Nace el islamismo
Los descendientes de Ismael vivieron en una relativa oscuridad a lo largo del período de los reinos de Israel y Judá, y de los imperios de Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma. La gran mayoría se mantuvo dentro de la península Arábiga, en muchas ocasiones luchando entre sí. Pero esto cambió a principios del siglo vii, menos de 600 años después de la época de Jesucristo, cuando hizo su aparición el más conocido de los descendientes de Ismael.
Hasta principios del siglo vii los árabes habían sido idólatras. En el gran templo en La Meca había 365 ídolos (uno por cada día del año). Esto representaba una importante fuente de ingresos para los comerciantes debido al gran número de peregrinos que acudían a la ciudad. Sin embargo, ese panorama religioso cambió dramáticamente debido a Mahoma y la religión que fundó, el islamismo.
Mahoma era de la familia hachemita (en árabe, Beni Hashim) de la poderosa tribu de los qurays, la cual controlaba el templo pagano de La Meca. Según la creencia musulmana, fue en el monte Hira, cerca de La Meca, donde el arcángel Gabriel se le apareció a Mahoma en el año 610 y le encargó una misión divina. Ésta y otras revelaciones posteriores constituyen el Corán, los escritos sagrados del islamismo, un libro de tamaño parecido al del Nuevo Testamento.
Mahoma, cuyo nombre significa “muy venerado”, llegó a ser un valeroso y decidido predicador del monoteísmo, un concepto que amenazaba la prosperidad comercial de otros miembros de su tribu. Los intentos para darle muerte fracasaron, y en poco tiempo Mahoma acabó con la idolatría de la región, remplazándola con el islamismo (la voz árabe islam quiere decir “rendición” o “sumisión” al único Dios verdadero, Alá).
La predicación de Mahoma logró algo que, desde un principio, no había sido posible para los descendientes de Ismael: la unidad, lo que hizo que llegaran a formar una gran nación que podría extenderse y ejercer influencia en otros países.
A partir de ese pequeño comienzo en el desierto de la península Arábiga, el islamismo se esparció por todo el mundo. Hoy en día, la Organización de la Conferencia Islámica se compone de 57 naciones, más de la cuarta parte de todos los países del mundo.
Aunque hay 22 naciones árabes, muchas de las cuales están pobladas por descendientes de Ismael, otras 35 son preponderante o exclusivamente islámicas. Abarcan una zona geográfica que se extiende desde el África occidental hasta Indonesia, una amplia franja de naciones que se identifican unas con otras como seguidoras del islamismo. Además, millones de musulmanes (seguidores del islam) viven en la parte norte de América y en Europa occidental. Debido al alto índice de natalidad y a una apasionada labor de proselitismo, esta religión continúa expandiéndose rápidamente.
Actualmente, el islamismo cuenta con cerca de 1.300 millones de adeptos. Todos adoran a Alá, a quien consideran el Dios verdadero. Se reúnen en mezquitas los viernes, el día designado para la adoración, aunque es permitido trabajar también en ese día.
Su credo, llamado la shahada (“testimonio”), consta de sólo ocho palabras en árabe —La illaha ila Allah, wa Muhammadun rasul Allah— y quiere decir: “No hay Dios sino Alá, y Mahoma es su profeta”. La solemne y sincera repetición de estas palabras es la única condición para ser un musulmán. El término musulmán significa “uno que se somete (a Alá)”.
Los musulmanes datan su historia desde la hégira, es decir, la huida de Mahoma de La Meca a Medina en el año 622. Debido a que el año musulmán está basado en el calendario lunar, tiene 354 ó 355 días, lo que significa que es 10 u 11 días más corto que el año que se cuenta en el mundo occidental, el cual se basa en el calendario solar gregoriano. Por consiguiente, cada año las festividades musulmanas caen en fechas más tempranas con respecto al calendario gregoriano.
Mahoma murió el 8 de junio de 632, sin dejar un heredero y sin nombrar un sucesor. Esto causó trastornos y disturbios en el mundo islámico, el cual después de sólo un decenio cubría ya una región equivalente al área de la Argentina.
Es sólo a través de la bella Fátima, hija de Kadiya, la amada primera esposa de Mahoma, que los jerifes y sayyids, reconocidos como los descendientes actuales de Mahoma, pueden rastrear su genealogía. El esposo de Fátima, Alí ibn Abi Talib, primo hermano e hijo adoptivo de Mahoma, fue también su primer converso después de Kadiya. A la muerte de Mahoma, Alí y Fátima ya tenían dos hijos menores.
