Entendamos correctamente la justificación y la justicia

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Entendamos correctamente la justificación y la justicia

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Las palabras justo o justicia en las Escrituras se refieren especialmente al carácter personal que se demuestra con una conducta apropiada. Pero cuando se habla de justificar, justificado y justificación el significado es ligeramente diferente.

Si bien los eruditos definen correctamente la justificación como “adjudicar justicia”, o “ser declarado justo”, pueden sacar conclusiones erradas con base en dichas definiciones. Aunque técnicamente no es incorrecto utilizar las palabras justo o justicia para definir o describir la justificación, algunas veces oscurece importantes diferencias contextuales y de conducta, sobre todo en lo que se refiere al uso específico que Pablo les da a las palabras justicia y justificación.

En las cartas de Pablo la justificación se refiere principalmente a la absolución legal de la culpa, en tanto que justicia se utiliza más para referirse al carácter virtuoso. La justificación —el ser declarado legalmente libre de culpa— no lo hace a uno perfectamente justo en un instante. Pablo deja muy claro que el crecimiento para alcanzar la justicia según Dios es algo que toma tiempo.

Este proceso comienza con el bautismo, “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:27). Pero alcanzar la madurez total de la justicia de Cristo es una meta por la que debemos luchar; no es algo que se nos da instantáneamente, sino que la adquirimos por medio de un proceso de crecimiento, a medida que aprendemos de las Escrituras con la ayuda de otros que nos anteceden en Cristo.

“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:11-15).

Para permanecer justificados después de haber sido perdonados, debemos comportarnos de una manera justa a partir de aquel momento. En otras palabras, para ser justificados es necesario que tengamos una fe que se confirma por nuestras acciones. Como lo explica Santiago: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado [hecho justo] por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:21-24).

Sin embargo, las palabras de Santiago no implican por ningún motivo que podamos ganarnos con nuestras obras el perdón de los pecados. Él sólo confirma que después de haber sido perdonados, debemos seguir adelante viviendo una vida justa. El poder y la capacidad para lograr esto provienen de Dios. Veamos cómo explica Pablo esto: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13).

El Hastings’ Dictionary of the Bible (“Diccionario bíblico de Hastings”) aclara la diferencia entre las palabras justificación y justicia: “Ni el texto hebreo ni el griego permiten dar una definición diferente de ‘justificar’ que ‘contar como justo’; es un término que se refiere a una relación ética, no a una cualidad ética, y tiene que ver con la condición que uno tiene frente a otro, no el carácter que a uno se le imparte” (1996, énfasis añadido). En otras palabras, cuando hemos sido perdonados, nuestra condición ante Dios es la de una persona “justa” o “recta”. El poder que recibimos por medio del Espíritu Santo es lo que nos permite practicar la justicia.

Pero todavía tenemos por delante un largo trecho si es que queremos desarrollar carácter. Una persona justificada no debe dar por sentada la justicia o la rectitud. Debe crecer de acuerdo con el ejemplo de justicia que nos dio Jesucristo. Se espera que cada hijo de Dios aprenda y crezca hasta “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.