; Tito 3:7).

Como leemos en los dos primeros capítulos del Génesis, el Dador de la vida primero le dio vida física al hombre. Lo mismo que los animales, el hombre también muere (Hebreos 9:27). Pero a diferencia de los animales, el hombre fue creado con la capacidad de recibir la vida eterna. Cuando entendemos que Dios es el Dador de la vida y que creó al hombre con un propósito especial: con el potencial de recibir la inmortalidad, la vida cobra un significado mucho más grande que la vacuidad inherente a la fe evolucionista.