Muchos pensaron que por ser el pariente más cercano, Alí sería el sucesor de Mahoma. Después de muchas polémicas fue rechazado en favor de Abú Bakr, un rico comerciante de La Meca, quien había sido uno de los primeros seguidores de Mahoma y que lo había acompañado en su famosa huida hacia Medina 10 años antes. Abú Bakr fue el padre de Ayesha, la esposa favorita de Mahoma, y ya antes, durante la última enfermedad del profeta, había sido designado para ocupar el lugar de éste en la conducción de las oraciones en público.
Como las revelaciones habían sido dadas a Mahoma, Abú Bakr no era totalmente su sucesor. No obstante, se le dio autoridad sobre la política y las funciones administrativas del imperio, con el título de Khalifah rasul Allah, que significa “sucesor del mensajero de Dios”. En español es sólo “califa”, quien viene a ser el jefe islámico supremo. El cargo del califato permaneció como una institución islámica hasta la formación de la República Turca en 1924, cuando fue abolido por el gobierno secular de Kemal Ataturk.
Aunque la transición que siguió a la muerte de Mahoma fue repentina e inesperada y causó algunos disgustos entre los seguidores de Alí, esposo de Fátima, las tribus permanecieron unidas bajo Abú Bakr.
Rápida expansión del Imperio Islámico
Antes de su muerte, Abú Bakr nombró como su sucesor a Omar ibn alJattab. Omar fue el primer califa que se arrogó el ilustre título de Amir al-Muminin, que significa “comandante de los fieles”. Durante su reinado de 10 años ocurrió la primera gran expansión del territorio islámico, a medida que los hijos de Ismael salían en todas direcciones desde su antigua patria desértica.
El califa Omar se lució como un hábil comandante de sus tropas y un poderoso enemigo de las dos potencias más grandes de ese tiempo, los imperios bizantino (o romano de oriente) y persa. El primero había surgido del antiguo Imperio Romano después de que Constantino, en el siglo iv, estableciera una nueva capital en Bizancio (nombrándola Constantinopla, en homenaje a sí mismo), ahora Estambul, Turquía. Controlaba Asia Menor, la península del mar Egeo y gran parte del norte de África y del Cercano Oriente.
Al noreste de la península Arábiga se encontraba el Imperio Persa Sasánida. Los imperios bizantino y persa luchaban continuamente entre sí, lo que los había debilitado y hecho vulnerables ante el nuevo, fuerte y celoso Imperio Islámico. El Imperio Sasánida fue derrotado, pero el bizantino permaneció como una potencia amenazada y decreciente, hasta que finalmente sucumbió ante los musulmanes turcos en 1453.
Al grito de Allahu Akbar (“¡Grande es Alá!”), la llamada islámica a las armas, los guerreros árabes, montados a caballo o en camello, resultaron enemigos formidables que vencieron a todos los ejércitos que fueron enviados contra ellos. Desde el tiempo de Alejandro Magno no se había visto semejante fuerza, la cual conquistaba rápidamente todo a su paso. Por delante tenían un siglo de conquistas. Invadieron Siria y la Tierra Santa en 635-636, la región de Iraq al año siguiente, y Egipto y Persia cuatro años después.
Su victoria más significativa fue en Jerusalén, conquistada en el 638. Llamada Al-Kuds en árabe, que significa “la santa”, Jerusalén ha sido la tercera ciudad más santa de los musulmanes, después de La Meca y Medina. Los musulmanes creen que Mahoma ascendió al cielo en su caballo alado Burak desde la roca que puede verse dentro del Domo de la Roca, una de las obras arquitectónicas más espléndidas de la tierra, construida a fines del siglo vii.
Los musulmanes también creen que Abraham vino a este lugar para sacrificar a su hijo, según ellos, Ismael, no Isaac como lo afirma la Biblia (Génesis 22:1-14). Construido en la gran plataforma del monte donde Herodes el Grande había mandado construir el templo, el Domo de la Roca y el terreno que lo rodea es la propiedad más ferozmente disputada de todo el mundo en la actualidad.
En el lapso de un siglo después de la muerte de Mahoma, el dominio árabe se extendió desde el Cercano Oriente por el norte de África hasta España en el occidente, y hacia el oriente por la parte central de Asia hasta la India. En uno de sus avances llegó hasta las puertas de París, donde fue frenado por Carlos Martel en la batalla de Tours (cerca de Poitiers) en el año 732, exactamente 100 años después de la muerte de Mahoma.
A partir de ese suceso el rápido crecimiento del Imperio Islámico cesó hasta el siglo xii, cuando se llevó a cabo otra gran expansión bajo los sufíes (musulmanes místicos), quienes esparcieron el islamismo en toda la India, Asia central, Turquía y el África subsahariana. Y los comerciantes musulmanes ayudaron a llevar la religión aún más lejos, incluso hasta Indonesia, la península Malaya y China.
