Gracia y ley
¿Por qué son inseparables?
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Gracia y ley: ¿Por qué son inseparables?
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La palabra gracia es utilizada frecuentemente por algunos religiosos como si reemplazara la necesidad de obedecer la ley de Dios. Esta conclusión no sólo es errónea, ¡sino diabólica!
Esta es la razón: sin la ley no tendríamos necesidad de la gracia. La palabra gracia, traducción de la voz griega charis en el Nuevo Testamento, significa un “favor” libremente concedido, un don (es de la palabra charis que se deriva la palabra en español caridad). En un contexto religioso la palabra gracia se utiliza más frecuentemente en relación con el don del perdón. Se refiere a cómo Dios extiende su favor a los pecadores arrepentidos al perdonar “los pecados pasados”, o sea su anterior desobediencia a la ley (Romanos 3:25).
Esto es necesario porque “todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4, NVI). Si no hay ley para infringir, no hay pecado. Y si no hay pecado, la sola idea de gracia, como el perdón de Dios, no tiene ningún sentido.
Dios no descarta simplemente nuestros pecados, nuestros actos contrarios a la ley. Tampoco hace caso omiso de ellos. En lugar de ello, “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3), “para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Hebreos 2:9).
En otras palabras, fue para ofrecer el favor de Dios —su gracia— y hacerla disponible para todos aquellos que se arrepientan (apartándose del pecado) que Jesús “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
Por lo tanto, la gracia abarca más que sólo el perdón de los pecados pasados. También incluye el don del Espíritu Santo, para ayudarnos a obedecer las leyes de Dios. De hecho, se refiere a todos los dones inmerecidos y gratuitos de Dios. Incluye su ayuda para volvernos inicialmente del pecado y llevarnos a su verdad y su camino de vida, su perdón de nuestros pecados pasados y finalmente su otorgamiento del don más grande de todos: vida eterna en su reino.
Pero sin ley, la gracia no tendría ningún sentido porque no habría forma de definir el pecado. Y sin gracia, no estaría disponible para nosotros el perdón de los pecados por quebrantar las leyes de Dios.
Entonces, Jesús murió y fue resucitado para ofrecer la gracia a cualquiera que esté dispuesto y ansioso de ir y no pecar más (Juan 8:11). Por medio de la gracia, primero podemos ser perdonados por haber infringido la ley, y luego recibir el poder de obedecer a Dios de todo corazón, por medio del Espíritu Santo, con la meta definitiva y la promesa de ser capaces de vivir por toda la eternidad en perfecta obediencia.
Así, la ley y la gracia son absolutamente inseparables. La ley es necesaria para definir el pecado y sus consecuencias. La gracia es necesaria para que los pecadores puedan ser perdonados y guiados a la obediencia a Dios por medio del poder del Espíritu Santo y la ayuda de Jesucristo, quien es nuestro Salvador y Sumo Sacerdote.