'La maldición de la ley'

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Gálatas 3:10-13 es uno de los pasajes más frecuentemente tergiversados de la Biblia. Tanto al escribir como al predicar, muchos eruditos y pastores se basan en este pasaje para respaldar el concepto erróneo de que Pablo creía que la ley de Dios era una maldición. Pero ¿cómo podría ser cierto esto si afirmó en Romanos 7:12 que la ley de Dios es santa?

Es cierto que Pablo menciona “la maldición de la ley” (Gálatas 3:13), indicando con ello la maldición decretada por la ley. Pero no se refiere a la ley en sí misma como una maldición.

Lo que Pablo dice en realidad es: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (v. 13).

Unos pocos versículos antes había dicho: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (v. 10).

Primero debemos notar que la maldición se aplica a “todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley”. No se pronuncia ninguna maldición para aquellos que obedecen “todas las cosas” que la ley requiere.

Por supuesto, sólo Jesucristo ha obedecido todo lo de la ley, sin transgredir nada de ella. Todos los demás hemos pecado.

¿Qué es entonces “la maldición de la ley”? ¿De qué forma se convirtió Cristo en una maldición para nosotros? ¿Qué era lo que estaba diciendo Pablo realmente?

Esto se explica fácilmente con la ley misma. En Gálatas 3:10 simplemente se parafrasea un pasaje del Antiguo Testamento: “Maldito sea quien no practique fielmente las palabras de esta ley” (Deuteronomio 27:26, NVI). La maldición no es la ley; claramente se ve que es la pena impuesta por no guardarla.

Gálatas 3:13 también es una cita condensada de un pasaje del Antiguo Testamento que explica exactamente quién recibe la maldición y por qué. “Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgareis en un madero, no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre el madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el colgado; y no contaminarás tu tierra que el Eterno tu Dios te da por heredad” (Deuteronomio 21:22-23).

Aquellos culpables de un “crimen digno de muerte” eran colgados en un árbol después de haber sido ejecutados con el fin de servir como ejemplo público. Eran expuestos delante de todos como pecadores convictos, bajo maldición por sus pecados.

Todos los seres humanos somos culpables de pecado. Por lo tanto, todos merecemos ser expuestos como pecadores convictos y “malditos”.

Jesucristo, al ser crucificado y de hecho colgado en un madero como un criminal condenado, “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia” (1 Pedro 2:24).

Él recibió todo el peso de la maldición —la deshonra pública y la pena de muerte— que todos merecíamos. Esto es lo que Pablo quiso decir en Gálatas 3:13, cuando escribió: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición”.