“El igualitarismo fundamental del islamismo dentro de la comunidad de los fieles y su imperante discriminación en contra de los seguidores de otras religiones pronto le ganó conversos” (Encyclopædia Britannica, 15ª edición en inglés, 9:912). Aunque los judíos y los cristianos eran tolerados por ser “gente del Libro”, tenían que pagar un impuesto especial. No obstante, “a los paganos . . . se les exigía o aceptar el islamismo o morir” (ibídem).
Después del asesinato del califa Omar en noviembre del 644 al estar guiando las oraciones en la mezquita de Medina, otro cuerpo de electores volvió a rechazar a Alí. En esta ocasión el califato fue conferido a Othman ibn Affan, quien había sido uno de los primeros conversos al islamismo y compañero cercano de Mahoma.
En el tiempo de su regencia se concluyó la compilación del Corán en su forma actual. Anteriormente, la mayor parte de su contenido había sido simplemente memorizado por los seguidores de Mahoma (éste era analfabeto, y nunca escribió nada del libro). Su contenido fue recopilado por un grupo de hombres, bajo la dirección del erudito islámico Zayd ibn Thabit, autorizados para reunir los escritos sagrados.
Los musulmanes creen que el Corán es literalmente la palabra de Alá (Kalimat Allah), no las palabras de Mahoma. Las primeras palabras del Corán son Bism’illah ir-Rahman ir-Rahim, que quieren decir “En el nombre de Alá, el misericordioso, el compasivo”.
El islamismo se divide
Antes de ser asesinado en Medina, Othman gobernó durante 12 años (644-656). Su asesinato dio lugar a fuertes conflictos políticos y religiosos dentro de la comunidad islámica, que continúan hasta el día de hoy.
Después de la muerte de Othman, el liderazgo del islam finalmente cayó en Alí, el ya envejecido esposo de Fátima. Para sus seguidores, Alí fue legalmente el primero y único califa. La mayoría de los musulmanes lo aceptaron como el cuarto califa, pero muchos se opusieron denodadamente a su regencia.
El imperio habría de sufrir continua lucha política y religiosa, disturbios y conspiraciones. Cinco años después, Alí también fue asesinado. Antes de que alguno de sus hijos pudiera ser nombrado como sucesor, el sobrino de Othman, dirigente de los omeyas, que formaban parte de la tribu de los qurays, asumió el control, lo que llevó a la disputa entre los partidos a un punto crítico.
Los seguidores de Alí creían que todos los califas debían descender de Alí por ser el familiar más cercano de Mahoma. Este grupo era llamado el “partido de Alí” (en árabe, los Shiat Alí, o chiíes). En cambio, la mayoría creía que cualquiera podía ser nombrado califa, sin importar su genealogía. Este grupo era conocido como los suníes (de sunna, el “camino” o la “senda” del profeta). Contrario a los chiíes, los suníes por lo general han aceptado el gobierno de los califas.
En el año 680 se desató la violencia cuando Hussein, hijo de Alí, nieto de Mahoma, fue asesinado junto con 72 miembros de su familia y otros acompañantes en Karbala, en lo que actualmente es Iraq. Teniendo ahora un mártir, los chiíes crecieron en número y en determinación, cada vez más resentidos por el dominio de los suníes. Este resentimiento continúa hasta el presente.
La mayoría suní representa casi el 85 por ciento de todos los musulmanes, y los chiíes representan el resto. Aunque concuerdan en los principios fundamentales del islamismo, las diferencias políticas, teológicas y filosóficas los han separado aún más. Y con la tendencia que ha habido entre los chiíes de dividirse en varias sectas, la situación ha empeorado.
Actualmente, los chiíes son el partido dominante en Irán y la comunidad religiosa más grande en el Líbano e Iraq. Al recordar el fanatismo de la revolución iraní que derrocó al sah en 1979, muchos piensan que los chiíes tienen tendencia hacia el terrorismo. No obstante, la mayoría de los actos terroristas en contra de los occidentales han provenido de los wahabíes, secta del islamismo suní que se originó en Arabia Saudita en el siglo xviii.
Uno de los atractivos del islamismo es su insistencia en la umma o comunidad. “Aunque ha habido muchas sectas y movimientos musulmanes, todos sus seguidores están unidos por una fe general y la percepción de pertenecer a una sola comunidad” (ibídem, p. 912). Este sentido de comunidad se ha reforzado en los últimos 200 años, durante el período de la superioridad occidental. Lograr la unidad árabe e islámica es algo que los musulmanes en la actualidad desean con vehemencia.
