¿Qué se decidió en la conferencia de Jerusalén?

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Algunas personas creen que la decisión que  la iglesia tomó en Hechos 15 liberaba a los cristianos de la necesidad de obedecer las leyes reveladas en el Antiguo Testamento. ¿Es cierto esto? Para entender lo que realmente se decidió allí es necesario examinar el contexto histórico, cultural y bíblico.

Desde el principio de la conversión de gentiles “algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hechos 15:1). Según ellos, la circuncisión era cuestión de salvación. ¡Era un asunto de primordial importancia!

Pablo llevó entonces este asunto a los dirigentes de la iglesia para que se resolviera de una forma oficial (v. 2). “Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés” (v. 5). Al decir “la ley de Moisés”, se referían a los mandatos del pacto del Sinaí, incluidos tal vez algunos ritos y ceremonias, y definitivamente la circuncisión.

En el concilio de Jerusalén tanto Pedro como Pablo se dirigieron a la asamblea de ancianos. El tema de la circuncisión, decía Pedro, ya había sido definido por Dios mismo (vv. 7-9). El testimonio de Pedro aportó pruebas de que Dios les había dado el Espíritu Santo a gentiles que no estaban circuncidados (Hechos 10:44-48). Como resultado de ello, sólo podían concluir que Dios no exige la circuncisión a los varones gentiles convertidos.

Pablo y Bernabé también explicaron cómo Dios había realizado milagros por medio de ellos y los había utilizado para llamar a gentiles a la iglesia (v. 12).

Cuatro requisitos para los conversos gentiles

Jacobo (o Santiago), medio hermano de Jesucristo, entonces anunció una conclusión: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre” (vv. 19-20).

Algunas personas se apoyan en estas palabras para decir que no se requería nada más de los primeros cristianos, que no tenían que guardar ninguna otra ley que se encuentre en el Antiguo Testamento (y que lo mismo se aplica a nosotros en la actualidad).

¿Tiene realmente sentido esta afirmación? Jacobo no dijo nada acerca de matar, robar, mentir, tomar el nombre de Dios en vano ni demás pecados. Según esto, ¿debemos concluir que los cristianos son ahora libres para hacer todas estas cosas malas y perversas? ¡Claro que no! Entonces, ¿por qué él mencionó sólo cuatro restricciones: contaminaciones de ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre?

El vínculo que une a estas cuatro cosas es la idolatría. Específicamente, cada una estaba ligada con formas paganas de adoración que eran comunes en los lugares en donde Dios estaba llamando a gentiles para que formaran parte de la iglesia. Cada una también violaba mandamientos bíblicos específicos (Éxodo 20:2-6; Levítico 20:10-20; Génesis 9:4; Levítico 7:26-27).

Es evidente, sin embargo, que los apóstoles tenían otras razones para prohibir todas estas cosas relacionadas con la idolatría. Querían asegurarse de que los conversos no judíos tuvieran acceso inmediato a las enseñanzas de la palabra de Dios, las Sagradas Escrituras (Romanos 15:4; 2 Timoteo 3:15).

Veamos la razón expresada por Jacobo para establecer esas prohibiciones específicas: “Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo” (Hechos 15:21). El propósito de esta conclusión un tanto sorpresiva es ahora más claro: Los apóstoles querían asegurarse de que cada nuevo gentil convertido pudiera adquirir por sí mismo esa instrucción, ya que se leían y se exponían las enseñanzas de Moisés cada sábado en las sinagogas.

Acceso a las Escrituras

En aquella época nadie tenía su propio ejemplar de la Biblia. Los rollos eran escritos a mano y eran muy costosos, de manera que sólo personas muy ricas podían darse el lujo de tener una biblioteca personal. Los únicos lugares en donde uno podía escuchar regularmente la lectura de la Biblia eran en el templo de Jerusalén o en las sinagogas judías que existían en las ciudades más grandes del Imperio Romano.

Al renunciar a cualquier forma de asociación con la idolatría y escoger adorar solamente al Dios verdadero de las Escrituras, estos nuevos conversos gentiles podían asistir a las sinagogas judías. Entonces podrían aprender las enseñanzas básicas de las Sagradas Escrituras cada sábado. En lugares en donde todavía no se habían establecido congregaciones cristianas, la sinagoga era el único centro organizado en donde se podían aprender las Escrituras.

Pablo confirma plenamente la importancia de que los nuevos conversos fueran instruidos en las Escrituras. En una carta a Timoteo, un joven ministro que le ayudaba en el servicio a estos gentiles convertidos, Pablo afirma que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para . . . instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16).

Incluso recordó a los gentiles convertidos en Roma que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). En esa época la única “Escritura” y “palabra de Dios” que ellos conocían es la que hoy llamamos el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento ni siquiera existía.

Está claro que Pablo esperaba que los gentiles conversos se esforzaran tanto para oír como para aprender la inspirada palabra de Dios. Sin embargo, cuando la iglesia empezó a aceptar por primera vez a gentiles convertidos, no tenía todavía la capacidad de instruir en las Escrituras a los creyentes no judíos en cada ciudad, especialmente en aquellas ciudades donde no había congregaciones cristianas.

Pero si gentiles incircuncisos se comprometían a servir únicamente al Dios verdadero y viviente de la Biblia, los judíos los recibían en las sinagogas para que aprendieran la verdad de Dios.

El Nuevo Testamento muestra que los primeros gentiles convertidos se familiarizaron rápidamente con las Escrituras. Y ya que las Escrituras utilizadas por los judíos y los cristianos eran exactamente las mismas, los apóstoles aceptaban el hecho de que los nuevos creyentes gentiles se unieran a los judíos y a los judíos cristianos que asistían a los servicios en la sinagoga cada sábado.

La Biblia registra que muchos gentiles escucharon por primera vez la predicación de Pablo en la sinagoga en donde estaban asistiendo a los servicios junto con los judíos (Hechos 17:1-4, Hechos 17:10-12, Hechos 17:16-17). Tanto la sinagoga como las Sagradas Escrituras eran algo fundamental en la obra de Pablo de convertir tanto a judíos como a gentiles.

Tanto Pablo como sus conversos consideraban que las Sagradas Escrituras, tal como eran enseñadas por los judíos en las sinagogas, eran el fundamento de sus creencias. Así, no le era necesario explicar hasta el más mínimo detalle el camino de vida que esos nuevos conversos tenían que aprender. Cuando estaba en una ciudad por poco tiempo, Pablo concentraba sus esfuerzos en explicar el papel y la misión de Jesucristo y después se iba para otra ciudad.

Él sabía que los gentiles convertidos podían continuar recibiendo instrucción básica de las Escrituras y el camino de vida de Dios si asistían regularmente a los servicios de la sinagoga. Y el hecho de que en sus cartas a las congregaciones gentiles él citaba frecuentemente de las mismas Escrituras que utilizaban los judíos, nos da un indicio claro de que todos los gentiles tenían acceso a esta instrucción sin importar dónde vivían.