Descubrimientos que desconciertan a la ciencia

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Descubrimientos que desconciertan a la ciencia

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El Dr. Robert Jastrow es el fundador y ex director del Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA, así como ex profesor de astronomía y geología en la Universidad de Columbia (Nueva York) y profesor de ciencias terrestres en la Universidad Dartmouth. Ha recibido premios prestigiosos por su servicio sobresaliente al gobierno de los Estados Unidos y por sus excepcionales logros científicos.

Es un prolífico escritor de temas científicos, especialmente en los campos de la astronomía, cosmología y exploración espacial. No se anda con rodeos para expresar lo que piensa, particularmente cuando se trata de los descubrimientos que desconciertan a sus colegas científicos y las no muy imparciales reacciones de éstos ante tales descubrimientos.

Sus comentarios dicen mucho acerca de las actitudes —y en ocasiones del prejuicio descarado— que algunos científicos tienen en contra de la posibilidad de que haya un Creador. Aunque en lo personal es agnóstico, él hace notar que los descubrimientos científicos y el libro del Génesis tienen mucho más en común de lo que sus colegas están dispuestos a reconocer. He aquí algunas de las declaraciones del Dr. Jastrow:

“Las pruebas astronómicas de que hubo un Principio colocan a los científicos en una posición incómoda, porque ellos creen que cada efecto tiene una causa natural, y que cada acontecimiento en el universo puede ser explicado por fuerzas naturales que funcionan de acuerdo con las leyes de la física. Sin embargo, la ciencia no ha podido encontrar ninguna fuerza en la naturaleza que pudiera haber sido el principio del universo; y no encuentra prueba alguna de que el universo siquiera existió antes de ese primer momento. El astrónomo inglés E.A. Milne escribió: ‘No podemos opinar acerca del estado de cosas [en el principio]; en el acto divino de la creación no había nadie que pudiera observar o testificar lo que Dios hizo’” (The Enchanted Loom: Mind in the Universe [“El telar encantado: Inteligencia en el universo”], 1981, p. 17).

“Los científicos no tienen prueba alguna de que la vida no haya sido un producto de la creación, pero impulsados por la naturaleza de su profesión buscan explicaciones para el origen de la vida que estén dentro de los límites de las leyes naturales. Ellos se preguntan: ‘¿Cómo surgió la vida de la materia inerte? Y ¿cuáles son las posibilidades de que eso sucediera?’ Y muy a su pesar no tienen una respuesta clara, debido a que los químicos nunca han podido reproducir los experimentos de la naturaleza acerca de la creación de vida a partir de la materia inerte.

“Los científicos no saben cómo sucedió y, además, no conocen la posibilidad de que pudiera suceder. Quizá la probabilidad es muy pequeña, y la aparición de la vida en un planeta es un acontecimiento de tan baja probabilidad que requiere un milagro. Quizá la vida en la Tierra es única en este universo. No existe prueba científica que excluya esta posibilidad” (ibídem, p. 19).

“El concepto de que el universo vino a existir mediante una explosión . . . frecuentemente llamado la teoría de la Gran Explosión . . . Fue literalmente el momento de la creación. Curiosamente, esta es la perspectiva bíblica del origen del mundo. Los pormenores de la versión de los astrónomos difieren grandemente de los bíblicos, particularmente en el hecho de que el universo parece tener más de los 6.000 años que se mencionan en la Biblia [de hecho, tal como explicamos en este capítulo, la Biblia no dice que el universo fue creado hace 6.000 años]; pero tanto el relato bíblico como el astronómico son iguales en un aspecto elemental. Hubo un principio, y todo lo que hay en el universo puede ser rastreado hasta ese principio” (Journey to the Stars: Space Exploration: Tomorrow and Beyond [“Viaje a las estrellas: La exploración del espacio: Mañana y más allá”], 1989, p. 47).

“Ahora vemos cómo las pruebas astronómicas conducen a una perspectiva bíblica del origen del mundo. Los detalles difieren, pero los aspectos básicos son los mismos, tanto en el relato astronómico como en el del Génesis: La cadena de acontecimientos que lleva hasta el hombre empezó súbita y bruscamente en un momento definido en el tiempo, en un fogonazo de luz y energía. A algunos científicos no les agrada la idea de que el mundo haya empezado de esta manera” (God and the Astronomers [“Dios y los astrónomos”], 1978, p. 14).

“En general, los teólogos están contentos con la prueba de que el universo tuvo un principio; pero los astrónomos, curiosamente, están disgustados. Sus actitudes proporcionan una interesante muestra de la reacción de la mente científica —supuestamente una mente muy objetiva— cuando las pruebas descubiertas por la ciencia misma conducen a un conflicto con los artículos de fe de nuestra profesión. Resulta que el científico se comporta de la misma manera que el resto de nosotros cuando nuestras creencias están en conflicto con las pruebas. Nos sentimos irritados, queremos pensar que no existe el conflicto o lo encubrimos con frases sin sentido” (ibídem, p. 16).

“En estas reacciones [de los científicos ante la prueba de que el universo tuvo un comienzo súbito] existe una rara combinación de sentimientos y emociones. Provienen del corazón, mientras que uno esperaría que las opiniones vinieran de la mente. ¿Por qué?

“Yo creo que parte de la respuesta es que los científicos rechazan el solo pensamiento de un fenómeno natural que no puede ser explicado, ni siquiera con tiempo y dinero ilimitados. En la ciencia existe cierta clase de religión; es la religión de una persona que cree que hay orden y armonía en el universo, y que cada acontecimiento puede ser explicado de una manera racional como el producto de algún suceso previo; cada efecto debe tener su causa; no hay una causa primera . . .

“Esta fe religiosa del científico es confrontada por el descubrimiento de que el mundo tuvo un principio en ciertas condiciones en las cuales no son válidas las leyes conocidas de la física, y que es el producto de fuerzas y circunstancias que nosotros no podemos descubrir. Cuando eso sucede, el científico ha perdido su control . . .

“Consideremos la magnitud del problema. La ciencia ha demostrado que en cierto momento el universo surgió como resultado de una explosión. Se pregunta: ¿Qué causa produjo este efecto? ¿Qué o quién puso la materia y la energía en el universo? ¿Fue creado el universo de la nada, o de la unión de materiales preexistentes? Y la ciencia no puede contestar estas preguntas . . .” (ibídem, pp. 113-114).

“Es posible que exista una explicación válida para el explosivo nacimiento de nuestro universo; pero si existe tal explicación, la ciencia no puede encontrar cuál es. La búsqueda retrospectiva de los científicos termina en el momento de la creación. Esta es una situación sumamente rara, inesperada para todos menos para los teólogos. Éstos siempre han aceptado lo que la Biblia dice: En el principio creó Dios los cielos y la tierra . . .

“Nos gustaría continuar esa investigación aún más atrás en el tiempo, pero la barrera que se opone al progreso parece insuperable. No es cuestión de otro año, otro decenio de trabajo, otros cálculos u otra teoría; en estos momentos parece que la ciencia nunca podrá descorrer el velo que oculta el misterio de la creación. Para el científico que ha vivido con su fe en el poder de la razón, el relato termina como una pesadilla. Ha escalado las montañas de la ignorancia y está a punto de conquistar la cúspide más alta; y en el momento en que se asoma a la última piedra, lo recibe un grupo de teólogos que ha estado allí por siglos” (ibídem, pp. 114-116).