Ismael llega a ser una “gran nación”
Después de la muerte de Alí, los omeyas pusieron el califato como un cargo hereditario, y gobernaron desde Damasco por casi un siglo hasta el año 750. Durante ese tiempo fue conquistada la mayor parte de la penínsulaIbérica (España y Portugal), junto con lo que faltaba del norte de África. Hacia el oriente, los ejércitos musulmanes se desplegaron por Asia central hacia la India y la China. Antes de que su dominio terminara, los musulmanes formaron un imperio más grande que el de Roma y lograron convertir a millones de personas al islamismo.
Los omeyas fueron remplazados por la dinastía de los abasíes, cuyos 37 califas gobernaron desde Bagdad durante cinco siglos (750-1258). En aquel tiempo, mientras Europa se encontraba en el oscurantismo (aislada en parte por musulmanes hostiles a lo largo de sus fronteras), el mundo islámico era una gran civilización. Los musulmanes preservaban la literatura del mundo antiguo y aprendían de ella, a la vez que encauzaban al mundo en el conocimiento y entendimiento de las matemáticas, la física, la astronomía, la geografía y la medicina.
Tal como le había sido prometido divinamente a Abraham y Agar muchos siglos antes, su hijo Ismael ciertamente llegó a ser “una gran nación” (Génesis 17:20; Génesis 21:18), de hecho, uno de los imperios más grandes que han existido.
No obstante, al igual que todas las civilizaciones, la dinastía abasí llegó a su fin porque se fue degenerando y con ello llegó lentamente su decadencia. Durante ese período, a medida que se debilitaba la autoridad central, la unidad del mundo islámico se hacía añicos, un problema que aún afecta a los musulmanes actualmente. El golpe mortal vino cuando las hordas mongoles llegaron a Bagdad en el año 1258, dieron muerte al último califa, masacraron a los habitantes de la ciudad y pusieron fin al imperio.
Las cruzadas: La lucha por la Tierra Santa
Durante el gobierno de los califas abasíes hubo un gran conflicto entre el islam y la Europa católica. Debido a la expansión del islamismo en la península Ibérica y el intento de invadir Francia, ya había habido enfrentamientos entre ellos, pero cuando Jerusalén les fue arrebatada a los musulmanes el 15 de julio de 1099, empezó un largo período de pugna entre las dos potencias religiosas.
Los cruzados europeos saquearon, violaron, asesinaron y esclavizaron a los moradores de Jerusalén en una frenética carnicería, que aún recuerdan tanto musulmanes como judíos.
El Domo de la Roca fue convertido en un templo católico, con la cruz en lugar de la luna creciente, símbolo del islam. Todo esto despertó la cólera de los musulmanes, quienes juraron que iban a recuperar la ciudad de manos de los “infieles” (originalmente una voz latina que los católicos usaban para referirse a los musulmanes).
No fue hasta el 2 de octubre de 1187 que las fuerzas islámicas pudieron recuperar el control de Jerusalén, bajo el liderazgo de Saladino (cuyo nombre significa “la justicia de la fe”), quien era sultán de Egipto y Siria. Saladino declaró yihad (guerra santa) para rescatar Jerusalén de los enemigos del islam.
La cruz de oro que estaba sobre el Domo de la Roca fue reemplazada por la luna creciente, pero Saladino no se vengó de sus enemigos. Antes bien, fue misericordioso y amable con los soldados enemigos y con la población civil, un tremendo contraste con lo que habían hecho los europeos, quienes habían masacrado decenas de millares de personas cuando tomaron la ciudad.
En el siglo siguiente habría más cruzadas en las que Jerusalén fue recuperada y perdida por cortos períodos, de 1229 a 1239 y de 1243 a 1244, pero finalmente los ejércitos de la cruz tuvieron que dejar la Tierra Santa en manos del islam. No fue hasta 1917, durante la primera guerra mundial, que los cristianos occidentales pudieron recuperar Jerusalén, reteniendo el control de la ciudad sólo por tres décadas.
El Imperio Otomano
La siguiente potencia en la región fue la de los turcos otomanos, quienes se apoderaron de Constantinopla en 1453 y destruyeron al decadente Imperio Bizantino, fundado por los romanos mil años antes. Los turcos, que son musulmanes pero no árabes, se apoderaron de Jerusalén en 1517 y dominaron el Cercano Oriente durante los siguientes cuatro siglos.
Los otomanos se extendieron rápidamente por el sudeste de Europa hasta llegar a las puertas de Viena, antes de ser rechazados a fines del siglo xvii. En el siglo xix empezaron a declinar cuando ya no pudieron mantener su dominio en los Balcanes y el norte de África.
Por su parte, los árabes, resentidos en contra de los turcos, pacientemente esperaron la oportunidad de recuperar su independencia y los anteriores tiempos de gloria. Los hijos de Ismael volverían a hacerse notar.